Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!
 
El callejón de Adam Smith
 

Jean-Claude Michéa (*)

La propaganda desplegada a diario sobre las pantallas de televisión del mundo moderno, descasa invariablemente sobre dos ideas-fuerza, difícilmente conciliables entre si. Por un lado, como en cualquier tiempo de guerra, los partes de victoria que se suceden a un ritmo vertiginoso. Los prodigiosos avances de la tecnología moderna, que proclama a los cuatro vientos el "Ministerio de la Verdad", nos han permitido crear, por primera vez en la Historia, la base material de un Futuro Radiante y la llegada inminente de su Reinado sobre la Tierra. Esta Buena Nueva (que debemos evidentemente al espíritu de empresa y de innovación que se enmarca en nuestra incomparable sociedad liberal) no solo anuncia, efectivamente, una era de abundancia y de riquezas ilimitadas. Como a todas horas nos recuerda esta bienaventurada propaganda, confiere igualmente al hombre moderno, un poder inédito sobre sus condiciones de existencia, que aquellos que tuvieron la desgracia de vivir antes que ellos, apenas tuvieron la oportunidad de llegar a imaginar realmente. De la producción industrial de todos los objetos concebibles en nuestro horizonte abierto por "las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación", son efectivamente los medios prácticos de cambiar la vida y de hacerla feliz para todos, y que se acumulan en un grado y velocidad desconocidos para todas las sociedades anteriores. Parece, en definitiva, que hemos estado esperando este momento de la historia (que es al mismo tiempo su fin) que toda la humanidad ha soñado, con un Sony para quien lo desee o se disponga a desearlo.

Mientras tanto, y volviendo a los asuntos serios - es decir, en general, cuando el Pueblo, lógicamente seducido por estos sermones tan prometedores, evoca no menos coherentemente, la cuestión de los beneficios reales que podría sacar de todos estos increíbles progresos - el tono del "Ministerio de la Verdad" se vuelve serio, y la retórica entusiasta de Hugo da paso ahora a los acentos gélidos de Malthus. Es aquí donde el sólido saber de los economistas - nos afirman - será el encargado de demostrar, de forma indiscutible, que la humanidad moderna ha dilapidado sus recursos, que los años gloriosos ya han pasado, y que es necesario meternos en la cabeza que hemos estado viviendo, hasta ahora, por encima de nuestras posibilidades. Ahora que se anuncian negros nubarrones, las reivindicaciones más modestas toman la forma de un lujo más que inaccesible; la simple exigencia de conservar un empleo relativamente estable y digno en un ambiente más o menos humano, de disponer de ingresos decentes, de una vejez protegida, de algunos sueños cumplidos, incluso de algunas plazas de reposo merecido - todo esto, se nos dice, constituyen una serie de caprichos inaceptables, porque son contrarios a las leyes de la Economía. Tal y como resume Claude Bébéar, antiguo directivo del grupo Axa, con la brutal franqueza de los que han nacido para mandar sobre sus iguales, es esta acumulación extraordinaria de progreso material y tecnológico la que no puede tener, para la gran mayoría, más que una sola consecuencia: "es evidente que habrá que trabajar más y por más tiempo". En definitiva, si hemos entendido bien hasta aqui, lo que la propaganda oficial nos está haciendo creer, es que la humanidad, gracias a su tecnología prometeica y su espíritu de invención sin fin, aumenta las posibilidades de disminuir el esfuerzo humano y de modificar el curso de los acontecimientos, pero que deberá resignarse a admitir que la dirección de su destino histórico ya no le pertenece; en otras palabras, que es la gran cantidad de medios de los que se dispone actualmente lo que explica la escasez de resultados concretos a los que se puede esperar cumplimiento.

No es necesario, creo yo, tener un talante particularmente susceptible o pesimista, para concluir que un sistema social que nos hace creer en estos cuentos de hadas para legitimar sus métodos de funcionamiento reales, es, en su mismo principio, injusto e ineficaz; y que nos llama, en este punto, a una crítica radical, es decir, conforme a su etimología, una crítica que analice el mal desde su raíz y pretenda combatirlo en consecuencia.

Todo el problema, así expuesto, está en comprender por qué misterio un sistema bajo toda evidencia tan poco racional, puede convertirse, al cabo de unos decenios, en algo que engloba ya todo el planeta, sin encontrar la oposición seria de aquellos a los que desestabiliza su existencia y mutila su fuerza vital; sin suscitar,  digámoslo ya, una resistencia colectiva a la medida de los daños y los efectos reales que provoca. Este problema puede ser formulado desde otra perspectiva. Desde hace más de un siglo, todos, adversarios como partidarios, han acordado en llamar bajo el nombre de Izquierda, al amplio movimiento político e intelectual que se opone oficialmente al sistema capitalista y todos los perjuicios que causa. ¿Cómo es posible que un movimiento de esta amplitud (y cuyas ideas son dominantes en la cultura contemporánea) no haya jamás conseguido romper en la práctica con la organización capitalista de la vida, para sustituirla a esta última por una sociedad verdaderamente humana, es decir, libre, igualitaria y decente?. Este tipo de planteamientos no son nuevos. En 1936, al término de su encuesta en las minas de Wigan Pier, George Orwell lo exponía en estos términos:

"El hecho es que el socialismo pierde terreno exactamente donde debería ganarlo. Con tantos argumentos en su favor - y recordemos que todo estómago vacío es un argumento en favor del socialismo - la idea del socialismo es hoy menos aceptada que hace diez años. En nuestros días, no solamente ocurre que el hombre de la calle no se siente socialista, sino que es activamente hostil al socialismo. Esto es debido a una propaganda errónea. Esto significa que el socialismo, tal y como nos lo presentan actualmente, tiene algo intrínsicamente antipático."

Esta "propaganda errónea", Orwell la resumía en estos principios:

"El tipo de personas que actualmente se siente más dispuesta a aceptar el socialismo es también la que considera el progreso mecánico, en si, con entusiasmo. Como también es totalmente cierto que los socialistas son de habitual incapaces de comprender que la opinión contraria existe. En general, el argumento más convincente que les viene a la cabeza consiste en decirte que la presente mecanización del mundo no es nada en comparación de la que nos prepara el socialismo. Donde ahora vemos un avión, ¡mañana veremos cincuenta!. Todo el trabajo actualmente llevado a cabo manualmente será próximamente realizado por máquinas. Todo lo que actualmente está hecho en cuero, en madera o en piedra, lo estará hecho en plástico, en cristal o en acero. Ya no habrá más revueltas, imperfecciones, desiertos, animales salvajes, malas hierbas, enfermedades, pobreza, sufrimiento y este tipo de cosas. El mundo socialista es ante todo un mundo ordenado y eficaz. Pero es precisamente esta visión de futuro centelleante a lo Wells contra el que se revuelven los espíritus mas dotados de sensibilidad. Considerad que esta representación del "progreso", elaborada por estómagos agradecidos, no pertenece a la doctrina
socialista. Pero hemos acabado por pensar que este es el caso, lo que nos lleva a observar como el conservadurismo aglutinador de toda clase de gentes se moviliza tan fácilmente contra el socialismo."

Mi objetivo no es otro que desarrollar estos comentarios de Orwell. Lo podemos analizar en dos partes importantes. Por un lado, me interesa subrayar, y como lo reconoce Orwell al final de la cita, que el culto del Progreso y de la Modernidad, que es el centro de gravedad de todas las propagandas de izquierda, es profundamente extraño a las versiones originales de Socialismo, tal y como se constituyeron, en Inglaterra y Francia, a comienzos del siglo XIX. Por el otro lado, y esta es la crítica más importante, es imposible continuar creyendo que este tipo de discurso es síntoma de una "propaganda errónea", que un Partido de Izquierda (e incluso, de Extrema Izquierda) puede abandonar o modificar a su antojo, o al vaivén, pongamos, de las fluctuaciones de su electorado. Me parece, muy al contrario, que el elogio sistemático del "Progreso" y de la "Modernización" pertenecen al núcleo duro del programa metafísico de toda Izquierda posible, programa al que no podría
renunciar, incluso parcialmente, sin a la vez renunciar a su esencia. La razón es fácil de entender. La Izquierda, desde sus comienzos históricos, se ha presentado siempre, y con razón, como la única y legítima heredera de la filosofía de la Ilustración; es decir, ciñéndonos a las definiciones más clásicas, como el Partido del Movimiento (firmemente opuesto a los partidos del Orden) y el lugar de encuentro natural de todas "las fuerzas de Progreso" y de todos los partidarios "del Cambio". Solo de esta forma, evidentemente, ha podido conducirse, o atraerse hacia su campo, a lo largo de los dos últimos siglos, un número incalculable de combates emancipadores, tan legítimos como indispensables, contra las diferentes fuerzas del Antiguo Régimen (empezando por las de la Iglesia y la Nobleza terrateniente) y contra los privilegios y prejuicios inaceptables, sobre los que las fuerzas tradicionales fundaban su dominación.

El problema es que en la historia de las ideas, un vagón esconde el siguiente, y que los hombres se encuentran habitualmente colocados delante de situaciones de las que no habían ni imaginado la posibilidad, pero se empeñan en seguir defendiendo las premisas de inicio con el mayor de los ardores. Aplicado a la filosofía de la Ilustración, es decir desde el punto de vista del comienzo de nuestra Modernidad, esta forma de lectura me ha conducido a la hipótesis siguiente: no existe, en mi opinión, más que una sola posibilidad de seguir desarrollando, de manera integral y coherente la ambigua axiomática de la Ilustración: es mediante el individualismo liberal. Y la traducción política, en si más radical y más lógica de esta última, se encuentra en el discurso de Economía Política del que "La Riqueza de las Naciones" de Adam Smith representa la primera versión acabada. Esto es tanto como decir, que lo que llamamos, aun hoy en día, la Izquierda, se nutre exactamente de la misma fuente filosófica que el liberalismo moderno (y no sería, después de todo, ningún absurdo, considerar a Turgot y Adam Smith, para su época, hombres de la Izquierda). Es la existencia de esta matriz original, común al pensamiento de Izquierda y al Liberalismo de la Ilustración, que explica, para mi, las razones que siempre han conducido a la primera a validar el espíritu de la segunda en lo fundamental, aunque siempre le apetece (y le apetecerá siempre) pretender arreglar (o regular) sobre tal o cual detalle en particular. Estas razones no se fundan tampoco de la psicología singular de la mayor parte de los jefes de este movimiento (su amor propio característico del poder y el sentido de la traición que implica). Son pues razones fundamentalmente "ontológicas", es decir, que van a la naturaleza intrínseca de la Izquierda en si. Visto desde esta perspectiva, la idea de un "anticapitalismo" de Izquierda (o de Extrema Izquierda), nos puede llegar a parecer tan improbable como el de un catolicismo renovado, o "refundado", que se saltara la naturaleza divina de Cristo y la inmortalidad del alma. Son en consecuencia, las exigencias mismas de un combate coherente contra la utopía liberal y contra la sociedad crecientemente clasista que necesariamente engendra (entendiendo por tal un tipo de sociedad donde la riqueza y el poder indecente de unos tiene por condición mayor la explotación y el desprecio de los otros) que hacen actualmente políticamente necesario una ruptura radical con el imaginario intelectual de la Izquierda. Comprendemos perfectamente que la idea de tal ruptura nos plantea muchos problemas, algunos de carácter psicológico, puesto que la Izquierda, desde el siglo XIX, ha funcionado sobre todo como religión de reemplazamiento (la religión del "Progreso"); y sabemos que todas las religiones tienen por primera función la de conferir a sus fieles una identidad, y la de garantizar la paz consigo mismo. Imagino que muchos de quienes lean esto interpretarán esta forma de oponer radicalmente el proyecto filosófico del Socialismo original y los diferentes programas de la Izquierda y de la Extrema Izquierda existentes, como una paradoja inútil, e incluso como una
provocación aberrante y peligrosa, para hacer el juego a todos los enemigos del género humano. Yo estimo, por el contrario, que esta manera de verlo es la única que nos da un sentido lógico al ciclo de sucesivos fracasos y derrotas históricas, que ha marcado al siglo recién terminado; y para el que aun hoy su comprensión continua oscura para muchos, en una situación tan extraña como la que nos ha tocado vivir. De todas formas, es poco más que la única posibilidad no explorada que tenemos, si queremos realmente ayudar a la humanidad a salir, mientras nos quede tiempo, del callejón de Adam Smith.
 

 
 (*) Jean-Claude Michéa es Agregado de Filosofía, autor de "Orwell, anarchiste tory", "Les intellectuels, le peuple et le ballon rond", "Impasse Adam Smith" y una traducida al castellano "La escuela de la ignorancia".

 

 

 HOME