Artículo publicado en el diario "Le Figaro" el 17 de julio de 2003. Pese a que
su contenido procede de un punto de vista exterior al de esta página, se
reproduce para que el lector en castellano tenga una visión de lo que se quiere
englobar/descalificar bajo el confuso término de "comunitarismo" así como animar al posicionamiento respecto a
esta temática "transversal".
El
término "comunitarismo" empezó a ser utilizado, sobre todo en lengua francesa
(desde los años 80), para designar de manera crítica toda forma de etnocentrismo
o de sociocentrismo, todo grupo autocentrado, que implicara una autovaloración y
una tendencia a cerrarse sobre sí mismo, en el contexto cultural de la "posmodernidad"
donde la "apertura", y más particularmente, la "apertura al otro" está
fuertemente valorizada, en una forma renovada de "cosmopolitismo". Además, el
"comunitarismo" es definido por sus críticos como todo proyecto sociopolítico
que pretende someter a los miembros de un grupo determinado a las normas que se
suponen propias de ese grupo (su comunidad); en definitiva, controlar las
opiniones y los comportamientos de todos aquellos que pertenecen a su denominada
"comunidad". La tiranía de tal o cual "comunidad" es un fenómeno social
observable. Llamada de atención comunitarista: la exigencia del tipo "tu debes
pensar y vivir a la imagen de tu comunidad" que es a menudo lanzada a individuos
que supuestamente se toman "demasiadas libertades" con respecto a lo que es
comunitariamente convenido de hacer y pensar. Otra traducción posible, dentro de
la ética de la autenticidad: "Sé tu mismo", sobreentendiendo que mi "ser" me
viene dado por el conjunto de mis "anclajes" comunitarios. "Comunitarismo" se
opone a la vez a "individualismo" y a "cosmopolitismo". Pero el término "comunitarismo"
designa también una ideología cuya función es la de legitimar la reconstrucción
de agrupaciones de individuos por sus orígenes, precisamente de "comunidades",
en el marco de Estados-nacionales fundados sobre el principio normativo de la
homogeneidad cultural y étnica, dentro por tanto, de un espacio político post-comunitarista.
En este sentido, "comunitarismo" se opone a "nacionalismo" o a "nacionismo". La
"comunitarización" constituye una contestación interna de la construcción
nacional.
Nos encontramos ante un término de polémica utilización, netamente peyorativo:
nadie se afirma profundamente "comunitarista" (o no más que racista), y las
"derivas comunitaristas" denunciadas son siempre las de un grupo distinto al
grupo al que pertenece el denunciador. "Comunitarista" es el otro. Culpable del
"repliegue identitario" - cliché asociado al discurso anti-lepenista de los años
80- así como de otros ("cerramiento", "crispación", "rigidez", "arcaísmo"). La
acusación de "comunitarismo" es totalmente descalificadora dentro del campo de
las creencias y los valores denominados "pos-materialistas" ("individualistas" o
"liberal-libertarios"): tolerancia, apertura, libertad de expresión,
flexibilidad, mestizaje, etc. Esta fuerza peyorativa dirigida contra la palabra
"comunitarismo" contrasta con la celebración contemporánea, en todas los
ambientes políticos, de "comunidades", de "culturas" o de "identidades", en
definitiva de grupos a los que suponemos portadores de valiosos e incomparables
valores, que forman parte del "patrimonio cultural de la humanidad". De cara a
estas culturas, estas especificidades o estas identidades comunitaristas, se nos
llama a practicar la "tolerancia", se nos incita a no "estigmatizarlos", es
decir, a "respetarlos".
Se
condena el "comunitarismo" al tiempo que se elogian las "comunidades": este
contraste de pareceres es una de las paradojas que nos encontramos cuando
intentamos ver más claro a través del "agujero" de las ideas recibidas sobre la
cuestión. Si la palabra "comunidad" es definida en todos los diccionarios de
lengua (siempre en torno a una colectividad social dotada de una unidad y de una
identidad), la palabra "comunitarismo" no es objeto de cita alguna en la nueva
edición del Petit Robert (2002). ¿Supone éste hecho un indicador de prudencia o
síntoma de enfermedad? Este "ismo" es de uso corriente después de dos decenios.
La denuncia del "comunitarismo" podría quedar aparcada en los almacenes de
posturas políticas disponibles, en cuanto que denuncia convenida y conveniente,
no compromete a nada, fundado como está sobre una noción confusa. Podemos no
obstante, ordenando las connotaciones del término, distinguir cuatro
definiciones posibles, para lograr precisar los difusos contornos del "comunitarismo".
1. Modo de auto-organización social de un grupo, fundamentado en una "filiación
étnica" más o menos ficticia (pero objeto de creencia), en una perspectiva
etnocéntrica más o menos ideologizada, sobre el modelo de "nosotros contra los
otros" (nosotros: los mejores de entre los humanos, los más humanos de entre los
humanos). "Comunitarismo" se convierte en sinónimo de "tribalismo".
2. Visión esencialista de los grupos humanos, cada uno está dotado de una
identidad esencial a la que suponemos se adhieren todos sus miembros o
representantes. El individuo es reducido a nada más que un representante más o
menos típico de lo que imaginamos es el grupo dentro de la naturaleza abstracta
o de su esencia. El imaginario "comunitarista" comparte esta visión esencialista
con el pensamiento racista o la ideología nacionalista.
3. Política en favor de las identidades de grupo, culturales o étnicas, fundado
en el reconocimiento del valor intrínseco y del carácter irreductiblemente
múltiple de estas identidad en el seno de una misma sociedad, siendo todos
igualmente dignos de respeto, por tanto juzgados libres de afirmarse en el
espacio social (pero no, estrictamente hablando, en el espacio público, que
supone la existencia de un campo de interacción que trasciende las
"comunidades"). Esta es la visión angelical del "multiculturalismo", al menos la
que dan sus más firmes partidarios.
4. Pero el "comunitarismo" puede también designar la utilización política de un
mito identitario fundado sobre la absolutización de una identidad colectiva.
Incluso también caracterizar una política fundada sobre el "derecho a la
diferencia" llevado a sus últimos extremos y radicalizado en obligación, para
cada individuo, de mantener ante todo "su diferencia", es decir, su pertenencia
al grupo que privilegia (digamos, una "cultura" de origen, religiosa lo más
comúnmente o naturalizada). En este sentido, el "comunitarismo" aparece como una
forma de neo-racismo cultural y diferencialista.
Para la teoría normativa de la democracia, el término "comunitarismo", si
eliminamos su fuerte carga polémica, aparece como un sinónimo impreciso de
"multicomunitarismo", que designa las doctrinas políticas de la sociedad
multicultural o pluriétnica ("etnopluralismo"), y que implica una concepción de
la sociedad deseable como un conjunto de "comunidades" o de "minorías"
yuxtapuestas, cada una viviendo según sus valores y sus normas propias, en
nombre de una concepción de la tolerancia fundada sobre el relativismo cultural
radical. Pero la tolerancia exigida va más allá de la simple no prohibición, que
equivaldría a relegar la expresión de las identidades a la esfera privada:
pretende alcanzar una reivindicación de reconocimiento positivo en el espacio
público. Tolerar no significa aquí soportar lo que es juzgado difícilmente
soportable, sino respetar incondicionalmente las formas de ser y de pensar de un
grupo, evitando desvalorizar su auto-representación y de afectar a la estima de
cualquiera de sus miembros. De ahí que el recurso al lenguaje "políticamente
correcto" acabe siendo la consecuencia necesaria de la política de
reconocimiento: se hace imperativo evitar llamar la atención sobre la imagen o
la dignidad de cualquier grupo social "minoritario". Desde esta perspectiva, el
modelo asimilacionista es rechazado por lo que supone de violencia contra las
especificidades o a los particularismos juzgados intrínsecamente e igualmente
respetables.
El espacio social pos-nacional se etniza, es decir se racializa, y todo ello en
nombre del más absoluto anti-racismo.
El multicomunitarismo es un sucedáneo fraudulento del pluralismo político: al
anclar las identidades colectivas (todas más o menos ficticias, inventadas o
reinventadas) instaura -en nombre de la tolerancia- un espacio pluriconflictual ocupado por las acciones concurrenciales de los líderes de la
identidad comunitarista (para captar subvenciones estatales, movilizar un sector
del electorado, monopolizar la representación mediática, etc.). La política, en
una sociedad multicomunitarista, se reduce al arbitraje permanente entre los
grupos de presión con intereses opuestos, incompatibles o mutuamente
excluyentes: la posibilidad misma de una referencia al bien común o al interés
general desaparece. Las reivindicaciones identitarias no conocen límites, los
deseos comunitaristas son absolutamente insaciables.
La cuestión del "comunitarismo" se complica por sus interferencias con el nuevo
radicalismo de izquierda y las estrategias de guerra cultural conducida por los
fundamentalistas islámicos (los "islamistas"). Estos ambientes neo-izquierdistas
apoyan significativamente la ofensiva de los militantes islamistas para romper
el consenso republicano, mediante el símbolo del "velo islámico" en las
escuelas. El velo constituye un símbolo ostentoso de pertenencia religiosa
(donde se afirma el fermento "comunitarista") y una bandera para el combate
político-religioso, como el del islamismo radical, cuyo objetivo final es
"islamizar la modernidad". Este proyecto de islamización planetaria implica la
ambición de una ulterior destrucción del pluralismo liberal, garantizado por la
existencia de Estados de derecho y/o de democracias constitucionales.
La respuesta de los republicanos, por definición defensores del principio de
laicidad, es de modernizar el islam. Se trata ante todo, dentro de la cultura
musulmana que les acoge, de distinguir y separar la política y lo religioso.
Esto vendría a favorecer la aparición de un "islam laico", compatible con los
principios de la democracia pluralista y los valores del individualismo (la fe
como algo individual). Pero si este "islam a la francesa" es seguramente
deseable, su generalización choca con un importante obstáculo sociopolítico: el
debilitamiento, e incluso la disolución de los Estados-nacionales a la hora de
la globalización. Para hacer emerger un islam "integrado", hace falta que se
apoye sobre una estructura política integradora, cuyos principios fundadores
sean objeto de fuerte adhesión por parte de sus ciudadanos, y a la vez sea
sinceramente deseada por los candidatos a la integración. La nación francesa, el
estado en que se encuentra, ¿es suficientemente cautivadora?. ¿Francia atrae
hasta el punto de poder compensar con los bienes simbólicos nacionales la
pérdida de una parte de la "sabia" proporcionada por los sistemas de creencias
de origen?.
|