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          MARCEL BATAILLON, el príncipe moderno de los peruanistas

 

Por: Félix Alvarez Brun

  Las instituciones peruanas dedicadas a las tareas de la cultura, no podían dejar de rendir homenaje a una de las más esclarecidas inteligencias del saber histórico y humanístico como lo fue Marcel Bataillon. En el presente año se conmemora el primer centenario de su nacimiento y esto ha dado motivo para que en Francia, España y otros países, entre ellos por supuesto Perú y México, no solamente se recuerde al notable estudioso de Erasmo y de fray Bartolomé de las Casas, sino también para valorar su obra en general y la trascendencia de la misma en los estudios posteriores. Conmemorar un centenario es, además, traer al momento transitorio de la vida el recuerdo de un hombre que prestó señalados servicios al mundo dentro del cual vivió y que, por lo mismo, no merece únicamente el homenaje de las nuevas generaciones sino también el reconocimiento y gratitud de los que saben distinguir lo imperecedero que existe en quienes han disfrutado de valores puros y auténticos.

 

            La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Universidad Católica del Perú, la Academia Nacional de la Historia y el Instituto Raúl Porras Barrenechea han querido por ello realizar actuaciones compartidas el día de hoy como justísimo homenaje a Bataillon. El Instituto Raúl Porras Barrenechea, Centro de Altos Estudios y de Investigaciones Peruanas de la Universidad de San Marcos, que me honro en presidir, se siente sumamente complacido porque la actuación de esta mañana se lleve a cabo en esta casa por los estrechos lazos de amistad y de recíproco respeto intelectual entre Bataillon y Raúl Porras y también porque en dos o más oportunidades el notable erudito francés ocupó la tribuna del Instituto para hablar de sus investigaciones históricas vinculadas al Perú. Y permítanme que - de modo particular - declare mi profunda emoción en estos momentos por haber tenido el privilegio de ser uno de los amigos personales de Bataillon.

 

            Marcel Bataillon es autor del magnífico estudio sobre Erasmo y España, obra que fue el resultado de varios años de trabajo incansable y ahincado y que hoy constituye la mayor y mejor contribución al conocimiento sobre la presencia del humanista de Rotterdam en la península. Para los países de América Latina posee, asimismo, connotación especial porque a través de ella sabemos que el pensamiento de Erasmo llegó a América en la primera mitad del siglo XVI. Bataillon lo ha señalado en un trabajo de 1930 en el cual dice que el erasmismo se extendió por el Nuevo Mundo no sólo por el hecho de ensancharse el área de la cultura española sino también porque tuvo aspectos específicos, aunque ligados a la significación profunda de Erasmo dentro de la revolución religiosa de su tiempo. Es que Erasmo, quien tuvo amplia difusión en España durante los años 1522 a 1525 por haber encontrado terreno favorable en la “burguesía urbana” y particularmente entre los maestros y teólogos de la Universidad de Alcalá de Henares, alentaba la necesidad de cambio en la sociedad y en la vida religiosa de su tiempo, hacia una nueva armonía vital, justa y sana, a fin de encaminarlas al mundo de la razón y al olvido de prácticas y tradiciones que carecían de alma y sentido. Dentro de ese mismo pensamiento el deseo de Erasmo, como lo ha señalado Huizinga, era la libertad, la sencillez, la pureza y la transparencia de los actos como ideal de vida y de conocimiento. El mismo Huizinga precisa que sin libertad la vida no es vida, y la libertad sin reposo, que es también uno de los postulados de Erasmo, no  puede existir porque la libertad cala en lo más hondo del espíritu.

 

            Bataillon en el “Apéndice” a Erasmo y España, que titula “ Erasmo y el Nuevo Mundo”, dice que entre los “españoles y portugueses que se embarcaron para tierras lejanas, había seglares aficionados a leer libros de Erasmo porque, para su voluntario destierro, hallaban el mejor alimento espiritual en las lecturas devotas, morales e históricas”. Y agrega “Erasmo, entre la literatura moral y religiosa de su tiempo, daba una nota de piedad ilustrada y libre, grata a aquellos hombres desgarrados de su ambiente”. Es que el Enchiridion o Manual del Caballero Cristiano de Erasmo respiraba humanismo puro y enseñaba el arte de la piedad. El propio Erasmo declaró que esta obra no la había escrito para exhibir su inventiva ni su elocuencia, sino para “corregir el error de aquellos cuya religión se compone de más ceremonias judaicas y prácticas materiales que de las cosas conducentes a la piedad”. Por está razón - como expresa Bataillon - del erasmismo divulgado en España se “derivó hacia América una corriente animada por la esperanza de fundar con la gente nueva de las tierras descubiertas una renovada cristiandad. Corriente cuya existencia no llegó a imaginar Erasmo”.

 

            Lo dicho explica la presencia de erasmistas en México y otras partes del Nuevo Mundo. Uno de ellos fue sin duda Diego Méndez de Segura escribano mayor de la armada de Cristóbal Colón, vecino por mucho tiempo de Santo Domingo, en la Isla Española, en donde tenía una “biblioteca”, como valioso tesoro personal. Con el propósito de obtener algunas mercedes reales viajó a España y aquí, en Valladolid, concretamente en 1536, hizo testamento en el cual dispuso que dicha biblioteca quedara en manos de sus hijos. Además adquirió nuevos títulos para incrementarla, entre ellos el Arte del bien morir, un Sermón en romance, los Coloquios y dos obras más pertenecientes a la pluma de Erasmo. Estos libros formaban parte de un lote de diez que remitió a Santo Domingo, según consta en el documento testamentario.

 

            México y Perú no fueron ajenos a esa difusión del pensamiento de Erasmo, tratándose de dos países a los que desde los primeros años de la conquista llegaban religiosos, escribanos y bachilleres, junto a los hombres de armas. Juan de Zumárraga, primer Obispo y primer Arzobispo de México fue gran erasmista, tanto como Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacan, lo fue de Tomás Moro. Erasmo y Moro estuvieron entre las inteligencias más brillantes del humanismo renacentista europeo, junto a Vives, Savonarola, Maquiavelo y Guicciardini. Como es sabido, el humanista del Renacimiento debía  poseer vasta erudición, conocer el arte de hacer frente a las situaciones más diversas y entender las más diferentes ocupaciones. Pues bien, en México, Erasmo y Moro fueron admirados por los prelados Zumárraga y Quiroga, los que siguieron sus enseñanzas, leían simultáneamente la Utopía, y sin duda el Enchiridión, convirtiéndose en sus más ilustres representantes en el Nuevo Mundo.

 

            En relación a la presencia de Erasmo en el Perú, pienso que hay todavía mucho que investigar. Sin embargo, Teodoro Hampe nos adelanta algunas noticias, después de ubicar y revisar inventarios de bibliotecas, librerías y registros de mercaderías de los siglos XVI y XVII. Entre las bibliotecas particulares menciona la de fray Vicente de Valverde, Diego de Nárvaez, Alonso de Riquelme, Lisón de Tejada, Toribio Galíndez de la Riba y otras del siglo XVI, en algunas de las cuales figura el nombre de Erasmo, al lado de autores del Renacimiento español. Toribio Galindez de la Riba, que vino al Perú con el Pacificador la Gasca, tuvo como uno de sus autores predilectos al humanista de Roterdam, del que poseía ocho libros. Galindez de la Riba, Contador de prestigio y eficacísimo recaudador de la hacienda de su Majestad, fue propuesto por la Gasca, en mayo de 1549, para ocupar un importante cargo por ser hombre de confianza y entereza y por estar bien en el estilo de cuentas, según la comunicación que cursa la Gasca al Consejo de Indias. En 1550 se le provee a Galindez, por el mismo la Gasca, de una escribanía de número en la Ciudad de los Reyes, todo lo que demuestra que fue un hombre capaz y leído, es decir cultivado. Es importante destacar que Galindez no fue sólo conocedor de su Oficio y lector de Erasmo, sino también hombre bien informado sobre los sucesos del Perú en aquel momento. Lo demuestran las comunicaciones que dirigió al Emperador y al Consejo de Indias  sobre “las malas cosas de Gonzalo Pizarro”.

            Otro personaje de esos años fue Diego de Narvaez que se halló en la captura de Atahualpa, en Cajamarca, como soldado de a pié y participó después en diversos actos de la conquista como hombre de a caballo hasta que, durante la rebelión de Gonzalo Pizarro, fue ejecutado por orden de Francisco de Carvajal en el Cusco el año de 1546. Pues bien, según Hampe, a este soldado de la conquista, siendo ya vecino del Cusco, le fueron remitidos desde España treinta libros que posiblemente no llegaría a ver por su trágica muerte. Entre esos libros habían ocho que eran de Erasmo, según el estudioso peruano. Tal vez eran los mismos libros que después pasaron a manos de Galindez de la Riba, lo que habría que comprobarlo. Lo cierto es que entre algunos conquistadores del Perú el nombre de Erasmo no fue desconocido.

 

            La brevísima disquisición anterior viene al caso de precisar la importancia de la obra de Bataillon  Erasmo y España. Ella nos permite reconocer hechos relacionados al aspecto espiritual del siglo XVI español que se difunde de alguna manera en América inmediatamente después de iniciada la conquista.

 

Podría referirme ahora a los estudios sobre Bartolomé de las Casas que, junto a la obra de Manuel Giménez de Fernández, ocupa lugar preferente entre los numerosos estudios lascasianos. Tenemos el libro Etudes sur Bartolomé de las Casas, editado en 1966 por el Centro de Investigaciones del Instituto de Estudios Hispánicos de París, reunidos por Raymond Marcus, discípulo de Bataillon y apreciado amigo mío; así  como el libro El padre las Casas y la defensa de los Indios, publicado en 1971 en colaboración con André Saint-Lu, otro distinguido discípulo de Bataillon. Pero sería extender demasiado mi intervención en esta actuación de homenaje al insigne humanista francés. Lo que he querido establecer es que la obra de Marcel Bataillon, representada fundamentalmente por Erasmo y España y los Estudios sobre las Casas, tiene para mí valor extraordinario por el trabajo eurístico en el que sobresale el importante acopio de fuentes documentales y bibliográficas, por el ojo penetrante e inobjetable para desentrañar papeles insospechados, y por la labor hermenéutica de interpretación y los valiosísimos juicios críticos de los sucesos históricos y sus protagonistas de toda una época determinada. En este sentido, para mí, Marcel Bataillon está en el nivel de Jaeger con su obra  Paideia y los ideales de la cultura griega, de Johan Huizinga y El Otoño de la Edad Media; de Fernand Braudel y El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, de Antonello Gerbi y La disputa del Nuevo Mundo.

 

Ahora, quisiera referirme también, brevemente, a la presencia de Bataillon en Lima y a su gran amistad con Raúl Porras, a quien calificó como el mejor especialista de los cronistas del Perú y como su gran amigo. Bataillon estuvo en tres oportunidades en el Perú: en 1948, 1951 y 1970. En 1948 vino por primera vez invitado por el Rector de San Marcos, doctor Luis Alberto Sánchez, y recibió el título de profesor honorario de la Universidad. En esta ocasión conoció a Raúl Porras y ambos establecieron una muy sincera amistad que pronto se acrecentó por afinidad intelectual y por compartir las mismas inquietudes históricas. El maestro Bataillon declaró después que en esa oportunidad Porras influyó en él para que ahondase más sus estudios sobre América hispana, como también lo había hecho Silvio Zavala en México. Bataillon consideraba que para hacer un trabajo serio sobre Bartolomé de las Casas era indispensable demostrar interés por el Nuevo Mundo y que en ese anhelo contribuyeron sus amigos Alfonso Reyes y Paul Rivet, y después Raúl Porras y Silvio Zavala. Esto explica que el encuentro de Bataillon y Porras resultó fundamental y extraordinariamente fructífero, como ha expresado Henry Bonneville, quien en esa ocasión era Consejero Cultural de Francia en el Perú. Bonneville, que después sería catedrático de la Facultad de Letras de la Universidad de Grenoble y a quien conocí en un coloquio realizado en Toulouse, estuvo cerca de Bataillon y de Porras en razón del cargo que ostentaba y también por su definida vocación intelectual. Por lo mismo su testimonio sobre la amistad de los dos maestros y eruditos es muy importante. Bonneville ha escrito que “ el paralelo entre tan eminentes profesores se dio porque ambos coincidían, más allá de su importante y fecundísima obra, en una misma rigurosa ética personal, hecha de integridad moral, de inquebrantable espíritu de independencia y de tolerancia, en el mismo anhelo de comprensión de lo humano, signos todos de ese humanismo auténtico al que sólo alcanzan, dentro de la humana condición, un escaso número de seres privilegiados”.

 

En 1951 volvió Bataillon al Perú invitado por Raúl Porras para asistir al Congreso Internacional de Peruanistas de aquel año, que constituyó uno de los acontecimientos culturales más notables del país y que, hay que decirlo en justicia, no se ha vuelto a repetir hasta hoy. La sola enumeración de algunos de los más destacados participantes dan prueba de ello: Paul Vivet, Marcel Bataillon, Louis Baudin, Constantino Bayle, Manuel Ballesteros, José de la Torre y del Cerro, Hermann Trimborn, Karl Troll, Bennet, George Kubler, Ruiz Guiñazú, Claudio Sánchez Albornoz, Díaz Plaja, Marquez Miranda, Juan Larrea, etc.

 

En esa ocasión el ilustre académico francés sustento una conferencia en la Facultad de Letras, cuyo Decano era entonces el ilustre maestro sanmarquino doctor Aurelio Miró Quesada, exactamente el 15 de agosto de 1951. El tema fue “Las Casas y el ideal de la conquista pacífica”. Su ponencia en el Congreso fue presentada en la primera sesión plenaria y versó sobre “Comentarios de un famoso parecer contra las Casas”. Este trabajo se publicó en 1953 en la revista “Letras” de la Universidad de San Marcos y se reprodujo en 1966 en la obra Etudes sur Bartolomé de las Casas, ya citada. Se trata del llamado “Memorial anónimo de Yucay” de 16 de marzo de 1571. Por estudios posteriores se sabe que el autor del anónimo fue fray García de Toledo, que con Sarmiento de Gamboa emitieron por la misma época conceptos similares en el sentido de haber tratado fray Bartolomé de las Casas de persuadir a Carlos V que “abandonara el Perú o todas las Indias y dejara en libertad a los antiguos gobernantes”, según estudio de Miguel Maticorena. El mismo historiador expresa que no se trataría de las Casas sino del arzobispo Carranza como autor de la citada idea, de acuerdo a la época en que fue escrito el citado documento de Yucay y por otras razones valederas.

 

            El Congreso Internacional de Peruanistas de 1951 constituyó ocasión propicia a Bataillon para estrechar vínculos con los más connotados peruanistas y americanistas reunidos el citado año en nuestra capital. Hallándose en París, años después, con el grato recuerdo de Lima y de su amigo Raúl Porras, comentaría con fino humor que la invitación del historiador sanmarquino al Congreso de Peruanistas había sido una manera de incitarlo y convertirlo en peruanista que hasta entonces no lo era. La muerte de Porras en setiembre de 1960, significó una perdida irreparable para Bataillon. Así lo expresa en su trabajo impreso sobre Rodrigo Lozano en el que dice textualmente “Pocos meses después de su viaje oficial a París, hemos tenido la pena de conocer la muerte de Raúl Porras, pérdida irreparable para nuestros estudios”.

 

En 1970 fue la última vez que estuvo en el Perú y fue con motivo del Congreso de Americanistas que se desarrolló en los salones del Convento de la Merced. Siete años después murió en París, el 4 de junio de 1977. No pude concurrir a todos los actos del citado Congreso, ni participar en los debates por mis recargadas ocupaciones en la Cancillería. Sólo recuerdo que en la sesión inaugural pedí que el maestro Bataillon compartiera la Presidencia del Congreso, lo que, por supuesto, fue aceptado inmediatamente, por  aclamación, teniendo en  cuenta las altas calidades intelectuales del notable americanista.

            La presencia de Bataillon en el Perú, sobre todo en 1951, despertó en él vivo interés por los temas históricos relacionados con nuestro país. Este es un asunto que bien merece ser tratado con mayor atención pero que, por razón de tiempo, dejo para otra oportunidad. Nuestro destacado historiador Guillermo Lohmann Villena, se refiere al caso en reciente estudio titulado “Marcel Bataillon y las guerras civiles en el Perú”. Bataillon como peruanista ha escrito numerosos trabajos. Uno de ellos sobre Gutiérrez de Santa Clara, el “gigante con pies de barro”, como lo llama Lohmann Villena, en el cual Bataillon ofrece una nueva interpretación sobre dicho autor y su crónica, además de considerarlo mestizo mexicano. En otro valioso trabajo se ocupa del conquistador Rodrigo de Lozano, “un cronista peruano recuperado”, al que rescata como autor de una Relación y acaso también de una crónica perdida sobre acontecimientos trascendentales en los momentos definitivos de la conquista y de las guerras civiles entre los conquistadores. También ha investigado acerca de Alonso Carrió de la Vandera, el verdadero autor del Lazarillo de Ciegos Caminantes, al que Bataillon se refiere en una carta que recibí de él.

 

            Rodrigo Lozano estuvo entre los primeros conquistadores del Perú. Fue uno de los que participaron en la fundación de San Miguel de Piura y también de los primeros pobladores de la peruana ciudad de Trujillo. En esta ciudad construyó casa al estilo de España, cultivó la tierra con productos traídos del viejo mundo, vivió holgadamente con su esposa y sus cuatro hijos y fue Alcalde y Regidor perpetuo de la misma ciudad. Pero antes había participado en la conquista de Nicaragua y en la de Guatemala a las órdenes de Francisco Hernández de Córdoba. Posteriormente se enroló en la tropa de Hernando de Soto que vino desde Panamá para reunirse con Francisco Pizarro e intervenir en la conquista del Perú. Su actuación como soldado de la conquista no fue relevante y más bien podría estimársele como un buen vecino de Trujillo, vinculado al medio social formado por los primeros españoles.

 

            Sin embargo, de acuerdo con Raúl Porras, Rafael Loredo y, principalmente, con Bataillon, podría ser considerado como el autor de una Relación sobre las guerras civiles, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, la misma que Bataillon ha analizado junto con otros documentos. El texto de París es, en realidad, una versión de la que hay en el Archivo de Indias, existiendo además dos copias (una de una tercera versión) en la Academia de la Historia de Madrid. Es muy importante la Relación, cualquiera que sea la versión y las deficiencias que pueda tener por haber sido utilizada simultáneamente por los cronistas Gómara y Zárate en los capítulos dedicados a las guerras civiles. Los historiadores han aceptado la tesis del investigador Bataillon sobre las autoría de Lozano respecto a la mencionada Relación, no obstante lo cual para algunos estudiosos subsisten ciertas incógnitas que despejar. La personalidad de Rodrigo Lozano no poseería las aptitudes para el oficio de cronista, y mucho menos calidades para atribuirle otras virtudes. En las informaciones de servicios que se conocen se mencionan como méritos sobresaliente una actuación de Lozano en el caso de una guazabara habida en Guatemala contra un grupo de indios que puso en aprietos a los españoles. En esa ocasión Rodrigo Lozano, demostrando inusitada valentía, según declaran algunos testigos, entró contra los indios “con su espada y adarga”  matando e hiriendo a muchos de ellos hasta que, con el apoyo de otros compañeros fueron desbaratados alcanzándose así la victoria. Se hace hincapié acerca de que, en los momentos más difíciles, fue su intrepidez y el aliento que infundió en los demás conquistadores el que determinó aquel resultado. No se precisa otro hecho de armas similar y, en todo caso, habría mostrado pusilanimidad y falta de coraje en momentos cruciales de la conquista como ocurrió durante el levantamiento de 1536 que llegó a las puertas de Lima y amenazó otras ciudades del Perú, entre ellas Trujillo, que Lozano abandonó yéndose a Panamá con su familia.

 

            No me parece oportuno entrar en otros detalles sobre el particular, únicamente deseo agregar que por los estudios de Bataillon se habría rescatado la calidad de cronista del vecino de Trujillo, mientras no se echen nuevas luces al respecto. El ilustre académico francés dice, como conclusión, que Lozano nos ha legado una imagen del Perú en el momento en que irrumpieron los españoles en nuestro territorio así como de los primeros y decisivos quince años del choque entre las dos civilizaciones. Para él, Rodrigo Lozano debería ser considerado en calidad de “cronista menor” y como autor de la Relación, antes mencionada. “Es, dice, un Cieza de León a nivel más modesto, un tanto más ‘criollo’, o en todo caso más ‘peruano’ que él”. Bataillon dio a conocer sus investigaciones sobre Lozano en una conferencia que ofreció en el Instituto de Altos Estudios de la América Latina, París, el 9  de febrero de 1960. Tengo en mi poder una copia, en francés, de dicha conferencia con algunos correcciones de puño y letra del autor.

 

            Otro estudio importante de Bataillon vinculado al Perú es el dedicado a Concolorcorvo y su Itinerario de Buenos Aires a Lima, más conocido como El lazarillo de ciegos caminantes. En este trabajo, que fue publicado en “Cuadernos Americanos”, México 1960, y al año siguiente - en francés - en la Colección UNESCO de obras representativas, Serie Ibero-Americana, Bataillon fija definitivamente como autor de la obra a Alonso Carrió de la Vandera. En la carta personal de fecha 1° de setiembre de 1961 me dice lo siguiente: “Fíjese en las notas de las páginas 8-9 de mi introducción a Concolorcorvo. Bien claro está lo que pasó. Saint-Lu descubrió el documento clave, animado por mí  a buscarlo. Ni él ni yo pedimos secreto a nadie acerca del hallazgo mientras se publicase mi trabajo. Así es como el Sr. Real Diaz redescubrió el documento sin sentirse obligado a decir que ya estaba descubierto”. Debo explicar que durante mucho tiempo se dudó sobre el verdadero autor de Lazarillo, es decir, el personaje que se escondía bajo el seudónimo de Concolorcorvo. El documento citado por Bataillon aclaró de manera definitiva el enigma al confirmar que el autor fue don Alonso Carrió de la Vandera, que nació el 3 de julio de 1715 en Jijón, Asturias, hijo legítimo de Justo Carrió de la Vandera  y de Teresa Carreño Argüelles. Sobre este “escritor por accidente”, como lo llama Bataillon, aporté varios documentos en el Coloquio de Toulouse de 1965 sobre su vida en el Perú hasta su muerte.

 

            Para concluir, me permito señalar que en París estreché mi amistad con el maestro Bataillon y podría revelar algunos aspectos de su admirable personalidad y de su inmensa e inagotable labor intelectual. Empero solamente me limitaré a decir que tuve la suerte de participar junto a él y otros destacados profesores en el Coloquio de Toulouse sobre Literatura e Historia del Perú, efectuado en noviembre del año indicado. Marcel Bataillon fue la figura más representativa, junto al doctor Aurelio Miró Quesada, con quien alternó la presidencia de ese importantísimo evento cultural. Recuerdo bien, y con gratitud, que participé en algunos debates y mis intervenciones recibieron siempre el respaldo del maestro francés, como lo debe recordar Miguel Maticorena, aquí presente, y consta muy brevemente en las Actas del Coloquio que fueron publicadas por la Universidad de Toulouse en la Revista “Caravelle” de 1966. Fue una magnífica oportunidad que aproveché con singular interés para conocer mejor al notable académico, a quien hoy rindo mi sincero homenaje de aprecio y admiración por su fecunda y elevada obra intelectual.


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