Primera bandera:
La Palabra de Dios es para todos
Pensábamos que la Palabra de Dios era algo difícil, reservada
a los seminarios, los conventos y las escuelas de teología.
Para el pueblo sencillo eran suficientes el catecismo y el devocionario.
Pues bien, llegaron las sectas y demostraron que no es así.
La Biblia es para todos: niños y adultos, eruditos e ignorantes.
El pueblo corrió tras ellos en búsqueda de alimento espiritual
más sólido y genuino. Y nosotros, la Iglesia de Cristo,
nos quedamos atrás, con nuestro tesoro bien cuidado. Poseyendo
la plenitud de la verdad, lo escondimos. Los demás, abriendo
la Biblia, dieron la impresión de contar con riquezas más
grandes que las nuestras. Y muchos se fueron con ellos.
¿Qué pasará el día en que nosotros católicos
pongamos la Biblia en el lugar que se merece, volviéndose en el
principal alimento espiritual de todo creyente, empezando desde los niños
que apenas se abren a la fe?
Tercera bandera:
La experiencia de Dios es para todos
Para muchos católicos sencillos, Dios es un ser familiar, con
el cual tienen un trato continuo y amoroso, que da una profunda serenidad
a la propia vida. El problema está en que no tienen una conciencia
clara acerca del «tesoro» que poseen.
Al contrario, las sectas buscan a propósito este tipo de experiencia
y hacen alarde de ella, utilizando los recursos más variados: oración,
ayuno, canto, testimonio, etc. Saben que se trata de un tesoro que
se tiene que encontrar a como dé lugar, y, al encontrarlo, o tener
la impresión de haberlo encontrado, sienten la obligación
de comunicar la buena nueva, creando en la comunidad un clima de euforia
contagiosa.
¿Qué pasará el día en que entre nosotros
católicos esa búsqueda se vuelva «ley», haciendo
del Dios lejano el Dios amigo e inseparable?
Cuarta bandera:
La misión es para todos
El que encontró a Dios y quedó marcado por esta experiencia,
no puede quedar callado. Para él la misión se vuelve
en el paso obligado. Si a esto se añade una mística
particular y un sistema de «conquista» bien planeado, no hay
que extrañarse de los resultados.
¿Qué pasará el día en que en el mundo católico
se vuelva en un estilo normal de acción pastoral, haciéndose
«ley» la búsqueda constante de la oveja perdida, contando
con una mística y una metodología específica con miras
a recuperar a los alejados?
Lástima que aún estamos muy lejos de poder vislumbrar
este cambio, empezando por los seminarios y las casas de formación
para religiosas. Ni modo. Le tocará al laicado dar este
paso tan importante en la vida de la Iglesia, como ya está pasando
con muchos movimientos apostólicos.
De todos modos, el día en que esto suceda, podremos decir con
toda razón: «¡Benditas las sectas que vinieron a despertarnos!».
Papel de las sectas
En realidad, este es el papel de las sectas: poner de manifiesto ciertas
deficiencias presentes en la Iglesia y tratar de dar una respuesta.
En la medida en que su análisis es correcto y su respuesta acertada,
las sectas avanzan.
Hasta que la Iglesia no tome conciencia de sus cuestionamientos y no
les arrebate sus mejores banderas. Entonces las sectas se desplomarán
habiendo cumplido con su misión, que consiste precisamente en despertar
al gigante adormecido, que es la Iglesia Católica.
Lo mismo sucedió con el marxismo. Su misión consistió
en despertar al mundo capitalista acerca del problema de la justicia social.
Cumplida su misión, desapareció de la escena mundial.
Lo que les deseamos a las sectas de todo corazón.