No tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas
del mundo. Pero frente a los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Cuando el Dios
de la historia venga, nos mirará las manos.
El hombre de la tierra no tiene el poder de suscitar la
primavera. Pero tiene la oportunidad de comprometer sus manos con la primavera. Y es así
que la primavera lo encuentra sembrando. Pero no sembrando la primavera; sino sembrando la
tierra para la primavera. Porque cada semilla, cada vida que en el tiempo de invierno se
entrega a la tierra, es un regalo que se hace a la primavera. Es un comprometer las manos
con la historia.
Sólo el hombre en quien el invierno no ha asesinado la
esperanza, es un hombre con capacidad de sembrar. El contacto con la tierra engendra en el
hombre la esperanza. Porque la tierra es fundamentalmente el ser que espera. Es
profundamente intuitiva en su espera de la primavera, porque en ella anida la experiencia
de los ciclos de la historia que ha ido haciendo avanzar la vida en sucesivas primaveras
parciales.
El sembrador sabe que ese puñado de trigo ha avanzado hasta
sus manos de primavera en primavera, de generación en generación, superando los yuyales,
dejándolos atrás. Una cadena ininterrumpida de manos comprometidas ha hecho llegar hasta
sus manos comprometidas, esa vida que ha de ser pan.
En este momento de salida del invierno latinoamericano es
fundamental el compromiso de siembra. Lo que ahora se siembra, se hunde, se entrega, eso
será lo que verdeará en la primavera que viene. Si comprometemos nuestras manos con el
odio, el miedo, la violencia vengadora, el incendio de los pajonales, el pueblo nuevo
sólo tendrá cenizas para alimentarse. Será una primavera de tierras arrasadas donde
sólo sobrevivirán los yuyos más fuertes o las semillas invasoras de afuera.
Tenemos que comprometer nuestras manos en la siembra. Que la
madrugada nos encuentre sembrando. Crear pequeños tablones sembrados con cariño, con
verdad, con desinterés, jugándonos limpiamente por la luz en la penumbra del amanecer.
Trabajo simple que nadie verá y que no será noticia. Porque la única noticia auténtica
de la siembra la da sólo la tierra y la historia, y se llama cosecha. En las mesas se
llama pan.
Si en cada tablón de nuestro pueblo cuatro hombres o mujeres
se comprometen en esa siembra humilde, para cuando amanezca tendremos pan para todos.
Porque nuestra tierra es fértil. Tendremos paz y pan para regalar a todos los hombres del
mundo que quieran, habitar en nuestro suelo.
Si amamos nuestra tierra, que la mañana nos encuentre sembrando