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Vaticano II y sectas
Sencillamente el tema de las sectas no estuvo
presente en el Vaticano II. Su preocupación fundamental fue el diálogo
con las demás iglesias históricas con miras a favorecer la
unidad, y el diálogo con las demás religiones y movimientos
culturales, buscando la forma de colaborar con todos, para sanar heridas,
sembrar esperanzas y construir una sociedad más solidaria y fraternal
en un plan de igualdad, sin pretender privilegios, sino con el único
afán de servir, a imitación del Maestro, que no vino a ser
servido sino para servir (Mt 20,28).
Sin duda, se trató de una grande tarea
que exigió mucho esfuerzo y mucha entrega. Pero al mismo tiempo
hubo una cierta euforia por el nuevo tipo de Iglesia que estaba naciendo,
euforia aunada a una buena dosis de ingenuidad, que impidió ver
la realidad en toda su amplitud.
En efecto, al tiempo del Vaticano II, ya existían
las sectas y ya estaban procurando algún daño a los fieles
católicos, especialmente en América Latina. Pero de eso no
se habló en el Concilio. ¿Por qué? ¿Por un
cierto complejo de inferioridad de parte de los obispos de América
Latina? ¿Acaso no quisieron dar la impresión de ser unos
aguafiestas en el conjunto de la euforia general?
Ciertamente algo faltó con relación
al problema de las sectas, y es conveniente apuntar esto con toda claridad.
Y esa falta causó grandes daños a la Iglesia del postconcilio,
especialmente en América Latina. En realidad, aunque muchos se iban
dando cuenta del problema representado por las sectas, de todos modos se
aguantaron y no hicieron anda para enfrentarlo, por miedo a meterse en
contra del Concilio o la Santa Sede. Cuando desde arriba empezaron a llegar
señales de movilización, era ya demasiado tarde. Las sectas
ya habían cundido en todos los ambientes.
La contra misión al ataque
Otro dato importante; mientras la Iglesia Católica
bajaba la guardia y se abría hacia todos, se desató la Contra
Misión oriental (hinduismo y budismo), musulmana y cristiana (las
sectas), con un ansia proselitista incontenible y muchas veces ligada también
a intereses de tipo político.
Frente a esta agresión inesperada, el católico
de la calle quedó completamente indefenso y acomplejado, incapaz
de realizar un verdadero diálogo, como se le venía inculcando
desde arriba. Trató de abrirse y sucumbió.
Ecumenismo y diálogo interreligioso:
una receta inadecuada
Al sobrevenir la enfermedad de las sectas, se
quiso utilizar la receta del ecumenismo y el diálogo interreligioso
para hacerle frente y no funcionó. El enfermo, en lugar de mejorar
se agravó mas. Es que la receta no era para el caso. Consecuencia:
comunidades, que algunos decenios antes eran completamente católicas,
cambiaron de rostro, interiormente desgarradas por la presencia de una
enorme cantidad de sectas de origen y doctrinas muy variadas.
No obstante este fracaso evidente, muchos se obstinan
en vez de oponerse a cualquier tipo de apologética. ¿Por
qué? ¿Tal vez sueñan en una superiglesia, en la que
todos tengan igual derecho de ciudadanía, considerando ya muerta
y enterrada para siempre aquella única Iglesia que fundó
Cristo y que confió a Pedro y los apóstoles? ¿O sueñan
en un «milagroso» regreso a la sociedad monolítica del
pasado, sin el actual problema de los grupos religiosos alternativos? ¿O
implícitamente se reconocen incapaces de evangelizar a los alejados,
que constituyen la gran mayoría del pueblo católico, dejando
a las sectas esta tarea, convencidos de que los que se salen algún
día de todos modos regresarán a la unidad, bien convertidos
y en actitud fraternal?
Sin duda, en la Iglesia Católica muchos
han entendido mal el ecumenismo y el diálogo interreligioso, como
si todo fuera lo mismo (ecumenismo: todo lo mismo). Para ellos, en el fondo
ser católico, ortodoxo, luterano, anglicano o pentecostal, sería
lo mismo. Se oye decir: «Los evangélicos ¿no son reconocidos
por la Iglesia?», como si el hecho de encontrarse en un diálogo
ecuménico con la Iglesia representara para ellos un certificado
de buena conducta o licitud, que los pusiera en plan de igualdad con la
misma Iglesia. Con relación a los testigos de Jehová, los
mormones y algún otro grupo, habría cierta reserva por el
problema del bautismo o la santísima Trinidad.
En esta línea de pensamiento, se enfatizó
demasiado el valor de las «semillas del Verbo»
y el «Verbo en plenitud», el Reino de Dios y la Iglesia. Según
ellos, todo sería cuestión de sinceridad, como si la sinceridad
en la opción religiosa fuera el único signo de autenticidad,
sin dar la debida importancia a la búsqueda de la verdad, como marca
claramente el documento conciliar Dignitatis Humanae, dedicado al tema
de la libertad de conciencia.
Vino nuevo
en odres nuevos
Que quede bien claro: no estamos en contra del
ecumenismo ni del diálogo interreligioso. Si se abocan a lo que
es su campo propio, no hay problema. El problema empieza cuando quieren
acabar también el asunto de las sectas, utilizando los mismos criterios
y los mismos métodos.
Acordémonos de la advertencia de Jesús:
«Vino nuevo, en odres nuevos» (Lc 5,38). ¿Surge el problema
de las sectas? Hay que ver cómo solucionarlo. No hay que hacer del
diálogo un mito o una varita mágica. Hay que ser realistas.
Se pecó de ingenuidad y allá están las consecuencias.
Para enfrentar seriamente este problema, es necesario
que en cada comunidad exista un organismo especial, que se aboque
al problema de las sectas con criterios y metodología propia, dando
vida a una pastoral específica con relación al problema sectario.
Sociedad del futuro:
pluralismo religioso cultural
Sin duda, hay que luchar por la unidad y comprensión
entre todos los hombres y especialmente entre los discípulos de
Cristo. Es el grande deseo de Jesús antes de morir: «Oh Padre,
que todos sean uno» (Jn 17,21). Pero soñar en un tipo de sociedad,
en que ya no habrá divisiones por motivos religiosos, es sencillamente
utópico. Siempre habrá divisiones y siempre será necesario
luchar por la unidad y la comprensión. De ahí la necesidad
del diálogo ecuménico e interreligioso.
En este contexto, la apologética tendrá
la tarea de ofrecer a los feligreses las bases para seguir unidos en la
Iglesia de Cristo y no dejarse confundir por cualquier viento de novedad.
En una sociedad pluralista religiosa y culturalmente, el papel de la apologética
sea siempre insustituible para dar seguridad a los miembros de la Iglesia.
Por lo tanto, preocuparse solamente por el ecumenismo y el diálogo
interreligioso, convencidos de que algún día desaparecerá
el fenómeno de los grupos religiosos alternativos, es una manera
de pensar antihistórica.
Es tiempo que toda nuestra catequesis esté
enfocada a formar al católico de manera tal que pueda vivir su fe
en un contexto pluralista, sin zozobras ni complejos de inferioridad. Esto
es ser realistas y no soñar en utopías irrealizables que
en lugar de ayudar para la lucha, provocan frustración y desaliento.
Identidad católica
Para lograr esto, es fundamental que el católico
conozca su identidad y no se deje desviar hacia aspectos marginales al
enfrentar el problema religioso (ministros indignos, incumplimiento de
parte de muchos feligreses, etc.). Es importante aclarar que una cosa es
el aspecto esencial (dogmático) y otra cosa es el aspecto pastoral;
una cosa es el contenido y otra cosa es la envoltura. Ahora bien, la Iglesia
Católica es aquella única Iglesia que fundó Cristo
y llegará hasta el fin del mundo, aunque en el momento actual tenga
problemas de tipo pastoral, al tratar de adecuar su aparato ministerial
a los tiempo actuales.
Como es fácil notar, se trata de aspectos
secundarios, cambiantes según las circunstancias de tiempo y lugar;
no se trata de algo esencial. Por lo tanto, es incorrecto dejarse llevar
por estos nuevos grupos religiosos, porque cantan bien, entusiasman a la
gente, usan mucha psicología, saben utilizar los medios masivos
de comunicación, ayudan económicamente a la gente, etc.
No hay que pensar en la religión como en
un mercado, donde cada uno puede escoger el producto que más le
agrade. Más que fijarse en el aspecto exterior, hay que ir al fondo
de las cosas, para no tener después desagradables sorpresas, como
a menudo está sucediendo con las sectas.
La experiencia enseña que donde la gente
conoce la diferencia entre la Iglesia Católica (la que fundó
Cristo) y las sectas (grupos particulares, fundados por hombres), difícilmente
un católico se deja confundir. Por lo tanto, es urgente que todos
los católicos conozcan esta realidad y se sientan orgullosos de
pertenecer a la única Iglesia que fundó Cristo.
Aquí no se trata de triunfalismo, sino
de amor a la verdad, una verdad que hay que conocer y proclamar frente
a todos, sin ningún tipo de complejos, sino con un espíritu
de profundo agradecimiento al Señor por ser objetos de una lección
libre y soberana de su parte. En esto precisamente tiene que consistir
nuestra más profunda satisfacción y seguridad como nuestra
entrega personal, nuestros cantos, el don de lenguas o de curación.
El club de los fariseos
Poner el acento sobre estos aspectos individuales
y marginales, olvidando los aspectos esencialmente eclesiales, desvía
al creyente hacia posiciones equivocadas, al estilo de los fariseos: «Gracias,
Señor, porque no soy como los demás» (Lc 18, 11).
En esta perspectiva, ya no importa conocer el origen de tal o cual grupo
religioso, su ideología y los valores que proclama, sino la entrega
del corazón y el testimonio de vida en aspectos puramente exteriores
y sin una verdadera trascendencia: no tomar, no fumar, no comer carne de
cerdo, pagar puntualmente el diezmo, desmayarse durante la oración,
etc.
Se empieza con flirtear con los hermanos «entregados»
de otros grupos religiosos, tratando de imitar sus modales, su manera de
vestir y hablar y sintiéndose incómodos con los católicos
«que no cumplen», «los del montón», «los
ignorantes», «alejados de Dios», que son la mayoría.
Para dar el toque definitivo a este esfuerzo imitativo, se lega hasta utilizar
una biblia «evangélica», leer su literatura y usar un
tono de voz «americanizado».
El elogio máximo que se pueda hacer a este
tipo e católico es confundirlo con un «evangélico».
«Ah no, te contestará; soy católico, pero estudio la
biblia, me llevo muy bien con los evangélicos y no estoy de acuerdo
con muchas cosas que se hacen en la Iglesia Católica». Ay
de ti, si se te ocurre decir algo desfavorable con relación a los
que dejan la Iglesia para entrar en alguna secta. Pronto se exalta: «Yo
conozco a gente excelente, que se encuentra en otras denominaciones religiosas».
Y con esa mentalidad, no hacen nada para profundizar
los fundamentos de la Iglesia Católica, felices de sentirse parecidos
a los «evangélicos», «entregados a Dios»
y «abiertos hacia los hermanos». A veces llegan hasta
formar «comunidades ecuménicas», espontáneas,
sin la asesoría de alguien preparado bíblica y teológicamente.
Y entonces el flirteo se vuelve amorío, noviazgo y matrimonio, aceptando
todo lo que el nuevo líder «inspirado» enseña,
como si fuera la voz de Dios la Iglesia Católica y se consideran
como definitivas las experiencias espirituales propias y del grupo. Y surge
la nueva secta.
A este punto, se acaba el fervor ecuménico
y empieza el proselitismo, el ansia de dar a conocer a todos el nuevo descubrimiento,
el nuevo Cristo que se predica solamente en la nueva Iglesia recién
estrenada. Y así el «club de los fariseos», preocupado
por las apariencias y no por la esencia de las cosas, sigue engendrando
divisiones, pasando, sin darse cuenta, de la apertura al fanatismo, del
diálogo al monólogo y de la libertad a la esclavitud.
Masa y élite
En el fondo, el error que se está cometiendo
en el campo del ecumenismo y del diálogo interreligioso (y en muchos
otros aspectos de la vida eclesial) consiste en no haber entendido el papel
que las bases juegan hoy en día en la vida de la Iglesia y la sociedad.
En el caso concreto del problema religioso, no es cuestión de diálogo
entre líderes católicos y líderes de otros grupos
religiosos, como si el pueblo no existiera o estuviera compuesto por puros
soldaditos, dispuestos a obedecer a cualquier señal que viniera
desde arriba. Hoy, si queremos que algo tenga éxito en la práctica
y no sólo en el papel, es necesario que el pueblo esté involucrado
en todo el proceso de reflexión y elaboración del proyecto.
Solamente así podrá comprometerse con las acciones que derivan
de tal proceso.
No basta decir: «Amen a los que tengan otras
creencias, platiquen con ellos, dialoguen». Hay que explicar a los
católicos, a nivel de base, el sentido y el alcance de esta nueva
orientación de parte de la Iglesia y prepararlos en concreto para
el diálogo, conociendo la propia identidad y los puntos en controversia.
De otra manera, los estamos enviando a la guerra sin armas. Por eso muchos
en el intento de dialogar se pasaron al bando opuesto, al no contar con
argumentos para rebatir los ataques de los demás.
Confusión dentro de la Iglesia
Peor aún: muchos sacerdotes, religiosas
y laicos comprometidos han entendido mal el ecumenismo. He aquí
algunos ejemplos. No cito nombres ni lugares para no ofender.
En cierta ocasión una señora que
había estado algún tiempo en una secta y pensaba regresar
a la Iglesia Católica por la lectura de algún libro mío,
pidió consejo a un famoso predicador católico. Este le pregunto:
«¿Dónde te entregaste a Cristo?» «En tal
grupo evangélico», le contestó la señora. «Pues
bien, sigue en aquel grupo», sentenció el famoso predicador
católico. Esta respuesta dejó completamente desconcertado
a la señora y a sus amigos, que la habían llevado al famoso
predicador en busca de orientación.
Así que, «puesto que en una secta
te entregaste a Cristo, allá tienes que seguir», como si tratara
de un negocio cualquiera. «Ellos te conquistaron, a ellos tienes
que entregar al diezmo; les perteneces a ellos, no los defraudes».
¿Y la búsqueda de la verdad? ¿Y el deber de la conciencia
de seguir la verdad conocida?
En otro lugar, supe de un sacerdote que nunca
rezaba el credo durante la misa, por no creer en «una sola Iglesia,
santa católica y apostólica». Para él, todo
era lo mismo, ecumenismo.
Otro sacerdote permitía que en el mismo
templo parroquial se llevaran a cabo campañas evangélicas.
«Fíjese, padre, que muchos católicos se
están yendo con ellos», le advertían. «No se
preocupen -les contestaba-. Basta seguir a Cristo. Todo lo demás
sale sobrando. Ecumenismo».
«Padre, me ofrecieron un curso bíblico
en la casa. ¿Qué hago?», le preguntaba una señora
a su párroco. «Acéptalo -fue la respuesta-. Todo es
palabra de Dios. Después podrás enseñarlo en la Iglesia».
La señora aceptó el curso, se hizo testigo de Jehová
y ahora es enemigo mortal de aquel sacerdote y de todos los católicos.
Si hubiera habido más sentido de responsabilidad
de parte de muchos pastores de la Iglesia, las sectas no habrían
avanzado tanto. Muchos pastores se durmieron, se descuidaron o no supieron
orientar oportunamente a los feligreses y ahí están las consecuencias.
Ahora, rehacer el camino resulta demasiado difícil. Pero lo vamos
a intentar. En eso estamos.
Peregrino de la unidad
Por eso he decidido recorrer los países
más afectados por el problema de las sectas para orientar, organizar
y movilizar a los católicos más preocupados por la suerte
de sus hermanos frente al embate sectario. Para muchos, mi llegada es una
bendición; para otros, un anuncio de muerte.
«No cabe duda que está cerca el fin
del mundo», declaraba un testigo de Jehová, sorprendido al
ver a los católicos realizar las visitas domiciliarias. «Claro
-le contesté-, cuando los católicos despiertan, para ustedes
llega el fin».
¿Seré un nuevo don Quijote
de la Mancha, recorriendo pueblos y aldeas en pos de una utopía?
Es posible. Lo cierto es que en todas partes se despiertan esperanzas y
surgen nuevos Sancho Panza, que siguen mis pasos, cabalgando burritos y
espantando moscas. El futuro lo dirá.