REPUBLICA DE HONDURAS
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JOSE DIONISIO DE HERRERA
Nació en Choluteca (1781), murió en San Salvador (1850). Estadista y escritos. Electo Jefe de Estado de Honduras en 1824. Representante de las ideas liberales y de los derechos estatales, entró en conflictos con el Presidente Federal, Manuel José Arce, quien envió tropas al mando de Justo Milla las que invadieron Honduras procedentes de Guatemala, derrocando a Herrera, y llevando prisionero a esta ciudad, en 1827, recuperando su libertad cuando Morazán derrota a las fuerzas federales y ocupa Guatemala en 1829. Durante la Jefatura de Estado de Herrera se decretó la primera división administrativa del territorio nacional en siete departamentos: Comayagua, Tegucigalpa, Gracias, Santa Bárbara, Yoro, Olancho, Choluteca. Se dio un enfrentamiento entre Iglesia y Estado, el que por el sector eclesiástico tuvo como figura visible al provisor José Nicolás Irías, de tendencias conservadoras y con pretensiones de alcanzar el Obispado de Honduras. Las tensiones culminaron con el intento de asesinar a Herrera en noviembre de 1826, en el que al fracasar, produjo la orden de arresto domiciliario para Irías, el apoyo a su movimiento por parte de grupos seguidores de su causa en Tegucigalpa (donde ocurrió un intento fallido por apoderarse del cuartel en enero de 1827), Gracia, Los Llanos, Santa Bárbara y Olancho, teniendo el gobierno que destacar tropas y desembolsar recursos económicos para lograr sofocarlo. Algunas disposiciones emitidas durante la Jefatura de Herrera fueron la creación de un fondo de la rehabilitación para trabajos mineros, la creación de la Secretaría de Hacienda, la reglamentación de la visita de Cáceres, la declaratoria del Estado de Honduras libre y soberano en su régimen interno, se aprobó la ley sobre el monopolio del tabaco como renta del Estado, parte de la cual afectada por el pago de la cuota correspondiente a Honduras en el Presupuesto Federal. Se organizaron las Tertulias Patrióticas a fin de explicar al ciudadanía el contenido de la Constitución. Posteriormente Herrera fue Jefe del Estado de Nicaragua, logrando pacificarlo y concluir la guerra civil que en él existía, intento en que habían fracasado tanto Justo Milla como Manuel Arzu y sólo temporalmente la había establecido Manuel José Arce. Hizo practicar elecciones para miembros del Congreso y este cuerpo designó a Herrera como Jefe de Estado por cuatro años, haciéndose cargo del mismo en mayo de 1830 concluyendo su mandato en noviembre de 1833.
De su actuación como gobernante de Nicaragua se expresó así el historiador de ese país, José Dolores Gámez: «La admiración del Jefe Herrera fue de verdadera reparación. Su política conciliadora, al par de digna como su sagacidad para resolver las mayores dificultades y el tino admirable con que siempre se condujo, a pesar de los muchos obstáculos con que tropezó, fueron muy notables y hacen que todavía se le recuerde entre nosotros como un modelo de buen Gobierno... La personalidad política de Don Dionisio de Herrera es muy simpática y hermosa para el pueblo de Nicaragua. La radiante figura de aquel eminente república se destaca resplandeciente y pura del sangrante cuadro de nuestros primeros años de vida política como una gloriosa reivindicación de nuestros pueblos y de nuestras instituciones». Herrera se dirigió a El Salvador y al celebrarse elecciones resultó designado para titularidad del Poder Ejecutivo de esa nación, cargo que no aceptó. En 1838 resultó electo Diputado por Nacaome y Vicepresidente de la Asamblea Constitutiva que emitió la segunda Constitución de Honduras, la que declaró la separación de Honduras de la República Federal de Centroamérica. Debió Herrera trasladarse en condición de emigrado a El Salvador, reducto liberal y morazanista, radicándose en San Vicente, dedicándose a la enseñanza en su carácter de Director de la Escuela Primaria de la localidad; Ernesto Alvarado García escribió sobre Herrera: «Es sol de libertad, gonfalón de victoria y resplandor revolucionario en las luchas sociales en pro del bienestar de al nación hondureña.
Conciliación y progreso es su consigna, respecto a la ley de su divisa; probidad y desinterés patriótico, su credo; instrucción y bienestar de los pueblos, su gran anhelo, la unión de Centroamérica, su magno ideal»; para José Reina Valenzuela, «A Dionisio de Herrera no se le ha dado a conocer como merecen sus altos méritos de prócer de nuestra Independencia, como organizador del Estado, como jurista y como legislador... Herrera fue el organizador del Estado hondureño. Fue el estadista que recibió en sus manos a un pueblo sin formación política y sin leyes... Herrera es el que con más legítimo derecho puede ostentar el calificativo de PADRE DE LA PATRIA...». Julián López Pineda opinó: «Don Dionisio de Herrera no fue solamente un político sin mácula y un maestro superbo. Fue también un pensador, un erudito, un escritor que dejara a la posteridad testimonios fehacientes de su brillante actuación y de su talento superior...
Las virtudes cívicas del grande hombre, jamas superadas, son un ejemplo radioso, y en todo tiempo han de florecer en enseñanzas para la juventud. Su visión de estadista, su entereza de ciudadano, su hombría y su pureza han de resplandecer en las conciencias, invitando a los hondureños a la superación espiritual y al avance por los caminos amplios del honor, de la justicia y del bien». Rafael Heliodoro Valle sostuvo: «Herrera pasó por el escenario en que le tocó actuar, sin hacer ostentación de su talento, sin rebasar el contenido de las palabras ni aparecer con ellas en el ágora reclamando el aplauso. Por su probidad, que tuvo culminación en las postrimerías de su existencia, casi en abandono, sumido en cruel melancolía, merece el amor de los que supo llamar «los hijos de sus hijos». Su clarividencia le incorporó al grupo heroico de los que trabajan con el duro material de las ideas para hacerlas marchar al unísono con ese mundo nuevo en que se mezcla júbilo, sangre y amor».
Fue el preceptor ideológico de Morazán, iniciándolo en el estudio de los Enciclopedistas franceses del XVIII. Su pensamiento se encuentra en sus Proclamas, Discursos, correspondencia intercambiada con su primo José Cecilio del Valle y con el Padre Francisco Antonio Márquez.
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