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La causa del pueblo
 

Robert de Herte

celebración popular

¿Cómo sensibilizar a un pueblo tan desencantado y anestesiado como el nuestro, si no es a base de hacerlo temblar periódicamente ante peligros imaginarios?, escribía Tocqueville en su obra "El Antiguo Régimen y la Revolución". Hoy esos peligros imaginarios, son los que la clase político mediática saca de su chistera para desviar la atención de los verdaderos peligros y, de paso, hacer olvidar su propia impotencia. La denuncia del "populismo" -la "amenaza populista", la "deriva populista", la "tentación populista"- se realiza fuera de toda evidencia constatable. Desde el principio de los años ochenta, este término, antaño poco utilizado, hizo una estruendosa aparición en el discurso público. Funciona actualmente como una descalificación política al asimilarlos, contradictoriamente, a un nivel de categoría de análisis.

Ciertamente que hoy el populismo es ante todo un estilo o una tendencia. Como tal, se puede cobinar con casi cualquier ideología: nacional-populismo, populismo ultraliberal, populismo de izquierdas, populismo obrerista, etc. El populismo puede ser democrático o reaccionario, solidarista o xenófobo. Es un término camaleónico, absolutamente maleable a conveniencia, de forma que el discurso mediático o pseudo-intelectual puede así fácilmente diabolizarlo, sin tener ningún contenido verificable, y puede ser aplicado a cualquier situación. De ahí su "hiper-utilización polémica" (Pierre-André Taguieff) que acaba por imposibilitar su descifrado en tipologías y definiciones.

En cuanto que estilo, el populismo es sobre todo aplicado a partidos del tipo "catch all", que multiplican las promesas dentro de una perspectiva esencialmente demagógica. Sus jefes, tribunos de maxilares apretados o con sonrisa telegénica, explotan las angustias y rencores, capitalizan los miedos, las miserias y las angustias sociales, designando con frecuencia a cabezas de turco pero sin jamás poner en cuestión la lógica del capital. Su postura más corriente consiste en apelar al pueblo contra el sistema vigente. Esta "llamada al pueblo" es evidentemente equívoca, quizás porque la noción de "pueblo" puede ser englobada bajo mucha facetas. Este populismo tiene también su componente "naive" cuando se limita a elogiar las "virtudes innatas" del pueblo, la certidumbre "espontánea" de sus juicios, que hace inútil cualquier mediación. Podríamos decir que los populistas no hacen política más que a desgana. Siempre corren el riesgo de caer ya sea en una actitud puramente impolítica, ya sea en un mitinerismo vociferante.

Aun así, por muy criticable que sea, este populismo tiene valor de síntoma. Reacción de "los de abajo" contra "los de arriba", quienes confunden cargos de poder con el disfrute de privilegios, representa ante todo el rechazo de una democracia representativa que ya no representa a nadie. Protesta contra el edificio podrido de las instituciones elefantiásicas soportadas por el país "real", revelador de disfuncionamientos de un sistema político que no responde ya a las expectativas de los ciudadanos y que se revela incapaz de asegurar la permanencia del vínculo social, testimonia un enrarecimiento del clima político, un alejamiento respecto a la "Clase Política" que no cesa de acrecentarse. Es revelador de una crisis de la democracia, recientemente analizada por Gerard Mendel como "una tendencia de fondo donde sucesivamente se desacraliza a la autoridad, se pierde la fe en las ideologías globalistas, en la convergencia "gestionaria" de los grandes partidos, y se instala el sentimiento difuso de que las fuerzas económicas son las verdaderamente poderosas". Esta fórmula populista ha surgido desde que los ciudadanos se desentienden de las urnas por el simple motivo de que ya no esperan nada de sus resultados.

Bajo estas condiciones, la denuncia del "populismo" esconde muy frecuentemente la tendencia a desarticular la protesta social, tanto por parte de una derecha preocupada por sus propios intereses como de una izquierda ya masivamente conservadora y desentendida del pueblo. Lo cual permite a una Nueva Clase ociosa y corrompida, cuyo principal preocupación es la "deslegitimación de todos aquellos para quienes el pueblo es una causa a defender en beneficio de aquellos para quien el pueblo es un problema a resolver" (Annie Collovald), mirar al pueblo con menosprecio. Que el "recurso al pueblo" pueda por si solo ser denunciado como una patología política, e incluso una amenaza para la democracia, es en sí mismo revelador. Es olvidar que en democracia, el pueblo es el único depositario de la soberanía. Y más aun cuando ésta se encuentra confiscada.

Reducido a simple postura, el populismo se convierte en sinónimo de demagogia, es decir, mistificación. Pero el populismo puede existir bajo forma política integral, es decir, como sistema de ideas organizado. Tiene incluso sus grandes precursores: Ludditas y cartismo ingles, agraristas americanos y populistas rusos (narodnitchestvo), sindicalistas revolucionarios y representantes del socialismo francés de tipo asociativo y mutualista, sin olvidar a sus grandes teóricos, de Henry George a Bakunin, de Nicolas Tchernychevski a Pierre Leroux, Benoit Malon, Sorel y Proudhon.

En tanto que forma política, el populismo se manifiesta mediante un compromiso hacia las comunidades locales más que hacia la "gran sociedad". No es amigo ni del Estado ni del Mercado, llegando a rechazar tanto al estatismo como al individualismo liberal. Aspira tanto a la libertad como a la igualdad, pero es intrínsecamente anticapitalista, puesto que observa claramente como la primacía del "todo mercado" liquida todas las formas de vida en común a las que está tan ligado. Aspira a una política conforme a las aspiraciones populares, fundado sobre esta moral popular que siente hacia la "Clase Política" una gran desconfianza, y busca crear nuevos lugares de expresión colectiva sobre la base de una política de proximidad. Postula la participación de los ciudadanos en la vida pública como algo más importante que las "reglas institucionales" del juego de poder. En definitiva, da un papel fundamental a la noción de subsidiariedad. Es por eso que se opone explícitamente a las élites político-mediáticas, directivas y burocráticas.


En la medida en que es anti-elitista, el verdadero populismo es pues incompatible con todos los sistemas autoritarios a los que tenemos tendencia a asimilar. Es también incompatible con los discursos grandilocuentes de los autoproclamados líderes que pretenden hablar en nombre del pueblo, pero que se cuidan mucho de darle la palabra. Siempre que su impulso venga de arriba, ya sea por causa de un tribuno demagógico que aprovecha la protesta social o el descontento popular sin dejar al pueblo expresarse, salimos del populismo propiamente dicho.

Puesto en su propia perspectiva, el populismo tiene más futuro que la política institucional, que precisamente tiene cada vez menos futuro. A dia de hoy, es el único capaz de sintetizar el eje justicia social-seguridad que tiende a suplantar al eje izquierda-derecha de los conflictos sociales más clásicos. Es de esta forma que ofrece una alternativa respecto a la hegemonía neoliberal, nada más que basada en la política representativa. Al proponer revalorizar la política local gracias a una concepción responsable de la democracia participativa, puede jugar un papel liberador. De esta forma se re-encuentra con su rol de origen: servir a la causa del pueblo.

 

 
Revista Elements, primavera 2004

 

 

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