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Gabriel Iaculli
Explorar el
lenguaje del cuerpo
en la obra de Alberto Ruy-Sánchez
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Explorar
el lenguaje del cuerpo es encarnar el misterio, hacer que la carne participe en
la búsqueda de la develación incesante de los caminos de una
vida. El erotismo y la sensualidad que se despliegan en la obra de Alberto Ruy-Sánchez son para mí indisociables de las
tradiciones y los rituales mexicanos que buscan no sólo reproducir sino
perpetuar la exploración de lo sagrado.
Pero si el fundamento de este enfoque en la obra
de Alberto
Ruy-Sánchez es indisociable de esa cultura ancestral y
siempre viva, también lo es de otras tradiciones que tienden hacia lo
mismo. Hay un sincretismo profundo en el procedimiento de este autor, que
parece tejer acercamientos y analogías entre las diversas tradiciones
–indígenas, cristianas y más específicamente
arábigoandaluzas (éstas son ya el producto de un sincretismo
ancestral que no ha podido dejar indiferente al autor)--, y una
interpretación muy particular de esos encuentros significativos que me
hacen evocar el tantrismo. Esa aspiración del espíritu que tiende
a su realización a través de la unión carnal, en una
fusión de los sentidos y del alma, en una sacralización de la
carne.
En
esta tentativa siempre renovada reconozco la universalidad de la obra del autor.
Ella me conmueve confirmándome que
mi cuerpo, en todas sus partes, es el instrumento de un descubrimiento
al que nadie escapa. Porque los sentidos rigen al cuerpo, éste tiene que
aprender a respetar, conocer, explorar y finalmente a guiar sus sentidos.
Mientras
las nociones de falta y envilecimiento permanezcan vinculadas a una u otra
parte del cuerpo, el hombre y la mujer no serán verdaderamente libres, o
más precisamente, no serán amos de sí mismos. ¿Por
qué dejarnos abrumar por esa especie de maldición que algunas
culturas han lanzado y lanzan todavía sobre el cuerpo? ¿Por
qué con tanta frecuencia el amor es vinculado a la noche, a las
tinieblas o, al contrario, a la exhibición, tantas veces mercantil, que
es otra manera del desprecio, obra de los mercaderes del templo? El cuerpo es
el único altar, el único templo, y la grandeza de la Grecia
antigua reside en haberlo elevado al rango de imagen divina. Un
discípulo de Sócrates, Teofrastos, planteaba ya una paradoja
esencial, haciendo notar que el hombre creó la imagen divina para
apresurase a no parecérsele. El ciclo de novelas de Mogador propone de
nuevo esta observación y parece comentarla: los protagonistas sucesivos
deben someterse a las pruebas de los ritos iniciáticos que pueden conducirlos
hacia eso que llamamos, con cierta torpeza (sin duda porque el camino es largo
y difícil): la realización de sí mismo.
Esta
lectura, esta interpretación de la obra de Alberto Ruy Sánchez ha
determinado mi manera de traducir las escenas eróticas, especialmente
abundantes En los labios del agua.
Al elegir las palabras y las expresiones, he procurado respetar las
metáforas sutiles, las asociaciones y analogías a través
de las cuales el autor amalgama las diversas partes del cuerpo humano con las
del cuerpo de la tierra y del agua proteiforme bajo cuyo signo se sitúa
la novela. Pero lo hice sin edulcorar los términos más
explícitos (como las venas del sexo del amante al final del sexto
sueño en esa novela), para recrear el equilibrio establecido en el
original entre el imperio de los sentidos y la transubstanciación de los
cuerpos exaltados por el placer.
Gabriel Iaculli, es un notable traductor al francés
de literatura escrita en español y en servocroata. Tradujo e hizo que se
publicaran en Francia varios libros de Alberto Ruy-Sánchez, entre los
cuales Los nombres del aire; En los labios del agua; De cómo
llegó a Mogador la melancolía; Los jardines secretos de Mogador. También ha
traducido a Juan Rulfo, José Lezama Lima, Julio Ramón Ribeiro,
Carmen Posadas, Jorge Volpi, Juan Manuel de Prada, etc.
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