Le dieron camotillo

Era las cuatro de la mañana, un viento fresco batía la arbolada, mientras que en la cocina de los Flores, en la montaña de Pinantes, un vivo fogón chisporreteaba calentando el comal, en donde Magdalena con mano maestra echaba tortillas frescas y freía frijoles para amarrarle el almuerzo a su hermano Timoteo. Afuera, a la luz de un hachón de ocote oloroso de resina, dos mozos pelaban un chancho y en el corral, el gallo montuno despertaba con el agudo clarín de su canto y su fuerte aleteo a sus múltiples mujeres, las tímidas y dóciles gallinas.

Cerca de la puerta, Timoteo pegaba a la arisca mula de carga de café que llevaba a vender al pueblo y mientras eso sucedía, escuchaba el consejo maternal de la autora de sus días doña Filomena.

–Tenés mucho cuidado en la ciudad y que no se te vaya a meter en la cabeza embolarte. Acordate que la medicina que te dio ñia Castula ya te tiene gueno.

–Si amá.

–Poné atención, atencioname bien. En la tienda de ñor Cupertino me comprás dos vara de una telita barata y encajonada y de la botica de Eustaquio me tráis un bote de pachulín para tu hermana Magdalena, que tiene que ir al pueblo de traer unos tasajos de carne para salar, y comprate también un par de burros para vos, pues lo que tenés ya están rompidos y se te mete el agua... ¡Ahhh y mirá! No dejes de pasar por onde el señor cura dejándole la limosna para la misa de dijuntos ¿entendiste Timotello?

–Si mama, pero dígale a esa barsunuda de Magdalena que se apure que ya se me está haciendo tarde.

–Magdalena ¡Magdalena! ¿Qué te pasa a vos puñetera que hoy has amanecido tan despaciosa?
Parece que la pereza te está comiendo, apurate que tu hermano quiere estar pronto de guelta.

Magdalena tenía el rostro enrojecido de esta soplando el fogón, y desde el fondo de la cocina gritó –Ya voy... si es que este comal jodido no quiere calentar.

Minutos después Timoteo Flores partía de la montaña de Pitantes rumbo al pueblo. Por el camino iba sacando las cuentas del producto de la venta de café, apartaba los gastos y con los dedos de la mano contaba la ganancia y satisfecho con su contabilidad campesina se hacia la ilusión de regresar temprano a su casa. Mientras allá en su hogar de la montaña en medio del quehacer de los oficios domésticos, doña Filomena continuaba conversando con su hija.

–Mirá Magdalena, escondé bien esa pacha de guaro que tenés en el horno, pues ya sabes que la podemos ocupar para faumentos en los huesos, vaya hacer que Timotello la vea y al menor descuido se la sampe de un solo tucún.

–No creya mi mama, ya Timotello no le gusta el guaro, no lo puede ni goler.

–No mija, acordaté que el diablo empuja.

La conversación iba a continuar, cuando de pronto llegó un mozo fornido y tostado por el sol, era el que pretendía a la hermana de Timoteo, saludó a las dos mujeres y doña Filomena haciendo un gesto de desagrado expreso –Bernabé, no me gusta que vengas a mi casa, ya te loa dicho y pior cuando no esta Timotello que no te traga ni en la sopa.

–Yo no ando con picardías doña Filomena, soy pobre pero honrado y por eso visito a Magdalena a la luz del dilla, no sé por que Timotello no me puede ver ni pintado.

–Mejor andate para tu casa Bernabé, no quiero que mi hijo te haga tucos con el machete, respondió la madre.

La vieja saló enojada y casi echaba chispas por los ojos, dejando a Bernabé y a su hija platicando de amores. Magdalena se abrazó al muchacho preguntándole si la quería, éste como respuesta le dio un beso en la mejilla, la muchacha cambió de colores, temerosa de que su madre los estuviera observando.

–No me hagas cosquilla JI JI JI JI JI, que nos va chotiar mi amá.

–Si sólo un piquito te dí, y ya estas riendo.

–Es que ese bigote tuyo me pincha. Acordate que mi amá se fue brava y si nos ve haciendo pangadas es capaz de decirle a Timotello y sólo que Timotello esté muerto nos podemos casamentiar, así dice ella.

–Vaya démonos otro pico, antes que venga tu nana.

–Es que ese bigote me pica y me da cosquillas por todo el cuerpo y por las patas JI JI JI JI JI... No... Así no... JI JI JI.

–Ayó me arrecha que te rías así solo porque te piquello.

Bernabé y Magdalena siguieron platicando largamente de su amor hasta el atardecer, luego el ladrido agudo de los perros se escuchó en la casa. Bernabé se despidió de la campesina y tomo el camino de la finca vecina. Donde trabajaba como jornalero. A los pocos minutos llegaba sudoroso Timoteo.

–¿Qué tal te jue mijo?

–Macanudo. Vendí el café, le traje los encargos y saludes le mandó el siñor cura y dijo que gracias por la limonsina.

–Si serás caballo, se dice limosna.

–Mire los burros que compré son de buen cuero, aquí está el bote de pachulín de Magdalena.

–Enseña, mmmmm que rico huele.

–Palabrita que con ese perfume cualquiera se embola, comentó el hijo.

–¿No te sampaste ningún trago en el pueblo? Pregunto la madre.

–No amá, las tripas me lo pedían, pero hice juerza y no chupé.

Después de la plática y de la entrega de los encargos, vino la cena, luego las sombras de la noche cubrieron la montaña. Cuando Timoteo se iba acostar, miró asombrado una pacha de guaro cerca de su cama, al contemplar el líquido maravilloso que tanto le gustaba, destapó la pacha y de un solo tirón se tomó el contenido haciendo un gesto raro.

–Papo que juerte está esta papada, casi me da por amarrar el zope. Con razón ya las tripas estaban como resentidas si no les había caído su agüita bendita. Ni cuenta se van a dar esta mujeres de que aquí jue donde reventé la chupa, porque mañana la sigo.

Al levantarse doña Filomena al día siguiente notó extrañada que Timoteo no se levantaba y presurosa fue a la cama a despertarlo. Era inútil, Timoteo no se movía... Pero... ¡maldición! El pobre estaba tieso en la cama, un color morado lo cubría desde la cabeza hasta los pies y un envase vacío de guaro estaba sobre el piso de tierra y cerca de la cama. Dando gritos de lamentos doña Filomena despertó a su hija y a los mozos, y en pocos minutos la noticia corrió por la casa vecinas. En pocas horas los campesinos rodearon el cadáver de Timoteo.

–Mijooooo... Tan gueno que era. Tanto le dije a Magdalena que escondiera esa maldita pacha de guaro.

–Si la escondí mamá.

Un señor que estaba observando a la madre de Timoteo le colocó suavemente una mano sobre el hombro y expresó:

–No culpes a tu hija Filomena, así es el vicio. Don Catalino de eso murió. Oonde estaba el condenado trago él no lo buscara. ¿Se fijaron que morado se puso Timotello? Así se ponen los que mueren de chupar.

Por la tarde se verificó el entierro de Timoteo, al caer la noche después de darle el pésame a los dolientes, los campesinos se retiraron a sus respectivos hogares. Serían las doce de la noche, cuando en el corral del ordeño y bajo la oscuridad más completa, dos sombras humanas se abrazaban... Eran Bernabé y Magdalena.

–¡Pobrecito Timotello! Deseguro venía agitado y al meterse la pacha de guaro se ahogó y aunque no lo topaba, yo no lo malquerilla.

–No seas dundo Barnabé, ya estamos aquí sin miedo y luego nos vamos a matrimoniar. Todo se lo debemos al camotillo que le metí a la pacha de guaro a escondidas, agorita soy tuya papaito lindo, dame otro pico aunque me pinches con el bigote.

Por eso es que dice la gente que cuando alguien se muere sin motivo aparente, es que le dieron camotillo.