Cosas de aire: ideas, creencias rápidas,
repetidas en voz alta a lo largo de los días pero soñadas en las
noches. Esas cosas que adquieren mejor consistencia en ese momento intermedio
cuando ni se duerme ni se despierta. Las cosas que se vuelven canciones, mitos,
imprecisiones obstinadas, leyendas, poemas del asombro, cuentos que se
contradicen o se complementan y uno que otro intento de hipótesis
científica, igualmente discutible, por supuesto.
Juntas, estas nueve por nueve cosas
inciertas que se dicen de Mogador nos muestran, tal vez, un tipo de verdad:
explican cómo y cuánto ha crecido en los sueños y en la
vigilia de quienes la conocen o la intuyen, esa ciudad sonámbula,
conocida como “la ciudad el deseo”, sólidamente afincada ya
en más de un cuerpo. Deja que algunas de estas “cosas”
crezcan y palpiten en el tuyo. Que en ti se multipliquen como lo hacen en
Mogador.
Dicen que estas cosas son como
semillas inquietas: frutos desconocidos que embrujan los paladares,
raíces obstinadas y rizomas rebeldes, son como piedras sedientas de un
río seco, son peces dormidos a contracorriente pero que siguen
avanzando, aves que anidan y vuelan muy cerca de las olas, son brillo viajero
de astros desparecidos en otras eras, ecos graves de ecos agudos, profundos
quejidos de amantes, antiguas y nuevas avalanchas, huellas en la arena que el
viento pisa y pisa hasta perderlas, imágenes contadas por testigos
apasionados pero sabiamente llenos de dudas, son los ruidos del sexo de las cosas
que crecen hasta ser murmullos y se van articulando hasta convertirse en
rumores: son palabras, estas palabras.
1. Dicen que Mogador no existe, que la llevamos dentro.
2. Pero otros dicen que sí existe y que, justamente, la llevamos dentro.
3. Otros, con apariencia de saber mucho más, lo cual ya crea cierta desconfianza, afirman que Mogador existe también sobre la costa atlántica del norte de África, disfrazada sólo desde hace algunas décadas bajo el nombre de Essaouira: la bien trazada, la de las murallas pequeñas.
4. Dicen que desde antes de verla desde el mar (con sus murallas resplandecientes: picoteadas del brillo de la sal), uno la reconoce inmediatamente a flor de piel, que es una ciudad que nos toca. A veces con cierta brusquedad sobre todos los sentidos, pero casi siempre con fuerza delicada. Y ese golpe de asombro pega luego tanto en los ojos como en el resto del cuerpo. No más y no menos fuerte.
5. Dicen que al mirarla uno no puede evitar apasionarse por ella y de paso enamorarse con terrible fijeza de quien se tenga cerca. Que las parejas surgidas frente a ella nunca pueden separarse.
6. Pero otros dicen que sólo pueden verla, a lo lejos, quienes previamente estén enamorados o al menos sientan que la urgencia de un deseo los desborda.
7. Que según los cálculos de los más antiguos astrónomos locales, el sol desacelera su paso cuando está sobre Mogador permaneciendo unos instantes más que en cualquier otro lugar del planeta y por eso aquí el tiempo se mide de una manera demorada, y las cosas parecen diferentes, puestas con cierta dolorosa intensidad en el mundo.
8. Que el tiempo en Mogador, por correr distinto a la sombra o al sol, y aún con mayor diferencia de día o de noche, nos permite encontrar ancianos muy infantiles y bebés muy sabios; amantes minuciosos que logran acariciar profunda y efectivamente a cuerpos enteros en un parpadeo y besos que duran toda la vida de los enamorados.
9. Que el tiempo en Mogador es otra entrada al cuerpo: un sexo abierto y profundo, una noche larga y buena, un apetecible misterio. Una aparición.
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DE LA ESPIRAL
Y SUS CONSESUENCIAS
10. Tal vez quien lee esto contando los pasos de su mirada ya se habrá dado cuenta. Y tal vez lo sabía de antemano: que en Mogador nadie cuenta de diez en diez sino de nueve en nueve. Y aunque conocen el cero no lo ejercen con prisa, lo dejan pasar por delante en silencio. Les gusta el círculo incompleto, el que comienza de nuevo hacia adentro antes de cerrarse: la espiral, que es el dibujo original del nueve.
11. Dicen ahí que el amor y el deseo crecen y avanzan con más naturalidad en forma de espiral interminable, lenta, indecisa, que siempre comienza de nuevo; y no como la cima escalable con la cual se les representa con frecuencia en otras ciudades. La cúspide única, el climax, no goza de ningún prestigio en Mogador.
12. Que cuando la gente de Mogador habla, también lo hace en forma de espiral y de esa manera se acerca o se aleja de lo que quiere decir, muy lentamente y dándole la vuelta. Que de la misma manera avanzan los mogadorianos hacia las cosas y por eso han trazado sus calles reproduciendo ese recorrido espiral que ya está en su naturaleza.
13. Que al centro de la espiral está la plaza donde se entretejen todas las historias, todos los destinos, todas las religiones, todas las virtudes y todos los defectos, todos los amores y todos los deseos. Y ahí están incluso si nadie es capaz de reconocer completamente todo lo que no se ve, aunque todo eso viaje en el viento.
14.
Y como prueba de la existencia enroscada de lo
invisible, en la Plaza del Caracol, corazón palpitante de Mogador, a
ciertas horas reinan los remolinos.
15. Dicen que hasta en los procedimientos del comercio los habitantes de Mogador siguen esta regla concéntrica, no escrita, que todo lo vuelve lenta espiral. Y lo hacen también en la política, aparentemente indirecta y esquiva. Y hasta en las tácticas militares defensivas cuyo principio es aquí el de los castillos concéntricos.
16. Y por supuesto, en el amor de todo tipo reina la espiral. Nadie busca el orgasmo, esa desprestigiada cima, y por eso se le encuentra varias veces en cada viaje hacia un centro siempre lejano y, paradójicamente, siempre presente, alcanzado. Dicen que los mogadorianos hacen el amor pensando que recorren las calles de su ciudad. Y que nunca es igual su paseo concéntrico: siempre algo inusitado los sorprende. Es parte de la naturaleza de la espiral.
17. Que este procedimiento espiral incluye el amor a sus dioses. A los que se llega penetrando moradas que encierran nuevas moradas. Hacia las cuales nunca se debe avanzar en línea recta: es inútil. Y que a los dioses y a los amantes de Mogador se llega de manera similar: consumiéndose lentamente en los anillos de su fuego.
18. Paradójicamente, tal vez por la redondez de la tierra, los mogadorianos son reconocidos como muy buenos, incluso notables navegantes. Saben que en esta tierra llena de agua y aire y fuego la línea más directa entre dos puntos nunca es una recta.
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DE LA LUZ
19.
Que en Mogador las ventanas
devoran al aire con hambre desmesurada y adentro de las habitaciones ese aire
atragantado se convierte en luz.
20.
Que el placer en Mogador se
origina también, de manera minuciosa, en esa luz solar más lenta,
más honda, más suavemente subcutánea.
21. Que las ventanas devoran también toda la luz del sol que pueden atrapar y adentro de las casas se convierte en aire y circula como una densa ráfaga de viento tibio. Su presencia dorada calienta los rincones más obscuros.
22. Que el aire convertido en luz y el sol convertido en aire llenan las habitaciones con una especie de plenitud que no se conoce en ninguna otra parte. Y que el peso y el volumen de esa plenitud se miden en una sonrisa repentina de sus habitantes, inexplicable para los extranjeros.
23. Que luz, aire y plenitud depositan una y otra vez sus mareas en los cuerpos de los amantes. Por eso en Mogador se vuelve más profunda la línea que comienza al terminar la espalda y corre fugaz entre las piernas. Los pechos se levantan y las nalgas se endurecen cuando sopla el viento sobre las murallas, los testículos lucen más sus venas y los puvis todo el tiempo se despeinan.
24. Que la luz de las velas tiene fuerza de gravedad y las cosas de la casa giran a su alrededor si son demasiado ligeras. Y que por alguna razón que se desconoce giran en sentido contrario al de las manecillas del reloj. Que es la misma fuerza de gravedad la que hipnotiza a quienes por descuido ven una vela encendida y luego no pueden apartar de ella su mirada.
25. Que ahí las luciérnagas se confunden con ciertas ideas y con el deseo que brilla en los ojos de los marinos cuando llevan mucho tiempo sin estar en tierra.
26. Que el deseo en los ojos de las mujeres (cuando salen muy relajadas del baño público, del hammam) es parecido al brillo de la luna: ilumina toda desnudez con mayor calma pero con fuerza de gravedad más decidida.
27. Dicen que las ventanas de Mogador devoran también toda la luz de la luna. Pero hay quien asegura que esa es una falsa impresión y que son los ojos de las mujeres llenas de deseo quienes desde sus ventanas iluminan a la luna. De la misma manera que ellas depositan con su mirada ese tono de plata calentada por el cuerpo y ese tacto de filigrana sobre la piel de sus amantes.
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DE LA HISTORIA
28. Que la Historia de Mogador está escrita en las nubes, las cuales, como todos saben, son en esta ciudad el reflejo más fiel de lo que sienten los humanos y algunos otros animales.
29. Que a la Historia de Mogador se la lleva el viento. Por eso cuando la cuentan o la conservan de cualquier modo la llaman “recorte de nubes”.
30. Que el oficio primordial de “recortar nubes” es el de los contadores de historias en la plaza, pero también ocasionalemnte de las mujeres en lavaderos, hornos públicos y baños, y hasta de algunos hombres en las terrazas de los cafés por la tarde
31. Que la Historia, o más bien dicho las Historias, luego se guardan en telas bordadas, difíciles de leer para los no iniciados en sus secretos. Son “Las telas de la memoria” y quienes las leen nunca cuentan la misma Historia dos veces. Por lo que se ha llegado a pensar que están vivas. Y que la memoria, como las nubes, como la historia, no deja de moverse y tomar formas extrañas, sorprendentes.
32. “Las telas de la memoria” son cuadradas y pequeñas como servilletas. Miden dos palmas de mano por cada lado. (Por eso dicen en Mogador que “la historia está en sus manos”). Cada tela luce distintas figuras geométricas bordadas en colores que forman laberintos. Y, cosidos a los cuatro costados, cuelgan hileras de esos caracoles que en algunas aldeas africanas se utilizan como monedas. En ellas están las fechas y los censos, dicen, pero también la medida del dolor en las catástrofes y de la alegría en las fiestas.
33. Que con esas telas cosen muchas veces bellísimos kaftanes y dyelabas que se portan sólo en aquellas ocasiones rituales muy especiales que ameritan “vestirse de nube” y mecer su historia al viento.
34. Dicen que cuando alguien acumula varias de estas telas las cose, una sobre otra atadas a uno de sus lados, y a eso en Mogador lo llaman “libro”. Que existen algunas copias, bastante infieles pero no menos sugerentes, hechas sobre pergamino e iluminadas con colores metálicos y sangre de los héroes y los enamorados. Y dicen que los mogadorianos tomaron la palabra “libro” de una parte del estómago de la vaca cuya forma parece hecha de páginas y que los romanos de la cercana ciudad de Volúbilis (al lado de Meknés) apreciaban especialmente en su comidas y llamaban librium.
35. Que a la Historia en Mogador se le clasifica en el reino del Sabor. Junto a la cocina, la identificación de los vientos por la sal que llevan, y algunos capítulos del arte de amar. Sobre todo aquellos donde los amantes comen ávidamente del sexo de su pareja. Con esa clasificación se enfatiza que se la Historia lee con todo el cuerpo y cada quien a su manera, a su gusto. Que la historia tiene sazón, el toque muy personal, corporal, de quien la prepara, y toca el paladar de quien la escucha.
36. Y en todos los rincones de Mogador, de la gente que escucha historias con atención desmesurada, con fijación hipnótica, se dice que está “comiendo nube”.
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