"Goce y deleite, un credo simple para
la infancia" Wordsworth
Los padres desescolarizan a sus hijos en América por muchas razones, pero el
principal motivo es generalmente el de protegerlos contra un entorno que ven
incapaz de llenar sus convicciones sobre cómo los niños deberían crecer y ser
educados. En general, los padres "de derechas" desescolarizan a sus hijos para
protegerles de ideas y valores que entran en conflicto con sus creencias
religiosas, mientras que los padres "de izquierdas" que desescolarizan a sus
hijos lo hacen motivados por el deseo de proteger a sus hijos de un entorno que
ven como incompatible con su vida creativa.
Yo me encuentro a la extrema izquierda del espectro ideológico; esperar que mis
hijos gasten las mejores horas de su infancia en un relativo retiro de la vida,
habría sido la peor forma de hipocresía de mi código de valores. Además, dado
que desde mi propia experiencia la escuela había reprimido mi pensamiento y
falsamente inflado mi ego, era imposible para mi pretender que mis propios
hijos, incluso si se clasificaban entre los mejores, pudieran sobrevivir a la
experiencia escolarizadora éticamente inmunes.
Más allá de mi cautela sobre la estatalización de la infancia, el estilo de
educación que había adoptado (desde el nacimiento de mi primer hijo) predecía
una ruptura radical en línea con los lazos y obligaciones a los que me sentía
vinculada. Había gastado años tratando de honrar el trabajo maternal en una
sociedad que esperaba de las mujeres que hicieran del ganar dinero la máxima
prioridad. Aunque otros trataban de convencerme de las virtudes de enviar a mis
hijos a la escuela y "cambiar de vida", pero yo estaba encantada con la vida que
tenía. Me gustaba estar con mis hijos; se
clasificaban entre los más entretenidos y -en los cinco años que habíamos
compartido hasta la fecha- fueron los mejores maestros que tuve; me convencieron
a través de su incesante deseo de saber más, de explorar más, de querer más
complejidad, de que ninguna forma de oscurantismo y confinamiento haría que su
compromiso en el mundo no fuera creciendo de forma cada vez más sofisticada. No
podía sentirme satisfecha "delegando" la tarea de criarles y educarles hacia
gente que no conocía.
Según pasaban los años, y tantas de mis presunciones sobre el aprendizaje fueron
derrumbándose una a una, me alegró profundamente que no me hubiera sumergido en
la ilusión de la escuela como una gran institución de carácter benigno. Separada
de una de las ideas más preconcebidas en la vida de las familias americanas, me
di cuenta de que las escuelas no podían ser sensibles a los diversos estilos de
aprendizaje que los niños desarrollan, ni ser realmente sensibles a las
diferencias en el desarrollo que existe entre niños de una edad dada. Vi como
las escuelas dañan a los niños mediante la estratificación en estrechas clases
por niveles, animándolos a que compitan unos con otros, obligándoles a realizar
(a menudo pesadas) tareas, comparando sus logros según estándares externos,
recompensando a "los mejores y más brillantes", y denigrando al resto. En
definitiva, procesos que antes parecían normales e inevitables ahora me parecían
inhumanos y absurdos.
Desde mi propia experiencia en la escuela sabía de que forma estaba limitada la
simpatía de los profesores por la gran cantidad de habilidad y talento que
existe en los niños. Vi como la forma que mis propios hijos daban a sus
intereses académicos, superpuesto contra el típico currículo escolar de las
"seis áreas principales", podría llegar a parecer menos que cuidados y limpios
hexágonos, realmente unas formas de pulpos con tentáculos de varios tamaños; sus
habilidades e investigaciones sobre el mundo eran así de únicas. Teniendo en
cuenta la relativa libertad con la que mis hijos podían dar forma y estructurar
sus propias vidas, comprendí lo que John Holt, autor de "How Children Fail",
quería decir cuando escribió que las escuelas eran lugares tristes para los
niños; que los niños se merecían mucho más puesto que por naturaleza eran muy
curiosos, tan deseosos de participar en la vida social de un lugar dado, y tan
abiertos a la bondad.
Además, me di cuenta de que pese a que el propósito formal de las escuelas
-públicas o privadas- es educar, como instituciones, su propósito primordial es,
sencillamente, mantenerse en el negocio. De esta forma, inmensos recursos que de
otra forma podrían haber sido usados para actividades sociales más valiosas,
fueron desviados para apoyar toda la infraestructura burocrática. Un corolario
de esto es que los profesores, especialmente, aquellos de escuelas públicas, no
pueden ser ni la mitad de creativos de lo que les gustaría puesto que su
seguridad laboral descansa en su propia conformidad con los estrechos métodos
prescritos sobre instrucción y sobre estándares que deben ser alcanzados según
dictados de políticas estatales.
Una de las cosas más difíciles de entender para la gente común es que si a los
niños no se les manipula contra su voluntad, sino que se les apoya con recursos
que desarrollan sus necesidades declaradas, raramente su deseo de alcanzar
determinado grado de competencia va a fallarles. Y esto sin hacer la menor
alusión a los extraordinarios logros alcanzados por los niños que son animados a
experimentar y desviarse, y que son libres de utilizar a toda la comunidad como
un recurso para el aprendizaje.
Los niños, como cualquier padre sabe, son insaciablemente curiosos cuando no se
sienten reprimidos por ello. Pueden ser tan francos y deseosos por captar
información que llegan a ser fatigantes. Este tipo de deseo y energía es
inagotable; como único fuerza motivadora, puede llenar toda una vida de
preguntas. Solo esta observación pudiera ser suficiente para convencernos que
los niños no necesitan "maestros" o escuelas. Para aquellos de nosotros que
gastamos años en la escuela esperando a que nos enseñaran el currículo
"estándar" por medio de individuos convenientemente "certificados", esto es una
idea muy difícil de intuir. Sin embargo, cuando escudriñamos a través de nuestra
propia experiencia, nos damos cuenta de que el aprendizaje es independiente de
la enseñanza. Tal y como Peter Elbow escribió en "Writing Without Teachers",
desde que los "estudiantes pueden aprender sin profesores aunque los profesores
no pueden enseñar sin estudiantes, la principal dependencia no es de los
estudiantes sobre los profesores, sino de los profesores sobre los estudiantes".
Lo contrario parece ser cierto solo cuando hemos llegado a aceptar
inconscientemente que las funciones de enseñanza están concentradas en una clase
de especialistas profesionales capaces de hacer su trabajo solo en lugares
especializados.
Antes de los años 1830, por ejemplo, antes de que se estableciera la
escolarización pública, los niños eran educados por sus padres, por sus vecinos,
en sus comunidades; la "función" de enseñante estaba distribuida por toda la
comunidad. A ningún padre se le hubiera ocurrido cuestionar su propia habilidad
para ayudar a sus hijos a hacerse miembros útiles de la sociedad; la vida estaba
llena de trabajo necesario, y los niños eran bienvenidos, sino incluso se
esperaba de ellos que observaran, que escucharan y que participaran de lleno en
tanto que podían trabajar en el trabajo que veían a su alrededor. En esa época
de la historia, en las comunidades vitales que existían, pocos padres hubieran
dudado de su habilidad para ayudar a sus propios hijos a alcanzar metas.
Hoy en dia, la respuesta más frecuente que oigo de padres que se plantean la
idea de desescolarizar a sus hijos es que "no podría hacerlo", e incluso, "jamás
seré capaz". Esta falta de auto-confianza sugiere muchas cosas malas, pero en su
forma más general y ubicua, creo que revela hasta qué punto las escuelas han
cumplido su misión de subyugar a las masas a las que pretenden "educar".
Cualquiera que sea la razón, esta declarada incapacidad para tomar
responsabilidades . También sugiere hasta qué punto los padres han renunciado a
su independencia y su autonomía familiar para delegarlo en individuos "mejores"
que ellos mismos; también sugiere de qué forma los padres confían las funciones
de canguros a las escuelas; los niños son cuidados allí mientras sus padres
trabajan para proveerse de todas las necesidades familiares de protección,
abrigo, sustento, y el pago de todas las facturas necesarias para alcanzar una
determinada posición social en la sociedad.
Las escuelas, consideradas como lugares que habitualmente juzgan y estratifican
a los seres humanos, han jugado un rol significativo en el cultivo de la
sumisión a principios autoritarios y jerarquizantes. Una crítica rotunda y sin
ironías diría que las escuelas jamás fueron pensadas para educar y formar a un
cuerpo políticamente activo de ciudadanos, sino para inculcar hábitos de
obediencia y puntualidad dentro del orden industrial emergente; que los
arquitectos del sistema educativo americano tenían una preocupación obsesiva por
la productividad industrial y el orden social, y que las escuelas fueron
diseñadas para crear una masa laboral absolutamente obediente. John Taylor
Gatto, autor de "Dumbing us Down", lo resumió de esta forma: "las escuelas
enseñan exactamente lo que se diseñó para lo que fueron creadas y lo hacen muy
bien: cómo ser un buen egipcio y permanecer en tu puesto de la pirámide."
¿Necesitamos escuelas? No. Los niños al menos no. Mejor dicho, ocurre justamente
lo contrario. La cuestión más pertinente que sigue latente desde hace ciento
setenta años es: ¿quien necesita escuelas?. Bueno, está claro quien va a perder
su puesto si los niños dejan de ir a la escuela. Profesores, administradores y
corporaciones que proveen de materiales y servicios que nunca se llegarían a
comprar fuera de las escuelas, como libros de texto y esos menús escolares tan
"nutritivos". Actualmente los profesores, al menos los mejores, no necesitan más
la escuela que lo que lo necesitan los niños. Sin embargo, mientras que ser
profesor suponga suplantar a los padres o a la guardería, las comunidades
necesitarán a los profesores puesto que muchos padres no están particularmente
interesados en una vida con hijos. Necesitamos desesperadamente profesores que
entiendan que cuidar a los niños, fomentar su crecimiento, y hacerlos
socialmente aceptables es una labor de conciencia.
Si enseñar significa "impartir conocimientos o habilidades específicas", pero no
una "instrucción sistemática" (definición de educación del diccionario Webster),
también pienso que los profesores pueden ser útiles, incluso críticos, pero solo
en un contexto donde el estudiante inicia la relación y tiene control sobre la
amplitud y la duración de ese compromiso. Este tipo de relación sería muy
diferente de la asimetría autoritaria que se encuentra en las escuelas; los
profesores en la escuela tienen el derecho a mandar y, correlativamente, el
derecho a ser obedecidos.
Una relación donde los estudiantes contraten libremente a sus propios tutores y
hagan sus propios planes de estudio sería algo diferente. La antigüedad del
tutor no podría volverse en arrogancia o abuso sin que supusiera una multa. A
pesar del grado de conocimiento que el presunto tutor pueda tener en su
respectivo campo de conocimiento, si su talento no está compensado con
amabilidad y respeto, su rol instructivo se convertiría en algo más escabroso;
los estudiantes que están desilusionados podrían volver su atención hacia otro
sitio.
En mi opinión, esta es la única relación educativa posible. Sería un gran logro
que los propios alumnos estuvieran tan impresionados por su trabajo que desearan
no perder guía y apoyo de su parte. En una comunidad donde este tipo de
relaciones son tan valoradas, la calidad de la enseñanza y del maestro estarían
en continua mejora a través de la auto-corrección. Se deberían otorgar honores a
los profesores que fueran requeridos de ayuda e instrucción, y que los malos
profesores fueran marginados hacia el olvido.
¿Pero que pasa con los buenos profesores que hay en las escuelas?. ¿Y qué hay de
las escuelas?. De nuevo, los que desescolarizamos no nos damos cuenta del hecho
de que miles de personas cariñosas trabajan en las escuelas como profesores,
cuidadores y administradores. Sin embargo, creemos que la lógica abstracta de
las escuelas y las instituciones y, especialmente, de las escuelas como
instituciones al servicio del estado (ahora redefinidas para adaptarse a las
necesidades de sus patrocinadores corporativos) sobrepasa las contribuciones que
cualquier individuo pueda hacer para ayudar a los niños para dirigir sus propias
vidas con dignidad e integridad. Las escuelas públicas no pueden hacer esto
porque los criterios de objetivos cuantitativos y las exigencias de una clase de
"copistas" de, por ejemplo, veinticinco alumnos enseguida requiere
medidas de subyugación de estudiantes. Aunque se suele creer que las escuelas
privadas mejoran en mucho estos detalles, realmente, raramente lo hacen. Detrás
de su fachada elitista, ideologías variadas, e incluso con un currículo centrado
en el alumno, las escuelas privadas no son inmunes a los peores defectos de las
escuelas públicas: el intento de dirigir y restringir las vidas de los niños.
Como ya lo expresara Grace Llewellyn en su libro "The Teenage Liberation
Handbook", "la abrumadora realidad de las escuelas es el CONTROL". Puesto que
las escuelas controlan a los niños mediante el establecimiento de estándares
para que sean o no sean superados, y como escribió John Taylor Gatto, "mediante
la apropiación del cincuenta por ciento del tiempo total del joven, mediante su
enclaustramiento con otros jóvenes de su misma edad, mediante el toque de
sirenas para empezar y terminar el trabajo, mediante los requerimientos para que
piensen lo mismo a la misma hora de la misma manera, mediante su graduación como
graduamos a los vegetales por su grado de maduración y otras tantas
estupideces". De esta forma los padres acaban descubriendo que un lento y
orgánico proceso de auto-conciencia, auto-descubrimiento y cooperación es lo que
se necesita para que cualquiera crezca y se desarrolle con toda su humanidad
intacta.
En fechas tan tempranas como 1839, Orestes Browson, uno de los más agudos
críticos del sistema escolar, escribió que aquellos en favor de la
institucionalización de los niños habían olvidado que los niños eran "mejor
educados en las calles, por la influencia de sus cercanos, en los campos y las
laderas, por la influencia del paisaje que les rodeaba y los cielos eclipsados
... por el amor y el respeto, o la cólera y las inquietudes de sus padres, por
las pasiones afectos que veían manifestarse, las conversaciones que escuchaban,
y sobre todo por el interés general, hábitos, y tono moral de la comunidad". Las
escuelas quitaron el potencial de los barrios y comunidades de ser, como siempre
lo habían sido, las mejores escuelas para la vida cívica y reforzaron la más
detestable característica de las sociedades clasistas, la separación del
aprendizaje de las experiencias vitales.
Bajo el pretexto de ofrecer a los padres un servicio, que los padres están a
menudo obligados a aceptar-a veces hasta a punta de pistola-, las escuelas
debilitaron a las familias y reemplazaron gran parte del "placer y libertad" de
los niños por una clase. El sistema, de esta forma, proveyó una justificación
para la gravar fiscalmente a sus ciudadanos y un mecanismo para fabricar
conformidad a las necesidades del orden industrial emergente. Ignorantes de la
historia de la resistencia a su implantación que supusieron sus primeros años de
extensión como sistema obligatorio, la mayoría de los padres de hoy están
agradecidos por este servicio prestado que disminuye su riqueza y libertad. Este
proceso ejemplifica el significado de lo que Noam Chomsky llamó "la creación de
ilusiones necesarias"; en este caso, la indignación histórica de los padres
contra la escuela obligatoria se transmutó hacia una valoración de los
"expertos" que saben mejor.
Si las escuelas no hubieran hecho nada más daño que quitar tiempo y libertad a
los niños que de otra forma hubieran tenido que utilizar a toda la comunidad
como una fuente de aprendizaje, ya sería suficientemente depresivo. Pero es que,
además, mediante la imposición de estándares contra el que progreso de los niños
es medido, las escuelas perjudican la auto-estima de los niños -y no solo de
aquellos que no encajan con su modelo de desarrollo, sino a todos los niños ya
sean calificados como que "progresan" o "no progresan" adecuadamente. Las
escuelas ridiculizan la ideología igualitaria y causan más daño a la dignidad de
los niños cuando se les requiere que compitan para su promoción, recompensas y
puestos de privilegio en el podio de seres "superiores".
John Holt, considerado por muchos como el padre del movimiento "crecer sin
escuela", subrayó el efecto nocivo de los test de medida sobre los niños cuando
escribió, "pienso que la única manera en que los niños, o quizás cualquiera que
tenga un mínimo sentido de la dignidad, competencia, valor, y auto-estima es
teniendo éxito dentro de sus propios varemos para su propia satisfacción
personal, no la de ningún otro, en tareas que él mismo ha elegido. No se
sentirán así aprendiendo a saltar por el aro que cada vez sostenemos más
alto...Sol cuando eligen una tarea y la culminan para su propia satisfacción que
consiguen este sentido de crecimiento y desarrollo".
Mientras que las escuelas remiten y crean dependencia respecto a estándares
externos (cada vez más influenciados por el poder de las corporaciones), los que
desescolarizadores pretenden fomentar la auto-confianza intelectual. Mientras
que las escuelas miden a los niños y encierran su pensamiento hacia una
uniformidad dada, los desescolarizadores alientan a los niños a medir sus
propios progresos y crearse su propia mentalidad en un contexto de un mundo
complejo de opiniones encontradas, ofuscaciones y muchas otras historias.
Más allá de la pregunta de qué hacen las escuelas a los niños, necesitamos
hacernos la pregunta de qué es lo que las escuelas hacen por los niños. Las
escuelas, como se suele decir, proporcionan a los chicos las oportunidades para
progresar en la vida. Esto es cierto. Las escuelas funcionan como "escenario"
donde los niños son deslumbrados de varias formas por la "promesa" de una
ideología meritocrática y así se les enseña a competir por una "vida fácil". Las
escuelas separan a los niños superiores de los inferiores, cuyos fracasos,
obviamente, no son responsabilidad del sistema, puesto que a los perdedores,
después de todo, se les da las mismas oportunidades para tener éxito. De esta
forma las escuelas juegan su rol en la sociedad americana como un sistema de
reclutamiento de élites aparentemente justo y democrático.
El sistema, sin embargo, es meritocrático y es, de hecho, una parodia de la
democracia, puesto que la igualdad de oportunidades de progreso que ofrece la
meritocracia en la teoría son (como todos saben) desiguales. La noción que la
educación pública y superior es una eficiente e igualitaria cinta transportadora
para las ambiciones conlleva un malentendido fundamental. Cualquiera que eche
una ojeada a la historia de la educación obligatoria en América no puede dudar
de que las escuelas han traicionado aspiraciones mas a menudo que verlas
cumplidas o realizadas. Lejos de aumentar la capacidad del pueblo para ejercer
su ciudadanía, alentar la participación ciudadana en los asuntos públicos, y
"democratizar
la inteligencia", el sistema meritocrático educacional simplemente promueve una
forma de reclutamiento de las élites desde una base más amplia mientras que
abandona al resto de su capacidad de disenso o imaginación minando su
auto-estima. Aquellos que se quedan atrás en el sistema llegan a creer que los
problemas que afrontan son el resultado de sus propios fracasos que deberán
afrontar en vez de identificar la situación como una consecuencia de un fallo
del sistema de una sociedad estructurada en la supremacía y la sumisión.
El proceso de reclutamiento selectivo en las escuelas es una de las mejores
estrategias de auto-defensa de las élites dirigentes puesto que priva de los
mejores talentos de las clases bajas y les aparta de su potencial liderazgo.
Además, como Christopher Lash ya señaló en "La Rebelión de las Elites", la
meritocracia consigue el efecto de hacer que las nuevas élites se sientan más
arrogantes y seguras permitiéndolas mantener la ficción de que las posiciones
conseguidas en los escalones más altos de la sociedad descansan exclusivamente
en sus propio talento y diligencia. Elevados en la arrogancia de pensarse que se
han hecho a si mismos, estas nuevas élites tienen poca conciencia de lo que
otros han sacrificado en su lugar. Tienden a guardar las apariencias respecto
las obligaciones ancestrales y cívicas y funcionan como si el orden social que
los soporta por debajo no tuviera existencia real o relación con sus vidas.
Finalmente, tienen toda la riqueza para convencerse a si mismos de que es así.
Precisamente porque se sienten a gusto en su ignorancia, las nuevas élites
mantienen la distancia respecto a las injusticias y tienden a ejercer el poder
que ostentan de forman irresponsable y sin condescendencias. "Su falta de
gratitud," escribió Lasch, "descalifica a las élites meritocráticas de sus
obligaciones de líderes ya que están menos interesados en el liderazgo que en
escapar del común - que es la definición más ajustada de lo que supone el éxito
meritocrático".
Además, resulta que los métodos utilizados por el establishment para seleccionar
a los "valiosos" y promocionar el sistema meritocrático simplemente sirve para
reforzar la actual distribución de riqueza y poder. Allan Hanson, por ejemplo en
"Testing Testing: Social Consequences of the Examined Life", estableció que "los
tests de inteligencia han sido diseñados en parte para promover la igualdad de
oportunidades, pero resulta que lo que los test miden correlaciona perfectamente
con los ingresos medios familiares". Es decir, que los test que se utilizan en
las escuelas para identificar a los mejores y más brillantes están orientados en
favor de los niños ricos.
Ya sea porque nuestra social aun está estructurada en privilegios hereditarios o
en principios meritocráticos es una cuestión menor porque en ambos casos se
concentra el poder y los privilegios en una pequeña clase especializada. Aunque
muchos Americanos se quedan satisfechos atacando a los antiguos privilegios de
poder, "la aristocracia del talento" que ha emergido en el último siglo ha
demostrado ser mucho más despiadados que sus antecesores quienes al menos
estaban familiarizados con la tradición de "nobleza obliga". Estas élites,
móviles y cada vez más globalizadas en general, rechazan estar ligadas a una
nación o comunidad y están aisladas en su poder y riquezas que no sienten
necesidad de preocuparse de lo que ocurre en cualquier lugar concreto. "Uno no
piensa en superarse haciéndose más bueno en lo que uno sabe hacer o asumiendo
alguna responsabilidad en las condiciones de su entorno", escribió Wendell Berry
en "The Unsettling of America", "sino que uno piensa en mejorar...ascendiendo a
un lugar de mayor consideración en la escala social".
La adquisición y la ostentación son las fuerzas motoras de los meritócratas, su
última tendencia, la zanahoria cultural de la vida americana. De ahí que la
creciente confluencia entre corporaciones y escuelas sea tan peligrosa. En la
embestida de fuerzas que promocionan el deseo material, los niños, siempre tan
vulnerables e impresionables tienen todo que perder y las poderosas
corporaciones tienen todo que ganar colonizando las mentes de sus futuros
consumidores. Mientras que el orden industrial emergente requirió una clase
trabajadora obediente, la supervivencia del orden corporativo requiere una clase
consumista obediente.
Las escuelas siempre han apoyado sociedades basadas en la jerarquía, el
privilegio y el poder. En América, toda la noción de "movilidad social a través
de la educación" es engañosa; es aquí donde la conciencia revolucionaria ha
hundido sus raíces en la presunción del ascenso social, como la verdadera meta
del "Sueño Americano". Cuando la ambición ya no busca ser competente, cuando
ascender aparece como la única cosa por la que vale la pena luchar, uno acaba
más fácilmente encadenado a la creencia de que el dinero es el objetivo más
adecuado en una vida de trabajo, más que trabajar para redefinir el concepto de
"Sueño Americano" o para luchar contra las injusticias y la jerarquía de
privilegios y poder en América.
La mayor parte de los Americanos son tan ignorantes sobre su propia historia,
que no saben, escribió Lasch, "que la promesa de vida americana que se
identificó con la movilidad social solo tuvo lugar cuando las interpretaciones
más optimistas sobre las oportunidades para todos habían empezado a
desvanecerse." Hoy, los americanos están tan marginados, o están tan imbuidos
por la economía dirigida hacia el consumo compulsivo, que son incapaces de ver
como son manipulados por un sistema que valora el dinero sobre la humanidad, el
poder sobre la verdad, y la obediencia sobre la creatividad. La saturación de
esta generalizada epidemia de ceguera social es fácilmente resaltable por el
hecho de que los que luchan en favor de los nuevos movimientos sociales (por
ejemplo, feminismo, derechos para gays) pretenden su inclusión en la estructura
social dominante más que una transformación revolucionaria de las relaciones
sociales. En vez de desarrollar nuevos patrones para nuestra vida cotidiana, la
gente lucha para alcanzar los mismos derechos y cuotas que los que están en el
poder; en vez de tratar de cambiar la sociedad desde dentro, los activistas
ponen todo su esfuerzo en llamar a la puerta del reino de los poderosos. Sería
interesante conocer cuales eran esas "más esperanzadoras interpretaciones de
oportunidad" que perdimos, o que nos fueron robadas hace ciento setenta años por
el establishment educacional.
No todo el mundo parece darse cuenta de que lo que la historia pretende
enseñarnos es lo que es humano y lo que los humanos somos capaces de hacer. No
todo el mundo tendrá la energía para deconstruir lo que es falso en sus vidas,
para construir visiones diferentes del orden social. Estoy segura de que cuanto
más ha sido uno escolarizado más difícil es descubrir o darse respuestas a estas
cuestiones, principalmente debido a la creciente conjunción de intereses entre
el mundo académico y la política estatal, que funciona dejando a sus
intelectuales en su rol de comisarios de la cultura y la sociedad. Tal y como
Noam Chomsky señaló en "Manufacturing Consent", el establishment intelectual
funciona como un asistente adjunto de las élites directivas, siempre estarán
sujetas a los mayores niveles de adoctrinamiento.
Teniendo en cuenta lo que la filósofa social Hannah Arendt escribió una vez, que
"el propósito de la educación totalitaria nunca ha sido el de inculcar
convicciones sino el de destruir la capacidad de formarse una cualquiera". Yo
añadiría que las escuelas son uno de los más opresivos mecanismos de la sociedad
americana, un "cerebro industrial" cuyo mayor logro ha sido el de ayudar a
fracasar la conciencia social y la imaginación.
Para entender este mundo y sus injusticias, es necesario distanciarse de los
instrumentos (televisión, por ejemplo) y de los
lugares de adoctrinamiento. Cuando te aíslas de los medios de comunicación
controlados por las corporaciones, de las escuelas estatales y de las corrientes
culturales al uso, cuando el mundo está por fuera de la puerta y tu familia está
dentro, muchas puertas hacia otras percepciones se abren. Cuando el centro de tu
vida se revuelve hacia ti mismo como lo más importante y tus hijos como valiosos
por si mismos, entonces está claro que las oportunidades que la escuela
proporciona solo sirven para el propio interés del Imperio Americano que se va a
estrellar en su carrera hacia el futuro.
Visto desde fuera de las escuelas, uno puede reconocer la naturaleza
antidemocrática y de explotación del sistema meritocrático educacional y darse
cuenta de la absurdidad que suponen los esfuerzos para unir la ideología
igualitaria con las estructuras jerárquicas. Es fácilmente observable que la
promesa de "oportunidades" es una mentira construida sobre una visión
absolutamente ñoña sobre lo que es la humanidad y las convicciones vitales. Uno
puede llegar a soñar con un tipo de sociedad como la que tenía en mente
R.H.Tawney cuando escribió en "Equality" que "las oportunidades de ascenso no
son un buen fundamento para una civilización" y que "la dignidad y la cultura"
son necesarias para todos, "ya se suba o no". Uno llega fácilmente a darse
cuenta de que las claves para construir una sociedad justa no se pueden
encontrar cerca de los centros de poder e influencia.
Tengo que reconocer, no obstante, que todos estamos involucrados en un punto
concreto de una sociedad dada, espero que mis hijos entiendan mi disenso
respecto a las corriente cultural dominante. Si fuera capaz de inculcar en ellos
objetividad sobre la "tormenta" de falsas esperanzas que produce nuestra
sociedad, creo que su capacidad para pensar y creer en si mismos no estará tan
castrada como la mía durante mis años de permanencia en la escuela. Mi mayor
anhelo es que mis hijos conserven la mente preclara, que guíen sus vidas de
forma respetuosa hacia los demás, y que comprendan el valor de trabajar para
crear comunidades auto-centradas y auto-gobernadas. Me gustaría que fueran más
útiles que importantes en la sociedad y que valoraran la verdadera felicidad,
que no se puede comprar en los grandes almacenes. Quiero que sean capaces de
discernir y actuar consecuentemente hacia la justicia y la verdad.