VICTOR H.
ACOSTA
Víctor
H. Acosta, nació en la ciudad de Pallasca pero hasta su muerte vivió en
Cabana. Muy joven publicó “Sentidas” (Lima, 1929), poemario que
llevaba el prólogo de Teófilo Porturas, con quien compartió
experiencias de aprendizaje y creación en Trujillo, frecuentando en su
adolescencia a poetas y escritores del Grupo Norte, como Antenor Orrego.
Su poesía se caracteriza por una extraordinaria riqueza expresiva, además
de musicalidad y ternura. “Ave que muere” es, quizás, el poema más
recordado, celebrado y recitado, especialmente por las damas pallasquinas.
Ave que muere
(A
Eduardo Gonzalez L.)
Callado
estaba el campo...De la fuente escondida
Por los
juntos jugaban traviesas mariposas
Cual una
blanca lluvia de pétalos de rosas
Desgranada
entre aromas sobre el agua dormida.
Ensartada vi
al ave en el zarzal umbroso:
Destrozadas
las alas gimiendo lastimera.
Agonizante,
triste, con la visión postrera
Del bosque,
del collado, del valle silencioso.
Parece que aún
la veo allá en la espesa fronda,
Retorcerse
agitada, tendiendo un ala herida;
Y en la
hierba tupida
En do su
sangre esconde
Llorar
parece el resto de otra ala desprendida.
Parece que aún
distingo al cazador cobarde
De la tapia
ruinosa apuntar al ramaje,
Cuando al
morir la tarde
Puso fin a
sus días
Del ave
alegre, tierna, que con sus melodías
Animaba el
paisaje.
¡No más
esa ave infausta sacudirá el plumaje!
No más
enternecida revolará en el paraje;
No más
trinando alegre regresará al boscaje
No más
volverá al campo ni al nido abandonado
En las orillas del Tablachaca
A
mi amigo Artemio Bocanegra
¡Detente
un momento río torrentoso!
Para
en tu carrera
Río
caudaloso.
Que
aquí en tu ribera
Con
arma sonora
Te
canta y llora
Un
poeta de amor.
No espantes
a las aves con tu ronco bramido
Déjalas que
escuchen de mi arpa el sonar,
Como soy
andante tal vez su tañido
Por otros
lugares he de ir a dejar.
Qué bello
te arrastras por entre esas flores
De tantos
colores, y el grato vadear
De vacas
agrestes y rudos pastores
Que pasan y
pasan la tarde al fugar.
¡Qué
alegre es el valle! ¡Qué dulce tu vida!
Qué grato
es ¡oh río! Tu sordo gemir;
Tu música
vaga hoy a mi alma convida
Por estos
instantes contigo a reír.
Amigos,
cuando yo muera...
Amigos,
cuando yo muera
Os ruego que
me entierren allá en nuestro cementerio;
Quiero
que caven mi fosa
Por
el lado del camino,
En
aquel rincón florido
Donde
pueda oír el canto
Del
zorzal y del jilguero
Canto
que me arrulló tanto
Cuando
iba en tardes de enero
A
cazar trovas al campo
Donde
escuche por la lomas
Las
canciones del viajero,
El
ladrar del perdiguero
Y
el llanto de la paloma;
Donde
me canten las aguas
De
la plácida quebrada,
El
hato, la descuidada
Laguna
verdeazulada
Y
el ábrego de las pampas
Rondador
del camposanto,
Donde
yo atienda a las quejas
De
la tórtola agorero;
Al
búho sobre las tejas
Olfateando
misereres...
Y
después...quiero que solo,
Solo
conforme he vivido
Me
abandonen y me hundan
Lejos
de toda tumba;
¡Lo
más cerca del olvido!
Leerán mis
poemas cuando lleguen las sombras
De la muerte
a cubrirme en mi negro aposento!
Los pedazos
de mi alma! Los vestigios de un hombre
Andariego
que daba sus quejidos al viento...
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