Hernando Téllez




Pero ahí estaba ella…


Pero ahí estaba ella, ahora con su traje negro de viuda, las piernas sin medias y las feas zapatillas de baño.

- Se quedaron rezando – me dijo.

Y sin más, se sentó a mi lado, sobre la tierra, protegida, como lo estaba yo, por la sombra del camión. Yo veía la carne pálida y hermosa de sus piernas y me sabía de memoria la diminuta, casi invisible vegetación de vello que, a trechos, cubría esa misma carne.

- ¡Qué cansancio! – dijo, a tiempo que echaba hacia atrás todo su cuerpo. De inmediato, al extenderse en el suelo, se precisó la curva de los senos, la línea del vientre, el arco de las caderas. La miré al rostro. Y en los ojos, en la boca descubrí no sé qué terrible y misteriosa correspondencia con la llamarada interior que me estaba quemando los riñones, que me hacía temblar las manos, que me sofocaba el aliento, que me hacía trepidar el corazón. Y entonces caí sobre ella sin decirle nada, y sin que ella dijera nada, como una ciega fuerza y con una urgencia vital en que me parecía probar un secreto rencor y una suprema alegría.

Mientras el placer parecía vengarnos, provisionalmente del mundo y nos otorgaba el olvido de todo, la noche seguía sobre nuestras cabezas, sobre nuestros cuerpos, con su carga de estrellas y de silencio. Más allá de nosotros, en la casa, seguía el velorio con la muerte instalada en su trono de madera como un huésped privilegiado.

Hernando Téllez, colombiano, nació en 1908. Libro principal: Cenizas para el viento y otras historias.

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