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¿QUIÉNES SON Y QUÉ QUIEREN
LOS ENEMIGOS DE BILL CLINTON?

 

 

Starr no está ahí por casualidad, fue nombrado por una magistrada de la Corte Federal, designada a su vez por Reagan, y es un componente del vasto dispositivo que la extrema derecha norteamericana puso en pie en los años ochenta y que ha consolidado definitivamente en la última década.

Su soporte principal son:

  1. una parte de la gran empresa americana
  2. la derecha dura del partido republicano
  3. un grupo militante de jueces y fiscales
  4. algunos lobbies ideológicos disfrazados de think-tanks.

La expresión política de su credo forma el núcleo central del "Contrato por América" que Newt Gingrich lanzó con ocasión de las elecciones de 1994:

  1. desmantelamiento de todas las estructuras públicas nacionales e internacionales, incluyendo las Naciones Unidas
  2. supresión de todos los programas de protección social, en especial los de ayuda a los pobres
  3. restablecimiento de la pena de muerte en los Estados en que no existe
  4. aumento de los presupuestos militares
  5. prohibición del aborto en cualquier circunstancia
  6. desregulación general.

Trabajan principalmente desde dos entidades:

  1. Fundación para el Progreso y la Libertad, creada en 1993 al servicio de Newt Gingrich
  2. Heritage Foundation
  3. Free Congress Foundation, muy ligada al integrismo cristiano
  4. NET, cadena de cable desde la que Gingrich y los congresistas e ideólogos ultrarreaccionarios lanzan sus soflamas.

La agresividad vindicativa de la primera sigue apoyándose en la función de presidente de la Cámara de Representantes de Gingrich a pesar de su condena por haber utilizado en provecho propio 40 millones de pesetas destinados a una fundación y de haber reconocido que mintió al Comité de Ética de la Cámara. La Heritage Foundation -que propuso la entrega de armas nucleares a la Contra de Nicaragua, que aparece ligada según Jean François Boyer a la secta Moon, que fue el gran ejecutor de la campaña contra la Unesco que acabó con el abandono de dicha organización por Estados Unidos- está dedicada a infiltrar los parlamentarios republicanos en Washington -gracias a los 25 millones de dólares anuales con los que cuenta-, a los que inunda con sus folletos -más de uno al día- en los que criticca o alaba los proyectos de ley.

En este contexto, la victoria de Clinton actúa como un revulsivo radical. Se trata de acabar con él como sea, para apuntarse ese tanto y reconquistar las posiciones que los ultras tenían en tiempos de Reagan en el Partido Republicano y que han perdido, en parte, desde entonces. Con Starr como ariete se comienza con el caso Whitewater, para cuya investigación se le nombra. Pero pincha en hueso y tiene que recurrir a otros procedimientos que la ministra de Justicia, Janet Reno, ha denunciado, pues hay pruebas suficientes de que el principal testigo de cargo de Starr, David Hale, fue sobornado para que declarase contra los Clinton en relación con el préstamo ilegal de 300.000 dólares para la compra de un terreno. De lo inmobiliario se pasa al sexo con Paula Jones, que se pretende agredida sexualmente por Clinton, pero de nuevo la juez republicana Suan Weber Wright desestima las alegaciones de acoso sexual y el fiscal federal Vincent Bugliosi descalifica a Starr, quien, según él, dada su enemistad manifiesta con los Clinton, no podía intervenir en el caso. El affaire Lewinsky, mucho mejor organizado, ha dado más de sí. El caso de las contribuciones ilegales de Pekín a la campaña para la reelección de Clinton, del que Alexander Adler acaba de dar certera noticia en Le Monde, no parece en cambio muy prometedor para el clan reaccionario, que, apoyado en el escuadrón de ultras del que el multimillonario Richarg Mellon Scaife es la figura más visible, no cejará hasta que no logre abatir a Clinton. Pero ¿puede el mundo estar a merced de un grupo de ayatolás sectarios, mezcla incongruente de liberales radicales e integristas religiosos? ¿Por qué no lo denuncian los medios de referencia de todos los países y sobre todo de Estados Unidos?

 

Basado en (c) José Vidal-Beneyto, El País 30.9.1998