Rhonda Dahl Buchanan

University of Louisville

 

Las semillas del deseo

en Los jardines secretos de Mogador:

 Voces de tierra

de Alberto Ruy Sánchez

 

Presentación del Libro, el 30 de enero de 2002

Salón 21,Ciudad de México

 

Primero, quisiera agradecerles a Alberto y a los editores de Alfaguara la invitación de participar en esta presentación de Los jardines secretos de Mogador: Voces de tierra (México: Alfaguara, 2001), y a ustedes su paciencia porque sospecho que algunos puedan tener más ganas de bailar que de escucharnos.  La aparición de una nueva novela de Alberto Ruy Sánchez es un evento cultural extraordinario que merece una celebración como la que vamos a disfrutar esta noche.  Los que conocen personalmente a Alberto saben que suele ser desmesurado en todo lo que hace, o sea, en su vida personal o profesional. Vemos su pasión vital en la generosidad desbordante que siempre les extiende a sus amigos, y en la dedicación amorosa hacia su familia, como también en su apetito insaciable por la buena comida y el baile sabroso.  El hecho de que vamos a festejar la publicación de este nuevo libro con orquesta y descarga en el Salón 21, una discoteca donde caben más de tres mil personas, confirma lo que estoy diciendo de su desmesura rabelesiana.  Vemos también la atención desmedida que pone en cualquier proyecto que emprende en su trabajo como director de la editorial Artes de México, donde junto con su esposa, Margarita de Orellana, publica libros y revistas exquisitos, cada uno un trabajo artesanal inspirado en la pasión por un aspecto u otro de la cultura mexicana.  Es igualmente meticuloso y obsesivo en su propia carrera literaria ya que el deseo le impulsa a escribir y reescribir múltiples versiones de sus novelas antes de entregarle un manuscrito a la Editorial Alfaguara en su forma definitiva.

      Los lectores de Alberto Ruy Sánchez han aprendido a esperar con paciencia la publicación de cada uno de los libros que constituyen lo que será una tetralogía de novelas que gira en torno a “la ciudad del deseo,” Mogador, nombre antiguo para la ciudad marítima de Essaouira en la costa Atlántica de Marruecos.  En el caso de Los jardines secretos de Mogador, la tercera novela de la tetralogía, el autor nos hizo esperar apenas cinco años después de la publicación de En los labios del agua (México: Alfaguara) en1996, lo cual no está mal considerando que entre su primera novela, Los nombres del aire (México: Joaquín Mortiz, 1987; Alfaguara, 1996), y la segunda de la serie, pasaron nueve años.  En realidad, las semillas de estas novelas se sembraron hace mucho tiempo, en una madrugada cuando el autor tenía cinco años y su padre le llevó al desierto de Sonora, donde juntos vieron el milagro del desierto convertido en un inmenso jardín de flores amarillas que habían brotado después de la primera lluvia en diez años.  En su libro ARS, de cuerpo entero (México: Ediciones Corunda/UNAM, 1992), Alberto nos relata la explicación de su padre, quien le dijo que “eran plantas de un día; que durante muchos años las semillas habían permanecido entre la arena esperando la lluvia que las hiciera germinar” (21).  Unos veinte años después, en 1975, en otro desierto y en otra madrugada, Alberto tendría una epifanía al ver el Sahara cubierto de pequeñas flores amarillas tras una sequía de doce años, una visión deslumbrante que lo transportara al desierto de su infancia y al recuerdo de su padre.  De hecho, las palabras de su padre eran proféticas ya que desde ese momento las semillas que habían permanecido latentes en el olvido, iniciaron su segundo ciclo de gestación con una hibridación de imágenes cruzadas en el viento y en la memoria que florecerían unos veinte cinco años después en Los jardines secretos de Mogador.

      Es realmente imposible condensar en cinco minutos la esencia de esta novela construida a base de un mandala de cuatro espirales laberínticas con nueve jardines dentro de cada espiral, y dentro de cada jardín una búsqueda por un deseo central: el deseo anhelante de entrar en el Ryad, que es un oásis interno, o sea, el jardín más íntimo de todos, el paraíso del cuerpo amado.  Creo que es mejor que yo haga esta noche lo que hizo Jassiba, la protagonista del libro, con su amante, el narrador anónimo de la novela, la primera vez que ella lo vio en el mercado viejo de Mogador.  Ese día del otoño, ella le ofreció pétalos de las flores de su jardín, rompiéndolos con sus dedos tatuados de jena para liberar su fragancia intensa, explicándole que “la calidad de las flores está en su promesa, en su anuncio” [. . .] “lo mismo pasa con los amores” (27).  Yo diría que lo mismo pasa con los libros buenos también, por lo tanto, les ofrezco a Uds. unas pocas palabras más sobre esta novela como “una promesa” y “un anuncio” de la felicidad que van a sentir cuando entren en sus “jardines de las delicias.”

      Tal vez el halaiquí, el cuentero ritual de la plaza de Mogador, nos dé el resumen más conciso de la novela al decir: “Esta es la historia de un hombre que se convirtió en una voz para habitar el cuerpo de su amada” (18).  En la primera espiral, titulada “La búsqueda de una voz sonámbula,” el narrador nos cuenta que después de pasar cuatro meses con Jassiba como feliz prisionero dentro de su Ryad privado, ella se queda embarazada, y a la medida que su cuerpo va transformándose, su deseo por él va disminuyendo hasta que un día le dice contundentemente: “No quiero ya tener nada que ver contigo” (72).  Su rechazo se debe en parte al dolor que siente por la reciente muerte de su padre, el gran jardinero de Mogador, pero también por el hecho de que su amante no es bastante sensible para acomodar sus caricias a los deseos cambiantes de ella.  Al encontrarse expulsado del paraíso, su amante le implora que le dé otra oportunidad de amarla de la manera que ella quisiera.  Es entonces cuando Jassiba le propone el siguiente reto: “No me volverás a tocar si no vienes a describirme cada noche uno de los jardines de Mogador” (74).  Desesperado por recuperar a su amada, el narrador se convierte entonces en “una nueva Shajrazad” y va buscando por todo Mogador jardines que contarle a Jassiba, un jardín a cambio de una noche de amor. 

      En las otras tres espirales acompañamos al narrador en su exploración de los maravillosos jardines de Mogador y escuchamos su “voz de tierra” mientras cuenta sus historias en las plazas de Mogador antes de contárselas a Jassiba en la intimidad de la alcoba.  Los títulos de las tres espirales restantes, “Jardines a flor de piel,” “Jardines del instante,” y “Jardines íntimos y mínimos” nos sugieren que los jardines están en todas partes, donde menos esperamos encontrarlos, por ejemplo, en la palma de una mano tatuada de jena, en la perfección geométrica de una olorosa caja de cedro taraceada, como también en las cuerdas del gambri, una antigua guitarra árabe, o en el canto sonoro de miles de grillos criados por un jardinero ciego.  Otros, como “el jardín de argumentos,” “el jardín de vientos” y “el jardín sin regreso,” son jardines imaginarios que no se ven ni se escuchan, no se huelen ni se tocan, porque son los frutos invisibles del deseo de unos jardineros soñadores; no obstante, estos jardines también son detonadores para los cinco sentidos del cuerpo, o los seis si contamos el deseo como el sexto. 

      Al final de cada jardín de la segunda y la cuarta espiral, aparece una especie de coda poética en la cual el narrador se dirige directamente a Jassiba, para contarle la nueva forma en que quisiera seducirla y renovar su amor por ella.  Por ejemplo, después de describir el primer jardín que se llama, “El paraíso en la mano,” le dice: “Así quisiera yo trazar en tu piel, Jassiba, la geometría secreta de nuestro paraíso.  Una figura que sólo tú pudieras ver y descifrar en un lenguaje inventado por nuestros cuerpos” (83).  Aunque todos los jardines se narran con una “prosa de intensidades,” un lenguaje poético sensorial característico de la narrativa del autor, los “jardines del instante” de la tercera espiral se destacan de los otros por su forma poética japonesa, una serie de haikús, reunidos bajo el título “Los nueve bonsais.”  Dicen que en el antiguo Japón, después de una noche de amor, el hombre debería escribirle un poema a su amada, dejándolo a su lado para que a la mañana ella supiera que el acto sexual había sido una entrega y no una toma.1  En el caso de esta novela, el amante le regala los poemas a Jassiba antes de hacerle el amor, como prueba de que ha aprendido a sentir lo invisible en lo visible y a tocar lo que no se puede sentir. 

      La fotografía sensual en la portada de la novela y las enigmáticas caligrafías de Hassan Massoudy que acompañan las letras del texto, trasladan al lector inmediatamente al mundo árabe.  De hecho, se puede decir que esta novela es una celebración de muchos aspectos de la cultura árabe que le han fascinado al autor durante años, tales como la poesía sufi, las leyendas islámicas, la música ritual, el atuendo de las mujeres y sus tatuajes, la arquitectura laberíntica, las especias aromáticas de la comida, las artesanías y los tejidos, las plantas y las flores indígenas, y tantos otros; sin embargo, la novela es también un homenaje a América.  En varios ensayos suyos, el autor habla de un “puente de arena,” una especie de “orientalismo horizontal” que une México con Marruecos a través de las raíces arábigoandaluzas que comparten.2  Las raíces de los jardines secretos de Mogador se extienden hasta América y encuentran sus orígenes en países como México, Chile, el Perú, Costa Rica y el Brazil, entre otros, borrando así las fronteras entre los dos continentes.

      Después de contarnos el último jardín de su repertorio, “La flor solar,” el narrador nos deja finalmente con una pregunta y una posible respuesta: “¿Dónde terminan las historias que se cuentan en la plaza?  Tal vez en nosotros que las escuchamos y las hacemos nuestras” (174).  Al escuchar estas voces de tierra, las semillas que se siembran dentro de nosotros nos hacen entender lo que Jassiba trata de enseñarle a su amante, que “los mejores momentos de la vida,” como éste que estamos compartiendo esta noche con Alberto, realmente son “un jardín privilegiado” (72).  Este libro queda entonces como un jardín secreto para nosotros por cuyos senderos podemos pasear una y otra vez mientras esperamos la aparición de la cuarta novela de la tetralogía, tal vez titulada La danza del fuego, un libro que seguramente incendiará de nuevo la pasión en los lectores de Alberto Ruy Sánchez.

 


Notas

1 Véase: Frederic and Mary Ann Brusset, Spiritual Literacy: Reading the Sacred in Everyday Life (New York: Simon & Schuster, 1996) 425.

2 Véase: Alberto Ruy Sánchez, “Writing on the Body’s Frontiers,” Studies in Literary Imagination 33.1 (Spring 2000): 65-72.