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Ecologismo por la energía nuclear

James Lovelock (*)

Toda mi infancia transcurrió en la campiña inglesa hace ya más de 70 años donde vivíamos de forma muy simple sin teléfono ni electricidad. Los caballos aun eran una fuente de energía absolutamente corriente y apenas podíamos imaginar lo que iba a ser la radio o la televisión. Una de las cosas que mejor recuerdo era lo muy supersticiosos que éramos y que el concepto de maldad era absolutamente tangible. Tanto hombres como mujeres perfectamente cuerdos en su quehacer diario, evitaban los lugares que se pensaban encantados , y no estaban para nada dispuestos a viajar los viernes que caían en 13 de febrero. Sus miedos irracionales se alimentaban de la ignorancia y era algo de los más común. No puedo creer que aun existan, pero ahora estos miedos son producto de la ciencia. Esto es particularmente cierto cuando hablamos de centrales nucleares que parecen volver a remover el pánico que antaño se sentía al pasar por un cementerio en luna llena supuestamente apestado de lobos y vampiros.

El miedo por la energía nuclear es comprensible debido a que lo asociamos mentalmente con los horrores de la guerra nuclear, pero es del todo injustificado; las plantas de energía nuclear no son bombas. Lo que en un principio fue una preocupación por la seguridad se ha convertido en una ansiedad de grado patológica y mucha de esa culpa la tiene la prensa, la televisión y la industria del cine, incluidos los escritores de ficción. Todos estos han utilizado el miedo a lo nuclear para vender su producto de forma facilona. Ellos, así como los políticos que desinforman haciendo ver en la industria nuclear un enemigo potencial, han conseguido meter miedo a la opinión pública de forma que hoy en día es imposible en
muchos países proponer una nueva planta de energía nuclear.

Ninguna forma de producción de energía es completamente segura, incluso los molinos de viento son susceptibles de provocar accidentes, y de lo que se trata es de dar cuenta de los grandes beneficios y mínimos riesgos que conlleva el uso de la energía nuclear. Reconozcamos en primer lugar que los riesgos de continuar quemando combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) como fuente de energía son mucho mayores y amenazan no solo a los individuos sino a la civilización misma. El comportamiento del denominado "Primer Mundo" se parece al de un fumador adicto: estamos tan acostumbrados a quemar combustibles fósiles para nuestras necesidades que ignoramos los mayores riesgos a largo plazo.

Polucionar la atmósfera con dióxido de carbón y otros gases de efecto invernadero no tiene consecuencias inmediatas, pero su emisión continua conlleva cambios en el clima cuyos efectos se hacen evidentes apenas cuando ya es casi demasiado tarde para remediarlo. El dióxido de carbón envenena el medio ambiente en que vivimos como la sal nos puede envenenar. Ningún daño para cantidades de ingestión moderada, pero una dieta diaria con mucha sal puede provocar que una cantidad letal se acumule en nuestro cuerpo.



Debemos distinguir entre lo que es directamente dañino para las personas y lo que nos daña indirectamente al perjudicar al hábitat de la Tierra.

Las plagas de peste bubónica de la Edad Media eran muy dañinas, causaron una gran dolor a las personas y mataron a casi la tercera parte de los europeos, pero fue un daño menor para la civilización y sin consecuencias para la Tierra en si. La combustión de combustibles fósiles y la conversión de ecosistemas naturales en terrenos para la agricultura y ganadería no causan daño inmediato a las personas pero poco a poco van impidiendo la capacidad de la Tierra para auto-regularse y sostenerse, tal y como siempre lo ha hecho, un planeta adaptado para la vida. Aunque nada de lo que hagamos podrá destruir la vida sobre la Tierra, podemos cambiar el medio ambiente de forma hasta un punto que amenacemos nuestra civilización.

En algún momento de este siglo o el que viene puede que esto ocurra debido al cambio climático y al aumento del nivel del mar. Si continuamos quemando combustibles fósiles al ritmo actual, o a un ritmo creciente, es probable que todas las ciudades del mundo que se encuentran actualmente al nivel del mar sean sumergidas. Imaginemos las consecuencias sociales de cientos de millones de refugiados sin techo buscando tierra firme donde vivir. En medio del caos, podrían mirar hacia atrás y preguntarse como es posible que los humanos pudiéramos haber sido tan estúpidos como para traernos nuestra propia destrucción mediante la quema incontrolada de combustibles fósiles. Entonces puede que tengan remordimientos por haber podido evitar la catástrofe mediante el uso beneficioso de la energía nuclear.

La energía nuclear, aunque potencialmente dañina para las personas, no es un peligro apreciable para el planeta. Los ecosistemas naturales pueden soportar niveles de radiación continua que serían intolerables en una ciudad. La tierra alrededor de la fallida central de Chernobyl fue evacuada porque sus altos niveles de radiación la hacían peligrosa para la vida humana, pero ahora esta tierra radioactiva es rica en vida salvaje, mucho más que lo que podemos encontrarnos en los alrededores de las megalópolis. Denominamos a la ceniza de las plantas nucleares desechos nucleares y nos preocupamos de como mantenerlos a buen seguro. Me pregunto si en vez de eso podríamos utilizarlos como guardianes incorruptibles de los lugares más bellos de la Tierra. ¿Quién se atrevería a talar un bosque que sirve como almacén de ceniza nuclear?.

Hasta tal punto alcanza la angustia por lo nuclear que incluso los científicos parecen olvidar la historia radiactiva de nuestro planeta. Parece casi probado que una supernova tuvo lugar en tiempo y espacio cercano al origen de nuestro sistema solar.

Una supernova es la explosión de una gran estrella. Los astrofísicos especulan sobre si este suceso puede tener lugar en estrellas de un tamaño de más de tres veces mayor al de nuestro Sol. Según va quemando una estrella (mediante fusión) sus reservas de hidrógeno y helio, las cenizas del fuego se van acumulando en el centro, en forma de elementos más pesados como el silicio y el hierro. En este núcleo de elementos muertos, incapaces ya de generar calor y presión, pero que excede con mucho la masa de nuestro sol, entonces la fuerza inexorable de su propio peso provocará su colapso en cuestión de segundos hacia un cuerpo no mayor de 18 millas (30 kilómetros) de diámetro pero aun así tan pesados como una estrella. Ahí tenemos, en medio de una gran estrella, todos los ingredientes para una enorme explosión nuclear. Una supernova, en su punto álgido, produce ingentes cantidades de calor, luz y radiación, tanta como la producida por el resto de las estrellas de su galaxia.

Las explosiones nunca son cien por cien eficientes. Cuando una estrella termina como una supernova, el material nuclear explosivo, que incluye uranio y plutonio, junto con grandes cantidades de hierro y otros elementos, se dispersa por el espacio, como lo hace la nube de polvo de las pruebas con bombas de hidrógeno.

Quizás lo más extraño de la Tierra es que se formó a base de fragmentos caídos de una explosión nuclear del tamaño de una estrella. Es por eso que incluso hoy en día queda suficiente uranio en la Tierra como para reconstruir, a pequeña escala, el suceso original.

No existe otra explicación sobre la gran cantidad de elementos inestables que se encuentran aun presentes. El más antiguo y obsoleto contador Geiger nos revelará que nos encontramos en la fase siguiente a lo que fue una antigua y gigantesca explosión nuclear. Dentro de nuestros cuerpos, medio millón de átomos, que se hicieron inestables desde aquel suceso, todavía estallan a cada momento, desprendiendo una minúscula fracción de la energía almacenada de aquella gran explosión de feroz fuego de tiempos pasados.

La vida comenzó hace casi cuatro billones de años bajo condiciones de radiaciones bastante más intensas de las que nublan la mente a ciertos ecologistas. Además, no había ni oxígeno ni ozono en el aire por lo que la radiación solar ultra-violeta penetraba irradiando implacablemente la superficie de la Tierra. Tenemos que hacernos a la idea de que estas intensas energías inundaban los primeros balbuceos de vida terrestre.

Espero que no sea demasiado tarde para el mundo y que siga a Francia para hacer de la energía nuclear nuestra principal fuente de energía. Actualmente no existe ningún otro substituto seguro, práctico y económico a la peligrosa práctica de quemar combustibles fósiles.

 
(*) James Lovelock es científico independiente, ecologista y creador de la hipótesis Gaia, que considera a la Tierra como un organismo autorregulado.

 

 

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