CRIPTAS REALES DE COPÁN
TEXTO
Gerorge E. Stuart (1997). Fragmento
del artículo “Las Criptas Reales de Copán”. National
Geografic-España, Vol. 1, nº3, 1997. pp: 68-93
Unas bombillas suspendidas
del techo del angosto túnel iluminaban las húmedas paredes de arcilla rojiza y
grava pardusca. El aire húmedo empañaba mis gafas. Yo avanzaba pegado a los
talones de David Sedat, arqueólogo del Museo de la Universidad de Pennsylvania
y director de campo del Programa Acrópolis del Copán Temprano, en los bosques
tropicales del oeste de
Honduras. Nos encontrábamos mas de 15 metros por debajo de las plazas cubiertas
de hierba sobre la Acrópolis, en busca de secretos enterrados de la historia de
los mayas.
Los mayas, cuyo territorio se extendía
desde las tierras altas de Guatemala y zonas limítrofes de México, El Salvador
y Honduras hasta Belice y la amplia llanura de la península de Yucatán, en México,
crearon una de las más importantes civilizaciones de la Antigüedad, entre
aproximadamente el 250 y el 900 de la era cristiana. En aquel tiempo los reyes
mayas gobernaban en capitales regionales como Palenque, Tikal, Calakmul, Cobá y
Copán, rodeados de la pompa y el esplendor de linajes aristocráticos,
presidiendo dinámicas sociedades de agricultores, artesanos, astrónomos y
escribas. De todos los centros mayas, ninguno supera a Copán en cuanto a la
magnificencia de las obras que han sobrevivido a través de los siglos.
Sedat se movía en el
túnel con la facilidad que da la experiencia. El lugar era caliente, asfixiante,
claustrofóbico y propenso a los terremotos. Dijo que me reservaba una sorpresa.
Tras un corto trecho, el pasadizo principal doblaba hacia la izquierda,
mostrando un muro policromo en el que aparecían esculpidos y pintados iconos e
imágenes mayas tan brillantes como el día en que fueron creados, hace más de
1.500 años. Sedat me condujo por una rampa formada por unas tablas tendidas
sobre el negro vacío. Por fin, se detuvo al llegar a un pozo vertical que rompía
la superficie gastada y sucia del suelo.
“Ésta es la
sorpresa” —dijo—“, pero sólo hay espacio para una persona. Entra tú
primero.”
Con una pequeña
linterna entre los dientes, empecé a descender con cautela por el pozo. Al
llegar abajo me agaché para mirar a través de una abertura practicada en la
base de un muro de tierra - piedra. Ante
mis ojos apareció el borde de
una gran losa de piedra que las recientes excavaciones habían puesto al
descubierto. Encogí los hombros para pasar a través de la abertura y luego me
erguí y miré la superficie de la losa. Lo que contemplé constituye una de las
experiencias más impresionantes que he vivido en los largos años que llevo
dedicados al conocimiento de los antiguos mayas.
Sobre la losa yacían los restos y el ajuar de un personaje real. Prácticamente
todas las pruebas halladas por los arqueólogos indican que la persona enterrada
allí era nada menos que K’inichYax K’uk’ Mo’ (Ojos de Sol, Verde
Quetzal Guacamayo), el venerado rey-dios, el fabuloso «fundador» citado en los
textos jeroglíficos de Copán. Algunos expertos opinan que el fundador era un
señor local; otros creen que llegó a Copán desde una ciudad maya situada en
el norte, posiblemente un centro que había caído bajo la influencia cultural
de Teotihuacán, una metrópoli del México central, o que quizá procedía de
la propia Teotihuacán. Una vez instalado en Copán, el fundador estableció una
dinastía que mantendría el poder de este reino maya ubicado en un valle por
espacio de unos 400 años.
Los
especialistas en arqueología maya
hace tiempo
que reconocen la enorme importancia de Copán. Gracias a más de un siglo de
investigaciones sabemos que estos edificios en ruinas que se alzan junto al río
Copán constituyeron la capital política y
religiosa de un importante
reino durante muchos siglos antes de su caída, hace más de mil años. Desde
los primeros trabajos en el valle se sabía que la imponente Acrópolis
constituyó no
sólo el
emplazamiento de algunas de las más espectaculares muestras de arquitectura y
escultura de la ciudad, sino también la sede del poder que gobernó el reino
de Copán durante el apogeo del período clásico maya, aproximadamente entre el
400 y el 850.
Durante el período clásico,
los gobernantes de Copán afirmaban ser descendientes del Sol, y
como tales tenían derecho a reinar.
Libraban guerras, comerciaban, mandaban construir monumentos dedicados a sus
personas y a sus linajes y presidían un reino formado por unos 20.000 súbditos. estos estaban organizados en diversas capas sociales,
desde los agricultores, que vivían en chozas de madera y ramas entretejidas,
con techos de bálago o paja, hasta la minoría dominante, que ocupaba los
monumentales palacios junto a la Acrópolis. Algunas familias del valle
prosperaron gracias a industrias artesanales que elaboraban piedras de moler
grano (metates), instrumentos
cortantes de obsidiana y objetos decorativos de concha. Ciertos ritos, como el
juego de pelota ceremonial, un deporte parecido al fútbol que encerraba un
significado cósmico, se celebraban en lugares especiales al aire libre,
mientras que las ceremonias reales, destinadas al culto a los antepasados y a la
búsqueda de visiones, mediante la práctica de sangrías y la ingestión de
alucinógenos, tenían lugar en la intimidad de dependencias secretas y
aposentos situados sobre la Acrópolis.
La Acrópolis de Copán se alza sobre una terraza artificial que alcanza una
altura de unos 30 metros sobre las tierras bajas colindantes, regadas por el río.
La masa de construcción, de planta más o menos rectangular y orientada
aproximadamente de norte a sur, contiene unos dos millones de metros cúbicos de
mampostería. Antiguamente era aún mayor. Después de que los mayas abandonaran
el lugar a la acción del bosque y del río, hacia el 900 de la era cristiana,
sus edificios de piedra se fueron deteriorando hasta convertirse en ruinas. Los
dinteles se hundieron y las bóvedas se desplomaron, cayendo edificios enteros,
muchos de los cuales desaparecieron a medida que el río socavaba el borde
oriental de la Acrópolis.
Cuando John Lloyd Stephens, explorador pionero del territorio de los mayas, y el
dibujante Frederick Catherwood llegaron a Copán en el otoño de 1839, lo
primero que vieron fue la gran masa de la Acrópolis. «Al llegar a la orilla de
un río —escribió Stephens más tarde—, vimos frente a nosotros un muro de
piedra, de unos 30 metros de altura y en cuya parte superior brotaba la aulaga,
que se extendía de norte a sur a lo largo del río.»
Lo que Stephens y
Catherwood habían vislumbrado aquella mañana no era un muro, como pudieron
comprobar posteriormente, sino lo que ha venido en llamarse el gran Corte, un
farallón cortado a pico por la acción del río. El Corte indicaba claramente
que la Acrópolis no era un promontorio natural, sino una masa de restos
acumulada tras varios siglos de construcciones superpuestas. «Cada uno de los
reyes construyó sobre las obras de sus predecesores», declaró William L. Fash,
Jr., arqueólogo de la Universidad de Harvard que dirige el Proyecto Arqueológico
de la Acrópolis de Copán.
Yo contemplé la Acrópolis por primera vez hace unos 25 años. En aquel
entonces no se llevaban a cabo excavaciones arqueológicas. El lugar reposaba en
silencio bajo el alto dosel formado por árboles milenarios. Recuerdo nítidamente
el color verde. Aparecía por doquier en la luz solar que se filtraba a través
de las ramas y caía sobre las piedras, en el reluciente musgo que cubría buena
parte de los edificios en ruinas y de las esculturas.
Bill Fash ha pasado la mayor parte de su
carrera en Copán. Comenzó a trabajar allí en 1977 colaborando en la elaboración
del mapa de los miles de montículos que salpican el valle. A partir de 1975,
con la ayuda del Instituto Hondureño de Antropología e Historia, se emprendió
una serie de proyectos bajo la dirección de varios eruditos, centrados en los
diversos aspectos de la vida de los antiguos mayas en Copán, desde la excavación
de una muestra de las viviendas más modestas del valle hasta el descubrimiento
del magnífico edificio Rosalila, situado dentro de la Acrópolis. Para
facilitar la labur, los excavadores dieron nombre a las estructuras. Rosalila
fue excavado y bautizado por Ricardo Agurcia Fasquelle, codirector hondureño
del proyecto Copán.
El hallazgo
de Rosalila, probablemente el mejor conservado de los edificios mayas
descubiertos en la zona, confirmó la opinión de Fash y Agurcia sobre el carácter
especial del área de la Acrópolis. Les atrajo a ese lugar la presencia del
Altar Q, quizá el monumento más importante de Copán, que se encuentra junto a
la base de la Estructura 16, donde Stephens y Catherwood lo habían visto en
1839. Stephens adivinó de inmediato la auténtica naturaleza de sus imágenes
en cuanto representaciones de 16 personajes nobles. Ahora sabemos que se trataba
de los 16 reyes de la dinastía de Copán, fundada por K’inich Yax K’uk’
Mo’ en 426. El Altar Q fue consagrado a finales del siglo VIII por el último
gobernante dinástico de Copán, Yax Pasah, en una ceremonia de sacrificio de
animales que incluyó 15 jaguares, tal vez en honor de los antepasados del
soberano.
De todos los gobernantes conocidos de Copán, ninguno llegó a hacer sombra a la
venerada memoria del fundador. Sobre el Altar Q aparece cediendo el bastón de
mando a Yax Pasah en 763, una transferencia metafórica de poder, puesto que a
ambos personajes los separan más de 300 años. En esta escena, el fundador
aparece con una barra pectoral de jade, adorno que lucían los reyes, que cuelga
de su cuello. Presenta los simbólicos ojos saltones que le asemejan a Tlaloc,
dios del rayo y de la guerra en México central, y sostiene un escudo, no de
estilo clásico maya, sino de una forma rectangular asociada con Teotihuacán,
ciudad situada a unos 1.150 kilómetros de Copán.
El modo en que la
influencia de Teotihuacán alcanzó una zona tan lejana sigue siendo
un misterio. Sabemos que, tanto para el residente como para el visitante,
Teotihuacán representaba un lugar dotado de poderes sobrenaturales. Su población,
de entre 125.000 y 200.000 habitantes, la sitúa entre las ciudades más grandes
del mundo antiguo. Su importancia cultural era inmensa. Mientras que algunos
expertos sostienen que fue el comercio lo que propagó la influencia de
Teotihuacán hasta la región maya, otros sospechan que el papel preponderante
lo jugó la conquista.
Dan testimonio de la presencia de Teotihuacán entre los mayas los objetos de
obsidiana de un distintivo color verde que no se encuentra en territorio maya,
los inconfundibles estilos de vasijas de barro provistas de tapadera y ciertos
elementos arquitectónicos. Todos ellos aparecieron en mayor o
menor medida en la
práctica generalidad de las ciudades mayas, como Tikal, Calakmul y Palenque,
aproximadamente entre los años 300 y 600. Copán no es una excepción.
Robert J. Sharer, del Museo de la Universidad de Pennsylvania, dirige el equipo que se
encarga de la ardua tarea de explorar el interior de la Acrópolis. Fa 1989,
Sharer y Sedat empezaron a excavar un túnel justo debajo de la superficie del
Patio Este, no lejos del Rosalila. Pero la perforación bajo el Patio Este fue
tan sólo el principio. La necesidad de excavar más profundamente y de forma
sistemática la estructura les llevó a toparse con los niveles inferiores del
frente del risco conocido como el Corte. Afortunadamente para ellos, el río Copán
había sido recanalizado a fines de los años treinta para proteger los tesoros
arqueológicos, dejando el Corte seco. En 1991, después de que los albañiles
reforzaran la fachada del risco, los arqueólogos comenzaron a investigar el
primer capítulo de la historia de la Acrópolis de Copán y su desarrollo.
Uno de los hallazgos más importantes fue una piedra de gran tamaño con jeroglíficos
esculpidos y en excelente estado de conservación, descubierta en la base de un
muro de mampostería. Linda Schele, epigrafista de la Universidad de Texas en
Austin, no tardó en leer parte del mensaje que figuraba en la piedra y que
proclamaba la dedicación de «la casa de la muerte del señor de Copán».
También nombraba al fundador y a su hijo.
«Al parecer —dice Bob Sharer—, la
piedra había sido retirada de un edificio demolido cerca del lugar en que la
hallamos. Y su mensaje era claro: los restos del fundador y los edificios
construidos por él yacían debajo del centro de la Acrópolis. El hallazgo venía
a confirmar nuestras sospechas.»
La piedra con inscripciones había sido
colocada por los mayas en el muro de una cámara abovedada en el edificio que
los excavadores llaman Margarita. En el interior de la cámara encontraron un
recipiente al que calificaron como el «deslumbrante», un vaso pintado con
brillantes colores apoyado sobre un trípode, a modo de ofrenda. Tanto en el
cuerpo como en la tapadera del vaso aparecían las imágenes de una estructura
exquisitamente detallada, una plataforma con el inconfundible estilo arquitectónico
de Teotihuacán, sobre la que se alzaba un templo de estilo maya. Ambas
estructuras mostraban en parte la figura de un ser vivo, con los brazos
extendidos y el semblante de ojos saltones de Tlaloc, que observa fijamente al
visitante desde una minúscula entrada.
La tumba Margarita, situada debajo de
la cámara de las ofrendas, constituía un enigma. Al principio se supuso que
debía de contener los restos de uno de los primeros gobernantes que aparecen en
el Altar Q. A fin de cuentas, era la tumba de construcción y decoración más
elaboradas entre las halladas en Copán. Pero Jane Buikstra, antropóloga física
de la Universidad de Nuevo México, a la que Sharer había llamado para que
analizara los huesos, demostró que esa suposición era errónea.
«Bob Sharer me estaba filmando
mientras me encaramaba sobre la losa para examinar los huesos —recuerda
Jane—, y yo describía en voz alta lo que veía. Cuando terminé mis cálculos
referentes a la edad del personaje allí enterrado, dije que debía de tener por
lo menos 50 años. Bob me preguntó a qué sexo pertenecía. Ambos habíamos
supuesto que se trataba de un varón. Pero cuando observé la forma de la
pelvis, comprobé que era una mujer.»
El cuerpo de la noble dama, instalado
sobre una gruesa losa rectangular) había sido ataviado con ricos ropajes y
algunas de las joyas de jade más extraordinarias halladas en una tumba maya.
Sus huesos, en particular el cráneo, aparecían sobrenaturalmente brillantes y
rojos, pues después de muerta la dama había sido recubierta con cinabrio, o
sulfuro mercúrico, una sustancia sagrada para los mayas. Dicha decoración roja
podía significar el punto cardinal Este, asociado con la salida del sol y, por
extensión, con la resurrección. ¿Quién era esta dama venerada por los mayas?
«Por los indicios hallados hasta el
momento —me explicó Bob Sharer—, creemos que se trata de la esposa del
fundador, lo cual la convierte en la reina madre de los 15 gobernantes sucesivos
de la dinastía de Copán.»
El hallazgo de la tumba
de la mujer, y
en especial el emblema de unas grandes aves enlazadas que indica el nombre del
fundador, grabado en la fachada de esa estructura, venía a demostrar que esta
sección de la Acrópolis constituía una especie de axis
mundi, una serie de túmulos mortuorios y edificios consagrados por la
presencia de un personaje dotado de un poder casi inimaginable a los ojos de los
habitantes de Copán. Dado que todos los indicios señalaban a K’inich Yax
K’uk’ Mo', Sharer y Sedat excavaron más profundamente bajo el complejo
Margarita. En primer lugar descubrieron la fachada con máscaras rojas del dios
Sol instaladas sobre una plataforma que llamaron Yehnal. A continuación
hallaron un esqueleto que supusieron pertenecía al propio fundador.
La
cripta se hallaba dentro de otra estructura —a la que se denominó Hunal—
construida junto al río cuando aún no existía la Acrópolis. Si se da por
sentado que la persona allí enterrada es el fundador, el yacimiento mortuorio
presta validez a nuestro concepto del eje del mundo tan enraizado en las
creencias de los mayas.
Los textos jeroglíficos
de Copán sugieren que otros gobernantes, tal vez jefes de familias locales,
precedieron al fundador. Pero es evidente que cuando K’inich Yax K’uk’ Mo’
apareció en escena, a principios del siglo y, introduciendo el estilo y el aura de la arquitectura escalonada de
Teotihuacán, el poder y la política experimentaron un cambio definitivo.
El matrimonio real del fundador dio
origen a una de las dinastías más duraderas entre las que gobernaron las
ciudades estado mayas. A medida que se incrementaba el poder de la dinastía, la
Acrópolis se iba desarrollando.
A principios del siglo y sólo unas pocas estructuras ocupaban la llanura que se extiende
junto a la orilla occidental del río Copán. Según las pruebas proporcionadas
por los túneles, la mayoría de ellas eran de adobe, pero estaban presididas al
menos por dos estructuras de mampostería, Yax y Hunal. Yax, situada al norte de
Hunal, formaba un núcleo de construcciones que culminaba con el templo de la
gran Escalera Jeroglífica. Hunal constituía el corazón de la futura Acrópolis.
En 437 murió K’inich Yax K’uk’ Mo’. Si los huesos de Hunal son los
suyos, debía de tener al menos 50 años, y pasó al más allá de los mayas con
el antebrazo derecho roto, sin soldar y desfigurado. Sobre el Altar Q aparece
representado con ese miembro oculto, quizás intencionadamente, por su escudo de
guerra de estilo mexicano. El esqueleto de Hunal luce una barra pectoral de
jade como la que aparece en el Altar Q. Hay indicios de otras heridas o
contusiones sufridas en combate, o quizá como consecuencia de la dureza del
juego de pelota ritual. «Su hombro izquierdo parece dislocado —explicó Jane
Buikstra tras examinar los huesos—. Le faltaban los dientes de delante, quizá
a causa de un golpe, y padecía una artritis avanzada.»
Poco después del
enterramiento, Hunal quedó cubierto por otro edificio, Yehnal, con gigantescos
rostros del dios Sol en su fachada. En 440, al menos una docena de edificios
ocupaban la zona de la futura Acrópolis. Una década más tarde se construyó
la tumba Margarita para albergar los restos de una mujer importante, tal vez la
viuda del fundador.
Mientras me dirigía por el túnel
hacia la cripta de Hunal, me había detenido un instante ante la asombrosa
fachada de estuco de la tumba Margarita, pero más tarde tuve el privilegio de
examinarla detenidamente. El estuco, tallado y pintado, muestra lo que, en la práctica,
constituye el emblema heráldico de K’inich Yax K’uk’ Mo’: unas aves
enlazadas de cuyas bocas brotan dioses del Sol, el K’in (sol), el K’uk’
(quetzal) y el Mo’ (guacamayo), que forman el nombre, junto con el prefijo Yax,
que significa «verde» o «primero» o «preciado». Todo el conjunto se
halla circundado por motivos referentes al Cielo y a la Tierra. Según David
Sedat, la plataforma Margarita fue sepultada con esmero, como si se tratara de
un ser vivo.
«Prácticamente no había guijarros en
el terraplén que cubría esas pinturas —explica Sedat—. Por tanto, sabemos
que quienes la sepultaron lo hicieron con gran esmero. Por eso está tan bien
conservada.»
Tras el enterramiento de la plataforma
Margarita, el eje del lugar sagrado empezó a alzarse en sentido vertical desde
el lugar al nivel del río de la tumba Hunal, y la Acrópolis creció hacia
arriba. Más de un siglo después, y tras ocho gobernantes, en 573 se produjo un
período de intensa construcción que culminó con la magnífica estructura
Rosalila, que Ricardo Agurcia comenzó a excavar en 1989. Esta estructura también
rinde homenaje al fundador.
El edificio original Rosalila también
está situado sobre el eje sagrado, cubierto por la Estructura 16. Una réplica
exacta preside hoy el Museo de Esculturas de Copán. Meticulosamente moldeada y
pintada hasta el último detalle, la réplica brilla con la misma intensidad que
debió de tener el edificio original.
Todo aquel que
contemplase el Rosalila tal como aparecía entonces, dominando la Acrópolis,
necesariamente tenía que captar su mensaje: que encarnaba al mismo fundador, a
sus antepasados divinos y a su poder secular.
Yax Pasah, que se supone fue el último
gobernante de la dinastía, mandó erigir su propia gran pirámide, la
Estructura 16, la más alta de la Acrópolis, poco antes del 800. Con esta
construcción se completó la Acrópolis.
Después
de mi visita a la tumba de Hunal, trepé hasta la cima de la Acrópolis y en
aquella fresca y límpida atmósfera medité sobre los últimos días de la
antigua dinastía.
La Popol Na, o Casa de las Esteras, se
yergue altiva junto a una esquina del Patio Este. Recientes investigaciones
efectuadas allí por la artista y arqueóloga Barbara Fash indican que el poder
derivado del fundador empezó a declinar a raíz de la captura y el sacrificio
del decimotercer gobernante de Copán por el rey de una ciudad estado rival en
738. Por la época de Yax Pasah, un cuarto de siglo más tarde, el poder de Copán
no se había recuperado. Los símbolos glíficos de la Casa de las Esteras,
intercalados con los motivos de esteras que le dan nombre, quizá representen
unos linajes ajenos a la zona de la Acrópolis, lo que sugiere que este edificio
constituía la casa de reunión de los representantes de la nobleza del valle
que colaboraron en el gobierno con los tres últimos reyes.
Aún queda mucho por hacer en Copán,
pues las respuestas obtenidas mediante el proyecto de la Acrópolis provocan
nuevos interrogantes. Pero se han alcanzado los objetivos principales.
«Hasta la fecha —dice Sharer—, la
mayoría de los datos de que disponíamos sobre la civilización maya procedían
del período clásico tardío, a partir del 600, aproximadamente. Ahora, gracias
a Copán, conocemos más detalles sobre el período clásico temprano.»
Los arqueólogos persisten en su búsqueda
de más datos sobre Copán, su valle y sus vecinos. En la actualidad se está
llevando a cabo un detallado análisis del ADN y otros aspectos de las
sustancias químicas de los huesos enterrados en Copán, y es posible que dentro
de poco Jane Buikstra pueda aclararnos más cosas sobre los individuos
sepultados en esas tumbas.
Gracias a los logros de Bob Sharer,
David Sedat y sus colegas, ni ellos ni yo, ni nadie interesado por el pasado
americano, podremos volver a contemplar la gigantesca mole de la Acrópolis de
Copán sin pensar en los secretos reales que yacieron tanto tiempo ocultos bajo
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