Las
actuales sociedades occidentales disponen de medios de vigilancia y control que
los antiguos regímenes totalitarios solo hubieran podido soñar. Cada día se
utilizan un poco más. Esta vigilancia se añade a lo "políticamente correcto",
que busca modelizar la opinión mediante el empleo de palabras impuestas para
todos, al "pensamiento único", que tiende a reemplazar el debate por el sermón,
al higienicismo invasor, que busca reglamentar los usos en nombre del Bien, a la
reglamentación de los gustos y las preferencias, que se confunde con la libertad
de expresión, y a la propaganda, que hoy en día denominamos publicidad.
La seguridad se ha convertido en los últimos años en una preocupación política
esencial. Satisfacer esta preocupación sin con ello afectar a las libertades es
un problema que no viene de ayer. En el seno de la "sociedad de riesgo", la
inseguridad real o presumida engendra un clima de incertidumbre y de miedo que
alimenta todo tipo de fantasmas. El aparataje securitario utiliza este clima
para colocar a la sociedad actual bajo control. Habiendo (casi) desaparecido el
totalitarismo clásico, son otros comportamientos, más sutiles, de servidumbre y
de dominación los que hacen su aparición. Toman la forma de un complejo
engranaje de prohibiciones y de reglamentaciones, que se legitiman por las
amenazas omnipresentes. Los pretextos son siempre excelentes: se trata de luchar
contra la delincuencia, de proteger nuestra salud, de aumentar la seguridad, de
controlar mejor la inmigración ilegal, de proteger a la juventud, de luchar
contra la "cibercriminalidad", etc. La experiencia muestra sin embargo como las
medidas adoptadas al comienzo para unos pocos son enseguida extendidas para el
conjunto de los ciudadanos. Una vez que el principio se admite, no hace falta
más que generalizarlo.
"Tratan desde hace algunos años, escribe el filósofo Giorgio Agamben, de
convencernos de que aceptemos como dimensiones humanas y normales de nuestra
existencia prácticas de control que siempre habían sido consideradas como
excepcionales y propiamente inhumanas". El problema es que, para asegurarnos la
seguridad, debemos en todo caso estar dispuestos a sacrificar nuestras
libertades. La "lucha contra el terrorismo" es desde este punto de vista
ejemplar. Permite instaurar a escala planetaria un estado de excepción
permanente. En los Estados Unidos, los atentados de septiembre de 2001 han
tenido como consecuencia directa enormes restricciones de libertades públicas.
Este modelo está en proceso de generalización. Debido a su omnipresencia
virtual, el terrorismo provoca miedos evidentemente rentables y explotables.
Contra el enemigo invisible, la movilización no puede ser más que total, puesto
que en esta situación todo el mundo es potencialmente sospechoso. La lucha
contra el terrorismo permite a los poderes públicos imponerse dentro de su
propia sociedad civil tanto como sobre sus enemigos declarados. Mas allá de su
realidad inmediata, el terrorismo puede definirse como un fenómeno generador de
terror convertible en capital político que beneficia menos a sus autores que a
aquellos que lo utilizan como respaldo para meter en cintura y amordazar a sus
propios conciudadanos.
Hostiles
a toda opacidad social, las democracias liberales se han dotado de un ideal de
"transparencia" que no puede realizarse más que mediante la ingeniería social.
La sociedad se transforma entonces en un bunker protegido por contraseñas,
códigos de acceso, videocámaras de vigilancia. La multiplicación de espacios
reservados, siempre con fines de seguridad, los sustrae al uso social y acaba
por desaparecer la noción misma de espacio común, que es el de la ciudadanía .
Así se crea un Panóptico aun más temido que el diseñado por Jeremy Bentham, pero
con su misma función: verlo todo, oírlo todo, controlarlo todo. En el seno de
una sociedad de asistencia generalizada, donde los problemas sociales no se
gestionan a partir de ahora más que con "células de asistencia psicológicas" y
donde la obsesión bobalicona por el "diálogo" da a creer que , mediante la
discusión, todo es negociable y que se puede hallar una solución, para que luego
la puesta en acuerdo se haga en "monocromo" (Xavier Raufer) a la manera como
funcionan los sistemas operativos, de forma que solo aceptan un solo tipo de
software o programas para funcionar bajo su entorno. Ahora entendemos mejor,
como la ideología dominante habla más fácilmente de derechos que de libertades,
porque cada nuevo derecho creado se acompaña inevitablemente de un control
ilimitado sobre su aplicación.
La figura que la sociedad de mercado busca promover es la del perpetuo
adolescente, presa de una adicción por el consumo permanente: la mercancía como
droga. Economía pulsional, donde la energía se dirige hacia el simple
consumismo, como simple capacidad de distracción. Este divertimento, en el
sentido pascaliano del término, parecería una forma de distracción. Pero nos
aleja de lo esencial, contribuyendo de esta forma a una desposesión de si mismo.
Asustarnos por una parte, divertirnos por la otra, es decir volver a desviarnos
de lo esencial, impedir que podamos reflexionar o hacer prueba de espíritu
crítico. Hacer todo lo posible para que la gente produzca y consuma, sin
preguntarse por un más allá de sus preocupaciones y de sus deseos inmediatos,
sin jamás comprometerse en un proyecto colectivo que nos haga más autónomos. La
sociedad "domesticada", se convierte en ese rebaño de animales tímidos y
laboriosos" del que hablaba Tocqueville. Es el ideal de la cría de aves
enjauladas.
Un
hecho muy característico es la correlación directa entre la pérdida de
autoridad y la obsolescencia política del Estado-nacional y el reforzamiento de
su aparato represivo. Al tiempo que cada día se desengrasa más de su faceta
económica y social, el Estado legisla y controla cada vez más a sus ciudadanos.
Con la ventaja añadida de que en materia de seguridad no tiene la obligación de
conseguir resultados. Es más: su interés es no conseguir demasiado, puesto que
así se puede justificar la permanencia de sus políticas de control y de
vigilancia: "No dirigimos un gobierno hacia el máximo de seguridad para
conseguir acabar con la inseguridad . Le dirigimos de esta manera porque la
inseguridad persiste" (Percy Kemp) . El verdadero fin no es tanto reducir la
inseguridad, que es bienvenida por aquellos a quienes beneficia, sino de
sostenerla haciendo posible una vigilancia cada vez más generalizada.
Se trata en resumidas cuentas de crear un caos latente que, sin rebasar un
cierto nivel, baste para inhibir toda veleidad de reacción colectiva. La misma
táctica se observaba antaño contra las "clases peligrosas", teniendo como fin
inconfesable eliminar a los desviados, a los que daban la palabra discordante.
Hoy, son los propios pueblos en si, a los ojos de la Forma-Capital y de las
oligarquías reinantes, las que se han convertido en las "clases peligrosas". Es
a los pueblos a los que hace falta domesticar. Para impedirles elaborar sus
proyectos colectivos de emancipación y de autonomía, basta con provocarles el
miedo. Es para lo que sirve el Panóptico. "Cuando no es mediante el martirio
físico, decía Peguy, son las almas a las que no se las deja respirar".
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