Toda
mi infancia transcurrió en la campiña inglesa hace ya más de 70 años donde
vivíamos de forma muy simple sin teléfono ni electricidad. Los caballos aun eran
una fuente de energía absolutamente corriente y apenas podíamos imaginar lo que
iba a ser la radio o la televisión. Una de las cosas que mejor recuerdo era lo
muy supersticiosos que éramos y que el concepto de maldad era absolutamente
tangible. Tanto hombres como mujeres perfectamente cuerdos en su quehacer
diario, evitaban los lugares que se pensaban encantados , y no estaban para nada
dispuestos a viajar los viernes que caían en 13 de febrero. Sus miedos
irracionales se alimentaban de la ignorancia y era algo de los más común. No
puedo creer que aun existan, pero ahora estos miedos son producto de la ciencia.
Esto es particularmente cierto cuando hablamos de centrales nucleares que
parecen volver a remover el pánico que antaño se sentía al pasar por un
cementerio en luna llena supuestamente apestado de lobos y vampiros.
El miedo por la energía nuclear es comprensible debido a que lo asociamos
mentalmente con los horrores de la guerra nuclear, pero es del todo
injustificado; las plantas de energía nuclear no son bombas. Lo que en un
principio fue una preocupación por la seguridad se ha convertido en una ansiedad
de grado patológica y mucha de esa culpa la tiene la prensa, la televisión y la
industria del cine, incluidos los escritores de ficción. Todos estos han
utilizado el miedo a lo nuclear para vender su producto de forma facilona.
Ellos, así como los políticos que desinforman haciendo ver en la industria
nuclear un enemigo potencial, han conseguido meter miedo a la opinión pública de
forma que hoy en día es imposible en
muchos países proponer una nueva planta de energía nuclear.
Ninguna
forma de producción de energía es completamente segura, incluso los molinos de
viento son susceptibles de provocar accidentes, y de lo que se trata es de dar
cuenta de los grandes beneficios y mínimos riesgos que conlleva el uso de la
energía nuclear. Reconozcamos en primer lugar que los riesgos de continuar
quemando combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) como fuente de energía son
mucho mayores y amenazan no solo a los individuos sino a la civilización misma.
El comportamiento del denominado "Primer Mundo" se parece al de un fumador
adicto: estamos tan acostumbrados a quemar combustibles fósiles para nuestras
necesidades que ignoramos los mayores riesgos a largo plazo.
Polucionar la atmósfera con dióxido de carbón y otros gases de efecto
invernadero no tiene consecuencias inmediatas, pero su emisión continua conlleva
cambios en el clima cuyos efectos se hacen evidentes apenas cuando ya es casi
demasiado tarde para remediarlo. El dióxido de carbón envenena el medio ambiente
en que vivimos como la sal nos puede envenenar. Ningún daño para cantidades de
ingestión moderada, pero una dieta diaria con mucha sal puede provocar que una
cantidad letal se acumule en nuestro cuerpo.
Debemos distinguir entre lo que es directamente dañino para las personas y lo
que nos daña indirectamente al perjudicar al hábitat de la Tierra.
Las plagas de peste bubónica de la Edad Media eran muy
dañinas, causaron una gran dolor a las personas y mataron a casi la tercera
parte de los europeos, pero fue un daño menor para la civilización y sin
consecuencias para la Tierra en si. La combustión de combustibles fósiles y la
conversión de ecosistemas naturales en terrenos para la agricultura y ganadería
no causan daño inmediato a las personas pero poco a poco van impidiendo la
capacidad de la Tierra para auto-regularse y sostenerse, tal y como siempre lo
ha hecho, un planeta adaptado para la vida. Aunque nada de lo que hagamos podrá
destruir la vida sobre la Tierra, podemos cambiar el medio ambiente de forma
hasta un punto que amenacemos nuestra civilización.
En algún momento de este siglo o el que viene puede que esto ocurra debido al
cambio climático y al aumento del nivel del mar. Si continuamos quemando
combustibles fósiles al ritmo actual, o a un ritmo creciente, es probable que
todas las ciudades del mundo que se encuentran actualmente al nivel del mar sean
sumergidas. Imaginemos las consecuencias sociales de cientos de millones de
refugiados sin techo buscando tierra firme donde vivir. En medio del caos,
podrían mirar hacia atrás y preguntarse como es posible que los humanos
pudiéramos haber sido tan estúpidos como para traernos nuestra propia
destrucción mediante la quema incontrolada de combustibles fósiles. Entonces
puede que tengan remordimientos por haber podido evitar la catástrofe mediante
el uso beneficioso de la energía nuclear.
La energía nuclear, aunque potencialmente dañina para
las personas, no es un peligro apreciable para el planeta. Los ecosistemas
naturales pueden soportar niveles de radiación continua que serían intolerables
en una ciudad. La tierra alrededor de la fallida central de Chernobyl fue
evacuada porque sus altos niveles de radiación la hacían peligrosa para la vida
humana, pero ahora esta tierra radioactiva es rica en vida salvaje, mucho más
que lo que podemos encontrarnos en los alrededores de las megalópolis.
Denominamos a la ceniza de las plantas nucleares desechos nucleares y nos
preocupamos de como mantenerlos a buen seguro. Me pregunto si en vez de eso
podríamos utilizarlos como guardianes incorruptibles de los lugares más bellos
de la Tierra. ¿Quién se atrevería a talar un bosque que sirve como almacén de
ceniza nuclear?.
Hasta tal punto alcanza la angustia por lo nuclear que incluso los científicos
parecen olvidar la historia radiactiva de nuestro planeta. Parece casi probado
que una supernova tuvo lugar en tiempo y espacio cercano al origen de nuestro
sistema solar.
Una supernova es la explosión de una gran estrella. Los astrofísicos especulan
sobre si este suceso puede tener lugar en estrellas de un tamaño de más de tres
veces mayor al de nuestro Sol. Según va quemando una estrella (mediante fusión)
sus reservas de hidrógeno y helio, las cenizas del fuego se van acumulando en el
centro, en forma de elementos más pesados como el silicio y el hierro. En este
núcleo de elementos muertos, incapaces ya de generar calor y presión, pero que
excede con mucho la masa de nuestro sol, entonces la fuerza inexorable de su
propio peso provocará su colapso en cuestión de segundos hacia un cuerpo no
mayor de 18 millas (30 kilómetros) de diámetro pero aun así tan pesados como una
estrella. Ahí tenemos, en medio de una gran estrella, todos los ingredientes
para una enorme explosión nuclear. Una supernova, en su punto álgido, produce
ingentes cantidades de calor, luz y radiación, tanta como la producida por el
resto de las estrellas de su galaxia.
Las explosiones nunca son cien por cien eficientes. Cuando una estrella termina
como una supernova, el material nuclear explosivo, que incluye uranio y
plutonio, junto con grandes cantidades de hierro y otros elementos, se dispersa
por el espacio, como lo hace la nube de polvo de las pruebas con bombas de
hidrógeno.
Quizás lo más extraño de la Tierra es que se formó a base de fragmentos caídos
de una explosión nuclear del tamaño de una estrella. Es por eso que incluso hoy
en día queda suficiente uranio en la Tierra como para reconstruir, a pequeña
escala, el suceso original.
No
existe otra explicación sobre la gran cantidad de elementos inestables que se
encuentran aun presentes. El más antiguo y obsoleto contador Geiger nos revelará
que nos encontramos en la fase siguiente a lo que fue una antigua y gigantesca
explosión nuclear. Dentro de nuestros cuerpos, medio millón de átomos, que se
hicieron inestables desde aquel suceso, todavía estallan a cada momento,
desprendiendo una minúscula fracción de la energía almacenada de aquella gran
explosión de feroz fuego de tiempos pasados.
La vida comenzó hace casi cuatro billones de años bajo condiciones de
radiaciones bastante más intensas de las que nublan la mente a ciertos
ecologistas. Además, no había ni oxígeno ni ozono en el aire por lo que la
radiación solar ultra-violeta penetraba irradiando implacablemente la superficie
de la Tierra. Tenemos que hacernos a la idea de que estas intensas energías
inundaban los primeros balbuceos de vida terrestre.
Espero que no sea demasiado tarde para el mundo y que siga a Francia para hacer
de la energía nuclear nuestra principal fuente de energía. Actualmente no existe
ningún otro substituto seguro, práctico y económico a la peligrosa práctica de
quemar combustibles fósiles.