No nos damos abasto
Es la queja de muchos pastores de la Iglesia: «No nos damos abasto; hay mucho trabajo. Con solo tratar de atender a los que de por sí se acercan a nosotros, ya tenemos trabajo de sobra».
¿Y los alejados? «Olvídense. Si no alcanzamos a atender debidamente a los que ya de por sí piden nuestros servicios, imagínense si vamos a meter más carne al fuego. ¿Quién los va a atender después?
También los demás
están evangelizando
Es que si no hacemos nada para acercar a los alejados, estos se van con las sectas. «Mejor — contestan —. En el fondo, todos estamos trabajando por lo mismo. Lo que nosotros no logramos hacer, que lo hagan otros».
Así de simple. Y con esto, están convencidos de tener criterios muy amplios respecto a la evangelización, piensan que están favoreciendo el plan de Dios y se sienten libres de cualquier responsabilidad.
¿Y la fidelidad al Evangelio?
Así que, en el fondo, todo es lo mismo: creer o no en la Eucaristía, aceptar o no el papel de Pedro y sus sucesores en la guía del Pueblo de Dios, favorecer o no la unidad entre los discípulos de Cristo, etc. En el fondo, se trata de detalles insignificantes. Lo importante es creer en Dios, orar y dejarse guiar por la Palabra de Dios.
Y con eso, uno se siente moderno y se lleva bien con todos. Al contrario, ¡qué feo es oír hablar de apostasía, herejía y traición a Cristo! Sin duda se trata de un lenguaje ya superado, propio de tiempos pasados, cargados de fanatismo e intolerancia.
Ni modo. Siempre hubo y siempre habrá falsos profetas, que buscan siempre lo más fácil y cómodo, que quieren estar siempre sobre la cresta de la ola, cuyo único ideal es pasarla bien. Para ellos, hablar de fidelidad a Cristo y a su Iglesia no tiene sentido.
Buscar colaboradores
Entonces, ¿qué tenemos que hacer para poder atender debidamente a todos los católicos, que normalmente acuden a la Iglesia, y al mismo tiempo buscar a los alejados? Tenemos que organizarnos mejor, teniendo en cuenta el consejo que Jetró dio a Moisés:
«Elige de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres fieles e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes de mil, jefes de ciento, jefes de cincuenta y jefes de diez.
Ellos juzgarán al pueblo en todo momento; te presentarán a ti los asuntos más graves, pero en los asuntos de menor importancia, juzgarán ellos. Así se aliviará tu carga, pues ellos te ayudarán a llevarla (Ex 18, 21-22)».
Pues bien, Moisés escuchó el consejo de Jetró, su suegro, y le fue bien. ¿Por qué nosotros no hacemos lo mismo? En nuestro caso, el que no aprenda a organizar el trabajo pastoral, delegando funciones, aunque no pare de trabajar, de todos modos no alcanza a llegar a todos y no logra satisfacer a nadie plenamente.
¿Qué sería de la Iglesia, si los pastores se dedicaran a formar a sus colaboradores más inmediatos, como pueden ser los diáconos permanentes con sus familias, los dirigentes de los distintos movimientos apostólicos y en general los laicos más comprometidos? No sé sentirían solos en la tarea de la evangelización y el pastoreo del Pueblo de Dios. Al mismo tiempo habría mejor atención pastoral para todos los feligreses, más búsqueda de la oveja perdida y más satisfacción de parte de todos.
Conclusión
Con el cuento de que "también los demás están evangelizando", muchos pastores de la Iglesia se están durmiendo, dejando a la oveja perdida a la merced del lobo rapaz.
Es tiempo de despertar y lanzarnos al "buen combate" (1 Tim 1,18), con todas las fuerzas, antes de darnos por derrotados. Cristo y la Iglesia lo exigen. El pueblo lo reclama.
Es hora de hacer realidad el grande sueño de Juan Pablo II: la Nueva Evangelización.
Copyright; 1998 Actividades Culturales, A:C.
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