Manuel Castells: Movimientos Sociales, Familia y sexualidad en la era de la información. Coordinador del seminario: Ignacio Medina. Email: nacho@iteso.mx
Castells Manuel. La era de la información. Volumen III: El poder de la identidad. Siglo XXI Editores. México, 2000.
Capítulo 4: El fin del patriarcado: movimientos sociales, familia y sexualidad en la era de la información. Pag. 159-269.
Si todos los que me han pedido ayuda en este mundo, todos los santos inocentes, las esposas destrozadas y los lisiados, los encarcelados, los suicidas, si todos ellos me hubieran mandado un copec, me habría hecho "más rica que todo Egipto"... Pero no me mandaron copecs, sino que compartieron conmigo su fuerza, y por eso nada en el mundo es más fuerte que yo, y puedo soportar todo, incluso esto. (Anna Ajmatova, Selected Poems)
El patriarcado es una estructura básica de todas las sociedades contemporáneas. Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar. Para que se ejerza esta autoridad, el patriarcado debe dominar toda la organización de la sociedad, de la producción y el consumo a la política, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales y, por tanto, la personalidad, están también marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del patriarcado. No obstante, desde el punto de vista analítico y político, es esencial no olvidar su enraizamiento en la estructura familiar y en la reproducción sociobiológica de la especie, modificadas por la historia (cultura). Sin la familia patriarcal, el patriarcado quedaría desenmascarado como una dominación arbitraria y acabaría siendo derrocado por la rebelión de la "mitad del cielo" mantenida bajo sometimiento a lo largo de la historia. En este fin de milenio, la familia patriarcal, piedra angular del patriarcado, se ve desafiada por los procesos interrelacionados de la transformación del trabajo y de la conciencia de las mujeres. Las fuerzas impulsoras que subyacen en estos procesos son el ascenso de una economía informacional global, los cambios tecnológicos en la reproducción de la especie humana y el empuje vigoroso de las luchas de las mujeres y de un movimiento feminista multifacético, tres tendencias que se han desarrollado desde finales de los años sesenta. La incorporación masiva de las mujeres al trabajo remunerado aumentó su poder de negociación frente a los hombres y socavó la legitimidad de su dominio como proveedores de la familia. Además, impuso una carga insoportable a las vidas de las mujeres por su cuádruple turno diario (trabajo remunerado, tareas del hogar, cuidado de los hijos y turno nocturno para el esposo). Primero la contracepción, después la fertilización in vitro y la manipulación genética que se vislumbra en el horizonte están otorgando a la mujer y a la sociedad un control creciente sobre la oportunidad y frecuencia de los embarazos. En cuanto a las luchas de las mujeres, no esperaron hasta este fin de milenio para manifestarse. Han caracterizado todo el trayecto de la experiencia humana si bien en formas diversas que suelen estar ausentes de los libros de texto y los registros escritos. he sostenido que muchas luchas urbanas históricas y contemporáneas fueron, en realidad, movimiento de mujeres relacionados con las demandas y la gestión de la vida cotidiana. Y el feminismo como tal tiene una antigua historia, como ejemplifican las sufragistas de los Estados Unidos. No obstante, creo que es justo decir que sólo en el último cuarto de este siglo hemos presenciado lo que supone una insurrección masiva de las mujeres contra su opresión en todo el mundo, si bien con intensidad diferente según la cultura y el país. La repercusión de estos movimientos se ha sentido con intensidad en las instituciones de la sociedad y, de forma más fundamental, en la conciencia de las mujeres. en los países industrializados, una gran mayoría de mujeres se consideran iguales a los hombres, con sus mismos derechos y, además, el del control sobre sus cuerpos y sus vidas. Esta conciencia se está extendiendo rápidamente por todo el planeta. Es la revolución más importante porque llega a la raíz de la sociedad y al núcleo de lo que somos. Y es irreversible. decir esto no significa que los problemas de discriminación, opresión y maltrato de las mujeres y sus hijos hayan desaparecido o ni siquiera disminuido en intensidad de forma sustancial. De hecho, aunque se ha reducido algo la discriminación legal, y el mercado de trabajo muestra tendencias igualadoras a medida que aumenta la educación de las mujeres, la violencia interpersonal y el maltrato psicológico se generalizan, debido precisamente a la ira de los hombres, individual y colectiva, por su pérdida de poder. No es, y no será, una revolución de terciopelo. El paisaje humano de la liberación de la mujer y de la defensa de los privilegios del hombre está lleno de cadáveres de vidas destrozadas, como pasa en todas las auténticas revoluciones. Sin embargo, pese a la severidad del conflicto, la transformación de la conciencia de las mujeres y los valores sociales en la mayoría de las sociedades en menos de 3 décadas es asombrosa y tiene consecuencias fundamentales para toda la experiencia humana, del poder política a la estructura de la personalidad.
Sostengo que el proceso que resume y concentra esta transformación es la crisis de la familia patriarcal. Si ésta se desmorona, de forma gradual pero segura, todo el sistema del patriarcado, y el conjunto de nuestras vidas, se transformarán. Es una perspectiva pavorosa, y no sólo para los hombres. Por eso, el desafío al patriarcado es uno de los factores inductores más fuertes de los movimientos fundamentalistas que aspiran a restaurar el orden patriarcal, como los estudiados en los capítulos previos de este volumen. En efecto, su reacción violenta podría alterar los procesos actuales de cambio cultura, ya que ninguna historia está escrita de antemano. No obstante, los indicadores presentes señalan un declive sustancial de las formas tradicionales de la familia patriarcal. Comenzaré mi análisis centrándome en algunos de estos indicadores. Las estadísticas, por sí solas, no pueden contar la historia de la crisis del patriarcado, pero cuando los cambios son tan amplios como para reflejarse en las estadísticas nacionales comparadas, cabe asumir con certeza su profundidad y rapidez.
Pero aún tenemos que explicar el momento histórico de esta transformación. ¿Por qué ahora? Las ideas feministas han estado presentes al menos durante un siglo, si no más, aunque en su traducción histórica específica. ¿Por qué prendieron en nuestro tiempo?
Propongo la hipótesis de que la razón se encuentra en una combinación de 4 elementos: primero, la transformación de la economía y del mercado laboral, en estrecha asociación con la apertura de las aperturas educativas para las mujeres. Por lo tanto, trataré de presentar algunos de los datos que muestran esa transformación, vinculándolos con las características de la economía informacional global y la empresa red, presentadas en el volumen I. Segundo, la transformación tecnológica de la biología, la farmacología y la medicina que ha permitido un control creciente sobre el embarazo y la reproducción de la especie humana, como sostuve en el volumen I, capítulo 7. Tercero, en este contexto de transformación económica y tecnológica, el patriarcado ha sufrido el impacto del desarrollo del movimiento feminista, en el período subsiguiente a los movimientos sociales de la década de los sesenta. No es que el feminismo fuera un componente distintivo de estos movimientos. De hecho, comenzó después, a finales de los años sesenta o comienzos de los setenta, entre las mujeres que habían formado parte del movimiento, como una reacción al sexismo e incluso al maltrato (véase más adelante) que habían tenido que sufrir en el movimiento. Pero el contexto de la formación del movimiento social, que destacó "lo personal como político" y presentó temas multidimensionales, abrió la posibilidad de pensar fuera de los caminos instrumentales de los movimientos dominados por los hombres (como el movimiento obrero o la política revolucionaria) y avanzar hacia un planteamiento más experimental de las fuentes reales de opresión según se sentían, antes de que pudieran ser domesticadas por el discurso de la racionalidad. El cuarto elemento inductor del desafío al patriarcado es la rápida difusión de las ideas en una cultura globalizada y en un mundo interrelacionado, donde la gente y la experiencia viajan y se mezclan, tejiendo un hipertapiz de voces de mujeres a lo largo de la mayor parte del planeta. Así pues, tras investigar la transformación del trabajo de la mujer, analizaré la formación de un movimiento feminista muy diversificado y los debates que surgen de la experiencia colectiva de construcción/reconstrucción de la identidad de las mujeres.
La repercusión de los movimientos sociales, y sobre todo del feminismo, en las relaciones de género desencadenó una vigorosa onda expansiva: se puso en entredicho la heterosexualidad como norma. para las lesbianas, la separación de los hombres como los sujetos de su opresión era la consecuencia lógica, si no inevitable, de su consideración de que el dominio masculino era la fuente de los problemas de las mujeres. Para los hombres gays, el cuestionamiento de la familia tradicional y las relaciones conflictivas entre hombres y mujeres representó una oportunidad para explorar otras formas de relaciones interpersonales, incluidas nuevas formas de familia, las familias gays. Para todos, la liberación sexual, sin límites institucionales, se convirtió en la nueva frontera de la expresión personal. No en la imagen homófoba de una promiscuidad absoluta, sino en la afirmación del yo y en la experimentación con la sexualidad y el amor. la repercusión de los movimientos de gays y lesbianas sobre el patriarcado, es por supuesto, devastadora. No es que las formas de dominación interpersonal dejen de existir. La dominación como la explotación, siempre se renuevan en la historia. Pero el patriarcado, que ha existido probablemente desde los albores de los tiempos humanos (pese a lo que diga Carolyn Merchant), se ha visto definitivamente sacudido por el debilitamiento de la norma heterosexual. Así pues, exploraré los orígenes y el horizonte de los movimientos de gays y lesbianas, viajando de San Francisco a Taipei, para destacar su creciente diversidad cultural y geográfica.
Por último, abordaré el tema de la transformación de la personalidad en nuestra sociedad, resultado de la transformación de la estructura familiar y de las normas sexuales, pues creo que cabe sostener que las familias constituyen el mecanismo de socialización básico y la sexualidad tiene algo que ver con la personalidad. Se trata de ver cómo nos transforma la interacción del cambio estructural y los movimientos sociales, esto es, de la sociedad red y el poder de la identidad.
LA CRISIS DE LA FAMILIA PATRIARCAL
Por la crisis de la familia patriarcal hago referencia al debilitamiento de un modelo de familia basado en el ejercicio estable de la autoridad/dominación sobre toda la familia del hombre adulto cabeza de familia. En la década de los noventa, es posible encontrar indicadores de esa crisis en la mayoría de las sociedades, sobre todo en los países más desarrollados. No es obvia la utilización de indicadores estadísticos muy desiguales como prueba de un rasgo, el patriarcado, que es político, cultural y psicológico. No obstante, puesto que la conducta y cultura de la población suelen evolucionar a un paso muy lento, la observación de tendencias que afectan la estructura y dinámica de la familia patriarcal en las estadísticas nacionales comparadas es, en mi opinión, un poderoso signo del cambio y, sostengo, de la crisis de los modelos patriarcales, antes estables. Resumiré el argumento antes de proceder a una rápida exploración estadística.
La disolución de los hogares de las parejas casadas, por divorcio o separación, es un primer indicador de desafección a un modelo de familia que se basaba en el compromiso, a largo plazo, de sus miembros. Sin duda, puede haber un patriarcado sucesivo (de hecho, ésta es la regla): la reproducción del mismo modelo con diferentes participantes. Sin embargo, las estructuras de dominación (y los mecanismos de confianza) se han visto debilitadas por la experiencia, tanto de las mujeres como de los hijos, atrapados con frecuencia en lealtades en conflicto. Es más, con una frecuencia cada vez mayor, la disolución de los hogares de parejas casadas lleva a la formación de hogares unipersonales o a hogares de un solo progenitor, en general mujeres, poniendo fin en este caso a la autoridad patriarcal de la familia, aun cuando la estructura de dominación se reproduzca mentalmente en el nuevo hogar.
En segundo lugar, la frecuencia creciente de las crisis matrimoniales y la dificultad cada vez mayor parar hacer compatibles matrimonio, trabajo y vida parecen asociarse con otras dos fuertes tendencias: el retraso de la formación de parejas y la vida en común sin matrimonio. De nuevo, la falta de sanción legal debilita la autoridad patriarcal, tanto desde el punto de vista institucional como psicológico.
En tercer lugar, como resultado de estas diferentes tendencias, junto con factores demográficos como el envejecimiento de la población y las tasas de mortalidad diferentes según el sexo, surge una variedad creciente de estructuras de hogares, con lo que se diluye el predominio del modelo clásico de la familia nuclear tradicional (parejas casadas en primeras nupcias y sus hijos) y se debilita su reproducción social. Proliferan los hogares unipersonales y los de un solo progenitor.
En cuarto lugar, en las condiciones de inestabilidad familiar y con una autonomía cada vez mayor de las mujeres en su conducta reproductiva, la crisis de la familia patriarcal se extiende a la crisis de los patrones sociales de reemplazo generacional. Por una parte, cada vez nacen más niños fuera del matrimonio y suelen quedarse con sus madres (aunque hay una proporción creciente de parejas no casadas que se ocupan de forma conjunta de un hijo). Así pues, está asegurada la reproducción biológica, pero fuera de la estructura familiar tradicional. Por otra parte, las mujeres, con mayor conciencia y frente a tiempos duros, limitan el número de hijos y retrasan el primero. Por último, en algunos círculos reducidos, cuyo tamaño parece estar aumentando, las mujeres dan a luz hijos sólo para ellas o adoptan niños ellas solas.
En conjunto, estas tendencias, al reforzarse unas a otras, ponen en tela de juicio la estructura y los valores de la familia patriarcal. No es necesariamente el fin de la familia, ya que se están experimentando otras estructuras familiares y se puede acabar reconstruyendo cómo vivimos con el otro, cómo procreamos y cómo educamos, de modos diferentes, quizás mejores. Pero las tendencias que menciono señalan el fin de la familia como la hemos conocido hasta ahora. No sólo de la familia nuclear (un artefacto moderno), sino la basada en la dominación patriarcal que ha sido la regla durante milenios.
Echemos una ojeada a algunas estadísticas básicas. Aquí haré hincapié en un planteamiento comparativo, mientras que reservaré para la última parte del capítulo una revisión sistemática de la crisis de la familia patriarcal en los Estados Unidos, donde el proceso parece estar más adelantado. Aunque las tendencias indicadas son más pronunciadas en los países desarrollados, existe un cambio general en la misma dirección en gran parte del mundo. Así pues, me basaré en buena medida en el informe elaborado en 1995 por el Population Council sobre la transformación de las familias en el mundo, que complementaré con otras fuentes que cito. Me centraré en el período 1970-1995 por las razones que se presentan más adelante en este mismo capítulo.
Cuadro 4.1 Tasa de cambio en la tasa bruta de divorcio para los países seleccionados
País 1971 1990 % de cambio
Canadá 1.38 2.94 113%
Francia 0.93 1.86 100%
Reino Unido 1.41 2.88 104%
URSS 2.63 3.39 29%
México 0.21 0.54 157%
Egipto 2.09 1.42 -32%
Fuente: ONU, Demographic Yearbook, 1970-1995
Cuadro 4.2 Tendencias en las tasas de divorcio de cada 100 matrimonios en países desarrollados
País 1970 1980 1990
Canadá 18.6 32.8 38.3
Dinamarca 25.1 39.3 44.0
Francia 12.0 22.2 31.5
Grecia 5.0 10.0 12.0
Hungria 25.0 29.4 31.0
Italia 5.0 3.2 8.0
Suecia 23.4 42.2 44.1
Fuente: Alain Monnier y Catherine de Guibert-Lantoine (1993)
El cuadro 4.1 muestra, con una excepción, un incremento considerable en la tasa bruta de divorcios de los países seleccionados: se duplica con creces en el Reino Unido, Francia, Canadá y México entre 1971 y 1990. Los incrementos menos pronunciados en los Estados Unidos (aún un +26%) y la URSS (+29%) durante ese período se deben al hecho de que presentaban las tasas más elevadas en 1971. Resulta muy interesante que el único país musulmán que he seleccionado, con fines comparativos, muestre un descenso en la tasa de divorcio (que probablemente refleje las tendencias hacia la islamización de la sociedad), aunque siga siendo más elevada, en 1990, que la de Italia, México o Japón.
El cuadro 4.2 muestra las tasas de divorcio por cada 100 matrimonios de los países altamente industrializados seleccionados. Existe una discrepancia entre los niveles de divorcio para cada país, pero se da una tendencia ascendente general entre 1970 y 1980 y entre 1980 y 1990, de nuevo con la excepción de los Estados Unidos en 1990, en parte porque casi el 55% de los matrimonios acabaron en divorcio en este país en 1990.
Figura 4.1 Curvas de supervivencia del matrimonio para Italia, Alemania Occidental y Suecia: madres nacidas en 1934-1938 t 1949-1953
Esta figura no se muestra en este lugar, pero en todos ellos la línea es descendente: la curba más leve es Italia; la más pronunciada es Suecia
Cuadro 4.3 Porcentaje de primeros matrimonios disueltos por separación, divorcio o muerte entre mujeres de 40-49 años en países en vías de desarrollo.
País Fecha Porcentaje
Indonesia 1987 37.3%
Tailandia 1987 24.8%
Colombia 1986 32.5%
Ecuador 1987 28.9%
México 1987 25.5%
Perú 1986 26.1%
Egipto 1989 22.8%
Marruecos 1987 31.2%
Tunez 1988 11.1%
Ghana 1988 60.8%
Kenia 1989 24.2
Senegal 1986 42.3
Fuente: ONU, 1987
Las separaciones de facto no se incluyen en las estadísticas, ni tampoco las tasas de disolución de las uniones libres. Sin embargo, sabemos por las investigaciones que los hogares de unión libre son más proclives a separarse que las parejas casadas y que las separaciones están en relación directa con la tasa de divorcio, con lo que en realidad aumenta la cifra general, y la proporción, de hogares disueltos. Una investigación global sobre los patrones de divorcio descubrió que una proporción creciente de éstos afecta a parejas con hijos pequeños, aumentando la probabilidad de que la disolución material conduzca a la paternidad de un solo progenitor. La figura 4.1 muestra la tasa decreciente de supervivencia del matrimonio entre cohortes de mujeres mayores y más jóvenes para Italia, Alemania Occidental y Suecia.
Esta tendencia no se limita en absoluto a los países industrializados.
El cuadro 4.3, para los países en vías de desarrollo seleccionados, muestra tasas de disolución, por causas diferentes, del primer matrimonio de mujeres de 40-49 años: con la excepción de Túnez, oscila entre el 22.8% y el 49.5%, con un pico del 60.8% en Ghana.
En la década de los noventa, se ha estabilizado en Europa el número de divorcios frente a los matrimonios, pero se debe fundamentalmente a la reducción del número de matrimonios desde 1960, así que la cifra total y la proporción de hogares con dos progenitores casados ha descendido de forma considerable. La figura 4.2 (que no se muestra aquí) muestra la tendencia general a la reducción de los primeros matrimonios en los países de la Unión Europea, y la figura 4.3 (que no se muestra aquí, pero que se refiere a tasas brutas de matrimonio en países seleccionados) presenta la evolución de la tasa bruta de matrimonios para los países seleccionados en zonas diferentes del mundo. Con la excepción de México y Alemania, hay un descenso durante el período de 20 años, con una caída significativa en Japón.
Cuadro 4.4 Tendencias porcentuales de las mujeres de 20-24 que nunca se han casado
País Fecha anterior/ % Fecha posterior / %
Indonesia 1976 20% 1987 36%
Pakistan 1975 22% 1990-91 39%
Tailandia 1975 42% 1987 48%
Colombia 1976 44% 1986 39%
Ecuador 1979 43% 1987 41%
México 1976 34% 1987 42%
Perú 1978 49% 1986 56%
Egipto 1980 36% 1989 40%
Marruecos 1980 36% 1987 56%
Tunez 1978 57% 1988 64%
Ghana 1980 21% 1988 23%
Kenia 1978 21% 1989 32%
Austria 1970 35% 1980 33%
Francia 1970 46% 1980 52%
España 1970 68% 1981 59%
Estados Unidos 1970 36% 1980 51%
Fuentes: ONU, 1987; División Estadística de la ONU 1995.
El retraso en la edad de matrimonio también es una tendencia casi universal y particurlamente importante en el caso de las mujeres jóvenes. El cuadro 4.4 muestra el porcentaje de las mujeres de 20-24 años que nunca se han casado. Las fechas posteriores son muy diversas, así que es difícil establecer comparaciones, pero, con la excepción de Ghana y Senegal, entre un tercio y dos tercios de las mujeres jóvenes no se han casado; con la excepción de España y Sri Lanka, la proporción de mujeres no casadas de 20-24 años ha aumentado desde 1970. En el ámbito mundial, la proporción de mujeres casadas de quince años y mayores descendió del 61% en 1970 al 56% en 1985.
Cuadro 4.5 nacimientos fuera del matrimonio como porcentaje de todos los nacimientos por regiones (medias nacionales)
Región/país 1970 1980 1990
Canadá n.d 13.2 21.1
Europa Oriental 7.1 9.0 12.9
Europa del Norte 8.8 19.5 33.3
Europa del Sur 4.1 5.4 8.7
Europa Occidental 5.6 8.3 16.3
Japón 1.0 1.0 1.0
Oceanía 9.0 13.4 20.2
Estados Unidos 5.4 14.2 28.0
Antigua URSS 8.2 8.8 11.2
Africa n.d 4.8 n.d
Asia n.d 0.9 n.d
América Latina/Caribe n.d 6.5 n.d.
Varias fuentes recopiladas por el autor
Una proporción creciente de niños nacen fuera del matrimonio en los países desarrollados y la observación más importante concierne a la tendencia: en los Estados Unidos, la proporción saltó del 4.5% del total de nacimientos en 1970 al 28% en 1990. El fenómeno presenta una diferenciación étnica: alcanza el 70.3% para las mujeres afroamericanas de la cohorte de 15-34 años (Cfr. figura 4.4 que no se presenta aquí). En los países escandinavos, los embarazos de hijos fuera del matrimonio en los años noventa suponen cerca del 50% del total de embarazos.
Cuadro 4.6 Tendencias en los hogares monoparentales, como porcentaje del total de hogares con hijos dependientes y al menos un progenitor residente, en países desarrollados.
País Comienzos de 70s Mediados de los 80s
Ant.Alemania Occ. 8.0 11.4
Australia 9.2 14.9
Francia 9.5 10.2
Japón 3.6 4.1
Suecia 15.0 17.0
Reino Unido 8.0 14.3
Estados Unidos 13.0 23.9
Ant. URSS 10.0 20.0
Nota: los hogares de un solo progenitor son aquellos con hijos dependientes y un progenitor residente.
Fuente: Ailsa Burns (1992)
Como resultado tanto de las separaciones como de la maternidad individual, la proporción de hogares de un solo progenitor con hijos dependientes (por lo general, con una mujer como cabeza de familia) aumentó, entre comienzos de los años setenta y mediados de los ochenta, en los países desarrollados (cuadro 4.6) y la tendencia ascendente ha continuado en la década de los noventa en los Estados Unidos (véase más adelante). Para los países en vías de desarrollo, puede detectarse una tendencia similar según las estadísticas sobre los hogares cuya cabeza de familia de iure es una mujer. El cuadro 4.7 (que no se muestra aquí) muestra una tendencia general ascendente en la proporción de hogares cuya cabeza de familia es una mujer entre mediados de los años setenta y mediados/finales de los ochenta (con algunas excepciones, por ejemplo, Indonesia), destacando Brasil con más del 20% de sus hogares en esta categoría en 1989, por encima del 14% de 1980.
Uniendo los diversos indicadores de la formación de hogares, Lesthaeghe confeccionó el cuadro 4.8 (que no se muestra aquí) para los países de la OCDE, cuyos datos contrastan la Europa del Norte y Norteamérica con la Europa del Sur, donde mejor resisten las estructuras de la familia tradicional. Aún así, excepto en Irlanda y Suiza, los hogares de un solo progenitor con hijos a mediados de los años 80 representaban entre el 11 y el 32% del total.
El cuadro 4.9 (que no se muestra aquí) muestra el porcentaje de los hogares de un solo miembro para los países seleccionados a comienzos de los años noventa. Merece una observación detenida: con la excepción de la Europa del Sur, oscila entre el 20% y el 39.6% del total, con el 26.9% para el Reino Unido, el 24.5% para los Estados Unidos, el 22.3% para Japón, el 28.0% para Francia, y el 34.2% para Alemania. Obviamente, la mayoría de estos hogares están formados por un anciano solo, por lo cual envejecimiento de la población explica buena parte del fenómeno. De todos modos, el hecho de que entre un quinto y más de un tercio de los hogares sean de una sola persona pone en entredicho la difusión del modo de vida patriarcal. De paso, la resistencia de las familias patriarcales tradicionales en Italia y España se cobra su tributo: las mujeres la contrarrestan dejando de tener hijos, de tal modo que ambos países son los que presentan la tasa de fecundidad más baja del mundo, por debajo de la tasa de reemplazo generacional (1.2 para Italia; 1.3 para España). Además, en España la edad de emancipación es también la más alta de Europa: veintisieta años para las mujeres, veintinueve para los hombres. El desempleo generalizado entre los jóvenes y la aguda crisis de la vivienda contribuyen a mantener unida a la familia tradicional, al coste de crear muy pocas familias y detener la reproducción de los españoles.
De hecho, ésta es la consecuencia más evidente de la crisis de la familia patriarcal: el abrupto descenso de las tasas de fecundidad en los países desarrollados, por debajo de la tasa de reemplazo generacional. En Japón, la tasa de fecundidad total ha estado por debajo del nivel de reemplazo desde 1975, alcanzando 1.54 en 1990. En los Estados Unidos, la tasa total de fecundidad ha descendido de forma pronunciada en las 3 últimas décadas, desde su pico histórico más alto a finales de los años cincuenta, para alcanzar un nivel inferior a la tasa de reemplazo durante las décadas de los setenta y los ochenta, hasta estabilizarse a comienzos de los años noventa en torno al nivel de reemplazo de 2.1 Sin embargo, el número de nacimientos aumentó debido a la llegada de las cohortes del baby boom a la edad de la procreación.
Cuadro 4.10 Tasa total de fecundidad por principales regiones del mundo.
Regiones 1970-75 1980-85 1990-95
Mundo 4.4 3.5 3.3
Regiones desarrolladas 2.2 2.0 1.9
Regiones subdesarrolladas 5.4 4.1 3.6
África 6.5 6.3 6.0
Asia 5.1 3.5 3.2
Europa 2.2 1.9 1.7
América 3.6 3.1 -
América Latina - - 3.1
América del Norte - - 2.0
Oceanía 3.2 2.7 2.5
URSS 2-4 2-4 2-3
Fuentes: ONU
El cuadro 4.10 muestra la tasa total de fecundidad por regiones principales del mundo, con proyecciones hasta mediados de los años noventa. En general, ha descendido en las dos últimas décadas y en las regiones más desarrolladas ha caído por debajo de la tasa de reemplazo y ahí permanece. Sin embargo, ha de tenerse en cuenta que no hay una ley de hierro de la población. Anna Cabré ha expuesto la relación que existe entre la recuperación de la tasa de fecundidad en Escandinavia durante los años ochenta, la generosa política social y la tolerancia de la sociedad en esta privilegiada zona del mundo. Por ello, más del 50% de los niños se concibieron en una relación extramarital. En condiciones de respaldo psicológico y material, y sin sufrir sanciones en su vida laboral, las mujeres escandinavas volvieron a tener hijos y sus países presentaron en la década de los ochenta la tasa de fecundidad más elevada de Europa. Sin embargo, el cuadro reciente no es tan rosa. Las restricciones en el estado de bienestar escandinavo redujeron el apoyo y, en consecuencia, a comienzos de los años noventa, las tasas de fecundidad se estabilizaron en los niveles de reemplazo. Asimismo, en diversos países, sobre todo en los Estados Unidos, la tasa total de fecundidad está ascendiendo por la población inmigrante, con lo cual se está reforzando la multietnicidad y el multiculturalismo. Una de las diferencias socioculturales más importantes podría ser la conservación del patriarcado entre las comunidades inmigrantes de las minorías étnicas, en contraste con la desintegración de las familias tradicionales entre los grupos étnicos autóctonos (negro y blanco) en las sociedades industrializadas. Por supuesto, esta tendencia se autorreproduce, aun contando con una reducción de la tasa de nacimientos de las minorías inmigrantes tan pronto como mejoran su economía y su educación.
En general, parece que en la mayoría de los países desarrollados, con las excepciones importantes de Japón y España, la familia patriarcal está en proceso de convertirse en una forma minoritaria del modo de vida de la gente. En los Estados Unidos, sólo en torno a un cuarto de los hogares totales en los años noventa cumple con el tipo ideal de una pareja casada con hijos. Si añadimos la calificación "con los hijos biológicos de la pareja", la proporción desciende notablemente. Sin duda, no todo es liberación de las mujeres. La estructura demográfica tiene algo que ver: otro cuarto de los hogares de los Estados Unidos son de una sola persona y en su mayoría son de gente anciana, sobre todo de mujeres que han sobrevivido a sus esposos. No obstante, un estudio estadístico realizado por Antonella Pinelli sobre las variables que condicionan la nueva conducta demográfica en Europa, concluye que:
vemos que la inestabilidad matrimonial, la unión libre y los nacimientos extramaritales se dan donde se otorga un alto valor a los aspectos no materiales de la calidad de vida y donde las mujeres disfrutan de independencia económica y un poder político relativamente grande. Debe hacerse hincapié en las condiciones de las mujeres. El divorcio, la unión libre y la fertilidad extramarital están más extendidos allí donde las mujeres disfrutan de independencia económica y están en posición de afrontar la posibilidad de ser una madre sola sin convertirse, por esta razón, en un sujeto social en riesgo.
Sin embargo, sus conclusiones han de corregirse con la observación de que ésta es sólo parte de la historia. Los niños nacidos fuera del matrimonio en los Estados Unidos son tanto resultado de la pobreza y la falta de educación como de la autoafirmación de las mujeres. No obstante, la tendencia general, como muestran unas cuantas ilustraciones estadísticas, se dirige al debilitamiento y la disolución potencial de las formas de familia tradicional de dominio patriarcal incuestionado, con la mujer y los hijos agrupados en torno al esposo/padre.
En los países en vías de desarrollo, operan tendencias similares en las áreas urbanas, pero las estadísticas nacionales, que principalmente son reflejo de sociedades rurales tradicionales (sobre todo en África y Asia), minimizan el fenómeno, pese a lo cual aún se pueden detectar algunas huellas. La excepción española está ligada fundamentalmente al desempleo de los jóvenes y a una severa escasez de vivienda, que impide la formación de nuevos hogares en las grandes áreas metropolitanas. En cuanto a Japón, las tendencias culturales, como la vergüenza que despiertan los nacimientos extramaritales, ayudan a consolidar el patriarcado, aunque las tendencias recientes parecen estar erosionando la ideología patriarcal y la relegación de las mujeres al mercado laboral secundario. Pero mi hipótesis sobre la excepcionalidad japonesa en la conservación de la estructura patriarcal es que se debe, sobre todo, a la ausencia de un movimiento feminista significativo. Como tal movimiento está aumentando en los años noventa, me atrevo a pronosticar que en este asunto, como en tantos otros, el fin de la singularidad japonesa es, hasta cierto punto, cuestión de tiempo. Sin negar su especificidad cultural, las fuerzas que operan en la estructura de la sociedad y en las mentes de las mujeres son tales que hasta el propio Japón tendrá que habérselas con el desafío al patriarcado por parte de las mujeres trabajadoras.
Si las tendencias actuales continúan expandiéndose por todo el mundo, y mi hipótesis es que así será, las familias, según las hemos conocido, se convertirán, en diversas sociedades, en una reliquia histórica no demasiado lejos en el horizonte temporal. Y el tejido de nuestras vidas se habrá transformado, puesto que ya sentimos, a veces dolorosamente, las palpitaciones de este cambio. Pasemos ahora a analizar las tendencias que subyacen en las raíces de esta crisis y, esperemos, también en la fuente de nuevas formas de convivencia entre mujeres, niños, animales domésticos e incluso hombres.
MUJER Y TRABAJO
El trabajo, la familia y los mercados laborales han sufrido una profunda transformación en el último cuarto de este siglo debido a la incorporación masiva de las mujeres al trabajo remunerado, en la mayoría de los casos fuera de su hogar. En el conjunto mundial, 854 millones de mujeres eran económicamente activas en 1990, representando el 32.1% de la mano de obra global. Entre las mujeres mayores de 15 años, el 41% eran económicamente activas. En los países de la OCDE, la tasa media de participación de las mujeres en la mano de obra ascendió del 48.3% en 1973 al 61.6% en 1993, mientras que la de los hombres descendió del 88.2% al 81.3%. En los Estados Unidos, la tasa de participación laboral de las mujeres ascendió del 51.1% en 1973 al 70.5% en 1994. Las tasas de aumento del empleo para 1973-1993 también indican una tendencia ascendente general para las mujeres (invertida en algunos países europeos en la década de los noventa) y un diferencial positivo frente a los hombres. Cabe observar tendencias similares en todo el mundo. Pasando a la clasificación estadística de "tasa de actividad económica" de la ONU (cuyos porcentajes son más bajos que los de la participación de la mano de obra), varios cuadros muestran una tendencia ascendente similar en la tasa de actividad económica de las mujeres, con la excepción parcial de Rusia, que ya tenía un elevado nivel en 1970.
La entrada masiva de las mujeres en la mano de obra remunerada se debe, por una parte, a la informacionalización, la interconexión y la globalización de la economía y, por la otra, a la segmentación por géneros del mercado laboral, que aprovecha las condiciones sociales específicas de las mujeres para incrementar la productividad, el control de gestión y, en definitiva, los beneficios. Estudiemos algunos indicadores estadísticos.
Cuando analicé la transformación de la estructura del empleo en la economía informacional (vol. I, cap. 4), expuse el incremento del empleo en servicios y, dentro de los servicios, el papel estratégico desempeñado por dos categorías distintivas de servicios: los servicios a la empresa y los servicios sociales, característicos de la economía informacional, como previeron los primeros tercios del postindustrialismo. La figura 4.7 (que no se pone aquí) muestra la convergencia entre el incremento de los servicios y el del empleo femenino en 1980-1990. La figura 4.8a (que no se pone aquí) presenta la concentración de mujeres en empleos de servicios en diferentes zonas del mundo. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, en la mayor parte del mundo, la mayoría del trabajo sigue siendo agrícola (pero no por mucho tiempo) y, por lo tanto, la mayor parte de las mujeres aún trabajan en la agricultura: el 80% de las mujeres económicamente activas del Africa subsahariana y el 60% del sur de Asia. En el conjunto mundial, en torno a la mitad de las mujeres económicamente activas están en el sector servicios. La proporción es mucho más elevada en la mayoría de los países desarrollados y ha venido creciendo a lo largo del tiempo, hasta alcanzar en torno al 85% de la mano de obra femenina en Estados Unidos y el Reino Unido. Sin embargo, el aspecto más significativo es en qué tipo de servicios trabajan... En la mayoría de los países desarrollados, el grueso del empleo femenino se encuentra en los servicios sociales y los servicios personales. No obstante, si calculamos la tasa de crecimiento de cada tipo de servicio en el empleo femenino total, para el período de 1973-1993, observamos un incremento espectacular en servicios a las empresas, seguido a cierta distancia por los servicios sociales/personales. El empleo en comercio y restaurantes es el segmento menos dinámico en la evolución del empleo de las mujeres en los países avanzados. Así pues, existe una correspondencia directa entre el tipo de servicios vinculados a la informacionalización de la economía y la expansión del empleo de las mujeres en los países avanzados. Se llega a una conclusión similar observando la evolución cambiante del empleo femenino por ocupaciones, entre 1980 y 1989, en los países de la OCDE seleccionados. En general, las categorías profesional/técnica y administrativa/ejecutiva han aumentado más de prisa que el resto, aunque las trabajadoras de oficina siguen suponiendo en general el grupo mayor. Las mujeres no se ven relegadas a los puestos de trabajo en servicios menos cualificados: se las emplea en toda la estructura de cualificación y el aumento de los puestos de trabajo de las mujeres es mayor en el extremo superior de la estructura ocupacional. Por ello, precisamente, existe discriminación: porque realizan trabajos de cualificación similar a los hombres con un salario más bajo, con una gran inseguridad laboral y con menores posibilidades de hacer carrera hasta el nivel máximo.
La globalización también ha desempeñado un papel importante en la inclusión de la mujer en la mano de obra en todo el mundo. La industria electrónica, internacionalizada desde finales delos años sesenta, empleó sobre todo a mujeres jóvenes no cualificadas en Asia. Las maquiladoras del norte de México cuentan fundamentalmente con mano de obra femenina. Y las economías de industrialización reciente han introducido en el trabajo remunerado a mujeres mal pagadas en casi todos los niveles de la estructura ocupacional. Al mismo tiempo, una proporción considerable del empleo urbano para las mujeres en los países en vías de desarrollo sigue estando en el sector informal, sobre todo en el suministro de comida y servicios para los habitantes de las metrópolis.
¿Por qué las mujeres? En primer lugar porque, en contraste con las informaciones erróneas publicadas en los medios de comunicación, en general ha habido una creación sostenida de puestos de trabajo en el mundo durante las tres últimas décadas, con la excepción de Europa (véase vol. I, cap. 4). Pero, incluso en Europa, la participación de la mujer en la mano de obra ha aumentado, mientras que la del hombre ha descendido. Por lo tanto, la entrada de las mujeres en el mercado de trabajo no es sólo una respuesta a la demanda laboral. ASimismo, el desempleo de las mujeres no siempre es tan elevado como el de los hombres: en 1994 era inferior al de los hombres en los Estados Unidos (6% frente al 6.2%) y en Canadá (9.8% frente a 10.7%); y era mucho más bajo que el de los hombres en 1993 en el Reino Unido (7.5% frente al 12.4%). Por otra parte, era ligeramente superior en Japón y España, y considerablemente más alto en Francia e Italia. Así pues, el aumento de la tasa de participación de las mujeres en la mano de obra es independiente de su diferencial de desempleo frente a los hombres y del aumento de la demanda de mano de obra.
Si la demanda de mano de obra, en términos puramente cuantitativos, no explica que se acuda a las mujeres, su atractivo para quienes las emplean debe explicarse por otras características. Creo que está bien establecido en la literatura que es la vinculación social con el género de las labores que realizan la que las hace, en conjunto, una bolsa de trabajo atractiva. Sin duda, no tiene nada que ver con las características biológicas: las mujeres han demostrado que pueden ser bomberas y estibadoras en todo el mundo, y el agotador trabajo que realizaron en las fábricas marcó la industrialización desde sus comienzos. Tampoco, a este respecto, tiene nada que ver el empleo de mujeres jóvenes en la electrónica con el mito de su destreza con los dedos, sino con la aceptación social de que desgasten sus ojos en 10 años de ensamblaje a través del microscopio. Los antropólogos han documentado cómo en los orígenes del empleo de las mujeres en las fábricas electrónicas del sureste asiático se encuentra el modelo de la autoridad patriarcal, que se extendía del hogar familiar a la fábrica, mediante el acuerdo de los directivos de la compañía y el paterfamilias.
Tampoco parece que la razón para contratar mujeres tenga que ver con su falta de sindicalización. La causalidad aparentemente funciona al revés: las mujeres no están sindicalizadas porque suelen estar empleadas en sectores donde apenas hay sindicalización, como servicios privados a las empresas o fabricación de electrónica. Aún así, constituyen el 37% de los afiliados a sindicatos en los Estados Unidos, el 39% en Canadá, el 51% en Suecia y el 30% en África, de media. las obreras de la confección en los Estados Unidos y España, las mujeres de las maquiladoras mexicanas y las maestras y enfermeras de todo el mundo se han movilizado en defensa de sus reivindicaciones, con mayor vehemencia que los sindicatos de la siderurgia o la química, dominados por los hombres. la supuesta sumisión de las trabajadoras es un mito duradero de cuya falacia se han comenzado a dar cuenta los directivos, bien a pesar suyo. Así pues, ¿cuáles son los principales factores inductores de la explosión del empleo femenino?
El primer factor y el más obvio es la posibilidad de pagar menos por un trabajo similar. Con la expansión de la educación universal, incluida la universitaria, sobre todo en los países más desarrollados, las mujeres formaron una bolsa de cualificación que fue aprovechada de inmediato por los empresarios. El diferencial de salario de las mujeres frente a los hombres persiste en todo el mundo, mientras que, como hemos visto, en los países desarrollados, las diferencias en el perfil ocupacional son pequeñas. En los Estados Unidos, las mujeres ganaban un 60-65% de los salarios de los hombres en los años sesenta y su porcentaje mejoró hasta el 72% en 1991, pero la principal razón de ello fue el descenso del salario real de los hombres. En el Reino Unido, los ingresos de las mujeres eran el 69.5% del de los hombres a mediados de los años ochenta. El 73.6& en Alemania en 1991, superando el 72% de 1980. Para Francia, las cifras correspondientes son el 80.8% y por encima del 79%. El salario medio de las mujeres es el 43% del delos hombres en Japón, el 51% en Corea, el 56% en Singapur, el 70% en Hong Kong y varía en una amplia escala entre el 44% y el 77% en América Latina.
Quiero destacar que, en la mayoría de los casos, las mujeres no están sufriendo descualificación ni se las está confinando a puestos de trabajo insignificantes, sino más bien lo contrario. Con frecuencia, se las asciende a puestos que requieren una preparación amplia, iniciativa y educación, a medida que las nuevas tecnologías demandan una mano de obra autónoma, capaz de adaptarse y reprogramar sus propias tareas, como en el caso específico de los seguros y la banca que resumí en el volumen I, capítulo 4. De hecho, ésta es la segunda razón importante para contratar mujeres, a un precio de ganga: su capacidad de relacionarse, cada vez más necesaria en una economía informacional, donde la administración de las cosas queda en segundo plano frente a la gestión de la gente. En este sentido, hay una extensión de la división sexual del trabajo entre la producción tradicional de los hombres y la creación de hogar y relaciones sociales de las mujeres bajo el patriarcado. Sucede que la nueva economía requiere cada vez más las destrezas que estaban confinadas al ámbito privado de las relaciones para llevarlas a la primera línea de la gestión y el procesamiento de la información y la gente.
Pero hay algo más que creo que probablemente es el factor más importante en la expansión del empleo de las mujeres en los años noventa: su flexibilidad como trabajadoras. En efecto, las mujeres representan el grueso del empleo a tiempo parcial y temporal, y una proporción aún pequeña pero creciente, del empleo autónomo. Relacionando esta observación con los análisis presentados en el volumen I, capítulos 3 y 4, sobre la interconexión de la actividad económica y la flexibilización del trabajo como rasgos importantes de le economía informacional, parece razonable sostener que la flexibilidad laboral de las mujeres en horario, tiempo y entrada y salida del mercado laboral encaja con las necesidades de la nueva economía. Esta coincidencia también está relacionada con el género. Puesto que el trabajo de las mujeres se ha considerado tradicionalmente complementario de los ingresos del hombre en la familia, y las mujeres continúan siendo las responsables de sus hogares y, sobre todo, de la crianza de los hijos, la flexibilidad laboral se ajusta, también, a las estrategias de supervivencia para ocuparse de ambos mundos al borde de un ataque de nervios. En efecto, en los países europeos (como en todas partes), el matrimonio y los hijos son los factores más importantes que favorecen el empleo a tiempo parcial. Así pues, el tipo de trabajador que requiere la economía informacional interrelacionada encaja con los intereses de supervivencia de las mujeres, que, en las condiciones del patriarcado, tratan de hacer compatible trabajo y familia, con poca ayuda de sus maridos.
Este proceso de plena incorporación de las mujeres al mercado laboral, y al trabajo remunerado, tiene consecuencias importantes para la familia. La primera es que, con frecuencia, la contribución financiera de la mujer se vuelve decisiva para el presupuesto familiar. Así pues, el poder de negociación femenino en el hogar aumenta de forma significativa. Para empezar, en el patriarcado estricto, la dominación de las mujeres por parte de los hombres afectaba a toda su existencia: su trabajo era crear hogar. Así que la rebelión contra la autoridad patriarcal sólo podía ser extrema y a menudo conducía a la marginalidad. Cuando las mujeres llevaron la paga a casa (por ejemplo, en los Estados Unidos) y los hombres vieron descender sus salarios reales, los puntos de desacuerdo tuvieron que discutirse sin el recurso de utilizar de forma inmediata la represión patriarcal. Es más, la ideología que legitimaba la dominación patriarcal basándose en el privilegio de quién mantenía a la familia resultó decisivamente debilitada. ¿Por qué no iba a ayudar en casa los maridos si ambos miembros de la pareja estaban igualmente ausentes durante largas horas y si ambos contribuían por igual al presupuesto familiar? La pregunta se hizo más acuciante cuando aumentó la dificultad de las mujeres para asumir a la vez el trabajo remunerado, el trabajo doméstico, la crianza de los hijos y el cuidado del marido, mientras que la sociedad seguía organizada en torno a la asunción de una ama de casa a tiempo completo que ya apenas existía. Sin guarderías apropiadas, sin planificación de la conexión espacial entre la residencia, los trabajos y los servicios, y con unos servicios sociales deteriorados, las mujeres tuvieron que afrontar la realidad: sus queridos maridos/padres se estaban aprovechando de ellas. Y como su trabajo fuera del hogar abría su mundo y ampliaba sus redes sociales y su experiencia, con frecuencia marcada por la hermandad contra la dureza cotidiana, comenzaron a plantearse cuestiones y a dar respuestas a sus hermanas. El suelo estaba listo para sembrar las ideas feministas que estaban germinando de forma simultánea en los campos de los movimientos socio-culturales.
LA FUERZA DE SER HERMANAS: EL MOVIMIENTO FEMINISTA
El movimiento feminista, según se manifiesta en su práctica y discursos, es extraordinariamente diverso. Su riqueza y profundidad aumenta cuando analizamos su contorno en una perspectiva global y comparativa, y cuando las historiadoras y teóricas feministas desentierran los registros ocultos de la resistencia de las mujeres y el pensamiento feminista. Limitaré el análisis presentado aquí al movimiento feminista contemporáneo que surgió a finales de los años sesenta, primero en los Estados Unidos y luego en Europa a comienzos de la década de los setenta, y se difundió por todo el mundo en las dos décadas siguientes. También me centraré en los rasgos comunes que hacen de él un movimiento social transformador que desafía al patriarcado, dando cuenta al mismo tiempo de la diversidad de las luchas de las mujeres y del multiculturalismo de su expresión. Como definición operativa preliminar del feminismo, seguiré a Jane Mansbridge al presentarlo en general como "el compromiso para poner fin a la dominación masculina". También coincido con su planteamiento del feminismo como "un movimiento creado en el discurso". Ello no implica que sea sólo discurso o que el debate feminista, como se expresa en los escritos de teóricas y académicas, sea la manifestación primordial del feminismo. Lo que sostengo, de acuerdo con Mansbridge y otras, es que la esencia del feminismo, según se ha practicado y narrado, es la (re)definición de la identidad de la mujer: a veces afirmando la igualdad entre hombres y mujeres, con lo que se elimina el género de las diferencias biológicas/culturales, y en otros casos, por el contrario, afirmando la especificidad esencial de las mujeres, al mismo tiempo que frecuentemente se afirma la superioridad de los modos de vida de las mujeres como fuentes de realización humana; o también declarando la necesidad de alejarse del mundo de los hombres y recrear la vida y la sexualidad en hermandad femenina. En todos los casos, a través de la igualdad, la diferencia o la separación, lo que se niega es la identidad alienada de la mujer tal y como la definen los hombres y tal y como se conserva en la familia patriarcal. Como escribe Mansbridge:
"Este movimiento creado en el discurso es la entidad que inspira a las activistas del movimiento y ante la que se sienten responsables... Esta especie de responsabilidad es una responsabilidad por la identidad... Requiere pensar en el colectivo como una identidad valiosa y en una misma como parte de esa identidad. las identidades feministas suelen lograrse, no darse... Hoy, las identidades feministas se crean y refuerzan cuando las feministas se unen, actúan juntas y leen lo que otras feministas han escrito. Hablar y actuar crea teoría de la calle y le otorga significado. Leer mantiene en contacto y hace que se continúe pensando. Ambas experiencias, de transformación personal e interacción continua, hacen a las feministas ´responsables interiomente´ ante el movimiento feminista".
Así pues, bajo la diversidad del feminismo, se encuentra una comunidad fundamental; el esfuerzo histórico, individual y colectivo, formal e informal, para redefinir la condición de la mujer en oposición directa al patriarcado.
Para valorar tal esfuerzo y proponer una tipología empírica de los movimientos feministas, recordaré, de forma sucinta, la trayectoria de dichos movimientos en las tres últimas décadas. Para simplificar el argumento, me centraré sobre todo en su lugar de renacimiento, los Estados Unidos, y trataré de corregir el etnocentrismo potencial de este planteamiento con breves observaciones sobre otras zonas del mundo, seguidas de un comentario sobre el feminismo en una perspectiva comparativa.
El feminismo estadounidense: una continuidad discontinua
El feminismo estadounidense tiene una larga historia en un país de historia corta. Desde el nacimiento oficial del feminismo organizado en 1848, en una capilla de pueblo de Seneca Falls (Nueva York), las feministas estadounidenses emprendieron una lucha prolongada en defensa de los derechos de las mujeres a la educación, el trabajo y el poder político, que culminó con su conquista del derecho al voto en 1920. Luego, durante más de medio siglo, el feminismo se mantuvo entre los bastidores de la escena estadounidense. No es que las mujeres dejaran de pelear. Una de las expresiones más célebres de las luchas de las mujeres, el boicot a los autobuses de 1955 en Montgomery (Alabama), que podría considerarse un preludio del movimiento por los derechos civiles en el Sur y cambió la historia estadounidense para siempre, fue protagonizado predominantemente por mujeres afroamericanas que organizaron a sus comunidades. No obstante, no surgió un movimiento de masas explícitamente feminista hasta los años sesenta, a partir del componente de derechos humanos y las tendencias revolucionarias y contraculturales de los movimientos sociales de esa década. Por una parte, a raíz de los trabajos de la Comisión Presidencial de John F. Kennedy sobre la Condición Jurídica y Social de las Mujeres, en 1963, y de la aprobación del título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964 sobre los derechos de la mujer, un grupo de mujeres influyentes, encabezadas por la escritora Betty Friedan, creó la National Organization of Women (NOW) el 29 de octubre de 1966. NOW se convertiría en la organización nacional más amplia en defensa de los derechos de la mujer y durante las tres décadas siguientes, demostró una importante habilidad política y perdurabilidad, pese a sus crisis ideológicas y organizativas. Llegó a compendiar el denominado feminismo liberal, centrándose en la igualdad de derechos para la mujer en todas las esferas de la vida social, económica e institucional.
Casi al mismo tiempo, las mujeres que participaban en diversos movimientos sociales de carácter radical, sobre todo en SDS (Studens for a Democratic Society), comenzaron a organizarse por separado como reacción contra el sexismo dominante y la dominación masculina en las organizaciones revolucionarias que llevaron, no sólo al maltrato personal de las mujeres, sino a la ridiculización de las posturas feministas como burguesas y contrarrevolucioarias. Lo que en diciembre de 1965 comenzó como un taller sobre las "Mujeres en el movimiento" en la convención de SDS y acabó articulándose como Women Liberation, en una convención celebrada en 1967 en Ann Arbor (Michigan), generó un aluvión de grupos de mujeres autónomos, la mayor parte de los cuales se separaron de la política revolucionaria, dominada por los hombres, dando origen al feminismo radical. En estos momentos fundacionales, es justo decir que el movimiento feminista se encontraba dividido ideológicamente entre sus componentes liberales y radicales. Mientras que la primera declaración de NOW comenzaba diciendo: "Nosotros, HOMBRES Y MUJERES (en mayúscula en el original) que por la presente nos constituimos como la National Organization for Women, creemos que ha llegado el tiempo de un nuevo movimiento para la plena igualdad de los sexos, como parte de la revolución mundial de los derechos humanos que está teniendo lugar dentro y más allá de las fronteras nacionales", el Manifiesto de Redstocking de 1969, que impulsó el feminismo radical en Nueva York, afirmaba: "Identificamos a los hombres como los agentes de nuestra opresión. La supremacía masculina es la forma de dominación más antigua y básica. Todas las demás formas de explotación y opresión (racismo, capitalismo, imperialismo, etc.) son extensiones de la supremacía masculina; los hombres dominan a las mujeres, unos cuantos hombres dominan al resto".
El feminismo liberal se centró en obtener la igualdad de derechos para las mujeres, incluida la adopción de una enmienda constitucional que, tras ser aprobada por el Congreso, no logró obtener la ratificación requerida de dos tercios de los escaños y acabó siendo derrotada en 1982. No obstante, le significado de esta enmienda era más simbólico que otra cosa, ya que las batallas reales por la igualdad se ganaron en la legislación federal y estatal, y en los tribunales, desde el derecho a una remuneración igual por un trabajo, igual hasta los derechos reproductivos, incluido el derecho al acceso a todas las ocupaciones e instituciones. Estos logros impresionantes, en menos de dos décadas, se obtuvieron mediante una hábil presión política, campañas en los medios de comunicación y apoyo a las candidatas femeninas o a los candidatos que defendían a las mujeres en sus propuestas para ocupar cargos públicos. Fue particularmente importante la presencia en los medios de comunicación de mujeres periodistas que eran feministas o apoyaban las causas feministas. Diversas publicaciones comerciales en cierto modo feministas, como Ms Magazine, fundada en 1972, también fueron útiles para llegar a las mujeres estadounidenses más allá de los círculos feministas organizados.
Las feministas radicales, aunque participaron de forma activa en las campañas por la igualdad de derechos, y sobre todo en las movilizaciones para obtener y defender los derechos reproductivos, se centraron en crear conciencia mediante la organización de grupos de concientización sólo de mujeres y la formación de instituciones de una cultura de la mujer autónoma. La defensa de las mujeres contra la violación masculina (campañas en contra de la violación, entrenamiento de defensa personal, albergues y asesoramiento para mujeres maltratadas) proporcionó un vínculo directo entre las preocupaciones inmediatas de las mujeres y la crítica ideológica del patriarcado en acción. Dentro de la corriente radical, las feministas lesbianas, (una de cuyas primeras manifestaciones políticas públicas, la "Amenaza lavanda", apareció en el Segundo Congreso para Unir a las Mujeres, en mayo de 1970 en Nueva York) se convirtieron de inmediato en una fuente de activismo militante, creatividad cultural e innovación teórica. El crecimiento incesante y la amplia influencia del feminismo lesbiano en el movimiento feminista iba a convertirse en una importante fuerza y un desafío fundamental para el movimiento de mujeres, que tuvo que hacer frente a su propio prejuicio interno sobre las formas de la sexualidad y encarar el dilema de dónde trazar la línea para la liberación de la mujer (o se había que trazarla).
Durante un tiempo, las feministas socialistas trataron de asociar el desafío del feminismo radical con los temas más amplios de los movimientos anticapitalistas, vinculándose cuando era necesario con la izquierda política y enzarzándose en un enriquecedor debate con la teoría marxista. Algunas de ellas trabajaron en los sindicatos. Por ejemplo, en 1972, se formó una Coalición de Mujeres Sindicalizadas. Sin embargo, en los años noventa, la desaparición, en Estados Unidos, de las organizaciones socialistas y del socialismo como punto de referencia histórico, así como el declive general de la teoría marxista, aminoró la repercusión del feminismo socialista, que permaneció en general confinado al ámbito académico.
Sin embargo, la distinción entre feminismo liberal y radical quedó difuminada en la práctica del movimiento y en la ideología de las feministas individuales a partir de mediados de los años setenta. Varios factores contribuyeron a superar las divisiones ideológicas en un movimiento feminista que mantuvo su diversidad y vivió vibrantes debates, así como luchas intestinas, pero que estableció puentes y coaliciones entre sus componentes. Por una parte, como Zillaha Eisenstein señaló, los temas que abordó el feminismo liberal, a saber, la igualdad de derechos y la desaparición del género de las categorías sociales, suponían tal grado de transformación institucional que acabaría poniéndose en entredicho el patriarcado, incluso dentro de la estrategia más restringida de ser realistas acerca de lograr la igualdad de los géneros. En segundo lugar, la violenta reacción antifeminista de la década de los ochenta, apoyada por la administración republicana que gobernó los Estados Unidos en 1980-1992, provocó la alianza de diferentes ramas del movimiento que, prescindiendo de sus estilos de vida y creencias políticas, se encontraron juntas en las movilizaciones para defender los derechos reproductivos de las mujeres o en la construcción de las instituciones de las mujeres para proporcionar servicios y afirmar la autonomía cultural. En tercer lugar, las organizaciones feministas más radicales habían desaparecido a finales de los años setenta, cuando sus fundadoras agotaron sus fuerzas y sus utopías locales se enfrentaron a batallas diarias con el "patriarcado realmente existente". No obstante, como la mayoría de las feministas radicales nunca renunciaron a sus valores básicos, encontraron refugio en las organizaciones establecidas del feminismo liberal y en los enclaves que el feminismo logró crear dentro de las instituciones convencionales, sobre todo en el ámbito académico (programas de estudios sobre la mujer), en las fundaciones y en los comités de las asociaciones profesionales. Estas organizaciones e instituciones necesitaron el respaldo militante para su tarea, cada vez más difícil, cuando comenzaron a pasar de los abusos más evidentes de los derechos humanos a esferas más polémicas, como la opción reproductiva, la liberación sexual y el avance de la mujer en diversos reductos masculinos. En efecto, cabe sostener que la presencia de las organizaciones liberales ayudó a sobrevivir al feminismo radical como movimiento, mientras que la mayor parte de los movimientos contraculturales de liderazgo masculino que se originaron en los años sesenta, con la excepción importante del ecologismo, desaparecieron o acabaron sometidos ideológicamente en la década de los ochenta. Como resultado de este proceso múltiple, el liberalismo y el radicalismo, en sus diferentes ramas, acabaron entrelazados en la práctica y en la mente de la mayoría de las mujeres que respaldaban las causas y valores feministas. Hasta el lesbianismo acabó siendo un componente aceptado del movimiento, aunque siguió unido a cierto rechazo táctico dentro de la corriente dominante del feminismo (Betty Friedan se oponía a él), como ejemplificaron las tensiones dentro de la NOW a finales de la década delos ochenta tras la "confesión" de bisexualidad de su presidente, Patricia Ireland.
Otras distinciones alcanzaron mayor importancia para el movimiento feminista a medida que se fue desarrollando, diversificando y llegando, al menos en sus mentes, a la mayoría de las mujeres estadounidenses, entre mediados de la década de los setenta y mediados de la de los noventa. Por una parte, había importantes distinciones en el tipo de organizaciones feministas. Por la otra, existían diferencias considerables entre lo que Nancy Whittier denomina "generaciones políticas" dentro del movimiento feminista.
En lo referente a las organizaciones, Spalter-Roth y Schreiber proponen una útil tipología de base empírica que diferencia entre:
1. Organizaciones de carácter nacional que reivindican la igualdad de derechos, como NOW o la Coalition of Labor Union Women, fundada en 1972. Trataban de forma deliberada de evitar el lenguaje feminista, mientras fomentaban la causa de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad, con lo que sacrificaban los principios por la efectividad para aumentar la participación de la mujer en las instituciones dominadas por los hombres. Spalter-Roth y Schreiber concluyen que "pese a las esperanzas de las dirigentes de las organizaciones, que deseaban atraer tanto a las liberales como a las radicales, el uso de un lenguaje políticamente más "aceptable" oscureció las relaciones de dominación y subordinación. Puede que sus esfuerzos no hayan logrado suscitar la concienciación de las mismas mujeres a las que estas organizaciones esperaban representar y dar poder".
2. Proveedoras de servicios directos, como Displaced Homemakers Network (Red de Amas de Casa Desplazadas) y la National Coalition against domestic violence (Coalición Nacional contra la Violencia Doméstica). Suelen ser redes de grupos locales que reciben apoyo del gobierno y la empresa para sus programas. Su principal problema es la contradicción entre ayudar a las mujeres y darles poder: por lo general, la urgencia del problema tiene prioridad sobre las metas a largo plazo de despertar la conciencia y la autoorganización política.
3. Organizaciones que cuentan con mujeres expertas y dedicadas plenamente a las tareas organizativas, como Women´s Legal Defence Fund (Fondo para la Defensa Legal de las Mujeres), el Institute for Women Policy Reasearch (Instituto para la Investigación de la Política sobre la Mujer), el Center for Women Poilicy Studies (Centro de Estudios de la Política sobre la Mujer), el Fund for Feminist Majority (Fondo para la Mayoría Feminista, que apoya a las mujeres de las instituciones políticas), el National Institute for Women of Color (Instituto Nacional para las mujeres de Color) o el National Committee for Pay Equity (Comité Nacional para la Igualdad de Salarios. El reto de este tipo de organización es la ampliación del ámbito de los asuntos de que se ocupan, a medida que entran en la esfera de influencia del movimiento más mujeres y que los temas feministas se diversifican más étnica, social y culturalmente.
Más allá de las organizaciones mayoritarias, existe una miríada de organizaciones locales alternativas de la comunidad de mujeres, muchas de ellas vinculadas en su origen con el feminismo radical, pero que luego evolucionaron siguiendo una gran variedad de trayectorias. Clínicas, cooperativas de crédito, centros de formación, librerías, restaurantes, guarderías, centros de prevención de la violencia contra las mujeres y para hacer frente a sus heridas, grupos de teatro, grupos de música, clubes de escritoras, talleres de arte, además de toda una gama de expresiones culturales, pasaron por diversos altibajos y, por lo general, cuando lograron sobrevivir, lo hicieron minimizando su carácter ideológico e integrándose en la sociedad. En el sentido más amplio, son organizaciones feministas que, en su diversidad y con su flexibilidad, han proporcionado las redes de apoyo, la experiencia y los materiales discursivos para que surja una cultura de la mujer, socavando de este modo el patriarcado donde es más poderoso: la mente de las mujeres.
La otra distinción importante que ha de introducirse para comprender la evolución del feminismo estadounidense es el concepto de Whittier de las generaciones políticas y los microgrupos. En su interesante estudio sociológico sobre la evolución del feminismo radical estadounidense durante tres décadas, expone tanto la continuidad del feminismo como la discontinuidad de los estilos feministas entre comienzos de los años setenta, los años ochenta y los noventa:
"Las generaciones políticas son importantes para la continuidad de los movimientos sociales de tres modos. En primer lugar, la identidad colectiva de una generación política permanece a lo largo del tiempo, como ha sucedido con las mujeres que participaron en el movimiento feminista de la década de los setenta. En segundo lugar, cuando declina la protesta, un movimiento social continúa teniendo repercusión si una generación de veteranos del mismo traslada sus elementos clave a las instituciones y otros movimientos sociales. Las instituciones e innovaciones establecidas por los activistas en estos otros escenarios, no sólo sirven de agentes de cambio, sino que también pueden coadyuvar en el resurgimiento de una oleada futura de movilización. En tercer lugar, un movimiento social cambia a medida que entran en él nuevos participantes y redefinen su identidad colectiva. La entrada continua de microgrupos construye una identidad colectiva que se determina por su contexto y, por lo tanto, los activistas que entran durante el resurgimiento, crecimiento y culminación del movimiento difieren unos de otros. Pese a los cambios graduales que ocurren continuamente dentro de los movimientos sociales, existen claramente cambios más pronunciados en ciertos puntos. En esos momentos,, una serie de microgrupos convergen en una generación política, cuando sus similitudes mutuas sobrepasan a las diferencias existentes en el conjunto de microgrupos que constituyen una segunda generación política... Así, el paso de los movimientos sociales de una generación a otra se vuelve clave para que el movimiento sobreviva a largo plazo".
Whittier muestra, basándose en el caso específico de Columbus (Ohio), así como en la revisión de los datos de fuentes secundarias, la persistencia y renovación del movimiento feminista, incluido el feminismo radical, durante tres décadas, de los años sesenta a los noventa. Fundamenta su argumento en diversas fuentes. Parece que la "era postfeminista" fue una manipulación interesada de ciertas tendencias a corto plazo, excesivamente aireadas por los medios de comunicación. Pero Whittier también destaca de forma convincente la profunda transformación del feminismo radical, que llevó, a veces, a que existiera una considerable dificultad para el entendimiento entre las generaciones: "Las recién llegadas al movimiento de mujeres se están movilizando por metas feministas de modos diferentes a los de las activistas más antiguas, que a veces consideran los esfuerzos de sus sucesoras apolíticos o malencaminados... Las recién llegadas construyeron un modelo diferente de sí mismas como feministas". Como resultado de estas profundas diferencias,
"es doloroso para las feministas veteranas ver que las que acaban de entrar en el movimiento desechan sus creencias más queridas o cambian las organizaciones por las que ellas lucharon. Los debates recientes dentro de la comunidad feminista exacerban los sentimientos de muchas mujeres porque ellas y sus creencias son vulnerables al ataque. En las "guerras de los sexos" en particular, las practicantes lesbianas del sadomasoquismo, junto con mueres heterosexuales y otras, sostuvieron que las mujeres debían tener el derecho de actual libremente acerca de cualquier deseo sexual y acusaron a quienes enseñaban otra cosa de ser antisexuales, ´tibias´ o puritanas".
Las principales diferencias entre las generaciones políticas de feministas no parecen estar relacionadas con la antigua divisoria entre liberales y radicales, ya que Whittier coincide en su observación con el desdibujamiento de esa definición ideológica en la acción colectiva de las mujeres cuando se confrontan a una vigorosa reacción violenta del patriarcado. Parece que tres temas diferentes, en cierta medida interrelacionados, interfieren la comunicación entre las veteranas y las recién llegadas al movimiento feminista radical. El primero es la creciente importancia del lesbianismo en el movimiento feminista. No es que estuviera ausente de él en las épocas anteriores o que las feministas radicales se opusieran, sino que los estilos de vida de las lesbianas, y su hincapié en romper el molde de las familias heterosexuales, así como los problemas tácticos para llegar a la corriente mayoritaria de las mujeres desde las trincheras de un movimiento con un núcleo central lesbiano, hizo que el componente no lesbiano del feminismo radical cada vez se sintiera menos a gusto con la notoriedad lesbiana. El segundo, una división mucho más pronunciada, es la importancia que otorgan las nuevas generaciones de feministas a la expresión sexual en todas sus formas. Incluye, por ejemplo, la ruptura del código "clásico" del modo de vestirse feminista, que evitaba las trampas de la feminidad, para resaltar el atractivo sexual y la expresión propia en la presentación de las mujeres. También se extiende a la aceptación de todas las manifestaciones de la sexualidad de las mujeres, incluida la bisexualidad y la experimentación. La tercera división es consecuencia, en realidad, de las otras dos. Más seguras de sí mismas y más separatistas en sus valores culturales y políticos, las feministas radicales más jóvenes, y sobre todo las lesbianas, se muestran más abiertas que las anteriores a colaborar con los movimientos sociales de los hombres y a relacionarse con organizaciones de hombres, precisamente porque se sienten menos amenazadas por esas alianzas, puesto que ya han construido su autonomía, a menudo mediante el separatismo. El principal punto de alianza es el establecido entre las lesbianas y los gays (por ejemplo, en Queer Nation), que comparten su opresión por parte de la homofobia y coinciden en su defensa de la liberación sexual y en su crítica de la familia heterosexual/patriarcal. Sin embargo, Whittier también expone que las feministas radicales antiguas y nuevas comparten valores fundamentales y coinciden en las mismas luchas.
Otras tensiones internas del movimiento feminista se originan precisamente por su expansión en todo el conjunto de clases y grupos étnicos de los Estados Unidos. Aunque las pioneras de la década de los sesenta que redescubrieron el feminismo eran en general blancas, de clase media y tenían educación superior, en las tres décadas siguientes los temas feministas se vincularon con las luchas que las mujeres afroamericanas, latinas o de otras minorías étnicas habían venido realizando tradicionalmente en sus comunidades. Las mujeres trabajadoras, tanto a través de los sindicatos como de las organizaciones autónomas de mujeres trabajadoras, se movilizaron en defensa de sus demandas, aprovechando el nuevo contexto de legitimidad para sus luchas. Siguió una diversificación creciente de los movimientos de las mujeres y una cierta vaguedad en su autodefinición feminista. No obstante, según las encuestas de opinión, desde mediados de los años ochenta, la mayoría de las mujeres se relacionaron positivamente con los temas y causas feministas, debido precisamente a que el feminismo no se asociaba con ninguna postura ideológica particular. El feminismo se convirtió en la palabra (y bandera) común para todas las fuentes de opresión de las mujeres como tales, a la que cada mujer, o categoría de mujeres, uniría su reivindicación personal o colectiva y su etiqueta.
Así pues, mediante diversas prácticas y autoidentificaciones, mujeres de orígenes diferentes y con metas diferentes, pero que compartían una fuente de opresión común que las definía desde su exterior, construyeron una nueva identidad colectiva: esto es, de hecho, lo que hizo posible la transición de las luchas de las mujeres al movimiento feminista. Como escribe Whittier: "Propongo definir el movimiento de las mujeres de acuerdo con la identidad colectiva asociada con él, en lugar de hacerlo de acuerdo con sus organizaciones formales... Lo que hace a las organizaciones, redes e individuos parte de un movimiento social es su fidelidad compartida a un conjunto de creencias, prácticas y modos de identificarse que constituyen la identidad feminista colectiva".
¿Son pertinentes estas preguntas y respuestas, inspiradas por la experiencia estadounidense, para el feminismo de otras culturas y países? ¿Pueden relacionarse, en general, con el feminismo los problemas de las mujeres y sus luchas? ¿Hasta qué punto es colectiva esta identidad colectiva cuando se considera a las mujeres en una perspectiva global?
¿Es global el feminismo?
Para adelantar una respuesta tentativa a esta pregunta tan fundamental, aunque sea superficialmente, debemos distinguir varias zonas del mundo. En el caso de Europa Occidental, Canadá y Australia, parece evidente que existe un movimiento feminista extendido, diverso y multifacético, en ascenso en la década de los noventa, si bien con intensidades y características diferentes. En Gran Bretaña, por ejemplo, tras un declive a comienzos de los años ochenta, en buena parte motivado por el asalto neoconservador provocado por el thatcherismo, las ideas feministas y la causa de las mujeres calaron toda la sociedad. Al igual que en los Estados Unidos, por una parte, las mujeres lucharon por la igualdad y por obtener poder propio en el trabajo, los servicios sociales, la legislación y la política. Por otra parte, el feminismo cultural y el lesbianismo resaltaron la especificidad de las mujeres y crearon organizaciones alternativas propias. Por su hincapié en las identidades singulares da la impresión de que existe una fragmentación en el movimiento. No obstante, como escribe Gabriele Griffin:
"Es cierto que muchos grupos de mujeres se dan nombres que especifican ciertas identidades... Esta identificación proporciona el ímpetu para su activismo. En determinado nivel, el activismo feminista basado en la política de identidad lleva a la fragmentación, que muchas feministas consideran típica del clima político actual y que supone que está en contraste directo con la homogeneidad, el objetivo común y la movilización de masas del Movimiento (de liberación) de las Mujeres, todo con letras mayúsculas. Esto me parece un mito, un planteamiento retrospectivo nostálgico de una edad dorada del feminismo que probablemente nunca existió. Las organizaciones feministas articuladas en torno a un solo problema o a una única identidad, que son tan comunes en los años noventa, puede que tengan la desventaja de una política excesivamente singularizada, pero su propia especificidad también puede ser una garantía de su experiencia y su influencia, de un trabajo intenso claramente definido dentro de un ámbito específico".
Así, diversas organizaciones monotemáticas pueden operar sobre múltiples problemas de la mujer, y las mujeres pueden participar en diferentes organizaciones. Son este entrelazamiento e interconexión de personas, organizaciones y campañas los que caracterizan a un movimiento feminista vital, flexible y diverso.
En toda Europa, en cada país concreto, el feminismo tiene una amplia presencia, tanto en las instituciones de la sociedad como en la constelación de grupos, organizaciones e iniciativas feministas que nutren mutuamente, debaten entre sí (a veces acaloradamente) y mantienen un flujo incesante de reivindicaciones, presiones e ideas sobre la condición, los temas y la cultura de la mujer. En general, el feminismo, como en los Estados Unidos y Gran Bretaña, se ha fragmentado y ninguna organización o institución particular puede pretender hablar en nombre de las mujeres. Más bien existe una línea transversal a lo largo de toda la sociedad que destaca los intereses de las mujeres y sus valores, de los comités profesionales a las expresiones culturales y los partidos políticos, muchos de los cuales han establecido un porcentaje mínimo de mujeres entre sus dirigentes (en general, la norma, raramente cumplida, determina un 25% de dirigentes y diputados, de tal modo que las mujeres "sólo" están un 50% subrepresentadas).
Las antiguas sociedades estatistas presentan situaciones peculiares. Por una parte, los países estatistas ayudaron/obligaron a la plena incorporación de la mujer al trabajo remunerado, abrieron el acceso a la educación y establecieron una extensa red de servicios socales y guarderías, aunque se prohibió el aborto durante largo tiempo y no se dispuso de contracepción. Las organizaciones de mujeres estaban presentes en todas las esferas de la sociedad, si bien bajo el control total del Partido Comunista. Por otra parte, el sexismo era dominante y el patriarcado, omnipresente en la sociedad, instituciones y política. Como resultado, maduró una generación de mujeres muy fuertes que sentían su potencial pero que tenían que luchar a diario para abrirse camino y realizar parte de ese potencial. Tras la desintegración del comunismo soviético, el feminismo como movimiento organizado es débil y, hasta ahora, está limitado a unos pocos círculos de intelectuales occidentalizadas, mientras que las antiguas organizaciones paternalistas están desapareciendo. No obstante, la presencia de las mujeres en la esfera pública ha aumentado espectacularmente en la década de los noventa. En Rusia, por ejemplo, el Partido de las Mujeres, aunque bastante conservador en cuanto a sus posiciones y miembros, recibió en torno a un 8% de los votos en las elecciones parlamentarias de 1995, mientras que varias mujeres iban camino a convertirse en figuras políticas clave. Existe un sentimiento extendido en la sociedad rusa acerca de que las mujeres podrían desempeñar un papel decisivo para rejuvenecer el liderazgo político. En 1996, por primera vez en su historia, una mujer fue elegida gobernadora del distrito Nacional de los Coriacos. Es más, las nuevas generaciones de mujeres, educadas en los valores de la igualdad y con espacio para expresarse personal y políticamente, parecen estar dispuestas para cristalizar su autonomía individual en la identidad y acción colectivas. Es fácil predecir un importante desarrollo del movimiento de las mujeres en Europa Oriental, bajo sus propias formas de expresión culturales y políticas.
En el Asia industrializada, sigue reinando el patriarcado, apenas cuestionado. Ello resulta particularmente sorprendente en Japón, una sociedad con una elevada tasa de participación femenina en la mano de obra, una población femenina bien educada y una corriente vigorosa de movimientos sociales en los años sesenta. Aún así, las presiones de los grupos de mujeres y del Partido Socialista llevaron a que la legislación limitara la discriminación laboral de éstas en 1986. Pero, en general, el feminismo se limita a los círculos académicos y las mujeres profesionales siguen sufriendo una discriminación descarada. En Japón están plenamente presentes los rasgos estructurales necesarios para desatar una fuerte crítica feminista, pero la ausencia, hasta ahora, de esa crítica a una escala suficiente para que tenga repercusión en la sociedad demuestra a las claras que la especificidad social (en este caso, la fortaleza de la familia patriarcal japonesa y el cumplimiento por parte de los hombres de sus deberes como patriarcas, en general) determina el desarrollo real de un movimiento, prescindiendo de las fuentes estructurales de descontento. Las mujeres coreanas están aún más sometidas que las japonesas, aunque recientemente han aparecido los embriones de un movimiento feminista. China sigue al borde del modelo estatista contradictoria de apoyar los derechos de la "mitad del cielo" mientras se la mantiene bajo el control de la "mitad del infierno". Sin embargo, el desarrollo de un vigoroso movimiento feminista en Taiwan, desde finales de la década de los ochenta, desmiente la idea de que la mujer debe estar sometida bajo la tradición patriarcal del confucianismo.
A lo largo del denominado mundo en vías de desarrollo, la situación es compleja, incluso contradictoria. El feminismo, como expresión ideológica o política autónoma, es claramente el coto vedado de una pequeña minoría de mujeres profesionales e intelectuales, aunque su presencia en los medios de comunicación amplifica su repercusión muy por encima de su número. Además, en diversos países, sobre todo en Asia, las dirigentes se han convertido en figuras destacadas de la política de sus países (En India, Paquistán, Bangladesh, Filipinas, Birmania y quizás Indonesia en un futuro no muy lejano) y en símbolos de la democracia y el desarrollo. Aunque el hecho de que sean mujeres no garantiza sus cualidades como tales y la mayoría de las políticas operan dentro del marco de la política patriarcal, no puede ignorarse su repercusión como modelos, sobre todo para las jóvenes, y para romper los tabúes de la sociedad.
Sin embargo, el acontecimiento más importante, a partir de la década delos ochenta, es el extraordinario ascenso de las organizaciones populares, en general puestas en marcha y dirigidas por mujeres, en las áreas metropolitanas del mundo en vías de desarrollo. Fueron estimuladas por los procesos simultáneos de explosión urbana, crisis económica y políticas de austeridad, que dejaron a la gente y sobre todo a las mujeres, con el dilema simple de luchar o morir. Junto con el aumento del empleo de las mujeres, tanto en las nuevas industrias como en la economía informal urbana, ha transformado su condición, organización y conciencia, como se ha demostrado, por ejemplo, en los estudios realizados por Ruth Cardoso de Leite o Maria da Gloria Gohn en Brasil, Alejandra Massolo en México o Helena Useche en Colombia. De estos esfuerzos colectivos, no sólo se han desarrollado organizaciones populares que han tenido repercusión en las políticas las instituciones, sino que además ha surgido una nueva identidad colectiva, como mujeres dotadas de poder. Así, Alejandra Massolo, para concluir su análisis de los movimientos sociales urbanos basados en las mujeres de la Ciudad de México, escribió:
"La subjetividad femenina de las experiencias de lucha es una dimensión reveladora del proceso societal de construcción de nuevas identidades colectivas en el escenario de la conflictividad urbana. Los movimientos urbanos de los años setenta y principios de los ochenta hicieron visible, y por lo tanto distinguible, la ´insólita´ identidad colectiva de segmentos de las clases populares. Las mujeres han sido parte de la fabricación social de esta nueva identidad colectiva -desde sus matrices territoriales cotidianas, reconvertidas a matrices de la acción colectiva que emprendieron. Le otorgaron a la construcción del ´nosotros´ identidad colectiva, la inherente pluralidad compleja de las motivaciones, significados y expectativas del género femenino que contienen los movimientos populares urbanos, aunque no emerjan de la problemática del género, aunque sean mixtos y las dirigencias masculinas".
Es esta presencia masiva de las mujeres en la acción colectiva de los movimientos populares en todo el mundo, y su autoidentificación explícita como actoras colectivas, la que está transformando su conciencia y sus papeles sociales, incluso en ausencia de una ideología feminista articulada.
Sin embargo, aunque el feminismo está presente n muchos países, y se ha producido una explosión de luchas/organizaciones de las mujeres por todo el mundo, el movimiento feminista muestra formas y orientaciones muy diferentes de acuerdo con los contextos culturales, institucionales y políticos donde surge. Por ejemplo, el feminismo en Gran Bretaña se vio marcado desde su inicio a finales de los años sesenta por su estrecha relación con los sindicatos, el Partido Laborista, la izquierda socialista y, además, el estado del bienestar. Era más explícitamente político -esto es, orientado hacia el estado- que el feminismo estadounidense y se conectaba de forma más directa con los problemas diarios de las mujeres trabajadoras. No obstante, debido a su proximidad con la política de izquierdas y el movimiento obrero, sufrió durante los años setenta luchas internas debilitadoras entre las diferentes ramas de feministas socialistas y radicales. Por ejemplo, la popular campaña de 1973 "Sueldos para las amas de casa" fue criticada por algunas feministas debido a su aceptación implícita de la posición subordinada de la mujer en el hogar, induciéndola potencialmente a quedarse en su encierro doméstico. Esta vinculación contradictoria con el sindicalismo y la política socialista afectó al mismo movimiento. Como escribe Rowbotham:
"Probablemente existe cierta verdad en el argumento de que la importancia otorgada al apoyo sindical -más determinante en Gran Bretaña que en muchos otros movimientos de liberación de la mujer- influyó en los términos en que se presentó la demanda del aborto. Los rancios salones de juntas de los sindicatos no son los lugares más apropiados para peroratas ilustradas sobre la multiplicidad del deseo femenino. Pero... creo que es más probable que sea, en parte, debido a una evasión dentro del propio movimiento de liberación de la mujer. El movimiento quiso evitar contraponer heterosexualidad y lesbianismo, pero en el proceso, la esfera de la autodefinición personal se estrechó y toda discusión sobre el placer heterosexual quedó relegada".
En parte como resultado de esta renuencia a afrontar su diversidad y a desviarse de la racionalidad estratégica de la política tradicional, el feminismo británico resultó debilitado por la fuerza inexorable del thatcherismo de la década delos ochenta. No obstante, tan pronto como una nueva generación de feministas se sintió libre delos antiguos lazos de la política partidista y la lealtad sindical, el feminismo resurgió en la década de los noventa, no sólo como feminismo cultural, y como lesbianismo, sino en una multiplicidad de expresiones que incluyen, pero no en una posición hegemónica, al feminismo socialista y el feminismo institucionalizado.
El feminismo español se vio aún más marcado por el contexto político en el que nació, el movimiento democrático contra la dictadura de Franco de mediados de los años setenta. La mayoría de las organizaciones de mujeres estaban vinculadas con la oposición antifranquista semiclandestina, como la Asociación de Mujeres Demócratas, influida por el Partido Comunista, y la Asociación de Amas de Casa, organizada territorialmente. Cada tendencia política, sobre todo las de la izquierda revolucionaria, tenía su organización de "masas" de mujeres. En Cataluña y el País Vasco, las organizaciones de mujeres y las feministas también tenían sus organizaciones propias, que reflejaban las divisiones nacionales de la política española. Hacia el fin del franquismo, en 1974-1977, comenzaron a aparecer colectivos feministas autónomos en el clima de liberación cultural y política que caracterizó la España de los años setenta. Uno de los más innovadores e influyentes fue el Frente de Liberación de la Mujer, con base en Madrid. Tenía pocos miembros (menos de 100 mujeres), pero centró su actividad en llamar la atención de los medios de comunicación, utilizando su red de mujeres periodistas, con lo que obtuvo popularidad para las reivindicaciones y discursos de las mujeres. Se centró en el derecho al aborto, el divorcio (ambos ilegales por entonces en España) y la libre expresión de la sexualidad de las mujeres, incluido el lesbianismo. Estaba muy influido por el feminismo cultural y por las ideas francesas/italianas del feminisme de la différence, pero también participó en la lucha por la democracia, junto a las organizaciones de mujeres comunistas y socialistas. Sin embargo, con el establecimiento de la democracia en España en 1977, y con la llegada al poder del Partido Socialista en 1982, todos los movimientos feministas autónomos desaparecieron, precisamente debido a su éxito institucional y político. En 1981 se legalizó el divorcio, y el aborto, con restricciones, en 1984. El Partido Socialista promovió un Instituto de la Mujer, dentro del gobierno, que actuó como un grupo de presión feminista frente al gobierno. Muchas activistas feministas, y sobre todo las del Frente de Liberación de la Mujer, se unieron al Partido Socialista y ocuparon cargos dirigentes en el parlamento, la administración y, en menor medida, el gobierno. Una destacada feminista socialista del movimiento sindical, Matilde Fernández, fue nombrada ministra de Asuntos Socales y ejerció su influencia y vigorosa voluntad para fortalecer las causas de las mujeres en la segunda mitad del régimen socialista. En 1993 la reemplazó como ministra Cristina Alberdi, otra veterana del movimiento feminista y prestigiosa jurista. Carmen Romero, la esposa del presidente del gobierno, Felipe González, y militante socialista desde hacia mucho tiempo como él, fue elegida al parlamento y desempeñó un papel importante en la modificación del sexismo tradicional del partido. Por ejemplo, se aprobó una norma en los estatutos del partido que reservaba el 25% de los cargos dirigentes a las mujeres (una promesa que se cumplió en 1997). Ahí pues, por una parte, la repercusión del feminismo fue importante para mejorar la condición legal, social y económica de las mujeres españolas, así como para facilitar su entrada en cargos prominentes de la política, las empresas y la sociedad en general. En las nuevas generaciones, las actitudes del machismo tradicional resultaron espectacularmente erosionadas. Por otra parte, el movimiento feminista desapareció prácticamente como movimiento autónomo, vaciado de sus cuadros y centrado por completo en la reforma institucional. Quedó poco espacio para el feminismo lesbiano y para destacar la diferencia y la sexualidad. No obstante, la nueva tolerancia obtenida en la sociedad española ayudó a que creciera un nuevo feminismo, de orientación más cultural, en los años noventa, más próximo a las tendencias feministas actuales de Gran Bretaña o Francia, y distante de la política tradicional, excepto en el País Vasco, donde mantuvo sus vínculos autodestructivos con el movimiento separatista radical. Así pues, el feminismo español ejemplifica el potencial de utilizar la política y las instituciones para mejorar la condición de las mujeres, así como la dificultad de continuar siendo un movimiento social autónomo cuando se logra la institucionalización.
Nuestra última exploración de las variaciones del feminismo, en el contexto más amplio en que el movimiento se desarrolla, nos lleva a Italia, donde tuvo lugar el que quizás fue el movimiento feminista de masas más potente e innovador de toda Europa durante la década de los setenta. Como escribe Bianca Becalli: "De la investigación histórica del feminismo italiano se desprenden dos temas claros: la estrecha asociación entre el feminismo y la izquierda, y el significado particular del entrelazamiento de igualdad y diferencia". En efecto, el feminismo contemporáneo italiano surgió, al igual que la mayoría de los movimientos feministas de Occidente, de vigorosos movimientos sociales que sacudieron a Italia a finales de la década de los sesenta y comienzos de la de los setenta. Pero, a diferencia de sus equivalentes, el movimiento feminista italiano incluyó una influyente corriente dentro del sindicalismo italiano y fue bien recibido y apoyado por el Partido Comunista italiano, el mayor fuera del mundo comunista, y el partido que contaba con mayor número de afiliados de Italia. Así pues, las feministas italianas lograron popularizar sus temas, como feministas, entre grandes sectores de mujeres, incluidas las de la clase obrera, durante los años setenta. las demandas económicas y de igualdad se entretejieron con la liberación de la mujer, la crítica del patriarcado y la subversión de la autoridad, tanto en la familia como en la sociedad. Sin embargo, la relación entre el feminismo y la izquierda, y sobre todo con la izquierda revolucionaria, no fue fácil. En efecto, en diciembre de 1975, il servizio d´ordine (el servicio de orden) de Lotta Continua, la organización mayor y más radical de extrema izquierda, insistió en proteger la manifestación de las mujeres de esta organización en Roma y cuando éstas rechazaron su protección, les dieron una paliza, provocando la secesión de las mujeres de la organización y la disolución de la propia Lotta Continua unos cuantos meses después. la creciente autonomía de la organización de inspiración comunista Unione delle Donne Italieane (UDI) frente al partido acabó llevando a la autodisolución de la primera en 1978. No obstante, en general, hubo muchos vínculos entre la organización de las mujeres, los sindicatos y los partidos políticos de izquierda (excepto los socialistas), y mucha receptividad entre los dirigentes de los partidos y los sindicatos hacia los problemas de las mujeres e incluso los discursos feministas. Esta estrecha colaboración dio como resultado una de las legislaciones más avanzadas de Europa sobre la mujer trabajadora, así como la legalización del divorcio (mediante referéndum en 1974) y el aborto. Durante un largo período, en la década de los setenta, esta colaboración política corrió pareja con la proliferación de colectivos de mujeres que suscitaron los temas de la autonomía de las mujeres, su diferencia cultural, su sexualidad y el lesbianismo como tendencias separadas que interactuaron con el mundo de la política y la lucha de clases. Y, sin embargo,
"Al finalizar la década (1979), el feminismo estaba en declive; y el comienzo de los años ochenta presenció su desaparición casi total como movimiento. Dejó de estar presente en las luchas políticas y se fragmentó y distanció aún más, a medida que las activistas feministas fueron comprometiendo sus energías en proyectos y experiencias privados, ya fueran de naturaleza individual o comunal. Así fue como el ´nuevo´ movimiento feminista, siguiendo el ejemplo de otros ´nuevos movimientos sociales´ de los años setenta, evolucionó para convertirse sólo en otra forma de política de estilo de vida.
¿Por qué fue así? No utilizaré las palabras de Beccalli para dar mi interpretación, aunque no creo que contradiga su relato. Por una parte, las mujeres italianas conquistaron considerables reformas legales y económicas, entraron masivamente en el mercado laboral y las instituciones educativas, debilitando el sexismo y, lo que es más importante, el poder tradicional ejercido por la Iglesia católica sobre sus vidas. Así pues, se ganaron las batallas abiertas y claras en las que la izquierda, los sindicatos y las mujeres podían convergir fácilmente, aunque la victoria no siempre se explotó hasta sus últimas consecuencias, como en el caso de la Ley sobre la Igualdad que, como sostiene Beccalli, no alcanzó a su modelo británica. Al mismo tiempo, la estrecha conexión entre el movimiento de las mujeres y la izquierda provocó la crisis del feminismo político junto con la crisis de la propia izquierda. la izquierda revolucionaria, que vivía en una fantasía marxista/maoísta (elaborada con una inteligencia e imaginación notables, que hacían los paraísos artificiales aún más artificiales), se desintegró en la segunda mitad de la década de los setenta. El movimiento sindical, aunque no tuvo que vérselas con una reacción violenta del neoconservadurismo como en Gran Bretaña o los estados Unidos, en los años ochenta se enfrentó con las nuevas realidades de la globalización y el cambio tecnológico y hubo de aceptar las limitaciones de la interdependencia internacional del capitalismo italiano. La economía red, que tomó como modelo la Emilia Romagna, hizo a las firmas italianas dinámicas y competitivas, pero al precio de socavar de forma decisiva el poder de negociación sindical, concentrado en las grandes fábricas y el sector público. El Partido Comunista fue apartado del poder por un frente anticomunista encabezado por el Partido Socialista. Y este último utilizó las palancas del poder para financiarse ilegalmente y comprar su sueño de sorpasso (esto es, sobrepasar a los comunistas en el voto popular): el sistema judicial cogió a los socialistas antes de que éstos pudieran alcanzar a los comunistas, que, mientras tanto, habían dejado de ser comunistas y se habían unido a la Internacional Socialista. Apenas resulta sorprendente que las feministas italianas, muy políticas, se fueran a casa. Pero no al hogar de sus esposos/padres, sino a la Casa de las Mujeres, a una cultura de las mujeres diversa y vital que, a finales de los años ochenta, había reinventado el feminismo, resaltando la differenza sin olvidar la egalitá. Luce Irigaray y Adrienne Rich reemplazaron a Marx, Mao y Alexandra Kollontai como puntos de referencia intelectuales. No obstante, en los años noventa, los nuevos colectivos continuaron vinculando el discurso feminista y las reivindicaciones de las mujeres, sobre todo en los gobiernos locales controlados por la izquierda. Una de las campañas más innovadoras y activas se ocupó de la reorganización del tiempo, del horario laboral al de atención al público de los comercios y los servicios públicos, para hacerlos flexibles, adaptados a las vidas múltiples de las mujeres. En la década de los noventa, pese a la amenaza política de Berlusconi y los neofascistas, que propugnaban la recuperación de los valores familiares tradicionales, la llegada al poder de una coalición de centro-izquierda, incluido el ahora socialista Partito Democratico de Sinistra (ex comunista) en 1996, abrió la vía para una nueva renovación institucional. Esta vez basándose en un movimiento feminista autónomo y descentralizado que había aprendido las lecciones de "bailar con lobos".
Así pues, el feminismo, y las luchas de las mujeres, tienen altibajos a lo largo de todo el paisaje de la experiencia humana en este fin de milenio, volviendo siempre a la superficie con nuevas formas y cada vez más vinculados con otras fuentes de resistencia a la dominación, a la vez que mantienen la tensión entre la institucionalización política y la autonomía cultural. Los contextos en los que se desarrolla el feminismo moldean al movimiento en una serie de formas y discursos. Y, no obstante, sostengo que hay un núcleo esencial (sí, he dicho esencial) de valores y fines constituyentes de identidad (es) que impregna toda la polifonía cultural del feminismo.
Feminismo: una polifonía inductiva
La fuerza y vitalidad del movimiento feminista radica en su diversidad, en su adaptabilidad a las culturas y épocas. Por lo tanto, para tratar de encontrar el núcleo fundamental de su fuerza de transformación, compartido por todos los movimientos, primero debemos reconocer su diversidad. Para interpretar el sentido de esa diversidad, propongo una tipología de los movimientos feministas basada en la catalogación de los movimientos sociales de Touraine, presentada en el capítulo 2. El empleo de esta tipología es analítico, no descriptivo. Es imposible reflejar el perfil multifacético del feminismo a lo largo de los países y culturas en los años noventa. Como todas las tipologías, es reduccionista, una circunstancia particularmente desgraciada en lo que se refiere a las prácticas de las mujeres, ya que éstas han reaccionado justamente contra su catalogación y etiquetado constantes en la historia como objetos, más que como sujetos. Además, los movimientos feministas específicos, y las mujeres concretas dentro de ellos, suelen trascender estas y otras categorías, mezclando identidades, adversarios y objetivos en la definición propia de su experiencia y lucha. Asimismo, algunas de las categorías puede que representen a segmentos muy reducidos del movimiento feminista, si bien las considero pertinentes desde el punto de vista analítico. Pero, en general, creo que puede ser útil considerar las distinciones presentadas en el esquema 4.1 como un modo de abordar la diversidad de los movimientos feministas y un paso necesario para investigar lo que tienen en común.
Baja estos tipos he incluido, al mismo tiempo, acciones colectivas y discursos individuales que se debaten en el feminismo y su entorno. Ello se debe a que, como expuse antes, el feminismo no se agota en las luchas militantes. También es, y algunas veces de forma fundamental, un discurso: un discurso que subvierte el papel de las mujeres en la historia de los hombres, con lo que se transforma la relación históricamente dominante entre espacio y tiempo, como sugiere Irigaray:
"Los dioses, Dios, primero crearon el espacio... El propio Dios sería tiempo, exteriorizándose en su acción en el espacio, en lugares... ¿Acaso podrían invertirse en la diferencia sexual, donde lo femenino se experimenta como espacio, pero a menudo con connotaciones del abismo y la noche... mientras que lo masculino se experimenta como tiempo? La transición a una nueva era requiere un cambio en nuestra percepción y concepción del espacio-tiempo, de la forma de habitar en los lugares, y de los continentes, o envoltorios de la identidad".
Esquema 4.1 Tipología analítica de los movimientos feministas
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TIPO:
1. Derechos de las mujeres (liberal, socialista); 2. Feminismo cultural; 3. Feminismo esencialista (espiritualismo, ecofeminismo); 4. Feminismo lesbiano; 5. Identidades específicas de las mujeres (étnica, nacional, autodefinida; ej.; feminista lesbiana negra); 6. Feminismo práctico (trabajadoras, defensa personal, maternidad, etc.)
IDENTIDAD:
1. Las mujeres como seres humanos; 2. Comunidad de mujeres; 3. El ser mujer; 4. Heermandad sexual/cultural; 5. Identidad autoconstruida; 6. Mujeres/amas de casa explotadas/maltratadas.
ADVERSARIO:
1. Estado patriarcal y/o capitalismo patriarcal; 2. Instituciones y valores patriarcales; 3. El modo masculino de ser; 4. Heterosexualidad patriarcal; 5. Dominación cultural; 6. Capitalismo patriarcal.
OBJETIVO:
1. Igualdad de derechos (incluidos los reproductivos); 2. Autonomía cultural; 3. Libertad matriarcal; 4. Abolición de los géneros mediante el separatismo; 5. Multiculturalismo sin géneros; 6. Supervivencia/dignidad.
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Esta transición y este cambio se están operando mediante un despliegue de movimientos de mujeres, algunos de los cuales se presentan en el esquema 4.1, cuyo contenido trataré de aclarar.
La defensa de los derechos de la mujer es lo primordial para el feminismo. En efecto, todas las demás formas incluyen esta afirmación básica de las mujeres como seres humanos, no como muñecas, objetos, cosas o animales, en los términos de la crítica feminista clásica. En este sentido, el feminismo es una extensión del movimiento por los derechos humanos. Este movimiento se presenta en dos versiones, liberal y socialista, aunque esta inclusión como variantes de un mismo tipo puede resultar sorprendente dad su marcada oposición ideológica. En efecto, son diferentes, pero, en lo referente a la identidad, ambos afirman los derechos de las mujeres como iguales a los hombres, Difieren en su análisis de las raíces del patriarcado y en su creencia o incredulidad en la posibilidad de reformar el capitalismo y operar dentro de las reglas de la democracia liberal mientras satisfaga los objetivos supremos de la igualdad. Ambos incluyen en los derechos de las mujeres los económicos y los reproductivos. Y ambos consideran que la obtención de estos derechos es su objetivo, aunque pueden divergir considerablemente en las prioridades tácticas y el lenguaje. Las feministas socialistas consideran que la lucha contra el patriarcado está vinculada necesariamente con la superación del capitalismo, mientras que el feminismo liberal plantea la transformación socioeconómica con una perspectiva más escéptica, centrándose en el avance de la causa de las mujeres con independencia de otras metas.
El feminismo cultural se basa en el intento de construir instituciones de mujeres alternativas, espacios de libertad, dentro de la sociedad patriarcal, cuyas instituciones y valores se consideran el adversario. A veces se asocia con el "feminismo de la diferencia", aunque no supone esencialismo. Comienza con la afirmación doble de que las mujeres son diferentes, sobre todo debido a su historia diferencial, y de que en todo caso sólo pueden reconstruir su identidad y encontrar sus propios caminos construyendo su propia comunidad. En muchos caos esto implica el deseo de separación de los hombres o al menos de las instituciones dominadas por éstos. Pero no lleva necesariamente al lesbianismo o al separatismo de los hombres y, de este modo, orientar las demandas de las mujeres atendiendo a valores alternativos, como la ausencia de competitividad y de violencia, la colaboración y la multidimensionalidad de la experiencia humana, conducentes a una nueva identidad de las mujeres y de su cultura, que podría inducir la transformación cultural de la sociedad en general.
El movimiento de "concienciación", en los orígenes del feminismo radical, se vinculó con el feminismo cultural y originó todo un conjunto de redes de organizaciones e instituciones de mujeres que se convirtieron en espacios de libertad, protección, apoyo y comunicación: librerías, clínicas sanitarias, cooperativas, todas de mujeres. Aunque estas organizaciones proporcionaban servicios a las mujeres y se convirtieron en herramientas organizativas para diversas movilizaciones en favor de sus derechos, también generaron y difundieron una cultura alternativa que estableció la especificidad de sus valores.
El feminismo esencialista avanza un paso más y proclama, de forma simultánea, la diferencia esencial de las mujeres frente a los hombres, arraigada en la biología y la historia, y la superioridad moral/cultural de la feminidad como modo de vida. En la formulación de Fuss, "el esencialismo invoca una feminidad pura u original, una esencia femenina, fuera de las fronteras de los social y, por lo tanto, no contaminada (aunque quizás reprimida) por el orden patriarcal". Por ejemplo, para Luce Irigaray, una voz articulada e influyente del feminismo esencialista, "por nuestros labios somos mujeres".
"¿Cómo puedo decir esto? Que somos mujeres desde el principio. Que no tenemos que volvernos mujeres por ellos, etiquetadas por ellos, sacralizadas y profanadas por ellos. Que eso ha pasado siempre, sin sus esfuerzos. Y que su historia, sus historias, constituyen el lugar de nuestro desplazamiento... Sus propiedades son nuestro exilio. Sus recintos, la muerte de nuestro amor. Sus palabras, la mordaza sobre nuestros labios... Corramos a inventar nuestras propias frases. Para que en todo lugar y por siempre podamos seguir abrazando... Nuestra fuerza radica en la propia debilidad de nuestra resistencia. Durante largo tiempo han apreciado lo que vale nuestra flexibilidad para sus propios abrazos e impresiones. ¿Por qué no disfrutar nosotras mismas? Mejor que dejarnos someter a su herraje. Mejor que ser fijadas, estabilizadas, inmovilizadas. Separadas... Podemos arreglárnoslas sin modelos, normas o ejemplos. No nos demos órdenes, mandatos o prohibiciones. Que nuestros imperativos sólo sean llamadas a movernos, a ser movidas, juntas. Que nunca nos establezcamos leyes, ni moralicemos ni hagamos la guerra".
La liberación es "hacer ´consciente´ a cada mujer del hecho de que lo que ha sentido en su experiencia personal es una condición compartida por todas las mujeres, lo que permite la politización de esas experiencias". Al aceptar la especificidad de sus cuerpos, las mujeres no quedan atrapadas en la biología, sino que, por el contrario, escapan de su definición por parte de los hombres, que han ignorado su verdadera naturaleza. En un orden masculino, las mujeres serán aniquiladas de forma permanente porque se las caracteriza desde fuera de su experiencia corporal, primordial: sus cuerpos han sido reinterpretados y su experiencia reformulada por los hombres. Sólo reconstruyendo su identidad en virtud de su especificidad biológica y cultural pueden convertirse las mujeres en ellas mismas.
Por ejemplo, el renacimiento del feminismo italiano, a comienzos de la década de los ochenta, lo marcó en cierto modo la afirmación de la diferencia de las mujeres y la primacía otorgada a la reconstrucción de su identidad atendiendo a su especificidad biológica/cultural, expresada en el popular folleto Piú donne che uomini, publicado por la Librería de la Mujer de Milán. Trataba de abordar la incapacidad de las mujeres para actuar en la esfera pública, destacando su necesidad de trabajar de forma independiente, en buena medida determinada por su especificidad biológica. Encontró un amplio eco entre las mujeres italianas.
Otra corriente de esencialismo enlaza la feminidad con la historia y la cultura, y reclama el mito de una era dorada matriarcal en la que los valores de las mujeres y el culto a la diosa aseguraban la armonía social. El espiritualismo y el ecofeminismo también se encuentran entre las manifestaciones más vigorosas del esencialismo, uniendo biología e historia, naturaleza y cultura, en la afirmación de una nueva era construida en torno a los valores de las mujeres y su fusión con la naturaleza.
El esencialismo está sometido a un duro ataque en el movimiento feminista, tanto de base política como por parte de las perspectivas intelectuales opuestas. En lo referente a la política, se sostiene que las diferencias esencialistas entre hombres y mujeres hacen el juego a los valores tradicionales del patriarcado y justifican el mantenimiento de la mujer en su dominio privado, en una posición necesariamente inferior. En cuanto al aspecto intelectual, las feministas materialistas, como Christine Delphy y Monique Wittig, consideran el sexo anatómico una construcción social. Para ellas, el género no crea la opresión; más bien es la opresión la que crea el género. La feminidad es una categoría masculina y la única liberación consiste en quitar todo género a la sociedad, suprimiendo la dicotomía hombre/mujer.
No obstante, la afirmación de la especificidad irreductible de las mujeres y la propuesta de reconstruir la sociedad en torno a los valores femeninos tiene un innegable atractivo entre las mujeres y las feministas, a la vez que proporciona la vinculación con las vigorosas tendencias de espiritualismo y ecologismo radical, características de la era de la información.
El feminismo lesbiano ha sido el componente de los movimientos feministas de los países desarrollados (y no sólo en los Estados Unidos) que más de prisa ha crecido y el más militante en la última década, organizado en diversos colectivos, así como en comités y tendencias dentro de movimientos feministas más amplios. No puede de ningún modo asimilarse a una orientación sexual particular. Adrienne Rich propone la noción de "continuo lesbiano" para incluir un amplio espectro de experiencias de mujeres, marcadas por su opresión por parte de las instituciones inseparables del patriarcado y la heterosexualidad obligatoria, y su resistencia las mismas. En efecto, el Manifiesto de las Lesbianas Radicales de los Estados Unidos comienza con la declaración siguiente: "¿Quién es lesbiana? Una lesbiana es la rabia de todas las mujeres condensada en el punto de explosión". Desde esta perspectiva, el lesbianismo, como la separación radical y consciente de las mujeres de los hombres como fuentes de su opresión, es el discurso/práctica de la liberación. Ello explica el éxito del lesbianismo electivo para muchas mujeres, como el modo de expresar su autonomía frente al mundo de los hombres de una forma intransigente. En palabras de Monique Wittig:
"La negativa a convertirse en heterosexual (o a seguir siéndolo) significa siempre la negativa a convertirse en un hombre o una mujer, conscientemente o no. Para una lesbiana, llega más lejos que la negación del papel de la ´mujer´. Es la negación del poder económico, ideológico y político del hombre... Somos fugitivas de nuestra clase, del mismo modo que los esclavos fugados estadounidenses huían de la esclavitud y se hacían libres. para nosotras, es una necesidad absoluta; nuestra supervivencia exige que aportemos toda nuestra fuerza a la destrucción de la clase de mujeres dentro de la cual los hombres se apropian de ellas. Y ello sólo puede lograrse mediante la destrucción de le heterosexualidad como sistema social que se basa en la opresión de las mujeres por los hombres y que produce la doctrina de la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión".
Puesto que la hetrosexualidad es el supremo adversario, el feminismo lesbiano encuentra en el movimiento gay un aliado potencial, aunque ambivalente.
Cada vez más, el movimiento feminista se está fragmentando en una multiplicidad de identidades feministas que constituyen la definición primordial para muchas feministas. Como sostuve antes, ello no es una fuente de debilidad, sino de fortaleza, en una sociedad caracterizada por redes flexibles y alianzas variables en la dinámica de los conflictos sociales y las luchas de poder. Estas identidades son autoconstruidas aun cuando suelan utilizar la etnicidad, y a veces la nacionalidad, para establecer fronteras. El feminismo negro, el feminismo chicano, el feminismo japonés, el feminismo lesbiano negro, pero también el feminismo lesbiano sadomasoquista, o autodefiniciones territoriales/étnicas, como las Southall Black Sisters de Inglaterra, no son sino ejemplos de las posibilidades infinitas de identidades autodefinidas mediante las cuales las mujeres se ponen en movimiento. Al hacerlo, se oponen a la uniformidad del feminismo, que consideran una nueva forma de dominación cultural, no ajena a la lógica patriarcal de sobreimponer la oficialidad a la diversidad real de las experiencias de las mujeres. En algunos casos, la identidad propia comienza con un seudónimo, como en el de la escritora feminista negra bell hooks: "Elegí el nombre de bell hooks porque era un nombre de familia, porque tenía un sonido fuerte. Durante toda mi infancia, este nombre se utilizó para hablar de la memoria de una mujer fuerte, una mujer que dijo lo que pensaba... Reclamar este nombre era un modo de enlazar mi voz con un legado ancestral de mujeres que hablan, de poder de las mujeres". Así pues, la construcción propia de la identidad no es la expresión de una esencia, sino una apuesta de poder que las mujeres, tal como son, movilizan para las mujeres tal como quieren ser. Reclamar la identidad confiere poder.
He elegido de forma deliberada un término polémico, feministas prácticas, para hacer referencia a la corriente más amplia y profunda de las luchas de las mujeres en el mundo actual, sobre todo en el mundo en vías de desarrollo, pero también entre las mujeres de la clase obrera y las organizaciones comunitarias de los países industrializados. Por supuesto, todas las feministas son prácticas en el sentido de que todas socavan a diario, de modos muy diferentes, los cimientos del patriarcado, ya sea luchando por los derechos de la mujer o desmitificando los discursos patriarcales. pero también pudiera ser que muchas mujeres sean feministas en la práctica, aunque no reconozcan la etiqueta, o ni siquiera tengan una conciencia de oponerse al patriarcado. Así pues, surge la pregunta: ¿puede existir el feminismo sin una conciencia feminista? ¿No son en la práctica feminismo las luchas y organizaciones de las mujeres a lo largo de todo el mundo por sus familias (sobre todo por sus hijos), sus vidas, su trabajo, su techo, su salud, su dignidad? Francamente, estoy indeciso sobre este punto y mi trabajo sobre las comunidades urbanas latinoamericanas y mis lecturas sobre otras zonas del mundo sólo agudizan mi ambivalencia, así que lo más que puedo hacer es transmitirla.
Por una parte, sostengo la norma clásica de que "no hay clase sin conciencia de clase" y el principio metodológico fundamental de definir los movimientos sociales por los valores y fines que expresan. Desde esta perspectiva, la aplastante mayoría de luchas y organizaciones de las mujeres, en el mundo en vías de desarrollo y más allá, no expresan una conciencia feminista y, lo que es más importante, no se oponen de forma explícita al patriarcado y la dominación masculina, ya sea en su discurso o en los fines de sus movimientos. Los temas del feminismo cultural, del feminismo lesbiano o de la liberación sexual raramente están presentes entre los movimientos populares de mujeres, aunque tampoco están ausentes, como expone la reveladora experiencia del movimiento de lesbianas taiwanés. No obstante, el feminismo explícito de los países en vías de desarrollo sigue siendo en general elitista, lo que nos dejaría con una división bastante fundamental entre feminismo y luchas de las mujeres, que también tendrían una connotación Norte/Sur. En efecto, el Foro de las Mujeres de la ONU celebrado en Pekín mostró algunas pruebas de esta división, amplificada y aireada por algunas partes interesadas, a saber, la "Cruzada de la Media Luna", formada por el Vaticano y los islamistas, que luchan codo con codo contra el feminismo y los derechos reproductivos de las mujeres.
Por otra parte, a través de su acción colectiva, las mujeres de todo el mundo vinculan su lucha y su opresión con sus vidas cotidianas. Consideran que la transformación de su condición en la familia está conectada con su intervención en la esfera pública. Escuchemos las palabras de una mujer que vive en una chabola de Bogotá, según las recoge Helena Useche en sus relatos de mujeres desde las trincheras de la investigación social activista:
"De unos años para acá la mujer se ha hecho sentir y ahora nos valoran mucho, no más el hecho de que el compañero no vea a la mujer como la que está allá en la casa cocinando, lavando, planchando, sino como una compañera aportando también económicamente, porque ahora es muy rarito el marido que le dice a la mujer: yo trabajo y usted se queda en la casa. Ahí esta la alternativa que dimos nosotras como jardines, ayudar a más mujeres, hacerlas concientes de la situación del pueblo; antes las mujeres no se interesaban ni por eso. Nos preocupamos no solamente por ser mamás sino por saberlo ser".
¿Es esto feminismo? Quizá sea una cuestión de traducción cultural. No entre lenguas o continentes, sino entre experiencias. Quizás el desarrollo paralelo de las luchas y organizaciones de las mujeres y los discursos y debates feministas sea solamente un estadio en el desarrollo histórico de un movimiento, cuya existencia global, una vez plenamente desplegada, podría ser el resultado de la interacción y la trasnformación recíproca de ambos componentes.
Si el feminismo es tan diverso que hasta posiblemente incluya a las mujeres de movimientos que no se denominan a sí mismas feministas o incluso que pondrían objeciones al término, ¿tiene sentido mantener la palabra (después de todo, inventada por un hombre, Charles Fourier) o declarar la existencia de un movimiento feminista? Creo que sí, por una importante razón teórica: en todos los tipos de feminismo, presentados en el esquema 4.1, la tarea fundamental del movimiento, a través de las luchas y los discursos, es de/re/construir la identidad de las mujeres despojando del género a las instituciones de la sociedad. Se reclaman los derechos de las mujeres, en su nombre, como sujetos autónomos de los hombres y de los papeles que se les asignan bajo el patriarcado. El feminismo cultural construye la comunidad de las mujeres para despertar la conciencia y reconstruir la personalidad. El feminismo esencialista afirma la especificidad irreductible de las mujeres y proclama sus valores superiores autónomos. El feminismo lesbiano, al rechazar la heterosexualidad, vacía de significado la división sexual de la existencia que subyace tanto en la virilidad como en la feminidad. Las identidades múltiples de las mujeres redefinen los modos de ser atendiendo a us experiencia real, ya sea vivida o fantaseada. Y las luchas de las mujeres por la supervivencia y la dignidad les confiere poder, con lo que se subvierte a la mujer patriarcalizada, definida precisamente por su sumisión. Bajo diferentes formas y mediante caminos diferentes, el feminismo diluye la dicotomía patriarcal hombre/mujer tal como se manifiesta en las instituciones y la práctica sociales. Al hacerlo, construye no una, sino muchas identidades, cada una de las cuales, mediante su existencia autónoma, se incauta de micropoderes en la red mundial de las experiencias vitales.
(Se omiten varios subapartados de este mismo capítulo del libro de Manuel Castells: La fuerza del amor: movimientos de liberación de lesbianas y gays; Feminismo, lesbianismo y movimientos de liberación sexual en Taipei; Espacios de libertad: la comunidad gay de San Francisco; Recapitulación: identidad sexual y familia patriarcal.)
FAMILIA, SEXUALIDAD Y PERSONALIDAD EN LA CRISIS DEL PATRIARCADO
En la sociedad que se separa y divorcia, la familia nuclear genera una diversidad de nuevos lazos de parentesco asociados, por ejemplo, con las denominadas familias recombinadas. Sin embargo, la naturaleza de estos lazos cambia en la medida en que están sometidos a una mayor negociación que antes. Las relaciones de parentesco solían darse por sentadas sobre la base de la confianza; ahora la confianza ha de negociarse y concertarse, y el compromiso es un tema importante tanto en esto como en las relaciones sexuales. Anthony Giddens. The transformation of Intimacy, pag. 96
La transformación de la familia
La crisis del patriarcado, inducida por la interacción entre el capitalismo informacional y los movimientos sociales feminista y de identidad sexual, se manifiesta en la diversidad creciente de formas de asociación entre la gente para compartir la vida y criar a los hijos. Ilustraré este punto utilizando los datos estadounidenses para simplificar el argumento. Sin embargo, no quiero dar a entender que, por definición, todos los países y culturas sigan esta evolución. Pero si las tendencias sociales, económicas y tecnológicas que subyacen la crisis del patriarcado están presentes a lo largo del mundo, es plausible que la mayoría de las sociedades reconstruyan o reemplacen sus instituciones patriarcales, si bien a partir de las condiciones específicas de su cultura e historia. La exposición que sigue, basada empíricamente en las tendencias estadounidenses, pretende identificar los mecanismos sociales que conectan la crisis de la familia patriarcal y la transformación de la identidad sexual con la redefinición social de la vida familiar y, de este modo, con los sistemas de personalidad.
No se trata de la desaparición de la familia, sino de su profunda diversificación y del cambio en su sistema de poder. En efecto, la mayoría de la gente continúa casándose: el 90% de los estadounidenses lo hacen a lo largo de su vida. Cuando se divorcian, el 60% de las mujeres y el 75% de los hombres vuelven a casarse, como media, dentro de los tres años siguientes. Y los gays y las lesbianas luchan por su derecho al matrimonio legal. No obstante, los matrimonios tardíos, la frecuencia de las parejas de hecho y las altas tasas de divorcio (estabilizadas en torno a la mitad de los matrimonios totales) y separación se combinan para producir un perfil cada vez más diverso de la vida familiar y no familiar. Los denominados "hogares no familiares" se duplicaron entre 1960 y 1995, aumentando del 15% al 29% de los hogares, incluyendo, naturalmente, a los ancianos solos, con lo que reflejan una tendencia demográfica al mismo tiempo que un cambio cultural. Las mujeres representan dos tercios de los hogares de un solo miembro. Lo que es más significativo, la categoría arquetípica "parejas casadas con hijos" descendió del 44.2% de los hogares en 1960 al 25.5% en 1995. Así pues, el "modelo" de la familia nuclear patriarcal es real sólo para algo más de un cuarto de los hogares estadounidenses. Stacey cita fuentes que indican que si consideramos la versión más tradicional del patriarcado, es decir, la pareja casada con hijos, en la que el único que gana el sustento es el varón y la esposa es ama de casa de tiempo completo, la proporción desciende hasta el 7% del total de hogares.
La vida de los niños se ha transformado... Más de un cuarto de los niños no vivían con sus dos progenitores en 1990, en contraste con menos de un 13% en 1960. Es más, según un estudio de la Oficina del Censo Estadounidense, en 1991 la proporción de hijos que vivían con sus dos padres biológicos era sólo del 50.8%. Otras fuentes también calculan que "cerca del 50% del total de los niños no viven con ambos padres genéticos". Las adopciones han aumentado de forma sustancial en las dos últimas décadas y 20,000 niños han nacido mediante la fertilización in vitro. Las tendencias, todas apuntando en la misma dirección de la desaparición de la familia nuclear patriarcal, son las que realmente cuentan: la proporción de niños que viven con un solo progenitor se duplicó entre 1970 y 1990, alcanzando el 25% del total. Entre estos niños, la proporción de los que vivían con una madre casada de nuevo aumentó del 7% en 1970 al 31% en 1990. Los hogares cuya cabeza de familia es una madre sola con hijos aumentó un 90.5% en los años setenta y un 21.2% adicional en los ochenta. Los hogares cuya cabeza de familia es un padre solo con hijos, aunque sólo suponían el 3.1% del total en 1990, crecen aún más de prisa: un 80.6% en la década de los setenta y un 87.2% en la de los ochenta. Las familias cuya cabeza de familia es una mujer sin esposo presente crecieron del 11% del total de las familias en 1970 al 18% en 1994. El porcentaje de niños que viven con su madre se duplicó entre 1970 y 1994, del 11 al 22%, mientras que la proporción de los que viven sólo con su padre se triplicó en el mismo período, pasando del 1 al 3%.
Los nuevos perfiles de la organización de la vida se multiplican. En 1980, había 4 millones de familias recombinadas (que incluyen los niños de matrimonios previos); en 1990, 5 millones. En 1992, un cuarto de las mujeres solteras mayores de 18 años tenían hijos; en 1993, había 3 millones y medio de parejas no casadas, de las cuales el 35% tenían niños en el hogar; el número de padres no casados con hijos se suplicó de 1980 a 1992; un millón de niños vivían con sus abuelos en 1990 (un 10% más desde los años sesenta), de un total de 3 millones y medio de niños que compartían su hogar con un abuelo. Los matrimonios precedidos por cohabitación ascendieron del 8% de finales de los años sesenta al 49% de mediados de los ochenta y la mitad de las parejas de hecho tienen hijos. Además, con la entrada masiva de la mujer en el mercado de trabajo y su papel indispensable como proveedora de la familia, pocos niños pueden disfrutar del cuidado a tiempo completo de sus madres o de sus padres. En 1990, tanto el esposo como la esposa trabajaban fuera del hogar en cerca de un 70% de las familias de parejas casadas y el 58% de las madres con hijos pequeños trabajaban fuera del hogar. El cuidado de los hijos es un problema importante para las familias y se realizaba en sus hogares por parientes o vecinos en el caso de dos tercios de los niños, a los cuales debemos añadir las ayudas domésticas sin registrar. Las mujeres pobres, a las que es imposible pagar por el cuidado de sus hijos, se enfrentan a la elección de separarse de ellos o renunciar al trabajo, cayendo luego en la trampa de la beneficencia, que puede llevar a que les quiten a sus hijos.
Existen escasas estimaciones fiables sobre los hogares y familias del mismo sexo. Una de las pocas es la realizada por Gonsioreck y Weinrich, según los cuales, un 10% de la población masculina estadounidense es gay y entre un 6 y un 7% de la población femenina es lesbiana. Calculan que en torno a un 20% de la población masculina gay estuvo casada alguna vez y que, entre un 20 y un 50% de ella, tuvo hijos. Las lesbianas suelen ser madres, muchas de ellas de matrimonios heterosexuales previos. Una valoración de ámbito muy amplio propone la cifra de niños que viven con sus madres lesbianas entre 1.5 y 3.3 millones. El número de niños que viven con sus progenitores gays o lesbianas se estima entre 4 y 6 millones. Entre los hogares sin familia, la categoría de crecimiento más rápido es "otros hogares sin familia", que aumentó del 1.7% del total de hogares en 1970 al 5% en 1995. En este grupo, según el censo estadounidense, se encuentran quienes comparten casa, los amigos y las personas sin parentesco. De hecho, esta categoría incluiría tanto a las parejas heterosexuales como a las homosexuales que cohabitan sin hijos.
En cuanto a las proyecciones para el futuro inmediato, utilizando las estimaciones de la Universidad de Harvard sobre la formación de los hogares hasta el año 2000, como porcentaje del total de hogares, las parejas casadas con hijos se espera que desciendan aún más, del 31.5% en 1980 al 23.4% en 2000, mientras que los hogares de una sola persona pueden aumentar del 22.6% al 26.6%, superando estadísticamente al hogar tipo de parejas casadas con hijos. Los padres solos ascenderían ligeramente del 7.7% al 8.7%. Las parejas casadas sin hijos se convertirían en el tipo de hogar más numeroso, pero no predominante, permaneciendo en torno al 29.5% del total, un efecto de la supervivencia mayor de ambos cónyuges, junto con el reemplazo de estas antiguas parejas casadas con hijos por una gama más diversificada de formas de hogar. En efecto, lo que denominan "otros hogares", que comprende modos de organizar la vida heterogéneos, se proyecta que aumenten su proporción del 8.8% en 1980 al 11.8% en 2000. En general, en las estimaciones y proyecciones de la Universidad de Harvard, mientras que en 1960 tres cuartos de los hogares estadounidenses estaban formados por parejas casadas y los hogares no familiares representaban sólo el 15% del total, en el año 2000, las parejas casadas supondrán en torno al 53% y los hogares no familiares aumentarán su proporción al 38%. De este panorama estadístico surge un cuadro de diversificación, de fronteras movibles en la asociación de las personas, con una proporción mayor y en aumento de niños que se socializan en formas familiares que eran marginales, o hasta impensables, sólo hace tres décadas, un instante medido en tiempo histórico. Así que, ¿cuáles son estos nuevos modos de organizarse? ¿Cómo vive ahora la gente, fuera y dentro de la familia, más allá de las fronteras del patriarcado? Sabemos algo sobre ellos, tras los estudios pioneros realizados por Stacey, Reigot y Spina, Susser, y otros. Como escribe Stacey:
"Las mujeres y los hombres han estado rehaciendo creativamente la vida familiar estadounidense durante las tres últimas décadas de convulsión postindustrial. De las cenizas y residuos de la familia moderna, han sacado un conjunto diverso, a menudo incongruente, de recursos culturales, políticos, económicos e ideológicos, creando nuevas estrategias de género y parentesco para afrontar los retos, las cargas y las oportunidades postindustriales."
En el estudio de Reigot y Spina sobre las nuevas formas de las familias, se alcanzan conclusiones similares. No ha surgido un nuevo tipo prevaleciente de familia: la diversidad es la regla. Pero algunos elementos parecen ser cruciales en los nuevos modos de organizarse: redes de apoyo, concentración creciente en torno a la mujer, sucesión de parejas y modelos a lo largo del ciclo vital Las redes de apoyo, a menudo entre los miembros de familias de parejas divorciadas, son una forma nueva e importante de sociabilidad y división de la carga, sobre todo cuando los hijos han de compartirse y mantenerse entre los dos padres, una vez que ambos forman nuevos hogares. Así pues, un estudio sobre las parejas divorciadas de clase media de los suburbios de San Francisco descubrió que un tercio de ellas sostenían lazos de parentesco con las anteriores esposas y sus familiares. Las redes de apoyo de mujeres son cruciales para las madres solas, así como para las madres que trabajan tiempo completo, según los casos estudiados tanto por Reigot y Spina, Susser, y Coleman y Ganong. En efecto, como escribe Stacey, "si hay una crisis familiar, es una crisis familiar masculina". Además, puesto que la mayor parte de la gente sigue tratando de formar familias, a pesar de los desengaños o de las elecciones equivocadas, las familias con padrastros o madrastras y una sucesión de parejas se convierten en la norma. Debido tanto a la experiencia vital como a la complejidad de los hogares, los modos de organizarse dentro de la familia, con la distribución de papeles y responsabilidades, ya no se ajustan a la tradición: deben negociarse. Así, Coleman y Ganong, tras observar la ruptura generalizada de la familia, concluyen: "¿Significa ello el fin de la familia? No. Significa, sin embargo, que muchos de nosotros viviremos en nuevas familias, más complejas. En estas nuevas familias, los papeles, las reglas y las responsabilidades puede que hayan de negociarse más que darse por sentados, como es típico en las familias más tradicionales".
Así pues, el patriarcado en la familia se está eliminando por completo en el caso de la proporción creciente de hogares cuya cabeza de familia es una mujer y desafiando seriamente en la mayoría del resto, debido a las negociaciones y condiciones pedidas por las mujeres y los niños en el hogar. Asimismo, otra proporción creciente de hogares, que quizás pronto alcance casi el 40%, no se refiere a familias, con lo que se evita el significado de la familia patriarcal como una institución en gran parte de la práctica de la sociedad, pese a su imponente presencia como mito.
En estas condiciones, ¿qué sucede con la socialización de los niños, subyacente en la reproducción de la división de géneros de la sociedad y, por lo tanto, en le reproducción del mismo patriarcado?
La reproducción del ´maternaje´ bajo la no reproducción del patriarcado
No hay espacio dentro de los límites de este capítulo para entrar en detalle en unos datos empíricos complejos, diversificados y polémicos, la mayoría de los cales están ocultos en los archivos clínicos de los psicólogos infantiles, sobre la transformación de la socialización familiar en el nuevo entorno familiar. Pero creo que pueden adelantarse varias hipótesis atendiendo a la obra clásica de la psicoanalista feminista Nancy Chodorow. En su Reorpoduction of Mothering, propone un modelo psicoanalítico simple, elegante y poderoso de la producción/reproducción del género, un modelo que depuró y complementó en sus escritos posteriores. Aunque su teoría es polémica, y el psicoanálisis no es sin duda el único planteamiento para comprender los cambios de personalidad en la crisis del patriarcado, proporciona, a mi parecer, un útil punto de partida para teorizar esos cambios. Comencemos resumiendo el modelo analítico de Chodorow con sus propias palabras, para luego desarrollar las implicaciones de este modelo para la personalidad y el género en las condiciones de la crisis del patriarcado. Siguiendo a Chodorow, la reproducción del "maternaje" es central para la reproducción del género. Sucede a través de un proceso psicológico inducido socioestructuralmente, que no es producto de la biología, ni de la enseñanza de roles. En sus palabras:
"Las mujeres, como madres, producen hijas con capacidades maternales y el deseo de ser madres. Estas capacidades y necesidades se construyen y crecen en la misma relación madre-hija. En contraste, las mujeres como madres (y los hombres como no madres) producen hijos cuyas capacidades y necesidades de crianza han sido recortadas y reprimidas de forma sistemática. Ello prepara a los hombres para su papel familiar afectivo posterior y para su participación primordial en el mundo impersonal y extrafamiliar del trabajo y la vida pública. La división sexual y familiar del trabajo, en la que las mujeres son madres y participan más en las relaciones interpersonales y afectivas que los hombres, produce en las hijas e hijos una división de las capacidades psicológicas que los lleva a reproducir esta división sexual y familiar del trabajo... La principal responsabilidad de las mujeres es el cuidado de los niños dentro y fuera de las familias; las mujeres en general quieren ser madres y se sienten gratificadas por su "maternaje"; y con todos los conflictos y contradicciones, las mujeres han tenido éxito en el ´maternaje´ "
Este modelo de reproducción tiene una repercusión extraordinaria en la sexualidad y, por lo tanto, en la personalidad y la vida familiar: "Como las mujeres son madres, el desarrollo de la elección de objeto heterosexual difiere para hombres y mujeres". Los niños conservan a sus madres como el primer objeto de amor en su niñez y, debido al tabú fundamental, tienen que pasar por el proceso clásico de separación y resolución de su complejo de edipo, mediante la represión de su unión a la madre. Cuando se hacen adultos, los hombres están dispuestos para encontrar una primera relación con alguien como su madre (cursivas de Chodorow). Las cosas son diferentes para las niñas:
"Como su primer objeto de amor es una mujer, una niña, para obtener su orientación heterosexual apropiada, debe transferir su primera elección de objeto a su padre y los hombres... Para las niñas, así como para los niños, las madres son el primer objeto de amor. Como resultado, el establecimiento estructural interno del objeto de la heterosexualidad femenina difiera del de los varones. Aunque el padre de una niña se convierte en una primera persona muy importante, lo hace en el contexto de un triángulo relacional bisexual... Luego, para las niñas, no hay un cambio absoluto de objeto, ni una unión exclusiva con sus padres... Las implicaciones que ello supone son dobles. En primer lugar, la naturaleza de la relación heterosexual difiere para niños y niñas. La mayoría de las mujeres surgen de su complejo de edipo orientadas hacia su padre y los hombres como objetos eróticos primarios, pero está claro que los hombres tienden a permanecer emocionalmente secundarios, o al menos emocionalmente iguales, comparados con la primacía y exclusividad del lazo edípico de los niños hacia su madre y las mujeres. En segundo lugar... las mujeres, según Deutch, experimentan las relaciones heterosexuales en un contexto triangular, en el cual los hombres no son objetos exclusivos para ellas. La implicación de su afirmación se confirma por el examen transcultural de la estructura familiar y las relaciones entre los sexos, que sugiere que la proximidad conyugal es la excepción y no la regla."
En efecto, los hombres tienden a enamorarse románticamente, mientras que las mujeres, debido a su dependencia económica y sus sistema afectivo orientado hacia las mujeres, se dedican frente a los hombres a un cálculo más complejo, en el que el acceso a los recursos es primordial, según el estudio transcultural realizado por Buss sobre las estrategias del emparejamiento humano. Pero sigamos con la lógica de Chodorow:
"Aunque es probable que (las mujeres) se vuelvan heterosexuales en el aspecto erótico y así permanezcan (si bien cada vez con más excepciones a la regla), las dificultades delos hombres ante el amor y su propia historia relacional con sus madres las alienta a buscar en otras partes amor y gratificación emocional. Un modo de satisfacer esas necesidades es mediante la creación y el mantenimiento de relaciones personales importantes con otras mujeres... Sin embargo, para muchas mujeres, las relaciones afectivas profundas con otras mujeres son difíciles de conseguir de una forma rutinaria, diaria y continuada. Las relaciones lesbianas sí que tienden a recrear madres-hijas, pero la mayoría de las mujeres son heterosexuales... Existe una segunda alternativa... Dada la situación triangular y la asimetría emocional de su propia crianza, la relación de una mujer con un hombre requiere en el nivel de la estructura psíquica una tercera persona, ya que se estableció originalmente en un triángulo... Luego un hijo completa el triángulo relacional para una mujer".
En efecto, "las mujeres llegan a querer y necesitar una relación primordial con los hijos". Para los hombres, una vez más, es diferente, debido a su unión primordial con sus madres y, después, con la figura semejante a sus madres: "Para los hombres, en contraste, sólo la relación heterosexual recrea el primer lazo con su madre; un hijo la interrumpe (las cursivas son mías). Los hombres, además, no se definen en la relación y han llegado a suprimir las capacidades relacionales y a reprimir la necesidad de relacionarse. Esto los prepara para participar en el mundo denegador de afecto del trabajo alienado, pero no para satisfacer las necesidades de intimidad y relaciones fundamentales de las mujeres". As pues, "la falta de disponibilidad emocional de los hombres y el compromiso heterosexual menos exclusivo de las mujeres ayuda a asegurar el "maternaje" de estas últimas". En definitiva,
"los rasgos institucionalizados de la estructura familiar y las relaciones sociales de reproducción se reproducen a sí mismos. Una investigación psicoanalítica muestra que las capacidades maternales y los compromisos de las mujeres, así como las capacidades y necesidades psicológicas generales que son la base del funcionamiento de sus emociones, se incorporan a la personalidad femenina durante su desarrollo. Como el ´maternaje´ de las mujeres lo realizan mujeres, crecen con las capacidades y necesidades, y la definición psicológica de ser-en relación, que las compromete con la maternidad. Los hombres, puesto que reciben el ´maternaje´ de las mujeres, no saben ´maternar´. Las mujeres ´maternan´ hijas que, cuando se convierten en mujeres, son madres.
El modelo de Chodorw ha sido criticado, de forma particular por las teóricas lesbianas y las feministas materialistas, y acusado de minimizar la homosexualidad, de fijar el patriarcado y de predeterminar la conducta individual. En realidad no es así. La propia Chodorow ha aclarado su punto de vista: "Declaro -contra la generalización- que los hombres y las mujeres aman de tantos modos como hombres y mujeres hay". Y ha depurado su análisis destacando que "la diferenciación no es distinción y separación, sino un modo particular de relacionarse con los otros". Sostiene, y estoy de acuerdo, que el problema de las mujeres no es reclamar su identidad femenina, sino su identificación con una identidad que ha sido socialmente devaluada bajo el patriarcado. Lo que Chodorow analiza no es un proceso biológico eterno de especificidad masculina/femenina, sino un mecanismo fundamental de reproducción del género y, por lo tanto, de la identidad, sexualidad y personalidad, en las condiciones del patriarcado y la heterosexualidad, como ha afirmado repetidas veces.
Mi pregunta, entonces, es si este modelo institucional/psicoanalítico puede ayudarnos a comprender lo que ocurre cuando la familia patriarcal se desintegra. Trataré de enlazar mis observaciones sobre las nuevas formas familiares y los modos de organizar la vida con la teoría de Chodorow. En la condición clásica patriarca/heterosexual ahora en desaparición, las mujeres heterosexuales se relacionan primordialmente con cuatro tipos de objetos: los hijos como objeto de su ´maternaje´, las redes de mujeres como su principal apoyo emocional, los hombres como objetos eróticos y los hombres como proveedores de la familia. En las condiciones actuales, para la mayoría de las familias y mujeres, el cuarto objeto ha sido suprimido como proveedor exclusivo. Las mujeres pagan un alto precio, en tiempo de trabajo y en pobreza, por su independencia económica o por su papel indispensable como proveedoras de la familia, pero, en general, la base económica de la familia patriarcal se ha erosionado, ya que la mayor parte delos hombres también necesitan los ingresos de las mujeres para alcanzar un nivel de vida aceptable. Como los hombres ya eran secundarios como elementos de apoyo emocional, esto los deja primordialmente con su papel de objetos eróticos, una fuente menguante de interés para las mujeres en una época de amplio desarrollo de sus redes de apoyo (incluidas las expresiones de afecto en un "continuo lesbiano") y teniendo en cuenta el trabajo que ya tienen para combinar la maternidad con sus vidas laborales.
Así pues, el primer modo de organizar la vida, resultado de la crisis del patriarcado, correspondiendo a la lógica del modelo de Chodorow, es la formación de familias de madre/hijos, que se basan en el apoyo de las redes de mujeres. Estas "comunas de madres/hijos" experimentan de vez en cuando la visita de los hombres, en el caso de las mujeres heterosexuales, en un patrón de parejas sucesivas que dejan tras de sí más hijos y más razones para el separatismo. Cuando las madres envejecen, las hijas se convierten en madres a su vez, reproduciendo el sistema. Luego las madres se convierten en abuelas, reforzando las redes de apoyo, tanto en relación con sus hijas y nietos, como respecto a las hijas y los niños de los hogares de sus redes. No es un modelo separatista, sino un modelo centrado en la mujer bastante autosuficiente, donde los hombres van y vienen. El principal problema de este modelo centrado en la mujer, como señaló Barbara Ehrenreich hace años, es su débil base económica. guarderías, servicios sociales, educación y oportunidades laborales para las mujeres son los eslabones que faltan para que este modelo se convierta en una comunidad de mujeres autosuficiente a escala social.
La situación de los hombres, pese a ser más privilegiada socialmente, es más complicada en cuanto a lo personal. Con el descenso de su poder de negociación económica, ya no suelen poder imponer una disciplina en la familia mediante la retención de los recursos. A menos que participen en una paternidad igualitaria, no pueden alterar los mecanismos básicos por los cuales sus hijas se producen como madres y ellos como deseadores de mujeres/madres para ellos mismos. Así pues, continúan yendo en pos de la mujer, como su objeto de amor, no sólo erótico sino emocional, así como su paño de lágrimas y, no hay que olvidarlo, su útil trabajadora doméstica. Con menos hijos, las mujeres trabajando, los hombres ganando menos y en puestos de trabajo menos seguros y con las ideas feministas en plena difusión, los hombres se enfrentan a diversas opciones, ninguna de las cuales es la reproducción de la familia patriarcal, si este análisis es correcto.
La primera es la separación, "la huida del compromiso", y, en efecto, observamos esa tendencia en las estadísticas. El narcisismo consumista puede ayudar, sobre todo en los años más jóvenes. No obstante, a los hombres no se les da bien la creación de redes, la solidaridad y las relaciones, rasgo que también explica la teoría de Chodorow. En efecto, las reuniones con los amigotes es una práctica habitual en la sociedades patriarcales tradicionales. Pero, según recuerdo de mi experiencia española (antigua y reciente), las reuniones y juergas de "hombres solos" se basan en la asunción de que en casa les espera el apoyo familiar/femenino. Sólo en una estructura estable de dominación que satisfaga las necesidades afectivas básicas, los hombres pueden actuar juntos, por lo general, hablando de ello, presumiendo de ello y pavoneándose ante las mujeres. Las penas de hombres se vuelven silenciosas y deprimentes cuando desaparecen las mujeres: se transforman de repente en mausoleos alcoholizados del poder masculino. En efecto, en la mayoría de las sociedades, los hombres solteros tienen peor salud, longevidad menor y tasas de suicidio y depresión más elevadas que los casados. Lo contrario les ocurre a las mujeres que se divorcian o separan, pese a las frecuentes, pero generalmente breves, depresiones posteriores al divorcio.
Una segunda alternativa es la homosexualidad. En efecto, parece que se está extendiendo entre los hombres cuyas predisposiciones biológicas permiten ambas formas de expresión sexual, pero que, en las circunstancias del patriarcado privilegiado, hubieran optado por evitar el estigma homosexual. La homosexualidad aumenta las posibilidades de redes de apoyo, de las cuales los hombres suelen estar privados. También facilita la asociación igualitaria o negociada, ya que las normas sociales no asignan roles dominantes en la pareja. Así pues, las familias gays pueden ser el entorno experimental del igualitarismo de la vida cotidiana para algunos hombres.
No obstante, para la mayoría de los hombres, la solución a largo plazo más aceptable y estable es renegociar el contrato de la familia heterosexual. }Ello incluye compartir las tareas domésticas, la participación económica, la participación sexual y, sobre todo, compartir plenamente la paternidad. Esta última condición es crucial para los hombres porque sólo en esas circunstancias puede alterarse el "efecto Chodorow" y las mujeres podrían reproducirse no sólo como madres, sino como mujeres que desean a los hombres, y los hombres podrían criarse no sólo como amantes de las mujeres, sino como padres de los hijos. En efecto, a menos que se invierta este mecanismo, la simple reforma de los acuerdos económicos y de poder en la familia no puede durar como una condición satisfactoria para los hombres porque, como siguen anhelando a la mujer como su objeto de amor exclusivo, y cada vez son menos necesitados por éstas, su rendición condicional en la familia nuclear reformada está llena de resentimiento estructural. Así pues, más allá de la negociación individual en la familia reformada, la posibilidad futura de reconstruir familias heterosexuales viables radica en la subversión del género mediante la revolución de la paternidad, como sugirió Chorodow en primer lugar. Sin pasar a otra ronda de detalles estadísticos, permítaseme decir que, aunque se ha efectuado un progreso considerable en esta dirección, la paternidad igualitaria aún tiene un largo camino que recorrer y su avance es más lento que el ascenso del separatismo, tanto para los hombres como para las mujeres.
Las principales víctimas de esta transición cultural son los niños, ya que cada vez están más desamparados en las condiciones actuales de crisis familiar. Su situación puede empeorar, tanto debido a que las mujeres se quedan con ellos en situaciones materiales difíciles, como a que, al buscar autonomía y supervivencia personal, comienzan a descuidarlos del mismo modo que lo hacen los hombres. Puesto que el apoyo del estado de bienestar está disminuyendo, se deja a los hombres y las mujeres la solución de los problemas de sus hijos, mientras pierden el control de sus propias vidas. El aumento dramático del maltrato de niños en muchas sociedades, sobre todo en los Estados Unidos, podría muy bien ser una expresión del desconcierto de la gente acerca de su vida familiar. Al expresarme así, no abrazo en absoluto el argumento neoconservador que culpa al feminismo, o a la liberación sexual, de los problemas de los niños. Estoy llamando la atención sobre un tema fundamental de nuestra sociedad que ha de abordarse sin prejuicios ideológicos: se está descuidando masivamente a los niños, como documentan los científicos sociales y los periodistas. La solución no es el regreso imposible a una familia patriarcal obsoleta y opresiva. La reconstrucción de la familia bajo relaciones igualitarias y la responsabilidad de las instituciones públicas para proporcionar apoyo material y psicológico a los niños son modos posibles de alterar el curso hacia la destrucción masiva de la psique humana que está implícita en la actual inestabilidad vital de millones de niños.
La identidad corporal: La (re)construcción de la sexualidad
Se está produciendo una revolución sexual, pero no la anunciada y pretendida por los movimientos sociales de los años sesenta/setenta, aunque han sido factores importantes para inducir la realmente existente. Se caracteriza por la desvinculación de matrimonio, familia, heterosexualidad y expresión sexual (o deseo, como yo lo denomino). Estos cuatro factores, vinculados en el patriarcado moderno de los dos últimos siglos, ahora están en proceso de hacerse autónomos, como parecen mostrar diversas observaciones presentadas en este capítulo. En palabras de Giddens:
"Superficialmente, el matrimonio heterosexual parece retener su posición central en el orden social. En realidad, se ha visto socavado en buena medida por el surgimiento de la relación pura y la sexualidad plástica. Si el matrimonio ortodoxo aún no se considera ampliamente sólo un modo de vida entre otros, como en realidad ya es, se debe en parte al resultado de la mezcla complicada de atracción y repulsión que el desarrollo psíquico de cada sexo crea con respecto al otro... Puede que aún se contraigan algunos matrimonios, o que se sostengan, sobre todo en aras de producir o criar hijos. No obstante... es probable que la mayoría de los matrimonios heterosexuales (y muchas uniones homosexuales) que no se aproximan a la relación pura evolucionen en dos direcciones, si no caen en la codependencia. Una es una suerte de matrimonio entre compañeros. El grado de participación sexual de los esposos es bajo, pero la relación incorpora cierto grado de igualdad y simpatía mutuas... la otra forma es cuando el matrimonio se usa como un hogar base para ambos cónyuges, que sólo tienen un ligero interés emocional el uno en el otro".
En ambos casos, la sexualidad se desvincula del matrimonio. Este ha sido, en efecto, el caso de la mayoría de las mujeres a lo largo de la historia, pero la afirmación de la sexualidad de las mujeres y de la sexualidad electiva están induciendo una distancia creciente entre el deseo de las personas y sus vidas familiares. Sin embargo, esto no se traduce en liberación sexual, sino que, para la mayoría de la población, asustada por las consecuencias de la infidelidad (por la cual ahora también los hombres deben pagar), y, en las décadas delos ochenta y los noventa, por la epidemia del sida, la consecuencia es la pobreza sexual, cuando no la miseria. al menos eso es lo que cabe inferir de la investigación empírica más amplia y reciente sobre la conducta sexual en los Estados Unidos, realizada en 1992 sobre una muestra nacional representativa. Un 35.5% de los hombres indicó que practicaba el sexo tan sólo una pocas veces al mes y otro 27.4%, unas pocas veces al año o ninguna vez. En cuanto a las mujeres, los porcentajes respectivos fueron del 37.2% y del 29.7%. Sólo el 7.7% de los hombres y el 6.7% de las mujeres informó que practicaba el sexo 4 veces o más a la semana, e incluso en la cohorte de 18-24 años (la más activa sexualmente) el porcentaje de frecuencia elevada fue del 12.4% tanto para hombres como para mujeres. Las tasas de actividad elevada (más de 4 veces semanales) es ligeramente inferior para las parejas casadas que para la población en general (7.3% para los hombres; 6.6% para las mujeres). Estos datos también confirman la brecha del género en los orgasmos que se comunican: el 75% de los encuentros sexuales para los hombres, sólo el 29% para las mujeres, si bien la brecha es más estrecha al informar del "placer". El número de parejas sexuales en los doce últimos meses muestra una gama limitada de emparejamientos para la gran mayoría de la población: el 66.7% de los hombres y el 74.7% de las mujeres habían tenido sólo una pareja; y el 9.9% y el 13.6%, respectivamente, no tenían ninguna. Así que no cabe hablar de revolución sexual en los Estados Unidos a comienzos de la década de los noventa.
No obstante, bajo la superficie de tranquilidad sexual, la rica base de datos de este estudio de la Universidad de Chicago revela tendencias hacia una creciente autonomía de la expresión sexual, sobre todo entre las cohortes de menor edad. Por ejemplo, ha habido un descenso constante durante las 4 últimas décadas en la edad de las primeras relaciones sexuales: pese al sida, los adolescentes son más activos sexualmente que nunca. En segundo lugar, vivir juntos antes del matrimonio se ha convertido en la norma más que en la excepción. Los adultos tienden cada vez más a formar parejas sexuales fuera del matrimonio. En torno a la mitad de estas cohabitaciones terminan antes del año, el 40% se transforma en matrimonios, el 50% de los cuales acaba en divorcio, dos tercios de los cuales terminarán en otro matrimonio, cuya posibilidad de divorcio es aún mayor que la media del total de matrimonios. Es este agotamiento del deseo por los esfuerzos sucesivos de ligarlo a modos de organizar la vida lo que parece caracterizar a los Estados Unidos de la década de los noventa.
Por otra parte, la "sexualidad consumista" aparentemente está en alza, aunque los indicadores son bastante indirectos. Laumann et al. analizan su muestra atendiendo a las orientaciones sexuales normativas según la distinción clásica entre sexualidad tradicional (procreadora), relacional (de compañía) y recreativa (orientada al goce sexual). También aíslan un tipo "libertario-recreativo" que parece más próximo a las imágenes de liberación sexual-pop o, en términos de Giddens, a la "sexualidad plástica". Cuando analizan su muestra por principales regiones de los Estados Unidos, descubren que el 25.5% de la muestra de Nueva Inglaterra y el 22.2% de la región del Pacífico podrían incluirse en esa categoría "libertario-recreativa": representa en torno a un cuarto de la población en algunas de las áreas de los Estados Unidos más proclives a liderar tendencias culturales.
Un indicador significativo de la creciente autonomía sexual, como actividad orientada al placer, es la práctica del sexo oral, que, le recuerdo, está catalogado como sodomía y prohibido de forma explícita por la ley en 24 estados estadounidenses, si bien en condiciones de dudosa observancia de la ley. La figura 4.14 muestra la frecuencia del sexo oral por cohortes, por las cuales se entiende el porcentaje de mujeres y hombres que han practicado cunnilungus o felatio en su vida según la fecha de nacimiento. Laumann et al., comentando estos datos, afirman que
"La tendencia general revela lo que cabría denominar un rápido cambio en las técnicas sexuales, cuando no una revolución. La diferencia en la experiencia del sexo oral a lo largo de la vida entre los encuestados nacidos entre 1933 y 1942 y los nacidos después de 1943 es espectacular. la proporción de hombres que practican sexo oral a lo largo de su vida aumenta del 62% para los nacidos entre 1933-1937 al 90% para los nacidos entre 1948-1952... El ritmo de adopción de las técnicas sexuales parece haber respondido a los cambios culturales de finales de la década de los cincuenta, cambios que llegaron a su punto culminante a mediados o finales de los sesenta, cuando se aproximaron al nivel de saturación de la población. Las tasas inferiores entre los grupos más jóvenes de nuestra investigación no son necesariamente una prueba del descenso del sexo oral; simplemente, estos grupos aún no participan en una relación sexual en la que el sexo oral se ha vuelto probable, cuando no prescriptivo."
Por cierto que entre el 75 y el 80% de las mujeres de las últimas cohortes también practicaban sexo oral y en los grupos más jóvenes, su frecuencia es más elevada que la de los hombres. Laumann et al. también informan de una amplia incidencia de autoerotismo (asociado con altos niveles de actividad sexual en pareja) y de masturbación, no una técnica novedosa, pero que parece implicar a dos tercios de los hombres y más del 40% de las mujeres.
Así pues, si en lugar de interpretar la conducta sexual bajo la norma del emparejamiento heterosexual y repetitivo, adoptamos un planteamiento más "perverso", los datos revelan una historia diferente, una historia de consumismo, experimentación y erotismo en el proceso de abandono de los lechos conyugales y la búsqueda continuada de nuevos modos de expresión, mientras que se tiene cuidado con el sida. Puesto que estos nuevos patrones de conducta son más visibles entre los grupos más jóvenes y en las regiones que establecen los patrones de comportamiento, me parece razonable predecir que, siempre y cuando se llegue a controlar la epidemia del sida, habrá una, dos, tres, muchas Sodomas que surgirán de las fantasías liberadas por la crisis del patriarcado y excitadas por la cultura del narcisismo. En esas condiciones, como propone Giddens, la sexualidad se convierte en propiedad del individuo. Donde Foucault veía la extensión de los aparatos del poder en el sujeto construido/interpretado sexualmente, Giddens ve, y coincido con él, la lucha entre el poder y la identidad en el campo de batalla del cuerpo. No es necesariamente una batalla liberadora, porque el deseo suele surgir de la transgresión, así que "una sociedad liberada sexualmente" se convierte simplemente en un supermercado de fantasías personales, en el que los deseos de los individuos se consumen mutuamente en lugar de producirse. Sin embargo, al asumir el cuerpo como principio de identidad, lejos de las instituciones del patriarcado, la multiplicidad de expresiones sexuales faculta al individuo para la ardua (re)construcción de su personalidad.
Personalidades flexibles en un mundo postpatriarcal
Las nuevas generaciones se están socializando fuera del modelo tradicional de la familia patriarcal y se ven expuestas desde una edad temprana a la necesidad de adaptarse a diferentes entornos y diferentes papeles de adultos. En términos sociológicos, el nuevo proceso de socialización minimiza hasta cierto punto las normas institucionales de la familia patriarcal y diversifica los papeles dentro de la familia. En su aguda exploración del tema, Hage y Powers proponen que, como resultado de tales procesos, surgen nuevas personalidades más complejas, menos seguras y, sin embargo, más capaces de adaptarse a los roles cambiantes de los contextos sociales, a medida que las nuevas experiencias desencadenan mecanismos adaptativos a una edad temprana. La individualización creciente de las relaciones dentro de la familia tiende a resaltar la importancia de las demandas personales más allá de las reglas de las instituciones. Así pues, la sexualidad se convierte, en el ámbito de los valores sociales, en una necesidad personal que no tiene que ser canalizada e institucionalizada necesariamente dentro de la familia. Cuando la mayoría de la población adulta y un tercio de los niños viven fuera de los límites de la familia nuclear tradicional, y cuando las proporciones van en aumento, la construcción del deseo opera cada vez más sobre las relaciones interpersonales fuera del contexto familiar tradicional; se convierte en una expresión del yo. La socialización de los adolescentes en estos nuevos patrones culturales conduce a un grado más elevado de libertad sexual que el de las generaciones previas, incluidas las de los liberales años sesenta, pese a la amenaza de la epidemia de sida.
Así pues, la revuelta de las mujeres contra su condición, inducida y permitida por su integración masiva en la mano de obra informacional, y los movimientos sociales de identidad sexual han puesto en entredicho a la familia nuclear patriarcal. Esta crisis ha tomado la forma de una separación creciente de las diferentes dimensiones que antes se mantenían juntas en la misma institución: la relación interpersonal de ambos miembros de la pareja; la vida laboral de cada miembro del hogar; la asociación económica entre los miembros del hogar; la realización de las labores domésticas; la crianza de los hijos; la sexualidad; el apoyo emocional. La dificultad de desempeñar todos estos roles al mismo tiempo, una vez que ya no están fijados en una estructura formal institucionalizada, como la familia patriarcal, explica la dificultad de mantener relaciones sociales estables dentro del hogar basado en la familia. Para que éstas sobrevivan, han de surgir nuevas formas institucionalizadas de relación social, de acuerdo con las relaciones transformadas entre los géneros.
Al mismo tiempo, el cambio tecnológico en la reproducción biológica ha permitido disociar la reproducción de la especie de las funciones sociales y personales de la familia. Las posibilidades de la fecundación in vitro, de los bancos de esperma, de las madres de alquiler, de los bebés de la ingeniería genética, abren todo un campo de experimentación que la sociedad tratará de controlar y reprimir lo más posible debido a su amenaza potencial a nuestros cimientos morales y legales. No obstante, el hecho de que las mujeres puedan tener hijos propios sin ni siquiera conocer al padre, o que los hombres, incluso tras la muerte, puedan utilizar madres de alquiler para tener a sus hijos, corta la relación fundamental entre biología y sociedad en la reproducción de la especie humana, con lo que separa la socialización de la paternidad. En estas condiciones históricas, las familias y los modos de organizar la vida se están redefiniendo en términos aún confusos.
Debido a que la familia y la sexualidad son determinantes fundamentales de los sistemas de personalidad, el cuestionamiento de las estructuras familiares conocidas y la salida a la luz de una sexualidad proyectada de forma personal crean la posibilidad de nuevos tipos de personalidad que sólo empezamos a entrever. Hage y Powers consideran que la capacidad clave para responder a los cambios actuales de la sociedad en el ámbito individual es la de participar en la "redefinición de roles", que constituye el "microproceso esencial de la sociedad postindustrial". Aunque coincido con este análisis tan perspicaz, añadiré una hipótesis complementaria para comprender el cambio de los sistemas de personalidad. Arriesgándome a seguir fiel a mi inclinación psicoanalítica, adelantaría la idea de que el reconocimiento franco del deseo individual, como se ha insinuado en la cultura emergente de nuestra sociedad, llevaría a una aberración tal como la institucionalización del deseo. Puesto que el deseo se suele asociar con la transgresión, el reconocimiento de la sexualidad fuera de la familia conduciría a una tensión social extrema. Ello es así porque, mientras que la transgresión consistió simplemente en expresar la sexualidad fuera de las fronteras familiares, la sociedad podía integrarla fácilmente, canalizándola a través de situaciones codificadas y contextos organizados, como la prostitución, la homosexualidad estigmatizada o el acoso sexual tolerado; éste era el mundo de Foucault de la sexualidad como normalización. Las cosas son diferentes ahora. Si ya no hay una familia patriarcal a la que traicionar, la transgresión tendrá que ser un acto individual contra la sociedad. Se ha perdido la función de parachoques de la familia, con lo que se abre la vía a la expresión del deseo en la forma de violencia no instrumental. Tan bienvenida como puede serlo como acontecimiento liberador, la quiebra de la familia patriarcal (la única que ha existido en la historia) está dando paso a la vez a la normalización de la sexualidad (películas porno en las horas de máxima audiencia de la televisión) y a la difusión de la violencia sin sentido en la sociedad a través de los callejones traseros del deseo desenfrenado, es decir, la perversión.
La liberación de la familia enfrenta al yo con su propia opresión infligida. la huida a la libertad en la sociedad red abierta llevará a la ansiedad individual y a la violencia social, hasta que se encuentren nuevas fórmulas de coexistencia y responsabilidad compartida que unan a las mujeres, los hombres y los niños en una familia igualitaria reconstruida, en la que puedan convivir mujeres libres, niños informados y hombres inseguros.
¿EL FIN DEL PATRIARCADO?
Las luchas incesantes en torno al patriarcado no permiten una previsión clara del horizonte histórico. Insisto en repetir que no hay una direccionalidad predeterminada en la historia. No estamos marchando por las triunfantes avenidas de nuestra liberación y, cuando así lo sintamos, será mejor que miremos dónde acaban esos senderos luminosos. La vida se va haciendo con la vida y, como sabemos, está llena de sorpresas. Una restauración fundamentalista, que recupere el patriarcado bajo la protección de la ley divina, muy bien puede invertir el proceso de debilitamiento de la familia patriarcal, inducido involuntariamente por el capitalismo informacional y buscado por los movimientos sociales y culturales. La respuesta homófoba puede anular el reconocimiento de los derechos homosexuales, como mostró la votación aplastante del Congreso de los Estados Unidos en julio de 1996 en favor de declarar la heterosexualidad un requisito para el matrimonio legal. Y, en todo el mundo, el patriarcado aún está sano y salvo, pese a los síntomas de crisis que he tratado de destacar en este capítulo. Sin embargo, la propia vehemencia de las reacciones en su defensa, así como de los movimientos fundamentalistas religiosos que cobran fuerza en muchos países, es un signo de la intensidad de los desafíos antipatriarcales. Valores que se suponían eternos, naturales e incluso divinos, deben afirmarse ahora por la fuerza, con lo que se atrincheran en sus últimos bastiones defensivos y pierden legitimidad en la mente de la gente.
La capacidad o incapacidad del movimiento feminista y los movimientos sociales de identidad sexual para institucionalizar sus valores dependerá esencialmente de su relación con el estado, el aparato que ha constituido el último recurso del patriarcado a lo largo de la historia. Sin embargo, las extraordinarias demandas que plantean al estado los movimientos sociales, atacando las instituciones de dominación en sus raíces, surgen en el momento preciso en que el estado parece encontrarse en plena crisis estructural, producida por las contradicciones existentes entre la globalización de su futuro y la identificación de su pasado.