Las
comunidades Amish practican la institución del rumspringa (del alemán herumspringen, que significa andar por los alrededores). A los 17 años, a estos
chicos (que hasta entonces han estado sometidos a una estricta disciplina
familiar) se les permite salir e incluso se les pide que salgan afuera a
experimentar los modos de vida "americano" que les circunda. Conducen coches,
escuchan música pop, ven la TV y participan de la bebida, las drogas y el sexo
salvaje. Después de un par de años, tienen que tomar una decisión: ¿se
convertirán en miembros de la comunidad Amish, o la abandonan definitivamente
para volverse como cualquier otro ciudadano americano?. Lejos de permitir a los
más jóvenes una decisión verdaderamente libre -es decir, dándoles la oportunidad
de decidir basándose en el completo conocimiento y experiencia a ambos lados de
la balanza- esta decisión es una elección fraudulenta si es que alguna vez hubo
alguna. Después de muchos años de disciplina y de fantasear sobre los placeres
ilícitos del mundo exterior, los adolescentes Amish son lanzados a él de forma
brusca, no pueden evitar caer en comportamientos extremos, atiborrándose por
completo de sexo, drogas y alcohol. Puesto que nunca tuvieron la oportunidad de
desarrollar ningún control en esta nueva vida, la situación a la que se
enfrentan les provoca irremediablemente reacciones incontrolables, generando una
ansiedad insoportable. De esta forma, es una apuesta segura que, después de un
par de años, volverán a la reclusión de la comunidad. De hecho, el 90 por ciento
de los adolescentes lo hacen.
Este es un perfecto ejemplo de las dificultades que entraña la idea de la "libre
elección". Cuando a los adolescentes Amish se les ofrece la libre elección, las
condiciones en las que formalmente se encuentran hacen de esta elección algo
engañoso. Para que de verdad tuvieran una libre elección, deberían ser
convenientemente informados por un tutor sobre las opciones. Sin embargo, la
única forma de hacerlo sería separarlos de la comunidad Amish, lo que les
convertiría de hecho en ciudadanos americanos.
Este ejemplo irresoluble ilustra el problema de la actitud liberal hacia las
mujeres musulmanas que portan velo: se les permite hacerlo si es su libre
elección y no una opción impuesta sobre ellas por sus maridos o familia. Sin
embargo, en cuanto una mujer porta un velo como resultado de su libre elección
(es decir, en orden a su propia espiritualidad), el significado de llevar velo
cambia por completo. Para los liberales, ya no es un signo de su pertenencia a
la comunidad musulmana, sino una expresión de su idiosincrasia individual. La
diferencia es la misma que entre un agricultor chino que come comida china
porque así se lleva haciendo desde tiempo inmemorial y el ciudadano de la
megalópolis occidental que va a cenar a un restaurante chino cercano.
Una elección de este tipo será siempre una "meta-elección", una elección que
simultáneamente se define y es definida por las condiciones de la elección en si.
Solo la mujer musulmana que elige no llevar un velo es la que de verdad elige. Es por eso
que, en nuestras sociedades seculares de la elección, la gente que mantiene unas
creencias religiosas están en una posición subordinada. Aunque se les permite
mantener sus creencias, esta creencia es "tolerada" como una elección personal
idiosincrática u opinión. Desde el momento en que se presenta públicamente como
lo que es (una cuestión de pertenencia substancial), son tildados de
"fundamentalistas".
¿Y qué tiene que ver todo esto con el reciente voto del NO francés (y después
holandés) hacia la Constitución Europea? Todo. Los votantes franceses fueron
tratados de forma similar a los adolescentes Amish. No se les dio una elección
claramente simétrica. Los propios términos de la elección estaban privilegiando
el voto por el "SI". Las elites propusieron una elección que en realidad no era
una elección, las personas fueron llamadas a ratificar lo inevitable, el
resultado natural de las deliberaciones ilustradas. Los media y la élite
política presentaron la elección como si se tratase de decidir entre
conocimiento e ignorancia, entre saber experto e ideología, entre una
administración post-política y una forma vieja de fervor político de la derecha
y la izquierda. El NO fue visto por estas elites como una reacción miedosa y
paleta ante la emergencia de un nuevo orden global postindustrial, como un
instinto por agarrarse y protegerse a lo más confortable de la tradición de los
Estados del Bienestar, como un gesto de rechazo sin que ofreciera ningún
programa positivo como alternativa. No es extraño que los únicos partidos
políticos cuya postura oficial fue el NO se encontraran en los extremos del
espectro político: el Frente Nacional de Le Pen a la derecha y los Comunistas y
los Troskistas a la izquierda. Además, nos dijeron que el NO fue en realidad el
NO a muchas otras cosas: al neo-liberalismo anglosajón, a Chirac y su gobierno,
a la marea de trabajadores inmigrantes desde Polonia que tiran a la baja los
salarios de los trabajadores franceses, etc (Y antes de que se califique este
último comentario como racista, uno debería de anotarse que este flujo de
trabajadores inmigrantes no es consecuencia de la "tolerancia" multicultural.
¡Es parte de la estrategia capitalista para mantener en cintura las demandas de
los trabajadores!).
Sin embargo, aunque pudiera existir algún elemento de verdad en todo esto, el
hecho de que el NO no fuera sostenido en forma de una visión alternativa y
coherente de política es la condena más fuerte a las elites políticas y
mediáticas, un monumento a su ineptitud para articular y traducir los anhelos y
descontentos del pueblo en una visión política. En vez de eso, su reacción hacia
los votantes del NO fue la de tratarlos como alumnos retrasados que no habían
aprendido la lección del experto: su auto-crítica fue como la del profesor que
admite que no supo enseñar adecuadamente a sus alumnos.
Pero aunque la elección no se dio entre dos opciones políticas, tampoco fue la
elección entre una visión ilustrada de una Europa moderna, dispuesta a
acomodarse al nuevo orden global, y las viejas pasiones políticas de gente
desconcertada. Cuando los comentaristas describieron el NO como un mensaje de
miedo inexplicable, estaban equivocados. El principal miedo era el miedo que
provocó en las nuevas elites políticas europeas, el miedo a que el pueblo ya no
se va a tragar su visión "post-política" tan fácilmente. Para otros, el NO es un
mensaje y expresión de esperanza, esperanza porque la Política sigue viva y es
posible, que el debate sobre lo que la nueva Europa debería ser es aun posible.
Es por eso que gente a la izquierda debería rechazar la insinuación despectiva
de los liberales de que , en nuestro NO, encontramos extraños compañeros de cama
con los neo-fascistas. Lo que la nueva derecha populista y la izquierda
comparten es precisamente esto: la conciencia de que la Política aun está viva.
De hecho, había una elección positiva en el NO: la elección de elegir en sí
misma, el rechazo del chantaje por la nueva élite que nos ofrecía solo una
elección para reafirmar su experta sabiduría o para desarrollar su inmadurez
"irracional". El voto del NO es la decisión positiva para comenzar un verdadero
debate político sobre que Europa queremos de verdad. Al final de su vida, Freud
se formuló la famosa pregunta "Was will das Weib?" ("Qué es lo que quiere
realmente una mujer?), admitiendo su perplejidad cuando se enfrentaba al enigma
de la sexualidad femenina. ¿Acaso el lío montado con la Constitución Europea no
nos lleva al mismo desconcierto: qué Europa queremos?.
Para decirlo claramente, ¿queremos vivir en un mundo en el que la única elección
se da entre la civilización americana y la emergente y capitalista-autoritaria
China por otro lado? Si la respuesta es no, entonces la única alternativa es
Europa. El Tercer Mundo no puede generar suficiente resistencia a la ideología
del Sueño Americano. En la situación actual, solo Europa lo puede hacer. La
verdadera oposición no se da hoy en día entre los Estados Unidos y el Tercer
Mundo, sino entre el Imperio Global Americano (con sus colonias tercermundistas)
y Europa.
Theodor Adorno ya predijo que nos adentrábamos en el
"gobierno mundial" y que su "desublimación represiva" ya no sigue la vieja
lógica de la represión autoritaria del ello y sus pulsiones sino que nos
encontramos ante un perverso pacto entre el superego (la autoridad social) y el
ello (las pulsiones ilícitas agresivas) . Hoy en día, una tendencia similar se
observa a nivel político. Existe un extraño pacto entre el capitalismo global
posmoderno y las sociedades premodernas a costa de la modernidad auténtica. Los
Estados Unidos se sienten "en casa" en los países del "Tercer Mundo",
explotándolos (económica y culturalmente) en una verdadera simbiosis: exportan
productos que incorporan elevada tecnología y alimentos, importan materias
primas y productos de las maquilas explotadoras, inundándoles a su vez con la
cultura pop "made in USA" y apropiándose de "auténticas" culturas y arte
aborígenes concretos. Es fácil para el Imperio global multicultural el integrar
tradiciones locales premodernas. El cuerpo extraño que no pueden de hecho
engullir es la modernidad europea.
Así que aunque el NO holandés y francés no esté apoyado
por una visión coherente y puntualmente alternativa, al menos deja lugar para
ello. Este vacío necesita ser llenado con nuevos proyectos, en contraste con la
postura pro-Constitución que descarta el razonamiento, presentándosenos como un
hecho político-administrativo ya acabado. El mensaje del NO para todos aquellos
que nos preocupa Europa es: no vamos a permitir que expertos anónimos que nos
venden su mercancía en un envoltorio liberal-multicultural de brillantes colores
nos impidan pensar. Es hora de que los "europeos", tanto ciudadanos como amantes
de Europa, nos demos cuenta de que tenemos que tomar una decisión política
auténtica sobre lo que queremos. Ningún gobierno ilustrado lo hará por nosotros.