Gianni Vattimo es situado en el pensamiento posmoderno, no hay dudas de ello
ya que él mismo se define de tal manera.
Ahora bien, ¿qué nos dice el pensamiento posmoderno?, creo que con algunas
consideraciones básicas podemos intentar comenzar a comprenderlo.
“Los posmodernos suelen repetir el anuncio de Nietzsche: “Dios ha
muerto” (Dios representa aquí la “verdadera realidad”). ¿Qué nos queda,
entonces? La multiplicidad de las apariencias, efímeras, fragmentarias y que no
pueden reducirse a la unidad.” 1
Toda la filosofía anterior a este pensamiento se fundó en base a una
concepción jerárquica del saber. Esta concepción puede ser graficada como una
pirámide.
En la cúspide tenemos “lo uno”, siempre idéntico a sí mismo, lo
permanente, el modelo; la “verdadera realidad”; Dios.
En la base, la multiplicidad de las cosas, diferentes, cambiantes, copias de
aquel modelo que se encuentra en la cúspide. En esta base podemos encontrar los
hechos cotidianos, la débil y fragmentaria apariencia de lo real.
Es decir; por contraposición a Dios, que como dijimos es la cúspide;
encontramos en la base al hombre común.
La filosofía, sería, para esta concepción, la única que nos permitiría
pasar de lo aparente a lo real, realizando un camino ascendente desde lo efímero
y cambiante hacia lo siempre idéntico a sí mismo.
Recordemos la alegoría de la caverna que nos describe Platón, pero no
creamos que esta concepción pertenece sólo a la antigüedad; la vemos
reproducirse en la filosofía medieval, pasando a la moderna y atravesando todos
los períodos históricos en que queramos dividir la “Historia de la filosofía”.
Es más, “La Historia”
está basada en esta argumentación ya que la misma idea la encontramos, sin
ningún esfuerzo, en todo el sistema hegeliano. Al mencionar a Hegel no podemos
olvidar que, según sus propias palabras, su héroe el cual porta el “Espíritu
Universal”, lo sería caminando sobre los cadáveres de los inocentes.
En el pensamiento posmoderno la verdad como lo UNO desaparece. La concepción
de toda la filosofía anterior con respecto a La Verdad se disuelve. Esa idea de
Verdad como lo uno, lo permanente, siempre idéntica a sí misma, como desde lo
que emana todo lo sensible, es aniquilada con la “muerte de Dios”.
Sólo nos queda la base de la pirámide jerárquica y por lo tanto
desaparece tal pirámide, es decir queda anulada la metafísica como fundamento
de la física, sólo nos queda la física; mejor dicho queda anulado todo
fundamento y por ende todo fundamentalismo.
“La filosofía puede ser aquello que es –filosofía no metafísica del
carácter esencialmente interpretativo de la verdad, y por ello ontológicamente
nihilista- sólo en cuanto heredera del mito cristiano de la encarnación de
Dios” 2
El modelo de “hombre moderno”, cuya característica fundamental es la de
un yo que posee un valor absoluto, es decir “un sujeto fuerte”, el cual se
desarrolla en el pensar o la razón que lo hará llegar a La Verdad que es una;
queda disuelto en este pensamiento.
A esta Verdad de la modernidad sólo se puede tener acceso por intermedio de
una lógica cuyos axiomas sean proposiciones que el mismo ser humano ha creado;
este es el punto donde se asienta su propia invalidez. Veamos si con algunos
ejemplos podemos demostrarlo.
Si de ciencia hablamos, absoluto indiscutido de la modernidad, sería muy
apropiado recordar la conmoción que le causó al mismo Max Planck la teoría cuántica
que él comenzó a desarrollar, al descubrir que la luz se comportaba como onda
y partícula, no alternativamente, sino al mismo tiempo. Esta concepción
significó que las leyes de la física clásica ya no tuvieran cabida en la
actualidad. Las partículas pierden sus dimensiones y adquieren las propiedades
de las ondas. A su vez, las ondas empiezan a actuar como partículas. Esto
sucedió a mediados de diciembre del año 1900. Era la caída de la ciencia como
supuesto metafísico del saber y el conocer. Pero a partir de este suceso, no se
abandonó la idea de la ciencia como horizonte teórico de lo real,
estableciendo las leyes universales que rigen el mundo. Lo que sí se hizo fue
la construcción de una lógica con que se estudiaban los enunciados de la
ciencia. Para poder encuadrarla nuevamente en su lugar se “adaptó” una
nueva lógica a los datos que procedían de la ciencia y se llegó, por ejemplo,
al debilitamiento de la implicación. Se postuló como un axioma lo siguiente:
una implicación es falsa sólo cuando su consecuente es falso y el antecedente
verdadero, pero a la inversa nunca. Esto lleva a una clara anulación de las
causas y un interés exclusivo sólo en los efectos. Para clarificar un poco:
para esta lógica si el efecto es considerado verdadero, no interesa la causa
que lo haya generado, esta puede ser verdadera o falsa, no interesa su valuación.
Como podemos observar La Verdad no sería otra cosa que una creación humana
y por ende nunca podría tener un carácter de valor absoluto.
No hay valor absoluto ya que cualquier otra creación de otro ser humano,
siguiendo otros parámetros lógicos, puede llevarnos a otra Verdad, tan alejada
de la primera como para ser su propia contradicción o negación.
En lugar de esto los posmodernos sugieren un sujeto débil: “Un
pensamiento débil lo es ante todo y principalmente, en virtud de sus contenidos
ontológicos, del modo como concibe el ser y la verdad: en consecuencia, es
también un pensamiento desprovisto de razones para reclamar a la superioridad
que el saber metafísico exigía en relación a la praxis.” 3.
Este es un sujeto el cuál no impone nada y no deja que le impongan.
Ante el sujeto “fuerte” de la modernidad, los posmodernos nos invitan a
pensar uno “débil”. Sus argumentos son válidos si pensamos en la duda que
introduce el psicoanálisis presentando al sujeto como ese alguien sujeto al
deseo y al inconsciente. O si lo analizamos desde la ideología, al presentarlo
como una mera internalización de lo social. También podemos observar que desde
el lenguaje, cuando aceptamos el tópico que dice que no soy yo el que habla,
sino la lengua a través de mí, se desmorona esta concepción absolutista. Otro
ejemplo, para nada despreciable es la multiplicación de los medios masivos de
comunicación, desde donde los individuos se ven sujetos a una multiplicidad de
mensajes.
Por último y, atentos a todo lo anterior, al llegar a la conclusión que
Dios ha muerto cae todo sustento del pensar como afirmación de La Realidad.
Ahora bien, ¿este debilitamiento del individuo, no lleva aparejado un
debilitamiento de toda escala de valores?,
¿cuál sería La Escala?.
Si así fuera sería
muy peligroso, ya que nos puede conducir a otro extremo, no peor, pero sí de
igual magnitud en cuanto peligrosidad que el afirmar que existe Una Verdad y es
el afirmar que no existe ninguna o que cualquier verdad es posible y por ende no
criticable (quiero decir buena en su contexto).
Ejemplo: si un pueblo decide que las mujeres adúlteras deben ser lapidadas,
nadie tendría derecho a criticarlo o impedir tamaña aberración, ya que ¿en
nombre de qué Verdad combatiría la verdad de ese pueblo?. ¿Esto significa que
ya no podemos hablar del “mal”?, veamos que nos dice Vattimo: “No creo,
pues, que el optimismo vinculado a la lectura <débil> de la revelación
cristiana conduzca necesariamente a una infravaloración de los males del
mundo.” 4
Y sigue en la misma página: “La
salvación que busco a través de la aceptación radical del significado de la kenosis
no es, pues, una salvación que dependa sólo de mí, que olvide la necesidad
de la gracia como don que viene de otro. Pero también es gracia el carácter
del movimiento armonioso que excluye la violencia,...” 5.
Aquí se impone una mínima explicación del término “kenosis”.
La kenosis es el proceso por el cual Dios se hace hombre, es la encarnación
de Dios en el mundo de los mortales.
Es el descenso desde lo Uno para participar en el mundo sensible, con todas
las consecuencias que ello implica.
No es un dato superfluo que Dios “baje” a “nuestra realidad”, ya que
con ello, y ese es el mensaje de Cristo, disuelve la idea de Dios omnipotente,
vengador, castigador.
El nuevo mensaje es toda una revolución, viene a decirnos que Dios es
amigable, contradiciendo a todas las religiones naturales que sostenían (y
sostienen) que Dios es, como dijimos en párrafos anteriores, Lo Uno.
Retomo la idea anterior, en la cual se planteaba el problema de hasta donde
podemos llevar el “debilitamiento”.
Vattimo nos responde a la pregunta que le hicimos: “... se dirá, pero
entonces ¿también el mandamiento <no matarás> será algún día
secularizable? Me gustaría recordar que la norma de la secularización es la
caridad y, más en general o en lenguaje ético, la reducción de la violencia
en todas sus formas; ...” 6, es decir, ante este debilitamiento
del ser y el pensar se impone una única salvedad que es de carácter ético, la
Caridad.
Retornando al título de este trabajo, encontramos otra cita de Vattimo que
profundiza aún más este concepto: “Quiero interpretar la palabra evangélica
como el mismo Jesús enseñó a hacerlo, traduciendo la letra, frecuentemente
violenta, de los preceptos y de las profecías, a términos más conformes con
el mandamiento supremo de la caridad.” 7
Es aquí donde quiero detenerme, considerar todo lo anterior, y
estableciendo como principio ético el del amor, desarrollar, en forma más
amplia este último tema. Creo necesario explayarme sobre este concepto desde
una óptica cristiana propia o, como dice Vattimo, asumir el compromiso sobre mi
propia interpretación del mensaje cristiano: “Por ejemplo, diría en
primer lugar que la interpretación <kenótica> de los artículos de fe
corre paralela a la vida de cada uno, al compromiso por encarnar concretamente
los principios en la propia existencia, y ello no puede convertirse en fórmula.”
8.
“Ama al prójimo como a ti mismo”, ante todo observamos en la palabra de Cristo un “ama” y no un “quiere”, creo que en la distinción entre estos términos podemos encontrar la diferencia entre un pensamiento cristiano y uno que se aleja de la máxima que encabeza este párrafo.
Fundaré
este ensayo en la “confusión” entre estos dos términos “querer” y
“amar”. El concepto de querer (que tiende al absoluto, si no lo es)
pertenece a la “psicología barata” tan de moda en nuestra sociedad.
Sostiene que el amor no es más que un eufemismo y que el verdadero concepto es
el “querer”, el cual se origina en un deseo, crea el objeto de deseo, lo
busca, lo encuentra y luego exige la anulación del deseo (o, como
les gusta llamar a los seguidores de Freud, pulsión) por intermedio de la
posesión del objeto. Luego seguiríamos por un camino infinito de creación de
objetos de deseo, posesión de ellos para anularlos y así sucesivamente.
Notemos la extrema violencia que encierran los términos “objeto”, “posesión”
para ser asignados a un ser humano. Nada más lejano del mensaje de Cristo.
Debemos hacer una clara distinción entre el querer y el amar o, mejor
expresado, entre el “te quiero” y el “te amo”; mientras el uno es
posesivo, el otro no busca nada a cambio, no intenta modificar al otro para
transformarlo en “mi bien más preciado”; al contrario, lo acepta como es
(en el sentido de la palabra “lo que está siendo”; verbal, nunca nominal).
Decía que le acepta como es y busca su bien, sin imponer ningún parámetro de
bien propio, inversamente al querer, si ama (y no confunde estos dos términos)
quizás comprenda que el bien para “el otro” no sea el bien para el que ama,
quizás signifique la pérdida de ese otro.
Aquí entramos en una contradicción del lenguaje o en todo caso en la suplantación de términos, ya que sólo se puede perder una posesión y entonces ya no hablaríamos de un “te amo”, sino de un “te quiero”. Al no confundir estos términos habrá hecho un acto de caridad al dejar total libertad al otro, y esto, si fuera recíproco, constituiría un lazo mucho más fuerte que la imposición de la posesión.
En el amor
hacia el otro no tiene cabida el absoluto; al contrario, la posición del que
ama se debilita, pues nunca podrá poseer algo que no quiere poseer, por no
considerarlo un objeto. Digo que se debilita ya que la caridad así entendida es
algo que de por sí acarrea innumerables inconvenientes para quién lo practique
en un mundo de “quereres” y no de “amares”, pero si existe algún
ejemplo (¡y qué ejemplo!), seamos creyentes o no, lo encontramos en la
“Kenosis” de Cristo, piedra angular de todo este desarrollo. “La
encarnación, es decir el abajamiento de Dios al nivel del hombre, lo que el
Nuevo Testamento llama kenosis de Dios *, será interpretada como signo
de que el Dios no violento y no absoluto de la época posmetafísica tiene como
rasgo distintivo la misma vocación al debilitamiento de que habla la filosofía
de inspiración heideggeriana.” *
Véase Pablo, Carta a los Filipenses 2,7. 10
El querer puede ser fundado en buscar y exigir en el otro “lo que me falta”, “lo que me hace incompleto”; pero sólo en función de hallarlo, poseerlo y así tratar de completarme.
El amor consistiría en darle al otro lo que necesite para seguir siendo, para, si lo necesita, poder estar mejor; aunque este proceder (en un primer momento y en apariencias) me haga más incompleto, me quite parte de lo poco que tengo. Suponiendo que esta forma de entender el amor pueda parecer paradojal, trataré de respaldarme en nuestro autor: “ ... la única gran paradoja y escándalo de la revelación cristiana es, justamente, la encarnación de Dios, la <kenosis>,...” 11. Pero si este debilitamiento lo comprendemos con los conceptos antes citados, el resultado sería inverso, al ser “el otro”, junto a mí, un conjunto superior a los dos. Al lograr que “el otro” esté mejor o tenga un mejor existir, lograré estarlo yo también, pues una parte de la humanidad que es “el otro” mejorará su “estar siendo” y así la humanidad, en la cual “yo estoy siendo” habrá logrado pasar de un existir mal a un existir mejor. Así, al estar siendo dentro de ese todo que mejoró, el que dio amor también habrá logrado un mejor existir ya que, de haberse quedado en el querer, hubiera obtenido un bien inmediato pero fugaz a expensas del otro. Al trocar el querer por el amar, el bien puede no ser visible (hasta puede parecer un mal) pero si lo que lo originó fue un verdadero acto de amor, el bien no será, quizás, inmediato, pero sí mucho más duradero y positivo, ya que habrá sido producido sobre la base del comprender al otro, y no al de valerse de un “otro” como de una herramienta.
Trataré de explicitar lo que entiendo por otro: cuando hablo del otro, no lo hago desde el lugar de la distancia máxima entre dos existencias. Al contrario, lo coloco en el lugar que menciona Cristo: el otro es el prójimo y éste, según Cristo es la única manifestación física que podremos tener de Dios.
Llegados a
este punto creo que debemos hacer algunas aclaraciones. Quizás se lea esto como
una más de las tantas utopías que se han escrito o dicho, ya que en el párrafo
donde se menciona la dificultad de mantener una existencia que repose en una
filosofía basada en el amor en un mundo de “quereres” pudiera interpretarse
que un acto de amor implica un “sacrificio” voluntario. Creo que no es muy
acertado el término “sacrificio” desde el punto en que invoca
irremediablemente el término “víctima”. A este respecto
vale la aclaración que nos hace Vattimo en referencia a Cristo y su visión como víctima perfecta: “Jesús, significativamente, es aquel que muere no porque sea una víctima perfecta, tal como ha sido entendido siempre, sino porque es portador de un mensaje radicalmente enfrentado a las más profundas convicciones (sagradas – victimarias) de todas las religiones <naturales>. El carácter extraordinario de su revelación (lo sagrado no es la violencia sacrificial, Dios es amor) demuestra, entre otras cosas, que él no podía ser únicamente hombre.” 12 . De aquí se deriva que si el mundo sigue siendo concebido como algo que implica la posesión de todo, hasta incluso una persona; la caridad humana tiene también su límite, el amor no puede ser ilimitado (a menos que nos creamos más que hombres, que nos creamos Cristo) el límite del amor está señalado en la misma frase de Cristo, en el “... como a ti mismo”, la medida o el límite del amor está en el amor hacia uno mismo. Cuanto más se ame a sí mismo más podrá amar y entregar ya que tendrá mucho más para dar. Ahora, si el dar amor significa un sacrificio o, lo que es lo mismo, una pérdida irreparable; por los argumentos previamente citados, estaremos restándole parte de bien al todo del que somos parte, y en ese caso ese supuesto “acto de amor” se transformaría en su contrario.
Terminando
este escrito, no quiero dejar de citar el final de “Creer que se cree”, pues
me parece muy adecuado para sintetizar el concepto posmetafísico de Vattimo con
respecto al cristianismo y la importancia de la caridad como límite de la
secularización en la posmodernidad. Nos dice nuestro autor: “ Una norma
tal –la caridad, destinada a permanecer cuando la fe y la esperanza ya no sean
necesarias, una vez realizado completamente el reino de Dios- justifica
plenamente, me parece, la preferencia por una concepción <amigable> de
Dios y del sentido de la religión. Si esto es un exceso de ternura, es Dios
mismo quién nos ha dado ejemplo de ello. 13
A la pregunta de si se puede ser cristiano sin metafísica, creo que la respuesta es bastante obvia luego de leer este trabajo: no sólo se puede sino que es la única forma de serlo.
Para salvar
cualquier error que pueda haber cometido en este trabajo con respecto a su
desarrollo, y previendo la posible desviación del pensamiento posmoderno que
pueda haberse filtrado en algún lugar de éste, terminaré con una cita
extractada de “La huella de la huella”:
“Que no haya hechos, sólo interpretaciones, como enseña Nietzsche,
no es a su vez un hecho cierto y tranquilizador, sino <sólo> una
interpretación.” 14
Carlos Luis Escudero Sánchez.
Rosario.
Argentina.
1-
“Un auto proclamado posmoderno” Ficha de circulación interna.
Carlos Luis Escudero. Facultad de Humanidades y Artes. U.N.R.
2- “Más allá de la interpretación” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1995. Pág. 99.
4- “Creer que se cree” Gianni
Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona.
1996. Pág. 125.
5- “Creer que se cree” Gianni
Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona.
1996. Pág. 125.
6- “Creer que se cree” Gianni
Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona.
1996. Pág. 112.
7- “Creer que se cree” Gianni
Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona.
1996. Pág. 93.
8- “Creer que se cree” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1996. Pág. 95.
9- “Creer que se cree” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1996. Pág. 99.
10- “Creer que se cree” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1996. Pág. 38, 39.
11- “Creer que se cree” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1996. Pág. 62.
12- “Más allá de la interpretación” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1995. Pág. 95.
13- “Creer que se
cree” Gianni
Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona.
1996. Pág. 127.
14- “La huella de la huella”, en “La religión”. Jacques Derrida y Gianni Vattimo. PPC Editorial. Madrid. 1996. Pág.. 128.
“Más allá de la interpretación” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1995.
“El pensamiento débil” Gianni Vattimo. Pier
Aldo Rovatti. Ediciones Cátedra.
Madrid. 1995.
“Creer que se cree” Gianni Vattimo. Ediciones Paidós. Barcelona. 1996.
“La huella de la huella”, en “La religión”. Jacques Derrida y Gianni Vattimo. PPC Editorial. Madrid. 1996
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Revisado: 18 de Junio de 2004
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