Los cuervos de Alvarez
Después de 24 años de silencio, el
poeta pallasquino de las canteras de Hora Zero, Bernardo Rafael
Alvarez, vuelve a la tribuna poética. Sin pérdida de tiempo, esta
noche presenta su reciente libro Dispersión de cuervos, un conjunto
de veintidós poemas.
................................................................................................................................................................................
Bernardo Rafael Alvarez publicó
anteriormente el poemario Aproximaciones & conversaciones, así
como en revistas literarias de los años 70. Su poesía, en muchos
casos agresiva y descarnada, contiene mucho de la violencia
cotidiana. No es la voz calmada de un poeta de universos celestes,
sino, digámoslo así, una especie de graznido humano y salvaje, por
eso muchas veces desordenado, que busca retratarnos por dentro y por
fuera.
Diario La República (Página
Cultural), Lima, 26 de mayo de 1999.
El crimen lírico de Bernardo
Álvarez
Tulio Mora
Miembro del Movimiento Hora Zero,
Bernardo Álvarez (Pallasca, 1954), publicó hace 25 años,
"Aproximaciones & conversaciones", dominado aún por
el discurso urbano con una prédica ideológica ahora extraviada.
Con "Dispersión de cuervos", su segundo libro, alude,
desde el cuadro de Van Gogh donde negras parvadas presagiosas
revuelan en un campo de trigo, a una época en que la violencia
externa se traduce en una escritura del cuerpo. Cuervos, trigales:
el escenario rural en el que Álvarez transcribe con un gran sentido
renovado.
El el primer poema del impresionante
libro de Bernardo Álvarez, "Dispersión de cuervos"
(Hipocampo Editores, 60pp, con ilustraciones de Carlos Ostolaza), K
(Kafka), nos encontramos con Prometeo picoteado por un buitre, no en
el hígado sino en los pies. El robador de la luz divina es al mismo
tiempo el dios egipcio de la sombra, Jus, o tal vez, Juan Hus, y
Kafka en el tránsito de convertir a Gregorio Samsa en escarabajo.
En el escenario urbano, del que brotan "apio y aceite",
Prometeo descubre que "el viento no se apiadará de mí:
caparazón, insecto gigante".
El mundo se ha convertido en
excremento que rueda a voluntad del escarabajo kafkiano, donde
"nada acontece". Prometeo, luego Jus, luego escarabajo,
luego pirámide, luego Gregorio Samsa, se transforma en Hamlet en su
célebre franz: "corpses are set to banquet": "los
cadáveres se preparan para el banquete"". La ciudad tiene
"un cielo de hojalata", es un "espejo turbio" en
el que resuenan el viento y las ranas "y el agua se entrevera
en las totoras". Allí resuena también Raymond Roussell:
"Yo escucho los llamados de un mundo que se niega". "¿Quién
se atreve a amar la carroña que nos envuelve?", se pregunta
Hamlet, pero quien responde al final del poema es Prometeo: "¡Franz,
Franz, no hace falta: el buitre/ se ha suicidado en mi
garganta!".
Desde el primer poema Alvarez nos
instala pues en un mundo deconstruido, múltiple, omnivoraz. Su
constante referencia al exterior nos hace suponer que el sufridor de
los rigores históricos tiene una relación implícita con ella,
pero el mundo no se ha invertido simétricamente, como en el
Pachakuti andino, sino que se ha promiscuido, es una evacuación (un
excremento) de representaciones del mismo nivel; seres humanos,
insectos, escenarios se han convertido en uno solo mostrando en esa
unidad los fragmentos espantosos de su origen inicial. La historia
trágica de Occidente -desde Prometeo a Kafka- se sufre en un pueblo
del Perú.
A partir de esta aproximación a un
libro esquivo, inasible, podemos intentar capturar parte de lo que
ha pretendido Álvarez: la puesta en escena de un cuerpo sometido a
las pulsiones sociohistóricas. Esta poética del cuerpo (del bajo
cuerpo, de sus "vilezas") tiene como referentes claves a
Antonin Artaud y a César Vallejo: la reducción del mundo al
universo de una personal fisiología que colisiona abiertamente con
la estética noble dominante: la que instaura el sentido de la
belleza corporal y moral (la inteligencia y el corazón); a su vez
es el discurso individual (microdiscurso) que se opone al discurso
del poder (el macrodiscurso), en el que la historia no pasa
por la memoria individual, sino por la representación histórica de
lo colectivo que encarna precisamente el poder: "encontré que
la ulceración luética alienta la/ caridad y la náusea en el cáliz
ortigoso del poder" (Gaggraina).
Mocos, escupitajos, semen: el yo que
se manifiesta a través de una escritura violentada. No hay más poética
que la evacuación porque, como la ciudad, la pudrición es todo el
arte que podemos expresar. Con un futuro "garabateado y sin
eje" ("Desayuno en el parque"), Noé construye un
arca de estera y palos en un pueblo joven, donde conviven perros,
ratas, cucarachas y pulgas con coliformes fecales. El ocho echado
del infinito, nuestra voluntad de trascendencia, son hojas sin razón
de ser.
Esta crispación y humor macabro de
Álvarez -en ningún momento renuncia a ordenar sus referentes
textuales- es una "máquina salvaje", según la definición
de Félix Guattari y Gilles Deleuze, que funda su estética en
la hediondez. El poeta: segregador de una palabra (
que es simultáneamente vida y pecado) "omnívora alimentándose
como caníbal".
Parafraseando a Barthes agregaremos
que las referencias de esta poética se hallan al nivel de una
biología que sólo puede transmitir balbuceos, fracturas semánticas,
neologismos y fragmentaciones de la unidad como respuesta a su
entorno. Álvarez lo ha logrado plenamente en "Dispersión de
cuervos", dejándonos un descarnado ejemplo de la poética
horazeriana y uno de los mejores libros de este año.
Diario CAMBIO, Lima 30 de
Mayo de 1999
APELANDO
A LA DESRREALIZACION
Willy
Gómez Migliaro
Es
difícil sacar noticias de un
poema
Pero
los hombres todos los días mueren miserablemente
Por
no tener aquello que tienen los poemas
WILLIAM
CARLOS WILLIAMS
Bernardo
Álvarez es un poeta que ha engendrado oscuro las imágenes de su
obra.
Como
poeta es una empresa del sueño y ya no querrá, y ya no deseará
–como alguna vez me lo dijo- verificar su producción, su hechizo
fresco y sórdido de la imaginación, sino que elevará la voz de
este Canto, por esta experiencia o percepción, que desde su
inexorable desierto, nos dice que el cambio existe. Su sensibilidad,
fuera de su vida interior nos muestra un sentimiento cruel y real. Y
ahí está el silencioso K que no domina los problemas, sino que
deja que estos sean animales que se suicidan en su garganta; ahí
está Gaggraina en la intemperie, el Desayuno en el Jardín y los
desastres de una noche pasada en irónico desvarío en la Musa
teatral.
La
esencia de Dispersión de cuervos nos lleva a la expansión
del drama de un país que es el nuestro, viejo, hipocondríaco y
oscuro.
El
poeta, el mundo y su ausencia es un Canto que culmina en hermosa
forma. Solo se está unido al mundo exterior por la pasión, y
Bernardo lo sabe no porque la vida y la muerte sea su respuesta. El
demonio, cuando reconoce a su hermano es voluntad y creación, y esa
indomable criatura, entonces, intransigente, ácrata, obstinada sabe
que debe destruir y ser destruida para renacer.
Nadie
se escapa para pretender estar al margen. La esencia de Bernardo es
el asombro de un hombre que idealiza su país. El resplandor de las
calles rinde testimonio ahora a su elegido, adicto entre dos tierras
donde es viva pasión.
A la
par de lo real, lo in-forme interesa siempre a Bernardo. No en vano
ha leído los Cantos de Maldoror, a los poetas del sonambulismo, del
hipnotismo, de la sugestión, del magnetismo animal. No en vano huyó
con su mujer para descubrir el secreto cosmos de Canto Grande. No,
lo vulgar no le repugna, no le asusta, es demasiado duro para tan
poca cosa. Es la exaltación de su mundo interior lo que lo ha convertido en ardiente sombra, en fabulosa luz.
Bernardo
Álvarez ha escrito nuestras heridas, y no por nosotros; ya que,
como dice el cínico Ciorán, “El amor por los demás es una
enfermedad tonificante y, al mismo tiempo, extraña, porque no se
apoya en ningún elemento de la realidad”. Y es degradante en mi
opinión, y cuánto lo sabe Bernardo cuando el hombre no escribe
sino su soledad.
San
Martín de Porres
Invierno
del ‘99
Yo escucho los nombres de un mundo negado: Bernardo
Alvarez en dispersión de cuervos
Rosina Valcárcel
26 de mayo. Instituto Raúl Porras Barrenechea de
la UNMSM: Bernardo Alvarez (Pallasca, 1954), chibolito en 5º de
primaria el 66, traza su 1er. texto-loa a Andrés Gabancho, héroe
popular que lucha en la Guerra del Pacífico: el desahueve de
Gabancho a los chilenos. Pero, es a partir del 69, al cursar
3ero. de media cuando crea. Los escritores que lo marcan son César
Vallejo, Franz Kafka, Antonin Artaud, Eugenio Ionesco, Samuel
Beckett...Hace 25 años publica Aproximaciones y conversaciones. El
95 entre los sueños, el arte, la anarquía y el Queirolo conozco a
Bernardo, amigo de J. Ramírez Ruiz, R- Santibáñez, C. Jallo, W. Gómez
y Zorba. Ahí en la revista Killka Blues leo el poema
"Maala". Descubro que ama el huayno ancashino y ayacuchano
y "Yestaerday". No se alejan de su corazón ni de su
memoria los files El Dr. Zhivago, Gritos y susurros y La lista de
Schindler, acaso por su romanticismo auscultación del dolor y
denuncia contra el fascismo. Para Alvarez: "el mundo es bello,
pero no es gracioso. Y el panorama artístico actual es extenso pero
no intenso; complaciente pero inocente". Su segundo libro,
Dispersión de cuervos, con bella portada e ilustraciones de
Carlos Ostolaza, se inicia con el texto "K", una suerte de
síntesis de deidades y personajes trágicos de la cultura
occidental, insinuando matices alegóricos (y algo épicos),
condensando un estilo fustigante, sarcástico y contundente. Alvarez
nos presenta al español Juan Ruiz y usa, a toda luz, símbolos de
la metamorfosis de Kafka y de Los cuervos de Van Gogh, llevado al
cine por el gran Kurosawa. El tercer poema "Un caballo
cae" -dedicado a Ostolaza- está construido con alusiones y
contrastes de colores como la visita de Chagall, la de animales míticos
y la de la pestilencia de la urbe; no obstante el poeta visionario
insta proseguir. En "Muelle de pescadores" se percibe un cálido
tejido de evocaciones, donde el amor -en las figuras de la paloma y
el león- se eleva, descollando ante un grupo de trabajadores y un
paisaje putrefacto, mas, a pesar de todo, humanamente hermoso. En la
obra hay rupturas semánticas, historias-retratos-autorretratos
urbanos algo tragicómicos, a veces inspirados en desencuentros
generados no tanto por la migración sino por las múltiples
idiosincrasias, aspiraciones, frustraciones y conflictos propios de
una sociedad desigual. Al inicio Bernardo se halla cerca al grupo
Hora Zero, empero -como confiesa el mismo autor- Dispersión de
cuervos está algo distante de la propuesta horazseriana. El empleo
de una violencia escritural, de un sentimiento del absurdo y de un
humor negro casi macabro-maldito, como respuesta a la sociedad
capitalista-alienada, nos remite al lenguaje surrealista del francés
Antonin Artaud y al del experimental peruano Pablo Guevara. Por la
tensión dramática e irónica de esta asombrosa poesía, confiamos
en los logros que -desde nuestra patria- Alvarez seguirá aportando
para que pueda voltearse un poco este mundo al revés.
Diario La República, 5 de
Junio de 1999
A solas con Marco Aurelio
“Se ha
publicado el poemario
de Bernardo Rafael Álvarez, titulado “Dispersión de cuervos”.
“Dispersión de cuervos”, de Bernardo Rafael Álvarez.
Comentando
este poemario, Tulio Mora escribe lo siguiente: “Complicadas
fracturas semánticas, neologismos y fragmentaciones de la unidad
que le dan a su discurso una voluntad experimental y vanguardista,
la última vanguardia del siglo. Libro de escabroso cantar y de las
evacuaciones del cuerpo que sin embargo confía en derrotar las
miserias del tiempo: “Sin duda –dice el propio autor, esto es,
el poeta Álvarez- los poetas se mueren de hambre / pero los poetas
viven / incluso más allá de sus pasos.”
Si
tuviese que caracterizar este poemario de Álvarez, entonces diría
que es poesía viral y arrebatada. Esto último es fácilmente
comprensible: digo arrebatada porque es poesía impetuosa,
inconsiderada y violenta. Lo otro, lo de viral, sí necesita
explicación.
Por
qué digo viral. Fíjense, en Latín la palabra virus, que los
latinos pronunciaban “uirus”, tenía cuatro significados. En
realidad tenía cinco significados. Pero en esta ocasión el quinto
significado no nos concierne, porque esa acepción era la de filtro,
droga, poción; eso también significaba virus en Latín. Pero
dejemos de lado esa acepción y circunscribámonos a las otras
cuatro. En primer lugar, virus significaba
humor o jugo natural, generalmente espeso y viscoso, por
ejemplo la baba del caracol, el semen de los animales, el humor
espeso y pegajoso que segregan las membranas mucosas, especialmente
el humor que fluye por los orificios nasales. En segundo lugar,
virus significaba pestilencia o hediondez, fetidez, olor ofensivo,
por ejemplo el aliento leonino, del cual dice Plinio, y con razón,
que era uirus graue, animae leonis, virus grave; el aliento
del león es pestífero, es fétido. Eso decía Plinio y con mucha
razón, repito, dela liento leonino: que era uirus graue. La
tercera acepción de virus era veneno, ponzoña, tósigo. Entiendo
que de esta acepción se deriva la primera acepción que tiene la
palabra virus en nuestro idioma, a saber: podre, humor maligno,
podre o podredumbre, o sea putrefacción; también pus, porque esa
es la segunda acepción de podre.
Vallejo
en toda su obra poética usa una sola vez la palabra virus y, por
cierto, no la usa para denotar el agente patógeno, ultramicroscópico
y filtrable que ocasiona tantísimas enfermedades y todas ellas muy
graves, como la poliomielitis, el SIDA y tantas otras. Vallejo usa
la palabra virus en este sentido, que es el primer sentido
que registra el diccionario: en el sentido de podre, de
humor maligno. Ese uso consta en el poema “Ascuas” de César
Vallejo, que forma parte de “Los heraldos...”
Bueno.
Esto de podre, podredumbre, putrefacción, pus, todo esto es
venenoso, si por veneno entendemos –lato sensu, no strictu
sensu- todo aquello que sea nocivo a la salud. Por ejemplo la
putrefacción o el humor maligno que llamamos pus. Dicho sea de
paso, o dicho interparentéticamente, entre nosotros todos decimos
la pus y no, como quiere la Academia, el pus. Sería conveniente que
más adelante la docta corporación matritense reconozca el carácter
ambiguo de este sustantivo, es decir, reconozca que se puede usar
como masculino o como femenino, así como ocurre con calor o con
mar; es lo mismo decir el mar o la mar; es lo mismo, ¿no?. También
debería ser lícito que digamos o que podamos decir la pus y el
pus. Pero, repito, aquí entre nosotros todo el mundo dice la pus.
El mismo Álvarez, que usa varias veces esta palabra, dice la y no
el, porque ese es el uso entre nosotros. Nadie dice el pus. Y,
bueno, virus finalmente significaba sabor malo o desagradable,
amargor, sabor acre.
Como
ustedes comprenderán fácilmente, ninguna de estas cuatro
acepciones es halagüeña; todas son desagradables, contrarias y
negativas. Lo viral era para los latinos lo baboso, lo apestoso, lo
venenoso y lo maloliente. Resumiendo: lo baboso, lo apestoso y lo de
mal sabor. Todo que, por cierto, desplaza, disgusta y desazona. En
una palabra: asquea.
Ahora,
¿es dable componer versos acerca de lo asqueante? Yo me pregunto:
¿son realidades poetizables lo excretorio, lo evacuatorio y lo
viral? Creo que no lo son. Pero será mejor que cada cual juzgue por
sí propio. En materia poética nadie es depositario de la verdad y
yo menos.
..................................................................................................................................................
A
mi juicio, Bernardo Rafael Álvarez tiene inspiración fogosa y
arrebatada, tiene furor y entusiasmo. Es buen poeta.”
Cable Mágico Cultural, 15 de
Junio de 1999
Dispersión de cuervos: la poética del
desenfado
David Abanto
Lo inquietante de este poemario es el extraño
equilibrio entre libertad expresiva que encontramos en cada uno de
los textos y la concentración del poeta. La tensa unión de ambos
aspectos, gracias al desenfadado estilo, logrado por una persistente
y rigurosa lucha con el idioma dispersa en todas direcciones
versos de gran intensidad y todo calibre. Imágenes que nos
recuerdan que no basta el verbo encarnado para reconocer nuestros límites,
aparecen a diestra y siniestra para espetarnos algo. A través de
emociones, sensaciones, descripciones de caminos rugosos,
afirmaciones y negaciones, insinuaciones adheridas al rumor de las
palabras que se nutren de una libérrima apropiación del discurso
de la Biblia al de F. Nietzsche, de la tradición inaugurada por los
poemas épicos a los poemas vanguardistas; explorando y explotando
una potencialidad conducente a la necesidad de brincar al laberinto
y la confusión del orden existente, para vivir y morir como
testimonio fugaz, despiadado y fragmentado de un tiempo análogo.
Buceando en una cotidianidad vivida intensamente
en la que el paso del tiempo, el quiebre de emociones y la ruptura
de convenciones, son anotados por Bernardo Rafael Alvarez con una
mirada de impudicia e irreverencia rigurosa por momentos, con un áspero
ritual cuya insolencia frente a lo ordinario alcanza un hondo sentir
de experiencia que se disgrega de modo discontinuo y casi esquizofrénico.
Esto nos conduce a señalar, a nuestro juicio, un
riesgo potencial muy propio de nuestro tiempo, plagado de caóticas
y torrentosas sensaciones: privilegiar la continuidad y el fluir de
las imágenes y palabras engarzadas de modo contingente a la
inteligibilidad del discurso poético. Riesgo, en tanto se presenta
la sensación de falta de unidad y coherencia (quizá no buscado).
Potencial, en tanto la vitalidad de la imaginación fulgurante y el
aliento esencial del poeta, nos convoca a llevar, en nuestra lectura
compulsiva, la vertiginosa calma en pos de la belleza misteriosa del
interior de nuestra individualizada, mercantilizada, industrializada
y globalizada civilización.
A partir de los espacios presentados, incluso más
allá de las palabras que los nombran, Bernardo Rafael Alvarez ha
logrado aproximarnos en una estupenda tentativa a zonas periféricas
y marginales de nuestra escena contemporánea, sin caer en discursos
tendenciosos, abigarrados de retratos y cuadros consensuados como
estereotipo de posmodernidad.
En suma, un poemario seductor de por sí,
incitante, caótico, violento que nos muestra a un creador cuyo
oficio nos brinda instantes continuos y desbordantes de
impetuosa poesía. Y afirma, a pesar de sus asperezas onanistas.
(Revista Hipocampo de oro, Nº
2, Lima, 1999)
|