La
propaganda desplegada a diario sobre las pantallas de televisión del mundo
moderno, descasa invariablemente sobre dos ideas-fuerza, difícilmente
conciliables entre si. Por un lado, como en cualquier tiempo de guerra, los
partes de victoria que se suceden a un ritmo vertiginoso. Los prodigiosos
avances de la tecnología moderna, que proclama a los cuatro vientos el
"Ministerio de la Verdad", nos han permitido crear, por primera vez en la
Historia, la base material de un Futuro Radiante y la llegada inminente de su
Reinado sobre la Tierra. Esta Buena Nueva (que debemos evidentemente al espíritu
de empresa y de innovación que se enmarca en nuestra incomparable sociedad
liberal) no solo anuncia, efectivamente, una era de abundancia y de riquezas
ilimitadas. Como a todas horas nos recuerda esta bienaventurada propaganda,
confiere igualmente al hombre moderno, un poder inédito sobre sus condiciones de
existencia, que aquellos que tuvieron la desgracia de vivir antes que ellos,
apenas tuvieron la oportunidad de llegar a imaginar realmente. De la producción
industrial de todos los objetos concebibles en nuestro horizonte abierto por
"las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación", son
efectivamente los medios prácticos de cambiar la vida y de hacerla feliz para
todos, y que se acumulan en un grado y velocidad desconocidos para todas las
sociedades anteriores. Parece, en definitiva, que hemos estado esperando este
momento de la historia (que es al mismo tiempo su fin) que toda la humanidad ha
soñado, con un Sony para quien lo desee o se disponga a desearlo.
Mientras tanto, y volviendo a los asuntos serios - es decir, en general, cuando
el Pueblo, lógicamente seducido por estos sermones tan prometedores, evoca no
menos coherentemente, la cuestión de los beneficios reales que podría sacar de
todos estos increíbles progresos - el tono del "Ministerio de la Verdad" se
vuelve serio, y la retórica entusiasta de Hugo da paso ahora a los acentos
gélidos de Malthus. Es aquí donde el sólido saber de los economistas - nos
afirman - será el encargado de demostrar, de forma indiscutible, que la
humanidad moderna ha dilapidado sus recursos, que los años gloriosos ya han
pasado, y que es necesario meternos en la cabeza que hemos estado viviendo,
hasta ahora, por encima de nuestras posibilidades. Ahora que se anuncian negros
nubarrones, las reivindicaciones más modestas toman la forma de un lujo más que
inaccesible; la simple exigencia de conservar un empleo relativamente estable y
digno en un ambiente más o menos humano, de disponer de ingresos decentes, de
una vejez protegida, de algunos sueños cumplidos, incluso de algunas plazas de
reposo merecido - todo esto, se nos dice, constituyen una serie de caprichos
inaceptables, porque son contrarios a las leyes de la Economía. Tal y como
resume Claude Bébéar, antiguo directivo del grupo Axa, con la brutal franqueza
de los que han nacido para mandar sobre sus iguales, es esta acumulación
extraordinaria de progreso material y tecnológico la que no puede tener, para la
gran mayoría, más que una sola consecuencia: "es evidente que habrá que trabajar
más y por más tiempo". En definitiva, si hemos entendido bien hasta aqui, lo que
la propaganda oficial nos está haciendo creer, es que la humanidad, gracias a su
tecnología prometeica y su espíritu de invención sin fin, aumenta las
posibilidades de disminuir el esfuerzo humano y de modificar el curso de los
acontecimientos, pero que deberá resignarse a admitir que la dirección de su
destino histórico ya no le pertenece; en otras palabras, que es la gran cantidad
de medios de los que se dispone actualmente lo que explica la escasez de
resultados concretos a los que se puede esperar cumplimiento.
No es necesario, creo yo, tener un talante
particularmente susceptible o pesimista, para concluir que un sistema social que
nos hace creer en estos cuentos de hadas para legitimar sus métodos de
funcionamiento reales, es, en su mismo principio, injusto e ineficaz; y que nos
llama, en este punto, a una crítica radical, es decir, conforme a su etimología,
una crítica que analice el mal desde su raíz y pretenda combatirlo en
consecuencia.
Todo el problema, así expuesto, está en
comprender por qué misterio un sistema bajo toda evidencia tan poco racional,
puede convertirse, al cabo de unos decenios, en algo que engloba ya todo el
planeta, sin encontrar la oposición seria de aquellos a los que desestabiliza su
existencia y mutila su fuerza vital; sin suscitar, digámoslo ya, una
resistencia colectiva a la medida de los daños y los efectos reales que provoca.
Este problema puede ser formulado desde otra perspectiva. Desde hace más de un
siglo, todos, adversarios como partidarios, han acordado en llamar bajo el
nombre de Izquierda, al amplio movimiento político e intelectual que se opone
oficialmente al sistema capitalista y todos los perjuicios que causa. ¿Cómo es
posible que un movimiento de esta amplitud (y cuyas ideas son dominantes en la
cultura contemporánea) no haya jamás conseguido romper en la práctica con la
organización capitalista de la vida, para sustituirla a esta última por una
sociedad verdaderamente humana, es decir, libre, igualitaria y decente?. Este
tipo de planteamientos no son nuevos. En 1936, al término de su encuesta en las
minas de Wigan Pier, George Orwell lo exponía en estos términos:
"El hecho es que el socialismo pierde terreno exactamente donde debería ganarlo.
Con tantos argumentos en su favor - y recordemos que todo estómago vacío es un
argumento en favor del socialismo - la idea del socialismo es hoy menos aceptada
que hace diez años. En nuestros días, no solamente ocurre que el hombre de la
calle no se siente socialista, sino que es activamente hostil al socialismo.
Esto es debido a una propaganda errónea. Esto significa que el socialismo, tal y
como nos lo presentan actualmente, tiene algo intrínsicamente antipático."
Esta "propaganda errónea", Orwell la resumía en estos principios:
"El tipo de personas que actualmente se siente más dispuesta a aceptar el
socialismo es también la que considera el progreso mecánico, en si, con
entusiasmo. Como también es totalmente cierto que los socialistas son de
habitual incapaces de comprender que la opinión contraria existe. En general, el
argumento más convincente que les viene a la cabeza consiste en decirte que la
presente mecanización del mundo no es nada en comparación de la que nos prepara
el socialismo. Donde ahora vemos un avión, ¡mañana veremos cincuenta!. Todo el
trabajo actualmente llevado a cabo manualmente será próximamente realizado por
máquinas. Todo lo que actualmente está hecho en cuero, en madera o en piedra, lo
estará hecho en plástico, en cristal o en acero. Ya no habrá más revueltas,
imperfecciones, desiertos, animales salvajes, malas hierbas, enfermedades,
pobreza, sufrimiento y este tipo de cosas. El mundo socialista es ante todo un
mundo ordenado y eficaz. Pero es precisamente esta visión de futuro centelleante
a lo Wells contra el que se revuelven los espíritus mas dotados de sensibilidad.
Considerad que esta representación del "progreso", elaborada por estómagos
agradecidos, no pertenece a la doctrina
socialista. Pero hemos acabado por pensar que este es el caso, lo que nos lleva
a observar como el conservadurismo aglutinador de toda clase de gentes se
moviliza tan fácilmente contra el socialismo."
Mi objetivo no es otro que desarrollar estos comentarios de Orwell. Lo podemos
analizar en dos partes importantes. Por un lado, me interesa subrayar, y como lo
reconoce Orwell al final de la cita, que el culto del Progreso y de la
Modernidad, que es el centro de gravedad de todas las propagandas de izquierda,
es profundamente extraño a las versiones originales de Socialismo, tal y como se
constituyeron, en Inglaterra y Francia, a comienzos del siglo XIX. Por el otro
lado, y esta es la crítica más importante, es imposible continuar creyendo que
este tipo de discurso es síntoma de una "propaganda errónea", que un Partido de
Izquierda (e incluso, de Extrema Izquierda) puede abandonar o modificar a su
antojo, o al vaivén, pongamos, de las fluctuaciones de su electorado. Me parece,
muy al contrario, que el elogio sistemático del "Progreso" y de la
"Modernización" pertenecen al núcleo duro del programa metafísico de toda
Izquierda posible, programa al que no podría
renunciar, incluso parcialmente, sin a la vez renunciar a su esencia. La razón
es fácil de entender. La Izquierda, desde sus comienzos históricos, se ha
presentado siempre, y con razón, como la única y legítima heredera de la
filosofía de la Ilustración; es decir, ciñéndonos a las definiciones más
clásicas, como el Partido del Movimiento (firmemente opuesto a los partidos del
Orden) y el lugar de encuentro natural de todas "las fuerzas de Progreso" y de
todos los partidarios "del Cambio". Solo de esta forma, evidentemente, ha podido
conducirse, o atraerse hacia su campo, a lo largo de los dos últimos siglos, un
número incalculable de combates emancipadores, tan legítimos como
indispensables, contra las diferentes fuerzas del Antiguo Régimen (empezando por
las de la Iglesia y la Nobleza terrateniente) y contra los privilegios y
prejuicios inaceptables, sobre los que las fuerzas tradicionales fundaban su
dominación.
El problema es que en la historia de las ideas, un vagón esconde el siguiente, y
que los hombres se encuentran habitualmente colocados delante de situaciones de
las que no habían ni imaginado la posibilidad, pero se empeñan en seguir
defendiendo las premisas de inicio con el mayor de los ardores. Aplicado a la
filosofía de la Ilustración, es decir desde el punto de vista del comienzo de
nuestra Modernidad, esta forma de lectura me ha conducido a la hipótesis
siguiente: no existe, en mi opinión, más que una sola posibilidad de seguir
desarrollando, de manera integral y coherente la ambigua axiomática de la
Ilustración: es mediante el individualismo liberal. Y la traducción política, en
si más radical y más lógica de esta última, se encuentra en el discurso de
Economía Política del que "La Riqueza de las Naciones" de Adam Smith representa
la primera versión acabada. Esto es tanto como decir, que lo que llamamos, aun
hoy en día, la Izquierda, se nutre exactamente de la misma fuente filosófica que
el liberalismo moderno (y no sería, después de todo, ningún absurdo, considerar
a Turgot y Adam Smith, para su época, hombres de la Izquierda). Es la existencia
de esta matriz original, común al pensamiento de Izquierda y al Liberalismo de
la Ilustración, que explica, para mi, las razones que siempre han conducido a la
primera a validar el espíritu de la segunda en lo fundamental, aunque siempre le
apetece (y le apetecerá siempre) pretender arreglar (o regular) sobre tal o cual
detalle en particular. Estas razones no se fundan tampoco de la psicología
singular de la mayor parte de los jefes de este movimiento (su amor propio
característico del poder y el sentido de la traición que implica). Son pues
razones fundamentalmente "ontológicas", es decir, que van a la naturaleza
intrínseca de la Izquierda en si. Visto desde esta perspectiva, la idea de un
"anticapitalismo" de Izquierda (o de Extrema Izquierda), nos puede llegar a
parecer tan improbable como el de un catolicismo renovado, o "refundado", que se
saltara la naturaleza divina de Cristo y la inmortalidad del alma. Son en
consecuencia, las exigencias mismas de un combate coherente contra la utopía
liberal y contra la sociedad crecientemente clasista que necesariamente engendra
(entendiendo por tal un tipo de sociedad donde la riqueza y el poder indecente
de unos tiene por condición mayor la explotación y el desprecio de los otros)
que hacen actualmente políticamente necesario una ruptura radical con el
imaginario intelectual de la Izquierda. Comprendemos perfectamente que la idea
de tal ruptura nos plantea muchos problemas, algunos de carácter psicológico,
puesto que la Izquierda, desde el siglo XIX, ha funcionado sobre todo como
religión de reemplazamiento (la religión del "Progreso"); y sabemos que todas
las religiones tienen por primera función la de conferir a sus fieles una
identidad, y la de garantizar la paz consigo mismo. Imagino que muchos de
quienes lean esto interpretarán esta forma de oponer radicalmente el proyecto
filosófico del Socialismo original y los diferentes programas de la Izquierda y
de la Extrema Izquierda existentes, como una paradoja inútil, e incluso como una
provocación aberrante y peligrosa, para hacer el juego a todos los enemigos del
género humano. Yo estimo, por el contrario, que esta manera de verlo es la única
que nos da un sentido lógico al ciclo de sucesivos fracasos y derrotas
históricas, que ha marcado al siglo recién terminado; y para el que aun hoy su
comprensión continua oscura para muchos, en una situación tan extraña como la
que nos ha tocado vivir. De todas formas, es poco más que la única posibilidad
no explorada que tenemos, si queremos realmente ayudar a la humanidad a salir,
mientras nos quede tiempo, del callejón de Adam Smith.
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