José Agustín



Al poco rato llegó el espécimen


Al poco rato llegó el espécimen: una mujer gorda, gorda, gorda, que medía uno ochenta (debes recordarla, Humberto) casi (y debes recordarla porque antes tuvimos una criada flaca, flaca, flaca y enanísima, tartamudeaba un chorro y su cara de perfectos ángulos era una invitación a Risaloca; ¿te acuerdas?, estuvo antes de Lucrecia Borges, pero de ella mejor no hablemos).
- ¿Te sientes mejor joven? – inquirió al sentarse-, con visibles esfuerzos, en el sillón-mecedora: era más bien pequeño (a propósito, ¿qué pasó con ese mueble?) y estrecho. La buena Gracia parecía comprimida en su sillón y gruesos pliegues sus caderas resbalaban hacia el exterior, por entre la base y los brazos de la mecedora. Es el máximo monstruo nalgón que he visto en mi vida (no entiendo por qué Octavio me recuerda a Gracia; no se parecen en nada, al contrario, él es flaco como ratón ateo de iglesia, pero hay algo en sus actitudes que los acerca).
Además, mataba de risa que Gracia me hablase de tú, tratándome de joven. Se prestaba para combinaciones (tienes la cara pálida joven, ¿no has intentado joven dormir un poco?, joven te ves mal, lo malo es que no te cuidas) chistosísimas porque siempre hablaba con un sentido primario y primate (apunta eso, Humberto) de la puntuación. Y por ese motivo, un dequienquieresqueteplatiqueoraquestasenfermitojoven me atacaba de risa y hacía que sudara como prieto a través de los kilos de cobertores con que Violeta me ripsepultó (intentaré enseriesarme, mas no lo prometo, es algo más fuerte que yo). Tanto había vaticinado Violeta la calentura, que empecé a sentirme arder. Cerré los ojos y mi boca (bastante seca, aunque no lo creas) dejaba escapar de vez en cuando ruidos breves y guturales, como el personaje de la novela ésa, de Nosequién, tan misteriosa. Pero (esto es importante, Humberto), aunque ni llovía-a-cántaros, ni era de noche, ni nuestra casa es lóbrega y fantasmal, me sentía dulcemente miedoso; como si espectros, vampiros, franquesteines y monjes (aparte de ratas y todos esos efectos que ya imaginarás) me rodearan y estuviesen a punto de desplomarse de golpe, todos juntos, con sus distintas configuraciones y espeluznantes pieles, sobre mi humilde cuerpo de doce años.
¡Bolas!, empecé a sudar (pero en frío, como se dice), mi cuerpo se puso rígido y mantuve los ojos tan cerrados que me dolían los párpados, cuando sentí esos dedos regordetes (más aún que los de mi hermano, palabra) y helados avanzando sobre mi muslo. Ay nanita, carajo, ora sí me llevó pitirijas, me susurré con terminajos muy impropios para tan horrendo instante. Los dedos, muñones refrigerados, siguieron su marcha hasta llegar a mi cintura. Yo veía estrellitas y ráfagas de colores (con en un disney) de diversas formas, a causa de la manera como tenía apretados los ojos. Los dedos, con increíble habilidad para su redondez infame, deshicieron el nudo de mi piyama hasta hundirse dondeteconté. Estaba aterrado, lo juro, no puedo decirte qué pensaba porque eran millones de cosas. Los dedos, y luego la mano entera, acariciaban, pero después friccionaron, buscando lo que yo creí imposible a causa del terror y los doce años. Debieron pasar eternidades con esta fricción, dolorosa al poco rato (aún mantenía los ojos cerrados), hasta que unas gotas tímidas mojaron mano, sábana y piyama. La mano esférica huyó rápidamente. Cuando abrí los ojos sentí dolores terribles. Me volví hacia Gracia. La muy puta (perdona, Humberto, pero jamás hubiera podido usar mejor el gerundio). Fugazmante, vi una sonrisa casi tímida e ingenua, pero luego sus facciones se endurecieron y pude ver que restregaba su mano en la colcha, antes de caminar hacia la puerta. Había sido sumergido casi hasta la nariz bajo las sábanas cuando ella volvió.
- Le diré a tu mamá que venga joven – y -. Necesito lavar tu piyama.
Bajo las sábanas ensayé una muy estúpida sonrisa ella ya había salido) y luego me entregué a los mareantes dolores que me invadían. Ya después llegó Violeta y etcétera.

José Agustín, mexicano, ha escrito novela, cuentos y crónica histórica. Entre sus novelas destacan: La Tumba, De perfil, Calles desiertas y Dos horas de sol.

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