ETNIAS MINORITARIAS

LOS PRIMEROS NEGROS SULEÑOS

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle
(a Euraque que ya olvido la raza)

A nadie se le pasara por alto que la hondureña y especialmente la de La Costa es una población africanizada. Mucho se sabe de los orígenes de esa mezcla pero no todo es del dominio común. Los primeros negros que llegaron a San Pedro Sula como esclavos, venían desde Cabo Verde y de Guinea a fines de 1541, en numero teóricamente de 300, que debieron pagarse a razón de 55 pesos de oro cada uno, precio especialmente barato (“la mitad del precio a que se pudieran vender”), fueron certificados sanos “y sin lesión” y dos tercios de ellos eran “machos”, entre 15 y 35 años de edad. (Ya habían llegado antes tanto en él ejercito de Olid (1524) como en el de Montejo (1537), varios negros sirvientes pero libres que, por lo demás, corrían la suerte de sus amos e iban y venían con ellos, sin arraigo.) Yo llevo sangre africana en mis venas, poca pero y que importa la cuantía si igual bailo.

Había sido contratado su envío, de los 300 esclavos, en nombre del Rey por el propio Obispo y Protector de Los Indios don Cristóbal de Pedraza desde el año anterior, en España con unos negreros portugueses (tres hermanos: Alonso “Comendador de Cristo”, Gaspar y Diego de Torres) que operaban desde Lisboa. Para que no se detuviera el envío del oro suleño pero no corriera tanto riesgo de la salvación de su alma, Felipe II, le había concedido al Obispo electo Pedraza una fianza por cedula, asegurando que, si al llegar al Puerto de Caballos y a San Pedro Sula, a donde estaban destinados para sacar oro de placer de los ríos, los oficiales reales no pudieran, por circunstancia imprevista, de inmediato, repartir dichos esclavos entre los vecinos de acuerdo con el Obispo y el gobernador, y no pudieran pagar el importe, ya fuera por mano de los nuevos amos o con fondos de la Real Hacienda, en plazo de 15 días, se les daría a los traficantes recibo detallado del saldo de la transacción, para que regresaran a cobrar a Sevilla, en donde casi nunca faltaban los fondos del Rey y sus Oficiales pagarían en plazo de un año, dos pagos semestrales. El Rey además hacía gracia de las licencias y el almojarifazgo (impuesto de importación) para abaratarles la compra a sus súbditos vecinos de San Pedro, que eran mineros pero pobres.

La razón para importar esclavos era la apremiante falta de mano de obra nativa tres años después de su conquista, en las minas de Sula. No sé con que grado de sinceridad, el mismo Obispo Pedraza había intentado, unos meses después de haber llegado, en 1539, prohibir el uso de indios libres naborías (es decir esclavos cuya propiedad no constase) en las minas, con lo cual al parecer iba a provocar un colapso de la economía local, razón por la cual la autoridad superior en la Provincia, Diego García de Celis y el Consejo, justicia y regidores de la Villa de San Pedro de Puerto Caballos (por muerte de su anterior gobernador (con titulo del Rey) Andrés de Cereceda, habría otorgado un amparo provisional --mientras asistiera a La Corte el procurador Cristóbal Gallego-- a los vecinos de San Pedro, encabezados por Alonso Ortiz, Teniente de Gobernador y Capitán de la Villa y demás encomenderos dedicados a la minería que apelaban la prohibición del obispo.(AGI, I-G, 1206 y Guatemala 164)

Pudo ser todo de compadre hablado. En su bando de prohibición (leído en una misa de obligatoria asistencia “porno haber pregonero” y contra el cual se habían amparado los vecinos), Pedraza justificaba su radical prohibición en la decadencia de la población que, en otro tiempo, según él, había sido tan densa como la de La Nueva España, pero que estaba muy venida a menos, porque precisamente los mineros --muchos encomenderos guatemaltecos después de la invasión de Alvarado-- se los habían llevado a Guatemala pero también porque Honduras había sido victima de la depredación de flotas españolas esclavistas desde los albores del s. XVI y de las guerras pavorosas que estas le había hecho a los costenhos nativos, financiándose con la exportación de piezas capturadas, incluso después de las prohibiciones de Hernán Cortes (1525) y de la Reina (1531), de las que al parecer se hizo poco caso porque incluso el Protector había traficado con esclavos según testimonio que levantan los vecinos. Junto con el Procurador, su tocayo, Pedraza viajo a La Corte a solicitarle al Rey la merced de permitir la importación de los esclavos y se quedó allá un par de años, paseando.

Venían estos negros de Guinea y Cabo Verde y eran los sobrevivientes de la operación, porque el negrero Alonso confesaba en carta a Pedraza y excusaba la tardanza de unos meses en la entrega “porque se me perdieron en los ríos (africanos) dos navíos, uno ya despachado con 85 piezas e se perdió sin salvar de el, cosa ninguna y otro se fue al fondo” sin más. (AGI I-G, 1380).

El contrato (capitulación) establecía que si llegaran mas piezas de las capituladas, se permitiría al Obispo o al Oficial Real repartirlas al mismo precio, sin obligación para el Rey y que, en caso de disputas, se establecería un tribunal de arbitraje con representantes de cada parte y un tercero, que nombrarían entre ellos. Meses después de llegados a Sula, esos esclavos escaparían de sus amos para irse a vivir a los palenques de los indios y sellarían así la feliz muerte de las infames minas que solo desgracias le habían generado a sus propietarios originales desde que trascendiera la falsa fama de sus riquezas.

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