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Alberto Ruy Sánchez
••• Escribo muy lentamente
y con los labios llenos de los sabores de las palabras,
como quien come tomándose todo el tiempo para hacerlo. Pero también como si
algo adentro me fuera comiendo y me llenara de una tensión que sólo escapa
luego en palabras, en frases escritas como si cantara. En páginas armadas como
composiciones musicales. Pero también escribo como trabajan algunos de esos
artesanos mexicanos que pacientemente buscan la mejor forma para su obra y
quieren sentirse orgullos de lo que hicieron. Más orgullosos si ellos sienten
que su pieza está cargada con una parte de su alma. Escribo lentamente pero
creando un tiempo dentro del tiempo. Un instante pleno, extrańamente detenido.
Escribo dándole a cada frase todo el espacio y todo el tiempo. Como si prepara
un fuego que prenderá en cualquier momento. ¿A qué se parece está sensación de
llevar algo expansivo dentro, algo que sólo fluye cuando poco a poco lleno una
superficie de esas manchas que llamamos palabras? Cuando escribo siento que
dejo surgir en mí algo animal. Hoy por la mañana
estuve frente a un jaguar en el zoológico de Chiapas. Caminaba con pasos
extrañamente graves y ligeros a la vez, de un lado al otroiacute;a sentirse la
enorme tensión que animaba al jaguar. Cada paso, cada gesto era una como una
amenaza. Daba la impresión de estar habitado por obsesiones: pensamientos o
sueños que lo desbordaban, que iban a brotarle por la piel. De pronto se me
quedó mirando desde los veinte metros que nos separaban y, casi volando, corrió
hacia mí. Dió un salto enorme. Sin un rugido y mucho antes de que yo pudiera
parpadear asustado, hizo temblar violentamente la malla de alambre que nos
separaba. Me mostró sus garras largas y sus colmillos. Tuve conciencia además de que, mucho
antes de su ataque sorpresivo, este animal creaba un ámbito a su alrededor: un
área invisible pero que podía ser percibida por mi piel, donde su tensión
reinaba como bajo una cúpula precisa y cerrada. Como bajo un amplio capelo de
cristal. Y ese ámbito era más grande que el espacio de su encierro. Yo había
entrado ahí y percibía la extrema tensión de su cuerpo. Y dicen que ese ámbito
que se siente, es creado por la presencia del jaguar en cualquier rincón de la
selva. Que no se debe exclusivamente a su encierro. Pensé que cuando escribo me
siento lleno de algo que me desborda. Como si fuera a explotar. Como uno de
estos animales cautivos, que se mueven habitados por la volatilidad de sus
sueños y por la tensión de sus deseos. Un escritor es a veces un animal que
crea un espacio sensible a su alrededor, que no se ve pero que es perceptible
para los iniciados: para los lectores que se dejan atrapar en el reino de lo
invisible. Los que permiten que la poesía atrape su corazón y lo acelere al
ritmo de las palabras contadas, de los asombros dichos ritualmente en un poema,
como el trote y el salto devorador de un jaguar. Escribo como un Jaguar
prisionero o enamorado o listo para saltar sobre su presa. Comprendípor qué,
en los bajorrelieves y las estelas mayas la piel de Jaguar simboliza a fuerzas
invisibles. Y, además de los poderosos y los guerreros, los únicos que son
calificados por la presencia especial de esa piel manchada son los que
escriben. En el mundo maya el que escribe participa del universo secreto y la
fuerza invisible del jaguar. Una cualidad involuntaria que los escritores
contemporáneos difícilmente alcanzamos. Y como las
mil sombras del jaguar en su cuerpo, siento que escribo y reescribo por mil y
un razones y sinrazones. Buscando siempre esa composicián armónica de lo vivo
que podemos admirar en esa combinación de zonas claras y obscuras sobre la piel
de un jaguar. Esta es una lista parcial de las manchas que cubre una parte de
mi piel de animal que escribe. Debo decir entonces que escribo obsesivamente:
sin disciplina pero sin parar. La obsesión me ayuda a substituir lo que me
falta de disciplina e inscribe mi oficio más cerca del reino del placer que del
deber. Escribo
como un artesano terco se concentra en su materia. Un ceramista que ve nacer
entre sus manos formas que parecían haber estado esperando durante décadas
entre sus dedos. Formas que, ya cuando estén alejadas de míy sean tocadas por
otros, me llevarán a tocar las manos de amigos –o enemigos- que aún no conozco.
Escribo también como esos otros alfareros que plasman en los muros cuadros
geométricos asombrosos en forma de mandalas, con piezas muy distintas que
forman un rompecabezas que es al mismo tiempo proyecto e invención: plan e
improvización rigurosa. Como los artesanos de la orfebrería tengo que forjar
mis propios instrumentos a la medida de mis manos. Como las tejedoras, en hilos
de colores caprichosos y significativos contaré mis sueños y mis mitos y los de
quienes van conmigo en esta vida. Y escribo como el alfarero que entrega al
horno el blando objeto de barro que surgió de sus dedos esperando que eso, el
fuego, en última instancia incontrolable, lo mejore o por lo menos no lo
destruya. Escribo para conocer, para explorar dimensiones de la
realidad que sólo la literatura penetra. Escribo también para recordar. Pero no
menos escribo para olvidar. Escribo para extender mi cuerpo, mis sentidos.
Comprobar día a día la sensualidad del mundo. Escribo por placer. Escribo por
deseo. Escribo por rabia. Escribo para señalar la falsificación de los íconos,
el abuso de los poderes públicos. Escribo para ser odiado y ser amado: más aún,
para ser deseado. Escribo para proponer nuevos ámbitos en este mundo. Escribo
para provocar la aparición ritual de la Poesía. Escribo para bailar. Bailar es la otra escritura
mágica del cuerpo. Escribo para dialogar con los muertos. Sobre todo con mis
muertos: vivos en su literatura, en su arte, en sus obras. Escribo para
escuchar a los vivos. Escribo para ejercer el placer inmenso de comprender.
Escribo para dibujar. Escribo para borrar. Escribo para sonreír con otras bocas
en la mía. Escribo para ejercer la vitalidad de la lengua y del sexo. Escribo
para seducir a mi amada, de nuevo y siempre otra vez, ganar su paraíso. Escribo
para viajar. Y mis pasos escriben con mis ojos: y adentro de mi cuerpo lo de
afuera va dejando sus letras caprichosas. Las letras del asombro. Escribo para
alcanzar eso que me rebasa. Aquello que está más allá y que en su unión me
mejora. Viajo de mil maneras cuando escribo. Y también escribo para no moverme.
Escribo para ir hacia adentro. De mí y de mi amada y de los rincones
explorables de este mundo. Escribo para desnudarme. Escribo para disfrazarme.
Escribo para inventar un carnaval. Escribo cantando. Escribo hasta cuando no
escribo. Y aún así busco, o sin buscar presencio, la aparición ritual de esa
súbita existencia: la excepción que podemos o no llamar poesía. Escribo como amo. Como te amo. Como te escribo. ••• •• •
La lección deljaguar
Fragmento de la novela La mano del fuego, p. 146-151..•