En la era de la modernidad, la política ha sido pensada de
manera esencialmente institucional o contestataria de la
institución. El poder central era el objetivo de las prácticas y las luchas
políticas. Cuando los descontentos eran demasiado
numerosos, asistíamos a movimientos de cólera, e incluso insurrecciones. Hoy se
asiste a su implosión. Hoy no nos
movilizamos, nos desentendemos. No solamente sucede que los poderes oficiales
son cada vez más impotentes, sino que la
abstención no deja de progresar. Por muy "cercanos al pueblo" que pretendan
estar, los políticos se esfuerzan en vano por
asegurar de forma patética su apuesta por la "transparencia", sus programas ya
no interesan a nadie.
Aquellos que no comprenden que el mundo ha cambiado se sienten desolados. Ven
desaparecer algo que era considerado ya como
familiar a sus vidas y constatan una sensación de ruptura. Confunden el fin de un
mundo, el suyo, con el fin del mundo.
Olvidan que la historia está abierta, y que aquello que es superado anuncia
nuevas recomposiciones. Como la ola, dice Michel
Maffesoli, que avanza mientras parece recular.
No hay que confundirse de cara a este movimiento de "reacción", al interpretarlo
como una "deserción" de tipo clásico. Se
trata en verdad de una nueva "secesio plebis". Como a imagen de un individuo,
cuando su cuerpo ya no sigue a su voluntad. Pero
aquí, hablamos del cuerpo social. Dentro de este movimiento de sedición
instintiva, el cuerpo social se desvincula de la
consciencia de la institución, del poder estatal. No se reconoce más en lo
instituido, en la clase política. No es que se
haya vuelto indiferente a todo. Solo es que ha comprendido que la verdadera vida
esta fuera de ahí.
Esta dinámica es desconcertante puesto que, contrariamente a lo que estamos
acostumbrados a ver, no tiene un fin
pre-establecido. No está guiado por vastas teorías, no se fija grandes objetivos
a conseguir. Las grandes nociones abstractas
(patria, clase, progreso, etc) a la luz de los que habíamos querido cambiar el
mundo para hacerlo mejor, tuvo por efecto
convertirlo en peor, de forma que hoy se nos aparecen como vacíos de sentido. La
Historia (con mayúscula) se ha retirado del
escenario en beneficio de las historias particulares, al igual que las grandes
epopeyas en beneficio de las narraciones
locales. Después de quince siglos de doctrinas que pretendieron decir como el
mundo debía de ser, volvemos a la idea de que
el mundo debe ser entendido tal y como es. No hay que temer este movimiento, de
este funcionamiento a la vez opaco y
prometedor.
La mundialización, que constituye actualmente el marco de nuestra historia, no
es menos paradójica. Por un lado, es
unidimensional, por lo que parece provocar por todos los lados la extinción de
la diversidad bajo todas sus formas. Por otro,
supone una fragmentación inédita. De esta manera, restituye la posibilidad de un
modo de vida "auto-político", fundado sobre
la auto-organización a todos los niveles, y además la posibilidad de un tipo de
práctica democrática que se había vuelto
impracticable dentro de los grandes conjuntos nacional-unitarios.
La acción local permite ciertamente vislumbrar un retorno a la democracia
directa, de tipo orgánico y comunitario. Una
democracia de este tipo, tiene en cuenta tanto el momento de la deliberación
como el de la decisión, e implica sobre todo una
importante participación. Se basa también en las nociones de subsidiariedad y
reciprocidad. Subsidiariedad: que las
comunidades puedan en lo posible decidir por sí mismas aquello que les
concierne, y que no deleguen a un nivel superior más
que la parte de poder que ellas mismas no puedan ejercer. Reciprocidad: que el
poder de decidir otorgado a algunos esté
acompañado del poder dado a todos de controlar a aquellos que deciden. Esta
forma de gestión responde a la definición de
poder dado por Hannah Arendt, no como un contrato, sino como un poder de hacer y
de actuar juntos. Vuelve a pensar la
política a partir de la noción de autosuficiencia, buscando crear las
condiciones para esta autosuficiencia a todos los
niveles: familias ampliadas o recompuestas, comunidades vecinales, de ciudades y
de regiones, comités locales, sistemas
inter-comunales, ecoregiones y mercados locales.
La Revolución de 1789, al consagrar los derechos del individuo independiente de
toda pertenencia comunitaria, ha pretendido
poner fin a un sistema de asociacionismo, al que reprochaba hacer de "cortina de
humo" entre el individuo y el Estado
soberano. Rousseau no era ni mucho menos hostil al régimen asociativo, del que
Tocqueville hizo tras él uno de los útiles de
la libertad. En el siglo XIX, el modelo de representación no ha dejado competir
en lugar del de asociación. "La idea proudhoniana de federalismo, recuerda Joël Roman, fue
explícitamente propuesto
en oposición a la representación política, y
el naciente movimiento obrerista se encontrará ligado en primer término a la
noción de asociación". Este modelo ha inspirado
mas tarde experiencias muy diversas (concejistas, comunitarias y cooperativas).
Estamos viendo como renace en nuestros días,
con un nuevo rostro.
La noción de comunidad está directamente ligada al de la democracia local. Al
mismo tiempo que una realidad humana inmediata,
la comunidad es un instrumento de creación del imaginario social. Es a partir de
ésta que es posible hoy recrear lo
colectivo. La dimensión colectiva asocia a aquellos tienen una causa por alzar
en común: pertenecen a mi comunidad aquellos
que, en la vida diaria, se enfrenta a los mismos problemas que yo. Poner el
acento sobre las comunidades significa
rehabilitar las "matrias" carnales, concretas, frente a la patria abstracta,
inmensa, anónima y lejana. Este re-enraizamiento
dinámico, abierto, no significa una regresión, un cerramiento o una sustitución.
Privilegia las nociones de reciprocidad, de
ayuda mutua, de solidaridad con lo próximo, de intercambios de servicios y de
economías paralelas, de valores compartidos. La
resistencia a la homogeneización planetaria no podrá operarse más que a nivel
local.
Pensar globalmente, actuar localmente: ésta es la clave de la micro-política. Se
trata de terminar con la autoridad y la
expertocracia que nos vienen dados desde arriba, dictando desde lo alto de la
pirámide las reglas generales, así como con una
sociedad donde la riqueza aumenta al mismo ritmo que se desagrega el vínculo
social. Contra la mentalidad de asistencia y el
Estado-Providencia, se trata de trabajar por la reconstrucción de los vínculos
de reciprocidad, la resocialización del
trabajo autónomo, la aparición de nuevos "nichos" sociales y la multiplicación
de "nudos" en el seno de las "redes"
asociativas. Se trata de hacer reaparecer al "hombre habitante" por oposición al
hombre que no es más que productor y
consumidor. Se trata de colocar lo local en el centro, y lo global en la
periferia. Retorno al lugar, al paisaje, al
ecosistema, al equilibrio. ¡ La verdadera vida está por fuera del sistema !
|
|