Poesía y sorpresa

del camino

 

Alberto  Ruy Sánchez

 

A mis 20 años, con un deseo inmenso de correr caminos  y de encontrar en ellos lo inesperado: sitios y personas inimaginables, experiencias radicalmente nuevas y tal vez el amor absoluto, cayó en mis manos On the Road, de Jack Kerouac. Esa novela se convirtió inmediatamente en una presencia que me hablaba todos los días al oído: “Muévete, busca, todo está ahí para asombrarte. Cada camino vivido a fondo se vuelve todos los caminos. Una vía ritual hacia todos los mundos. Muévete. Aunque no tengas dinero, pide aventón, duerme en las plazas, come lo que se pueda, enamórate, descubre lo que no sabes todavía que en algún lugar te espera.”

  Mi descubrimiento, al inicio de los setentas, de la ciudad de Oaxaca y de sus playas nudistas, se hizo bajo el impulso de Jack Kerouac. On the Road fue como un ventarrón que además de acarrearme me hizo ver y comprender de qué manera intensa una novela puede ser una experiencia irremplazable. Una novela es una iniciación a dimensiones de la vida que están aahí pero que no siempre somos capaces de identificar. Así Kerouac me impulsó también a forjar una concepción personal de la literatura como un camino sorprendente y sorprendido: lleno de vida, pero no relatada en clave de periodista sino codificada en el registro de la poesía.

Además estaba la historia, ya completamente mitológica, de cómo fue escrita por Kerouac: a partir de experiencias pero transformándolas en función del relato; la historia la vino a la lengua o a las manos como si estuviese poseído e instaló en su máquina de escribrir un rollo de telex, para no perder tiempo cambiando hojas. On the Road fue una constancia de que cada quien, cada escritor, tiene que encontrar su modo de hacer literatura y de vivir; de que no es necesario ceñirse a las formas literarias establecidas si ellas no son las más adecuadas para lo que se tiene que narrar. Kerouac y On the Road fueron mí ejemplo extremo de fidelidad a la vocación artística, de afirmación vital y de libertad.

Con el tiempo vinieron muchos otros momentos de revelación vinculados a la literatura norteamericana. Sobre todo a la poesía: Pound, William Carlos Williams, Langston Hughes y con mayor intensidad me marcó una inmersión en la naturaleza vuelta poesía en  los bosques de Robert Frost. Durante un tiempo tuve el deseo de trabajar en Vermont para estar cerca de sus árboles y sus ríos, y pude hacerlo. Pero nada ha borrado la huella iniciática de Kerouac que sigue funcionando para mí como un eje al que vienen a sumarse otras obras, leídas después o antes con intensidad, como los libros sorprendentes y no menos iniciáticos de Herman Melville o los del canadiense Malcom Lowry. Mi literatura, la literatura que me devora es poesía del camino, de la vía secreta de revelación poética y de libertad que es necesario descubrir donde no siempre es evidente.


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Foto: Alberto Ruy Sánchez en Dollarton, North Vancouver, Canadá, donde vivió Malcom Lowry y escribió dos versiones de Bajo el Volcán.Foto de Pat Crowe. Octubre 2003.