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"La poesía es luz, pero es también el espejo de la sombra y la resonancia del hedor..."

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    De: "Dispersión de cuervos" / Hipocampo Editores, 1999.

  K

 

Erase un buitre que me picoteaba

Los pies -Franz. Jus, cúbreme: haz

De mi sangre una flor, un geranio atado

A mi saco sucio, sé mi luz. El jaibit

Mi corteza. Palabra cayendo: y la ciudad

Se movía en mareas y remolinos, mientras

Del asfalto brotaban apio y aceite. No soy

Pirámide -en desierto o meseta, el viento

No se apiadará de mí: caparazón, insecto

Gigante, "Gregorio, Gregorio ¿qué pasa?"

Sólo rueda el mundo, un escarabajo detrás:

Nada acontece -todo en orden; arden mis

Pies. En un lago las ranas cantaban y

Jugaban -Juan Ruiz, pescozudo y velludo

Trae un fusil, suéltalo, Yo me voy hasta

El despeñadero: se desmorona la montaña;

Corpses are set to banquet. El cielo en

Esta parte del universo es de hojalata;

Espejo turbio: Sayum. Cró, cró! y el agua

Se entrevera en las totoras. J'écoute les

Appels d'un monde quise noie, ¿quién se

Atreve a amar la carroña que nos envuelve?

¡Franz, Franz, no hace falta: el buitre

Se ha suicidado en mi garganta!

 

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Gaggraina

 

Como el moco que baja y sube y vuelve a bajar

formando un beso en los labios del infante,

caen los sueños y las sombra caen:

fuego de los dioses en erupciones cutáneas/

sursum corda: y en las cañerías de la urbe

navega un odio salitroso e impenitente. Este

es mi rito de iniciación: el insulso

placer de los muertos,

la reverencia monástica al pecado original

cuando el aroma encendido del romero excita

la paz de los amantes -ramas de perejil

sobre el mantel de la mesa litúrgica y, vaya, qué

ocurrencia la de amarse a regañadientes y ser

el ideal del pantano (anfibia emoción de

la lujuria: un nudo en la humedad mag-

nética de los genitales). El riguroso retrato

de la hora maldita fue el cielo desprendido

como pus de los testículos/ el mediodía hediondo

e indigesto, cómplice del apetito inútil: la

verdura servida y el buey desollado cuelga de

un gancho herrumbroso asido a una

nube de desperdicios celestes; la cara oculta

de mi luna fragua una sonrisa leporina

y encontré que la ulceración luética alienta la

caridad de la náusea en el cáliz ortigoso del poder.

(Soy tu bondad y el zigzag de tu rayo,

tu mala fe o las piedras que conducen

a tu infierno). Y aunque es cruda con-

versión del sueño, asumo que la carcajada

es la rigurosa respuesta a la cobardía

que sabe a chirimoyas aplastadas en el botadero.

(¿Qué es el camino sin el andar?)

Ah, la ígnea imagen del deseo resplandece

en el esputo y el asfalto es el espejo plantar

del marasmo; un crimen lírico traiciona el

sosiego del policía infeliz, Argos lame

la épica ternura (cien ojos parpadean

ante el petardo apocalíptico). El rencor encajonado

y la pezuña alimentan el vaho viscoso

que en espiral perfora nuestra simple atmósfera y

el ruido que es una nuez

en la piel del silencio, el desprecio de la calma.

Y la criatura juega indiferente a la rutina del moco/

la gangrena exige la amputación del itinerario.

Mis pasos serán sucesión confusa y lánguida

de guijarros y pétalos de dalia

y este beso la canción rugosa y salobre del amor.  

 

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La balada de ber.

                                           (Para Edna)

Caen hojas: otoño en forma de ocho echado.

Oh vida/ somos todo y nada; este amor un

tormento: el descontrol cuasi sicótico de esfínteres

y allí se decreta el diluvio casi universal. Yo

soñé una presencia luminosa

no hedionda, no hedionda (en una palabra

o tan sólo en un parpadeo)

y fueron despedazándose de a poquitos

las propuestas de paz, los gestos de amor

y hasta las pastillas anticonceptivas mientras

el dolor de cabeza descrito como un volcán

desleíase gota a gota sobre los hombros. Acá

aparece el sonido de la hojarasca: canción

tarareada y el susto de las piedras esconde

su convulsión en una lagartija con la cola

seccionada, oh vida/ Y se descuelga un sueño

como vómito por las laderas del Ararat

y brilla la saliva. Recuerdas aquella época

en que aún había futuro? Teníamos una mirada

siempre nueva, no hedionda, no hedionda;

acaso un accesorio adicional: carcajada púber/

cascabel atado al techo y dime si no es una rosa

o flor de naranjo el resplandor de tu memoria.

Oh vida/ coge palos y esteras, construye el arca:

perros, ratas, cucarachas y pulgas;

sobrevivencia pedregosa y coliformes fecales.

Y me atrevo a cantar cuando la noche se esparce,

el eco repite mi voz de fruta seca...seca...seca...

desconfío entonces del infinito

y me apego más a mi sombra: un ocho echado

y sobre una ola de arena

flotan las hojas sin razón de ser.

 

Infusión de borraja

 

Como de sollozos el oquedal, la hoja en blanco

se cubre de sangre sin pétalos que

colmen sus emociones sesgadas: un lamento

como susurro/ un susurro como lamento cuando

llegué a seducir a mi propia sombra (recoge

tu bagaje y emprende el viaje hacia

el horizonte como saeta o desvarío) en una

escabrosa manera de asumir la

culpa de la ponzoña. En el

poema humedecido por la ciénaga

se retrató el rostro atiborrado de pústulas,

abandonado en la hora inútil de la queda;

las imágenes tasajeadas fueron luego es-

parcidas como iridiscentes convulsiones de metralla:

croar de ranas en una imprecisa trinchera

acústica y transparente (la humedad inguinal

adquiere el olor del celo canino/

los perros ladran, Sancho y la rosa abre sus pétalos

en un saludo angustioso a la

incoherente solidaridad fúnebre de

la espina y el pecho escarlata del ruiseñor.)

Es mi pesar que se clava en el roquedal de los extramuros.

Y el latido se escamotea en

los renglones intrincados de la geografía, bus-

cando una explicación al escozor de la ortiga proba-

blemente sádica y sin duda pía (quedamos

insatisfechos y desnudos

y nuestras palabras produjeron burbujas

en la cavidad estomacal de la historia/

la ansiedad soluble de los genitales estrujados

apacienta en la belleza yugulada de la gangrena,

junto al follaje que nos guarece).

¿Viste que mi viaje no es más que un desplazamiento

cansino del índice sobre la hoja en blanco?

Y es la hora de polinizar nuestras narices,

a ver si el estornudo ecuménico

dispersa la peste de los cuervos mientras la sangre

palidece en una infusión de borraja.

   

 

Crápula vomitiva

 

Y el resplandor tendrá

su tercer día ahora o en la hora del desgarramiento.

Una cucaracha recorre mi frente.

Fui raíz asida al pavimento y un hongo sigue grabado

en nuestros ojos: mutilación genital, arquitectura de

papel picado, alambrada de púas ardiente/

ven a mí, flor de pétalos herrumbrosos:

tengo las vísceras desparramadas,

el hedor que exhala la alegría infecta de mi laberinto es

el testimonio de la edad que me envuelve como camisa de fuerza.

¿Ves el lago sobre el que floto?: sangre menstrual,

diarrea famélica, orín y, mira hacia allá, hay un ruido en la basura

y acá un silencio reptante: ratas y lagartijas sugieren

un paisaje voraz para almorzar a la hora del poema.

Pero yo no sé qué es el resplandor: sólo rueda el mundo,

infantes en pedazos disparados contra el espejo como

un eco pecaminoso y el sol no es más que una moneda.

Un buitre emerge de mi garganta/  

 

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