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Herencia Cristiana
Franco: Caudillo de España por
la Gracia de Dios
LA ESPAÑA DE FRANCO |
Por Xosé Manoel Núñez Seixas |
Profesor de Historia Contemporánea |
Universidad de Santiago de Compostela |
Desde
sus orígenes, el Nuevo Estado franquista nació con una voluntad doble:
entroncar con las corrientes de pensamiento contrarrevolucionario anteriores a
1936, y perpetuar una forma de Gobierno jerárquica al servicio, sobre todo, de
la preservación del poder personal del general Franco. El régimen fue también
un producto de la Guerra Civil, y como tal reflejaba los diferentes sectores que
habían nutrido el bando que se alzó en armas contra la República -derecha
antirrepublicana y católica, monárquicos, carlistas, falangistas- de modo ecléctico
y cambiante a través del tiempo. Igualmente, el Nuevo Estado defendía
claramente los intereses de los grupos sociales dominantes desde la Restauración
(grandes propietarios agrarios, burguesía industrial y financiera, la Iglesia
católica), aunque el llamado Alzamiento también fue apoyado por
sectores significativos del campesinado mediano y pequeño-propietario y de las
clases medias.
Cada
familia política aportó elementos diversos al Estado franquista: el
ultracatolicismo, el autoritarismo de raíz tradicionalista, una concepción
corporativa y arcaizante de la sociedad (monárquicos y carlistas); la
vestimenta ritual y simbólica, el nacionalismo imperial, la
organización sindical de inspiración fascista, las organizaciones de
masas para encuadrar a la población y asegurar su fidelidad al régimen
(falangismo).
Todos estos y otros elementos fueron combinados de modo variable, pero siempre subordinado a una finalidad fundamental: la preservación del poder personal del general Francisco Franco, el Caudillo, que actuará en lo sucesivo como un árbitro supremo de las diferentes familias políticas del régimen. El poder de Franco, no suponía necesariamente un poder colectivo del Ejército como tal, ya que el Ejército como institución y poder corporativo nunca fue capaz de imponerse a Franco, quien jamás fue un primus inter pares respecto a los generales. A ello habían ayudado, evidentemente, la desaparición física durante la guerra de otros líderes militares de prestigio, como Mola o Sanjurjo, y el proceso de concentración del poder en sus manos a lo largo del conflicto. |
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Franco como Soldado de Cristo - Note la luz Divina y el Caballo Blanco Apocaliptico |
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Haciendo click sobre la imagen puede ver los detalles |
Franco disponía así de un poder casi absoluto, que ejercía en última instancia de modo personal. Pero, al mismo tiempo, tenía en cuenta el necesario equilibrio entre las diferentes familias políticas del Régimen, como ponía de manifiesto a la hora de nombrar y cesar ministros, que escogió entre falangistas, tradicionalistas y monárquicos. Más tarde se les unieron los católicos de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), y desde la segunda mitad de los años cincuenta los tecnócratas del Opus Dei. Se configuraba así una suerte de pluralismo limitado dentro de las estructuras del Régimen franquista. Sólo cuando la avanzada edad del dictador le impidió seguir ejerciendo su poder de forma personal se procedió a una separación de los cargos de jefe del Estado y del Gobierno, ya en 1967, aunque no aplicada hasta 1973. | |
Franco representado con la parafernalia y simbología del régimen (dibujo de E. Ortega). Note la monja, sacerdote y niño haciendo el saludo fascista. |
La
administración del Estado, previa depuración de sus funcionarios, se convirtió
en la ejecutora fiel de las directrices del general Franco. Suprimida toda forma
de autonomía u organización regional, con la excepción de la pervivencia de
varias prerrogativas del régimen foral en Navarra y Alava -como premio a su
apoyo al bando insurgente en 1936, en contraste con Guipúzcoa y Vizcaya-, los
gobernadores civiles cobraron un papel fundamental en la administración periférica:
representaban al Gobierno y velaban por el cumplimiento de su política y el
mantenimiento del orden público, al tiempo que controlaban la administración
local (el gobernador era el presidente de la Diputación Provincial y hasta 1947
designaba directa o indirectamente a los alcaldes, concejales y diputados
provinciales). El poder judicial, aunque formalmente independiente, quedó
subordinado al poder ejecutivo.
En
julio de 1942 se crearon las Cortes Españolas, con funciones meramente
de órgano deliberante para aprobar las leyes. Hasta 1966,
constaron de tres tercios: el tercio sindical (procuradores
elegidos por los sindicatos); el tercio corporativo (representantes de
entidades, colegios profesionales, Reales Academias, etcétera) y el
tercio designado por el Consejo Nacional del partido único. El papel de
las Cortes fue en la práctica meramente ornamental.
Por lo que se refiere al partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET de las JONS), no tuvo prácticamente en ningún momento la importancia que tuvieron los partidos fascista o nazi en Italia o Alemania, y su función en la práctica era más análoga a la de la Uniáo Nacional creada en Portugal por el régimen de Salazar. El programa de los 26 puntos de FET de las JONS se basaba en los primigenios 27 puntos de FE de las JONS, pero los antiguos líderes falangistas de preguerra habían sido sustituidos por personajes secundarios y fieles a Franco en su gran mayoría (Fernández Cuesta, Girón de Velasco, Arrese, etcétera), siendo sólo de mencionar algunas disidencias que fueron fácilmente sofocadas por el poder (la primera de Manuel Hedilla y sus seguidores; más tarde las de Dionisio Ridruejo y de algunos grupos falangistas disidentes que se sucedieron en los años cuarenta, etcétera). |
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Cartel de Franco en los primeros años de la dictadura. Obsérvese el Victor de la zona superior izquierda acompañado por la leyenda Generalísimo Franco Miles Hispaniae Glorious |
Las
tensiones internas entre los diferentes componentes del partido único,
especialmente entre tradicionalistas y falangistas, también fueron constantes,
así como con el Ejército y la Iglesia, y más tarde con el Opus Dei. El período
de mayor poder de FET de las JONS se situó claramente en la primera mitad de
los años cuarenta, pero mantuvo su importancia hasta la siguiente década.
Tras la caída de los fascismos europeos en 1945, los falangistas no tuvieron otra salida que vincular su propia supervivencia al mantenimiento de Franco en el poder. Los tradicionalistas, por su parte, quienes habían movilizado miles de combatientes durante la guerra, habían sido desactivados como posible oposición ya desde los primeros años de posguerra, cuando sus principales líderes marcharon al exilio. Pese a los roces producidos en aquella época entre falangistas y carlistas, éstos nunca llegaron a amenazar la cohesión del partido único.
Con todo, de FET de las JONS dependían las organizaciones que habían de servir para el encuadramiento de las masas y el control de la sociedad. A pesar de alcanzar una gran implantación durante los años cuarenta y cincuenta y desplegar un amplio abanico de actividades, se puede afirmar que nunca entraron en competencia seria con la Iglesia católica en ese terreno. Se pueden dividir en tres apartados:
A) Sindicales: durante la guerra civil se habían creado las Centrales Nacional-Sindicalistas, a partir de las organizaciones patronales y sindicales de falangistas, tradicionalistas y católicos, y en 1940 se creó la Organización Sindical Española (OSE). A ella pertenecían obligatoriamente desde 1941 patronos y trabajadores. En marzo de 1938 se promulgó el Fuero del Trabajo, inspirado en la Carta del Lavoro italiana, que otorgaba a los sindicatos verticales un protagonismo notable en la vida socioeconómica. Sin embargo, hasta 1958 (Ley de Convenios Colectivos) los sindicatos tuvieron un papel subalterno respecto del Ministerio de Trabajo. |
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Hitler y Franco durante la entrevista en Hendaya (23-10-1940) |
B)
Juveniles: en diciembre de 1940 se creó el Frente de Juventudes (FJ), con el
fin de encuadrar a toda la juventud española de los 7 a los 21 años (chicos),
y de los 7 a los 16 años (chicas). Dentro del FJ se incluyó también el
Sindicato Español Universitario (SEU) para los estudiantes universitarios. Sin
embargo, su efectividad y éxito movilizador fueron muy escasos en relación con
los ambiciosos fines de sus promotores: apenas sirvieron para socializar en los
valores e ideario falangistas a la juventud española, y en los años sesenta se
creó una nueva organización, la Organización de Juventudes Españolas (OJE),
dedicada sobre todo a actividades deportivas y al excursionismo. El SEU fue a la
larga un rotundo fracaso en las universidades.
C)
Femeninas: la Sección Femenina, dirigida por la hermana del fundador de
Falange, Pilar Primo de Rivera, fue reforzada por el régimen de Franco, con el
objetivo de propagar el falangismo entre las mujeres y difundir valores
fundamentalmente tradicionales. La
función de la mujer se situaba en su plena subordinación al hombre como buena
esposa y madre.
Soportes y oposición
El
Ejército ocupó también un lugar destacado dentro de las estructuras del nuevo
Estado, pero claramente subordinado a Franco, aunque dentro de él existió,
sobre todo al principio, un importante sector partidario de la restauración monárquica.
Siempre sobrerrepresentado en los Consejos de Ministros (con tres Ministerios:
Tierra, Mar y Aire), y con atribuciones importantes en el mantenimiento y mando
de las fuerzas de orden público (la policía armada y la Guardia Civil tenían
mandos militares), el Ejército nunca tuvo, sin embargo, un poder autónomo
capaz de doblegar o condicionar significativamente las decisiones de Franco. El
equipamiento material y los sueldos del Ejército español siempre fueron también
escasos. Pese a ello, el Ejército, al igual que organizaciones paralelas que
cobraron influencia a lo largo del Régimen, como la Confederación de
Ex-Combatientes y la Hermandad de Alféreces Provisionales, se mantuvo leal a
Franco hasta el final, en buena parte por el recuerdo y exaltación del papel fundacional
de la legitimidad del Nuevo Estado en la guerra civil.
La Iglesia católica, por su parte, legitimó como institución la guerra civil y al mismo régimen de Franco. En 1938, una Carta colectiva de los obispos españoles -con la excepción de los de Tarragona y Vitoria- confirió legitimidad al bando insurgente, calificando el conflicto de Cruzada. Con ello el régimen contó con la simpatía del catolicismo militante, exceptuando sectores importantes del vasco y catalán, y a cambio la Iglesia recuperó posiciones de privilegio y de control social en campos como la educación y la cultura. Tuvo, sin embargo, que aceptar el patronazgo del Régimen a través del derecho de presentación de obispos que habían de pasar por la aprobación del general Franco. Se consolidó así, pese a tener raíces doctrinales anteriores, el llamado nacionalcatolicismo, la identificación entre el franquismo y la visión católica de la sociedad, que sólo comenzó a remitir significativamente a partir de los años del desarrollo. | |
Franco en la boda de su hija Carmen con Cristóbal Martinez Bordiú, el 10 de abril de 1950 (note la cruz en el pecho del novio) |
Fundamental
para la eliminación inicial de la oposición antifranquista y de toda
resistencia social organizada al nuevo régimen fue una brutal represión, que
se prolongó hasta bien entrados los años cuarenta. Las estimaciones más
optimistas hechas por Salas Larrazábal, que cifraban en unas 81.000 las víctimas
de la represión franquista durante y después de la guerra, han sido
desmentidas por varios estudios locales, que duplican o triplican estas cifras,
de modo que las víctimas de la represión de posguerra podrían haber sido unas
175.000 en toda España.
De
hecho, la brutalidad de la represión franquista sorprendió incluso a los
aliados alemanes e italianos del dictador, que no comprendían la lógica de
exterminio de la Antiespaña a que se había entregado él bando
insurgente. A las muertes directas, bien con juicio previo o sin juicio alguno,
habría que añadir el exilio de varias decenas de miles de republicanos, las
condenas a trabajos forzados, las penas de cárcel, la obligación de repetir el
servicio militar para los que combatieron con la República, y la extensión de
un clima de sospecha e inseguridad que inhibía toda acción colectiva en contra
del Régimen. En este sentido, se puede afirmar que la represión fue eficaz en
su objetivo final: forzar a la pasividad a los desafectos al régimen y provocar
el olvido social.
El régimen de Franco tuvo, sin embargo, la habilidad de evolucionar al compás de los cambios en la escena política internacional, para así poder asegurar supervivencia. Hasta 1944 - 45, había mantenido una fisonomía, una simbología y una orientación social y política claramente fascistas: se había declarado no beligerante en la II Guerra Mundial e hizo clara ostentación de su amistad privilegiada con las potencias del Eje, llegando a enviar una división de voluntarios a combatir al frente ruso en 1941, la División Azul. Pese a la posterior presentación de la no beligerancia española en la guerra como un inteligente ardid e incluso un logro del astuto general Franco para no comprometer a España en un nuevo conflicto, defendiéndola de las apetencias de Hitler, la investigación reciente ha mostrado un panorama claramente distinto. | |
Franco y su esposa Carmen Polo reciben a Evita Perón en 1947 |
De
hecho, si España no participó en la II Guerra Mundial al lado de Alemania, fue
porque Hitler no se avino a las exageradas pretensiones territoriales de Franco
en el Norte de África, lo que habría hecho peligrar la alianza alemana con la
Francia de Vichy, estratégicamente mucho más importante para el III Reich. A
partir de 1944, cuando la derrota de Hitler y Mussolini empezaba a divisarse
claramente en el horizonte, Franco comenzó a desmarcarse de su anterior amistad
con los países del Eje, y empezó a jugar la carta de la singularidad
del régimen español, su carácter profundamente católico y ante todo
anticomunista, al tiempo que disminuía la presencia de la simbología y
parafernalia fascistas y daba un viraje a su política exterior, declarándose
neutral. Ese giro no evitó que, tras la victoria de los Aliados, España
sufriese un aislamiento diplomático internacional por parte de los vencedores.
En mayo de 1945, la ONU acordaba por unanimidad rechazar el ingreso de España,
condena ratificada en febrero de 1946. Casi todos los países se sumaron a un
bloqueo diplomático de España, retirando a sus embajadores en Madrid.
Esa inicial unanimidad hizo abrigar grandes esperanzas a los exiliados republicanos españoles, que esperaban que el régimen de Franco se derrumbase por la presión exterior, e igualmente a los monárquicos, que confiaban en una restauración monárquica en la persona de don Juan de Borbón.
Sin embargo, la posibilidad de que Franco dejase el poder o fuese obligado a ello empezó a resquebrajarse lentamente desde 1947, ante el temor de las potencias occidentales de que el régimen franquista fuese derrocado por un poder izquierdista que cayese en la órbita de Moscú, en un momento en el que la guerra fría hacía su aparición en el escenario europeo. La Doctrina Truman de contención del comunismo, adoptada por los Estados Unidos, llevó a revalorizar la importancia geoestratégica de la España franquista. Con ello, desde 1948 se produjo una lenta normalización de las relaciones exteriores de España con las potencias occidentales, en primer lugar con los Estados Unidos, y más tarde con Gran Bretaña, Francia, etcétera. | |
Franco retratado por Juan de Avalos en 1966 (galvaniplastia para el acuñamiento de monedas) |
Como muestra de la adaptación a las -nuevas circunstancias, en julio de 1945 Franco había llevado a cabo una amplia remodelación ministerial. Del nuevo Gobierno desapareció la Secretaría General del Movimiento como cartera ministerial, y se incrementó la presencia de los católicos (Martín Artajo, en la importante cartera de Asuntos Exteriores), se mantuvo la de los falangistas y disminuyó la de los tradicionalistas y los monárquicos, evitando así dar demasiado poder a los partidarios de la restauración monárquica en la persona de don Juan de Borbón. Se promulgó el Fuero de los Españoles, declaración de derechos que incluía el reconocimiento de muy limitadas libertades de reunión, asociación y expresión, siempre que no fuese en contra del Régimen, con lo que en la práctica se invalidaba el alcance de aquéllos. En octubre de 1945 se aprobó la Ley de Referéndum Nacional, que sólo se aplicó dos veces (1947: Ley de Sucesión y 1966: Ley Orgánica del Estado), sin que existiese ningún control ni garantía de limpieza electoral.
La Ley
de Sucesión aprobada en 1947 definía a España como un reino, y
como un Estado católico, social y representativo. Igualmente, la
ley creaba el Consejo de Regencia y el Consejo del Reino, con carácter
consultivo. En 1948 se promulgaba una nueva Ley de Régimen Local,
que establecía la elección corporativa por tercios de los cargo
municipales (los tercios de cabezas de familia, sindicatos, y miembros
de entidades económicas, profesionales y culturales); con todo, los
alcaldes serían nombrados por el ministro de la Gobernación en
localidades superiores a los 10.000 habitantes y capitales de provincia,
y en las demás localidades pasaban a ser designados por el gobernador
civil. Para las Diputaciones se establecía un sistema de elección
corporativa por tercios, más complejo.
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Franco y Hitler |
En
1951, una nueva remodelación ministerial reforzó la presencia de los católicos
en el gabinete. El nuevo Gobierno, además de dar un primer cambio de rumbo a la
política económica, desarrolló una política exterior orientada a acabar con
las reticencias existentes hacia el régimen de Franco. Los embajadores
comenzaban a retornar a Madrid, y España pasó a ser admitida en organismos
internacionales, como la UNESCO y la FAO, hasta que en 1955 logró entrar en la
ONU. En 1953 se firmó el Concordato con el Vaticano, que daba a la Iglesia católica
una influencia importante en la vida civil y garantizaba su financiación por el
Estado; en contrapartida, el Estado español seguía gozando del derecho de
presentación en la nominación de obispos, y disfrutaba además del
reconocimiento y legitimación que le otorgaba la Iglesia, reforzándose así el
nacionalcatolicismo.
Ese mismo año 1953 se firmaron también los acuerdos entre España y los Estados Unidos, por los que Madrid cedía al ejército norteamericano el derecho a instalar bases aéreas y navales en suelo español, siendo las contrapartidas ofrecidas por los norteamericanos relativamente muy escasas, consistiendo sobre todo en equipamiento militar. Pero, en todo caso, gracias a estos pactos se acababa el aislamiento del Régimen, si bien la España de Franco siempre encontró dificultades para normalizar plenamente sus relaciones con las potencias occidentales, viviendo en una suerte de ostracismo protocolario: un indicador de ello fueron las escasas visitas realizadas por signatarios extranjeros, y las aún más escasas de Franco a otros países, que se limitaron a Portugal. | |
Francisco Franco Caudillo de España por la Gracia de Dios |
En
1957 tuvo lugar una nueva reestructuración del Gobierno. En virtud de ella
perdieron posiciones los falangistas y la ACNP en favor de un nuevo grupo que
hacía su rutilante aparición: los tecnócratas católicos del Opus Dei.
Junto a la política de estabilización dirigida a liberalizar las
estructuras de la economía española, este nuevo Gobierno promulgó una serie
de leyes de reforma y racionalización de la administración pública (como la Ley
de Régimen Jurídico de la Administración del Estado y la Ley de Procedimiento
Administrativo), la Ley de Orden Público, etcétera. En 1958 se
promulgó la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, en
la que se reafirmaban las bases doctrinales primigenias del Régimen: democracia
orgánica y rechazo de la democracia liberal, catolicismo y tradicionalismo. El Movimiento
sustituía así de manera creciente a un partido único (FET de las JONS)
cuya función era cada vez menor.
Durante los años sesenta, las profundas transformaciones que experimenta la sociedad española llevan al Régimen a realizar algunos cambios institucionales y a intentar adaptarse a las circunstancias. En 1966, a instancias del ministro aperturista de Información y Turismo, Manuel Fraga, se promulga la Ley de Prensa, que suaviza un tanto la censura (al eliminar la censura previa). Ese mismo año se sometió a referéndum la Ley Orgánica del Estado, que se basaba en los principios del Movimiento, si bien introducía algunos cambios: creación de un grupo de cien procuradores (dos por provincia) elegidos por los cabezas de familia y mujeres casadas; reorganización del Consejo Nacional del Movimiento; fijación del recurso de contrafuero para toda ley que vulnerase los principios fundamentales del Movimiento, y separación de los cargos de jefe del Estado y del Gobierno: Franco podría elegir entre una terna propuesta por el Consejo del Reino.
En junio de 1973, Franco designó para el cargo de jefe del Gobierno a un fiel colaborador, el almirante Carrero Blanco, que pereció en un atentado de la organización terrorista vasca ETA en diciembre del mismo año. Tras su muerte, ocupó el cargo Carlos Arias Navarro. Se revestía así al Régimen, en todo caso, de una mínima apariencia democratizadora dentro de sus moldes autoritarios básicos, que continuaban vigentes sin sufrir alteraciones significativas. En 1969, Franco había nombrado sucesor suyo a título de Rey al hijo de don Juan de Borbón, el príncipe Juan Carlos de Borbón, educado en España. | |
Franco Y Mussolini |
A lo
largo de esta etapa final, el Régimen perdió aceleradamente legitimidad política
y social. Los últimos intentos de aperturismo limitado que llevó a cabo Arias
Navarro en 1974 -el llamado espíritu del 12 de febrero- mediante una Ley
de Asociaciones Políticas, llegaron demasiado tarde. Al día siguiente del
fallecimiento del dictador, el 20 de noviembre de 1975 tras una larga agonía,
el Régimen había perdido todo su sustento y su legitimidad, pese a los
intentos de algunos nostálgicos por revivir su vigencia.
La definición del franquismo
¿Cómo clasificar tipológicamente el régimen franquista? Los debates sobre este aspecto siguen siendo bastante vivos entre los diferentes científicos sociales, y se dista aún de un acuerdo definitivo, al igual que tampoco existe tal acerca de la definición del fascismo o del nacionalsocialismo, por ejemplo. El sociólogo Juan J. Linz formuló ya en 1964 una conceptualización de la naturaleza del franquismo, definiéndolo como un régimen autoritario y no totalitario, caracterizado por un pluralismo limitado, sin ideología responsable o directora, pero con una mentalidad característica, por una falta de movilización política intensa fuera de momentos concretos, y con un dirigente o pequeño grupo dirigente que ejercía el poder dentro de unos límites formalmente mal definidos. Esta caracterización recibió numerosas críticas en los años sucesivos, entre otros motivos por no tener suficientemente en cuenta una perspectiva evolutiva, es decir, por aplicar las características del régimen franquista visibles en los años sesenta a toda su historia de forma retrospectiva.
Manuel Ramírez, así, propuso en 1978 dividir a la dictadura franquista en tres fases bien diferenciadas: 1°) 1939-45, etapa durante la que el franquismo sería definible como un claro régimen totalitario, equiparable a cualquier régimen fascista contemporáneo a él; 2°) 1946-60: etapa calificable como dictadura empírico-conservadora, término que prefiere al de autoritarismo, ya que lo fundamental en esta etapa sería el pragmatismo al servicio del poder personal de Franco; 3°) 1960-1975, fase del régimen tecnopragmático. Por su parte, Javier Tusell matizó y completó en 1988 la definición de Linz. Para este autor, el régimen franquista fue una dictadura no-totalitaria, y por lo tanto, no fue fascista (ya que, además, el fascismo italiano sería una forma de totalitarismo imperfecto). |
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Franco condecorando a Evita Peron en su visita a España |
Otro
grupo de autores, como Fontana, Payne, Molinero e Ysás, mantiene que la evolución
del régimen franquista estuvo dictada ante todo por la necesidad de adaptarse a
los cambios sociales internos y a las presiones del entorno internacional. Sin
embargo, en un principio el Régimen había mostrado su verdadera cara: la de un
sistema básicamente fascista con ciertas peculiaridades, como el fuerte peso de
la impronta católica, lo que no
era
exclusivo del franquismo, y el haber nacido como consecuencia de una guerra
civil, lo que explicaba también su mayor grado de represión y violencia.
El
franquismo se dotó de un partido único, unas organizaciones de masas y un
liderazgo carismático, y se caracterizó también por querer crear un nuevo
orden social superador de la lucha de clases, por un nacionalismo imperial con
veleidades expansionistas, etcétera. Sólo
la derrota del Eje en la II Guerra Mundial llevó a una suerte de desfascistización
del régimen, que en un principio afectó más a los aspectos formales que al
contenido del mismo, y que fue acentuada sobre todo por el obligado cambio de
política económica que se impuso ante el evidente fracaso de la política autárquica.
Ello generó desde finales de los años cincuenta una mayor permisividad política
por parte del régimen.
La sociedad española durante el franquismo
De la guerra civil emergió una sociedad dividida entre vencedores y vencidos. Los vencedores eran claramente el bloque de derecha antirrepublicana más o menos identificado con los valores principales defendidos por el bando insurgente -religión, orden, propiedad- y entre los vencidos se situaban los militantes y simpatizantes de los partidos republicanos, de las organizaciones políticas y sindicales de izquierda, nacionalistas vascos, catalanes y gallegos. Asimismo, la división entre vencedores y vencidos equivalía también, a grandes rasgos, a una gran divisoria social entre clases dominantes (oligarquía agraria, burguesía industrial y financiera) y clases subalternas (trabajadores asalariados urbanos y rurales), con actitudes más divididas entre las clases medias y el campesinado pequeño y mediano propietario, favorable al Régimen en zonas como Castilla y Navarra.
La
política social del franquismo anuló en primer lugar las disposiciones
de la República, sobre todo la reforma agraria, y restituyó asimismo
propiedades y fábricas incautadas en la zona republicana durante la
guerra a sus antiguos dueños. Los organismos del sindicalismo vertical
dieron una clara ventaja en todo momento a los empresarios, y los
trabajadores solamente tendrán una posibilidad de defensa de sus
intereses en los cargos de elección directa (enlaces sindicales,
jurados de empresa desde 1954). El Estado regulaba a través del
Ministerio de Trabajo las condiciones a las que se habían de ajustar
las relaciones laborales, en las que podían intervenir los patronos
adaptando la reglamentación del ramo a las características específicas
de la empresa.
Igualmente, según la primera legislación laboral franquista, las mujeres habían de dejar su trabajo al casarse, recibiendo una indemnización denominada dote; y las mujeres casadas que quisiesen seguir trabajando precisaban de la autorización de sus maridos. En contrapartida, la legislación aseguraba estabilidad al trabajador, necesitando las reducciones de plantillas la autorización de la autoridad laboral; los despidos individuales pasaban obligatoriamente por la Magistratura de Trabajo. |
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Franco |
En
lo referente a las actitudes sociales durante el franquismo, es de destacar que
los estudios monográficos siguen siendo muy escasos, por lo que sólo nos
podemos limitar a algunos apuntes. El apoyo de los grandes propietarios
agrarios, de los industriales y de la burguesía financiera, incluidas las
burguesías «periféricas» vasca y catalana, es indiscutible, fuera de algunos
casos individuales de actitudes contestatarias. Dejaron que el régimen se
ocupase de mantener la paz social y pudieron dedicarse a sus negocios
tranquilamente.
Hubo,
sin embargo, algunas posiciones críticas durante los años cuarenta frente a la
política económica autárquica, como las de los industriales catalanes, que
criticaban sus malos resultados. Igualmente, algunas de las medidas de política
laboral del régimen, como el establecimiento por ley de los tribunales de
empresa en 1947, fue rechazado por la burguesía industrial, que consiguió
retrasar su puesta en vigor hasta 1954.
Las actitudes de las clases medias, como ya se ha apuntado, fueron más variadas. Entre ellas había penetrado anteriormente con gran fuerza el republicanismo, y en Cataluña y el País Vasco -en menor medida, Galicia- el nacionalismo periférico. Los alineamientos con el nuevo Régimen fueron tantos como las actitudes de rechazo más o menos pasivo, y aquellos tendieron a producirse entre los sectores previamente influidos por el catolicismo, gracias a la defensa de la religión y de los valores tradicionales de que hacía gala el franquismo.
Pocas
dudas caben, sin embargo, acerca de la actitud de rechazo mayoritario
hacia el régimen abrigada por los asalariados urbanos y los jornaleros
agrarios, incluyendo buena parte del campesinado pequeño-propietario de
tradición asociativo anterior a la guerra (como fue el caso en
Galicia); pero ese rechazo no se tradujo en una adhesión masiva a las
organizaciones y grupos antifranquistas, lo que se explica ante todo por
el temor social creado por la brutal represión de los años de la
guerra y los primeros de posguerra, las difíciles condiciones de
subsistencia económica, y las propias dificultades de los diferentes
sectores de la oposición antifranquista para concertar una acción común.
Hubo, con todo, algunos conflictos obreros importantes desde la segunda mitad de los años cuarenta, como la huelga general del primero de mayo de 1947 en Vizcaya y Guipúzcoa, alentada por el Gobierno Vasco desde el exilio y secundada tanto por nacionalistas como por izquierdistas, que fueron reprimidos duramente. Incluso, la actitud de sectores obreros tradicionalmente combativos y difíciles de controlar para las autoridades, como los mineros asturianos, fue más bien de rechazo pasivo durante los años cuarenta y primeros cincuenta. Lo mismo se puede afirmar de los trabajadores del campo, si bien es cierto que en las zonas rurales encontró apoyos suficientes la guerrilla antifranquista para continuar sus acciones hasta comienzos de los años cincuenta. |
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Franco |
Durante esa década comenzaron en España las grandes transformaciones sociales que alcanzaron su cenit en la siguiente (emigración, éxodo rural, mejora general del nivel de vida, etcétera). Sin embargo, a principios de los cincuenta los bajos salarios y el alza de precios provocaron aún varios conflictos laborales: la huelga de los tranvías de Barcelona de 1951, que se extendió a varios sectores; las huelgas generales de abril de ese mismo año en Vizcaya y Guipúzcoa, y algunos conflictos más en Vitoria, Pamplona y Madrid. En 1956 - 58 se registraron también huelgas en varios puntos de España. A ello se unieron disturbios en las Universidades, sobre todo en la de Madrid en 1956.
Al
calor de los cambios sociales y de estas movilizaciones, junto con el relevo
generacional que tiene lugar entonces -cuando accede a la madurez una generación
que no combatió en la guerra civil- surgieron nuevos grupos, de activistas
obreros, vinculados a movimientos cristianos de base (Hermandades Obreras de
Acción Católica, HOAC, fundadas en 1946; la Juventud Obrera Cristiana, JOC,
etcétera).
Igualmente, desde fines de esta década los comunistas empezaran a poner en práctica la estrategia del entrismo, es decir, el intentar plantear conflictos y reivindicaciones laborales a través de la penetración y participación en el entramado institucional de los sindicatos verticales (OSE, enlaces sindicales, etcétera), mientras socialistas y anarcosindicalistas no se adaptaron a las nuevas circunstancias y perdieron influencia progresivamente: los primeros quedaron reducidos a núcleos militantes en el País Vasco, Asturias y Madrid, y los segundos prácticamente desaparecieron como fuerza de oposición. Además, surgieron nuevas organizaciones de izquierda antifranquista desde 1955, integradas sobre todo por estudiantes y elementos de las clases medias: caso del Frente de Liberación Popular (FLP), de orientación socialista, que aumentó su influjo en los medios universitarios.
Durante
los años sesenta, la mayor prosperidad económica, el aumento de la
urbanización y el crecimiento del sector secundario y terciario
provocaron una movilidad social acelerada nunca experimentada antes en
la Historia de España, y produjo una amplia clase media -la burguesía
del seiscientos-, así llamada caricaturescamente por el utilitario
que se hizo popular durante aquellos años. Sin embargo, el crecimiento
económico no hizo desaparecer las protestas estudiantiles y los
conflictos obreros. Por el contrario, el mayor alcance de las transformaciones sociales contribuyó a agudizar las tensiones entre la sociedad y el Régimen, si bien es cierto que esa conflictividad no llegó a acabar con el franquismo. Pero sí es cierto que jugó un gran papel en otro sentido: el de erosionar su legitimidad y credibilidad política. Los factores de esa nueva conflictividad que, como afirma J. P. Fusi, fue sobre todo consecuencia del desarrollo de la sociedad española y de la imposibilidad del Régimen para adaptar su estructura a las nuevas realidades sociales del país, fueron fundamentalmente cuatro: |
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Franco en tipoco desfile Fascista |
1)La conflictividad laboral, que se vio favorecida por la nueva estructura de oportunidades políticas que ofrecía la Ley de Convenios Colectivos de 1958. Esta potenciaba los jurados de empresa y el papel de los enlaces sindicales, lo que llevó a que los salarios y condiciones laborales se fijasen en convenios directos entre los representantes de los empresarios y los trabajadores. Con ello, se multiplicaron los conflictos laborales: de 777 en 1963 se llegó a 1.595 en 1970 y a 3.156 en 1975, siendo las zonas más conflictivas Barcelona, Madrid, País Vasco y Asturias. Por sectores, el mayor número de huelgas se daba en la minería, la metalurgia y la construcción, aunque progresivamente se fueron extendiendo a sectores industriales de nueva aparición y a zonas sin gran tradición sindical previa.
La
movilización laboral favoreció el crecimiento de una organización sindical
clandestina: las Comisiones Obreras (CC.OO.), sobre todo desde 1962.
CC.OO. habían surgido como comité, para negociar los convenios
colectivos al margen del sindicalismo oficial, y fueron dirigidas mayormente por
activistas vinculados al PCE. También surgieron al abrigo de la nueva
estructura de relaciones laborales otros sindicatos clandestinos, como la Unión
Sindical Obrera (USO), formada en 1960 en Asturias y en el País Vasco a partir
de núcleos de la JOC; a ella se unió la pervivencia de la UGT en algunas
zonas, y la más débil de ELA-STV en el País Vasco. Desde comienzos de los años
setenta harán su aparición algunos sindicatos más, como la CSUT o el
Sindicato Obreiro Galego (SOC).
Por
otro lado, no hay que despreciar la importancia de los movimientos vecinales
surgidos en las periferias de las grandes ciudades en protesta por las
deficiencias de equipamientos y servicios de las barriadas populares, resultado
de la atroz especulación urbanística que había acompañado al crecimiento
urbano de la década. Esos movimientos vecinales, especialmente activos en
Barcelona y Madrid, contribuyeron también a deslegitimar a los poderes locales
franquistas.
2)La
agitación estudiantil adquirió, tras el precedente de los sucesos de 1956 en
Madrid, un carácter casi endémico desde 1963 - 64, primero en las
universidades de Madrid y Barcelona, para después extenderse a prácticamente
todas las del país. Las reivindicaciones estudiantiles se centraban ante todo
en la legalización de sindicatos universitarios democráticos, pero de modo
general demandaban también la democratización del sistema político. El
descontento de los estudiantes reflejaba así, en última instancia, el fracaso
del sistema educativo del régimen para integrar a unas nuevas elites que sentían
de modo creciente la contradicción entre un régimen autoritario y una sociedad
que estaba cambiando a un ritmo vertiginoso. Y ante la protesta estudiantil, la
única respuesta del régimen fue tratar el problema meramente como una cuestión
de orden público.
3)El
abandono de la Iglesia católica fue decisivo para la erosión de la legitimidad
del franquismo en aquellos años. Los conflictos con el clero de base ya habían
empezado a manifestarse en 1960, sobre todo con el vasco y el catalán (carta de
339 curas vascos en denuncia de la falta de libertades; apoyo de varios obispos
a las actividades de las HOAC y la JOC, así como de varios curas a ETA, a
CC.OO. o a los estudiantes universitarios; marcha de los sacerdotes de Barcelona
en 1966, etcétera). En 1971, la Asamblea Episcopal aprobó una resolución en
la que pedía perdón público por la parcialidad de la Iglesia durante la
guerra civil, y en 1973 los obispos se pronunciaron a favor de la independencia
entre la Iglesia y el Estado.
Todo
ello revelaba que la Iglesia española había sabido adaptarse a los cambios que
tenían lugar en la sociedad. Esa adaptación también fue impulsada claramente
por la voluntad reformadora del Concilio Vaticano II y de los papas Juan XXIII y
Pablo VI. También fue un factor importante la renovación de la jerarquía
episcopal desde 1964 por los nuncios papales en España, como se puso de
manifiesto en el nombramiento del liberal monseñor Enrique y Tarancón como
primado en 1969.
La
traición de
la Iglesia fue sin duda la más irritante e incomprensible para el propio Franco
y para los sectores más inmovilistas del Régimen, que desde 1967 contaban con
órganos de expresión propios -como la revista Fuerza Nueva- y empezaban
a ser conocidos como el búnker. Significativo fue que en el entierro de
Carrero Blanco, en diciembre de 1973, Enrique y Tarancón fuese abucheado e
increpado por los más adictos al régimen.
4)En
cuarto lugar, el resurgimiento de los nacionalismos periféricos, y muy
especialmente la gestación del problema vasco, el de mayor envergadura
con el que tuvo que enfrentarse el Régimen. Lo que era muestra de una de las
mayores limitaciones del franquismo: su fracaso en reespañolizar el país
y acabar con los nacionalismos periféricos. De hecho, en 1936 no sólo se había
producido una división irreconciliable entre nacionalismos periféricos y
nacionalismo español, sino que también tuvo lugar una profunda fractura dentro
del nacionalismo español, que queda prácticamente hegemonizado por el discurso
católico-tradicionalista y uniformizador, retocado con algunas aportaciones
fascistas.
Por el contrario, el nacionalismo español de orientación liberal-democrática y el representado también por la izquierda obrera quedaron derrotados y profundamente afectados en su legitimidad. El franquismo, en gran medida, repitió amplificándolo el efecto incubación que también había producido años antes la dictadura de Primo de Rivera. En este sentido, la propuesta de nacionalismo español de raíz católico-tradicional fascistizado fue incapaz de imponerse totalmente y, sobre todo, no fue capaz de eliminar las raíces sociales de los nacionalismos periféricos. Muy al contrario, el efecto fue el inverso. El franquismo llevó a cabo además una clara persecución cultural contra los idiomas distintos del castellano, especialmente dirigida contra su uso público, aunque toleró el cultivo de los mismos como lenguas literarias a partir sobre todo de los años cincuenta, de modo que en determinados ámbitos de la cultura siguieron siendo publicados libros en gallego, catalán y en menor medida vasco, bajo un férreo control de la censura oficial.
Además de ello, la opresión estatal, que buscaba reducir a su más mínima expresión cualquier sentimiento de diferencialidad periférica considerado separatista, hizo aparecer como una realidad la idea de ocupación española en algunas zonas y especialmente presente en el País Vasco y Cataluña. Por ello, tuvo el efecto inesperado de contribuir a aumentar la cohesión de las comunidades nacionalistas vasca -sobre todo- y catalana. En el caso gallego, la guerra civil había interrumpido una dinámica de acelerada expansión de su base social, que sin embargo no estaba aún lo suficientemente consolidada como para resistir el terrible golpe de 1936; por eso, la reconstrucción de la incipiente comunidad nacionalista en las difíciles circunstancias de la posguerra fue muchísimo más problemática, quedando muy mermado el número efectivo de activistas galleguistas. Aún así, la vía cultural seguida por el galleguismo del interior a partir de 1950 garantizará una cierta pervivencia de la alta cultura en lengua gallega. | |
Franco Y Peron |
El
franquismo consagró la hegemonía de aquel nacionalismo español de carácter
reactivo (es decir, fundamentalmente enfrentado a los nacionalismos periféricos,
ante los que reafirma su propia identidad) y de filiación
tradicional-autoritaria. A largo plazo, la aportación del fascismo español fue
menor que la del nacionalismo conservador y católico anterior a 1936, que
centrará su discurso en la afirmación esencialista de una España católica
identificada con Castilla y su Historia, la cual definiría a su vez un Volksgeist
español intemporal cuya expresión complementaria era el concepto de
Hispanidad traducido en un retórico imperialismo cultural hacia Latinoamérica.
La
política educativa del franquismo será uno de los campos en los que se
intentará poner en práctica ese programa de renacionalización, a través
de la propagación de una visión de la Historia y del presente en la que
exaltaban los valores de catolicismo, unidad y tradición. A lo que se unía una
política de propaganda oficial y de exaltación patriótica centrada en
ciertos" símbolos y fechas (el 18 de julio, aniversario del llamado Alzamiento
contra la República; el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, etcétera),
incluso la manipulación de símbolos deportivos, sobre todo el fútbol, una de
las distracciones de masa potenciadas por el Régimen.
Tampoco
hay que olvidar que los medios de comunicación masivos, y muy especialmente la
televisión, alcanzaron una difusión insospechada desde mediados de los años
cincuenta, y sin duda contribuyeron en mucho a una mayor homogeneización
cultural y lingüística del territorio español. Ahora bien, aunque se carece
por ahora de estudios detallados sobre el impacto renacionalizador del
franquismo, se puede afirmar hipotéticamente que su éxito siguió siendo
relativamente limitado: el régimen
franquista no tuvo el éxito esperado en su misión de volver a forjar una unidad
de destino en lo universal que crease una nueva nación española sobre las
ruinas de la guerra civil.
Si en el exilio republicano imperará la tendencia a permanecer estancado en las formulaciones que sobre el problema nacional se mantenían durante la II República, en el interior las coordenadas de la cuestión irán evolucionando al compás de los profundos cambios que también tendrán lugar en la sociedad española. En consonancia con la combinación de represión estatal y supervivencia del legado político nacionalista de antaño, unido al fracaso palmario de lo que podríamos denominar neoespañolización franquista de signo católico-tradicionalista, también se produjo una serie de importantes mutaciones ideológicas en el seno de los nacionalismos periféricos durante el franquismo.
Por
un lado, sobre todo en el caso catalán, tiene lugar una reconversión
de parte del catalanismo republicano y del conservador en una propuesta
nacionalista de clara raigambre católica (muy influida por el
personalismo cristiano en los años cincuenta), algo lógico si se tiene
en cuenta que la Iglesia se convierte en depositaria de la tradición
nacionalista y en uno de los focos protectores que restan para la
preservación de la cultura autóctona, al abrigo del acecho oficial; en
el País Vasco ocurre algo semejante, pero en este caso ello suponía
fortalecer la tradición anterior. En Cataluña, la pervivencia de la
identidad colectiva se mantuvo sobre todo a través de la sociedad
civil: ediciones en idioma catalán, instituciones como Omnium
Cultural, el papel simbólico del Fútbol Club Barcelona, el fenómeno
de la Nova cancó, etcétera, siendo los conflictos públicos
menos notorios, aunque existentes (por ejemplo, el proceso contra Jordi
Pujol en 1960 o la expulsión del abad de Montserrat, Escarré, en
1965).
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Despues de residir comforablemente en la Argentina de Peron, Pavelic vive en España bajo la proteccion de los Franciscanos. Muere en el año1959 con la bendición del Papa Juan XXIII. |
ETA
se convirtió en uno de los mayores quebraderos de cabeza del régimen, desde
que la organización adoptó una estrategia de lucha armada a partir de 1968:
entre ese año y 1975, la organización terrorista se cobró cuarenta y siete víctimas
mortales, entre ellas Carrero; llevó a cabo sonados secuestros y gran cantidad
de atracos. La represión del Régimen, que decretó diversos estados de excepción
en el País Vasco desde 1968, practicó numerosas detenciones e hizo uso de la
tortura, creó una espiral que favoreció la identificación de buena parte de
los nacionalistas vascos con el puñado inicial de jóvenes activistas, y en
definitiva contribuyó a ensanchar la base social de apoyo a ETA y sus
posiciones. Particularmente importante fue en 1970 la campaña en solidaridad
con los dieciséis encausados etarras en el juicio de Burgos, para los que se
pidieron nueve penas de muerte.
La
apropiación y práctica monopolización del discurso nacionalista español por
parte del franquismo y de la derecha política y sociológica en general tendrá
también significativas consecuencias posteriores para el conjunto de este
nacionalismo, especialmente cuando se vea obligado a acreditar una nueva
credibilidad-democrática durante el período final del franquismo y el comienzo
de la Transición. Se producirá
entonces una deslegitimación -a menudo bastante apriorística- de cualquier
forma de nacionalismo español, identificado sin más con la defensa del
franquismo. Como resultado en parte de ello, tuvo también lugar un
desplazamiento circunstancial de la izquierda española en la oposición hacia
posiciones federalistas, e incluso de connivencia con los nacionalismos periféricos.
Se tratará en ambos casos de una fórmula poco meditada, que se limitaba a
seguir mecánicamente la tradición federalista de la izquierda hispánica. |
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Franco y su esposa acompañado por el cardenal primado Pla y Daniel, en el Palacio Rreal, 1958 |
Junto
a ello, entre las izquierdas de los años setenta tuvo lugar una aceptación de
los postulados de los nacionalismos periféricos provocada sobre todo por la
imposibilidad momentánea de hallar un mensaje nacionalista español legitimado
democráticamente. Resultado de
todo ello fueron unos años de completa desorientación y provisionalidad en los
principales partidos de la izquierda española ante el problema de cómo
resolver la cuestión nacional en la futura España democrática. Así, el PCE
prosiguió en la línea, marcada por la III Internacional durante el período de
entreguerras y manifestada parcialmente durante la República, de apoyo a las
reivindicaciones nacionalistas periféricas, lo que también venía motivado por
la necesidad de competir durante los años anteriores con las opciones de la
propia izquierda nacionalista. De este modo, entre las resoluciones de su
Congreso de 1975 se hallará el reconocimiento del derecho de autodeterminación
para el País Vasco, Cataluña y Galicia. Por otro lado, el PSOE también llegará
a afirmar en sus Congresos de 1974 y 1976 el derecho de autodeterminación de
las nacionalidades ibéricas, junto con su preferencia por un sistema
federal.
Como
resultado de toda esta conflictividad, la oposición política antifranquista irá
cobrando fuerza y empezará a velar sus armas ante lo que se consideraba que iba
a ser el final, más tarde o más temprano, del Régimen, ante la evidencia,
clara ya a la altura de 1970, de que al general Franco no le quedaban muchos años
de vida. Los partidos comunistas -PCE y PSUC- ostentaban una clara hegemonía en
los movimientos obreros estudiantiles y vecinales, y poseían una influencia muy
notable en los sectores intelectuales y profesionales antifranquistas. También
tuvo un protagonismo destacado en la lucha clandestina el abanico de
organizaciones de la izquierda radical (Bandera Roja, Organización
Revolucionaria de Trabajadores, Movimiento Comunista, grupos trotsquistas, etcétera),
aunque la mayoría de ellas desaparecería rápidamente durante los primeros años
de la transición democrática. El PSOE, por su parte, siguió reducido a núcleos
en Asturias, País Vasco, Madrid y algunos más, y dominado por la estrategia
pasiva que imponía la dirección del partido en el exilio. Hacia 1972, los
sectores más dinámicos del interior iniciaron una estrategia de expansión
social y recuperación del protagonismo en los movimientos de oposición, y en
1974 consiguieron desbancar a la dirección inmovilista del exilio en el
Congreso de Suresnes.
Sólo
en Cataluña se consiguió una amplia unidad de acción dentro de la oposición
antifranquista, alrededor de un lema común: Libertad, amnistía y estatuto
de autonomía (Assemblea de Catalunya, 1972). En 1974, el PCE creó la Junta
Democrática, que pese a atraer a sectores muy dinámicos de la oposición
antifranquista, no consiguió nuclearla en su totalidad; el PSOE creó, en
respuesta, contando con el apoyo de grupos más moderados, la Plataforma de
Convergencia Democrática. Ambas plataformas sólo se unificaron tras 1975 en la
llamada Platajunta (Coordinación Democrática).
Los
grupos de oposición liberal monárquica y demócrata-cristiana al régimen
franquista también habían ido definiendo sus posturas a lo largo de estos años,
sobre todo desde el Congreso de Munich de 1962. Sin embargo, su penetración social era muy limitada, fuera
del caso excepcional del PNV en Euskadi y de algunos grupos catalanistas. Las
preferencias de los sectores burgueses dominantes y de la amplia clase media
creada por el desarrollismo, se orientaban hacia un mantenimiento básico del statu
quo bajo la forma de una monarquía que introdujese cierta liberalización
política.
Particularmente
a partir de 1973, la legitimidad del régimen de Franco estaba ya totalmente
socavada. El eco de la revolución de los claveles portuguesa de abril de
1974 se dejó sentir también en España, y parecía indicar -al igual que la caída
del régimen militar en Grecia, en aquel verano- que el fin de la dictadura de
Franco estaba cercano. Sin embargo, las diferencias entre Portugal y España
eran muchas: ni Portugal había sufrido una guerra civil ni el ejército español
se situaba en contra del Régimen, fuera de sectores minoritarios.
La
paradoja consistía en que ni las fuerzas de la oposición antifranquista tenían
-excepto quizá en el País Vasco- la capacidad de derrocar al Régimen e
imponer una ruptura democrática, ni tampoco los sectores sociales y las
familias políticas interesadas en mantener la estabilidad social y política a
cambio de algunas concesiones a la oposición poseían la legitimidad necesaria
para presentarse como restauradores de la democracia.
La amplia clase media creada por el franquismo se convirtió en el colchón
social estabilizador del que había carecido el país en 1936. Del encuentro
entre ambas necesidades surgió un perentorio acuerdo, que sólo esperó al día
siguiente al fallecimiento de Franco para ponerse en marcha. El Caudillo
fue enterrado en la más absoluta soledad internacional -sólo el dictador
chileno Augusto Pinochet asistió al acto- y su régimen comenzó a derrumbarse
paulatinamente.
Referencia
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Historia
16 - Cuaderno 51
Ilustracion
- Elias Bernard
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