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HUMOR

El negocio del sexo

A continuación reproducimos un artículo aparecido en El País semanal a cerca del mundo del porno muy interesante.

Estos cuerpos tienen millones de seguidores. Son estrellas del cine porno. Su sexo empaquetado en vídeo es la base de un negocio que mueve 60.000 millones de euros al año en todo el mundo. Una mezcla de actores y atletas para los que su piel es el uniforme de trabajo.


Por Jesús Rodríguez

Fotografía: Galilea Nin

Antonio, puedes besar a la novia”. El señor García levantó con delicadeza el velo de la señora García y depositó un casto beso en sus labios. Tenía los ojos nublados por las lágrimas. La iglesia se inundó con un mar de susurros. Uno de los invitados cuchicheó: “¡Ayyyy, padre, si usted supieraaa…!”.

Sant Boi (Barcelona). Sábado 19 de diciembre de 1998. Sophie Evans y Toni (García) Ribas, las dos estrellas de moda del cine porno mundial, acaban de contraer matrimonio. Ella, de blanco; él, de chaqué. Marcha nupcial y convite en un hotel de postín. Dos familias al completo. Sin olvidar una tercera: la del porno español. Realizadores y productores, la dueña de una cadena de sex shops, los organizadores del Festival de Cine Erótico de Barcelona. Y los compañeros. Actores y actrices. Tacones de vértigo, cuerpos de gimnasio y ropa muy ceñida. Todos se conocen bien. Algunos han practicado el sexo con los recién casados por exigencias del guión. Nada de erotismo edulcorado. En el cine X no hay trampa ni cartón. Ni preservativo. Hablamos de felaciones en primer plano; sexo lésbico, vaginal, anal; eyaculaciones explícitas. Imágenes de usar y tirar con el objetivo de calentar al espectador. Una buena comedia debe hacer reír; un buen drama, llorar. Una buena porno, excitar. Ése es su trabajo.

“Somos personas y esto es cine. Las dos primeras cosas que no tienes que olvidar. Hacemos un trabajo que no es normal, pero somos gente normal. Yo me comparo con un deportista. No fumo, no bebo, no como grasas. Voy al gimnasio. El sexo es muy cansado. No, no te rías. Hay que ser un atleta. Hacemos posiciones muy forzadas. Y a veces es jodido… Imagínate follar a cero grados, tras seis horas de rodaje y vestido de mosquetero. Necesitas una concentración enorme. Y pillas de todo: hongos, gonorrea. Sí, disfruto, y también interpreto. Tras cinco horas no me queda más remedio. Eso sí, ¡nunca he fallado!”.

Barcelona. Cuna y factoría del porno hispano. Estamos en el descanso de una sesión fotográfica de alto voltaje. Toni Ribas toma aliento. Lleva un albornoz verde con su nombre bordado en oro a la espalda. Como un boxeador, pero sin nada debajo. Gajes del oficio: la proximidad de un grupo de actrices que posan desnudas le provoca una erección repentina que pugna por escapar de la bata. Los 20 centímetros que le han dado dinero y fama. No es un gran tamaño para el sector; nada que ver con los 35 centímetros de John Curtis Holmes, que protagonizó 2.000 películas y murió víctima del sida en 1988. “No es muy grande, pero las chicas me lo agradecen; para ellas es mucho más cómodo”.

–¿Intenta que disfruten en los rodajes?
–Intento no hacerles daño, ser delicado. Para mí lo importante es que gocen, porque eso se traslada a la pantalla. Logras una intensidad que no se produce si estás fingiendo. Tú y ella. Vendemos emociones. Hay que transmitir. Yo hablo con las actrices antes del rodaje y les pregunto qué les gusta. Es una buena forma de empezar.

Toni Ribas tiene 26 años. Es moreno, de mediana estatura y cuerpo cincelado. Sensato y agradable. Con un rostro que no corresponde al estereotipo del pornstar. Trabajó como tapicero, vendió calculadoras. Llegó al porno por casualidad. Pensó en dejarlo. La aparición de Sophie (léase Sofi) en su vida despejó sus dudas. “Antes de conocerla, yo era un 26%; con ella soy el 100%”.

Ha rodado 600 películas. Las últimas, como director y productor. Es un número uno. A su altura, apenas el mítico italiano Rocco Siffredi, de 37 años (su pene está asegurado en medio millón de euros), y Nacho Vidal, un ex legionario de Mataró de 26 años, con aspecto de malvado de buen corazón, que se ha metido la industria en el bolsillo gracias a sus 25 centímetros. Y para cerrar el triángulo hispano, Álex Cortés, nacido en Badalona hace 30 años.

Ribas cobra 5.000 euros por trabajo. Máximo caché. Conquistado a base de miles de eyaculaciones impresas en vídeo. La base del negocio. Hay empresas del sector que facturan millones, que cotizan en Bolsa. Las erecciones de Toni y sus compañeros son el andamiaje de la industria. Es la ley del cine porno. La cláusula número uno en cualquier contrato: sin erección no se cobra porque sin erección no hay película. Un gatillazo supone perder mucho dinero.

La pornografía mueve cada año 60.000 millones de euros en el mundo. El 40% procede de la venta y alquiler de vídeos. Un negocio en ascenso tras la ofensiva del formato DVD, en el que se están reeditando títulos históricos. Productoras y distribuidoras. Cines, videoclubes y sex shops. Páginas web, plataformas de televisión y empresas de pago por visión en cientos de miles de habitaciones de hotel. Un negocio este último que, según la revista Forbes, consumen 250 millones de personas al año, de los que un 80% opta por la oferta de cine X, según confirma José Luis Reija, responsable en España de la firma Prodac.

En España es más difícil dar cifras. Según Carlos Aured, jefe de compras de cine X en Canal + y Canal Satélite, “aquí nadie dice lo que gana. Corre mucho dinero. Hay mucho descontrol. Es un mundo tabú que nadie se quiere meter a controlar”. ¿Qué piensa la Administración? Llamada al Ministerio de Educación y Cultura. Respuesta: “No tenemos ni idea de cuánto dinero mueve. Una vez calificadas las películas de vídeo no realizamos ningún seguimiento de sus ventas ni de la extensión del mercado de alquiler”. La contestación de la Sociedad de Autores es similar.

A bucear. Lo único claro son los 539.859 espectadores que visitaron las 18 salas X españolas en 2000. El terreno del vídeo es más pantanoso. Una fuente del sector habla de una facturación de 90 millones de euros al año por venta y alquiler de vídeos porno, otra duplica esa cifra. Lo cierto es que el año 2000 la Junta de Calificación del Ministerio de Educación colocó la (nefanda) X en 1.028 películas de vídeo; es decir, una de cada tres que pasaron por sus manos. Otro dato: la industria lanzó en España el año pasado en nuestro país 1.000 títulos X, de los que se vendieron alrededor un millón de copias. De esa cantidad, un 10% eran de producción española, y otro 10%, de temática gay.

Sin olvidar los 200 sex shops que basan hasta un 70% de su facturación en la venta, alquiler y exhibición en cabinas individuales de este tipo de producto. Nadie sabe cuántas copias, nadie sabe cuántas personas pasaron por esas cabinas en las que ver una película completa cuesta unos 12 euros. No hay control de taquilla. “Lo único claro es que, tras la irrupción de las plataformas de televisión, los pequeños videoclubes y sex shops subsisten gracias a nosotros”, analiza el presidente de una productora de cine X que prefiere el anonimato. “Vendemos nuestras películas al videoclub a una media de 15 euros; es decir, con cuatro o cinco veces que el propietario del videoclub la alquile empieza a ganar dinero. Por el contrario, una película normal le cuesta al videoclub una media de 48 euros; es decir, tiene que alquilarla 16 veces para rentabilizarla. Haga números. Y bueno, no deje de lado las televisiones de pago, que nos pagan como muchísimo 6.000 euros por los derechos de una película X y entre 120.000 y 600.000 por una película normal. Somos lo último de lo último”.

Al margen de las cifras económicas, Javier Lozano, responsable de la Federación Española de Videoclubes Asociados, esboza el retrato robot del usuario del porno en nuestro país: “Estamos hablando de más de 850.000 personas, de las que un 45% son consumidores habituales y un 6,5% realiza un alquiler por semana. El 90% son hombres, y la mitad tiene más de 40 años”.

Un millón de personas a este lado de la pantalla aguardando su ración periódica de fantasía sexual; 10.000 actores y actrices en Estados Unidos, 2.000 en el resto del mundo, no más de 100 afincados en España. Un hombre por cada cinco mujeres. En la industria se apuesta por los valores masculinos consagrados. Que no fallen. Su vida profesional es mucho más larga que la de sus compañeras. Profesionales ambulantes. En Estados Unidos se ruedan 13.000 películas al año; en Europa, 1.500. Una actriz o actor dispuesto a todo no para. Puede conseguir más de 30.000 euros al mes. Se cobra por escena (eyaculación). En España, la primera división consigue 600 euros por escena. Hay que valer. Si triunfan entran en un peculiar estrellato con fans y páginas web. Y en el lucrativo circuito de las actuaciones en directo.

Son las doce de la noche. Un jueves de diciembre en el Paralelo barcelonés. Sala Bagdad, 60 euros la entrada. Porno duro (muy duro) en vivo. La universidad, cantera y salvavidas del pequeño colectivo de artistas del porno nacional. Aquí recalan inexpertos. Con buen cuerpo. Quieren dinero rápido. La mayoría no aguanta tres días. “Esto no es sólo cuestión de echar un polvo, hay que saber echarlo”. Aquí aprenden los secretos de la pornografía. Las posturas. Los trucos. Ellos, cómo lograr una erección rápida, cómo retardar una eyaculación; ellas, a manejar con habilidad el sexo propio y el de su pareja. De aquí parten hacia la industria del cine. Aquí recalan cuando vienen mal dadas.

Renata Wife, una checa de aspecto angelical, de 21 años, que estudiaba para fontanera y llegó al porno por accidente hace dos, lo tiene claro: “Bagdad es dinero seguro entre película y película. He hecho 15. Por un par de días de rodaje saco 360 euros. Y en Bagdad, 900 a la semana”.

–¿Hay algo que se niegue a hacer?
–Hago de todo. Incluso doble penetración. Pero duele. No te puedes ni mover.

–¿Disfruta o interpreta?
–Depende con quién. Depende si es amigo o no. Si no te respeta, te hace polvo; pero si le conozco, si piensa en mí, es agradable. El lésbico es más fácil, pero no me excita. Soy heterosexual. Como la mayoría de las chicas que hacemos lésbico. No. No he tenido ningún orgasmo rodando. Soy muy tímida…, y eso es algo muy privado.

–¿Sabe su familia a qué se dedica?
–¡Si mi hermano se entera, me mata!

Pista central del Bagdad. Aforo para 400 personas. Comienza la actuación de Claudia Clair y Robby Blake. Todo según el guión. Sexo oral. Seis posturas. Tres, dos, uno. Traca final. Roberto es holandés. Tiene 30 años y lleva cinco en España. Mide 1,90 y pesa más de 100 kilos. Dotación acorde. Fue pastelero y mecánico. Conoció a Claudia, se enamoraron y comenzaron su singular carrera. Les va bien. En el amor y en la economía. El año pasado intervino en 15 películas. Roberto es serio y directo. “Trabajo con mi cuerpo y mi sexo como otros tipos lo pueden hacer con un ordenador. Fuera del set somos gente normal. Ni tiramos el dinero, ni nos prostituimos, ni estamos enganchados a la droga”.

–¿Cómo es posible tener pareja formal dedicándose a esto?
–Yo no considero que esté poniendo cuernos a mi chica cuando hago sexo en una película. En pantalla no doy mi corazón. Mi corazón está en casa con mi chica. En casa haces el amor; en un rodaje, no. No mezclas. ¿Celoso? Cuando Claudia interpreta con otros chicos me toca un poquito. No quiero pensar mucho en ello. En este trabajo tienes que aceptar que tu mujer lo pase bien. Tú lo pasas bien.

Claudia está desnuda. Acaba de terminar una sesión fotográfica. Conversa con El País Semanal. No se inmuta. Su piel es su uniforme de trabajo. Tiene 24 años y hace cinco era una modosa secretaria nacida en Praga. Es guapa, menuda, de pelo muy rubio y ojos azules con la expresión perdida de los miopes. El último año ha trabajado en ocho películas en Italia, Francia y España. “Nunca pensé dedicarme a esto, nunca. Me parecía fatal. Empecé hace un año. Quería ganar más dinero, vivir mejor. ¿Es normal, no? Y al final no ha sido tan difícil. Bueno, lo peor, poner cara de placer. Al principio no podía, lo odiaba. He aprendido. Soy joven, tengo buen cuerpo y voy a explotar esto mientras pueda. Eso sí, de anal nada de nada. Me niego”.

–¿Se iría con un hombre por dinero?
–¿Está loco? No soy una prostituta, sólo interpreto. Quizá la gente no lo entienda, pero no soy infiel a Roberto. Ni lo he sido ni lo seré. No necesito buscar sexo. Tengo sexo cuando quiera.

“Aquí está prohibido el alterne y la prostitución. Y el que no tenga su análisis de sida y su documentación en regla, no trabaja”. En Bagdad hay dos ojos que todo lo ven. Bueno, en realidad son tres. Las tres pantallas de circuito cerrado que tapizan el despacho de Juani de Lucía, propietaria y alma de la sala. Mano de hierro tras una luminosa sonrisa. “Aquí ningún actor viene a pasárselo bien. Aquí se viene a trabajar. Todo está muy ensayado. Es sexo puro y duro, y se tiene que ver con todo detalle. Se tiene que ver el sexo, pero también la cara de la chica. La acción y la reacción. No quiero tonterías. Este oficio es tan serio como cualquier otro”.

En su pequeño despacho, Juani no aparta la vista de sus pantallas: cuatro si se incluye la de su ordenador, desde la que controla los números sexuales de sus empleados que se emiten vía Internet. Los sabios de la cibercomunicación lo llaman contenido. A un par de metros es sexo caliente, humano; sexo que huele, con nombre, que se transforma en sexo frío a través del cable telefónico que lo distribuye a los monitores de ordenador de todo el mundo.

Y el rey del sexo frío vive a tres horas del Bagdad. En la gélida Andorra. Sus oficinas están en Sant Cugat (Barcelona). Se llama Berth Milton, tiene 45 años y es el heredero de un imperio del porno nacido en Suecia en 1965. Hoy vale 600 millones de euros. Milton es accionista mayoritario de Private, una de las mayores productoras y distribuidoras de pornografía del mundo. Un conglomerado multimedia que factura más de 40 millones de euros al año y dobla los beneficios cada ejercicio. “No conocemos la palabra recesión”. Private cotiza en Nasdaq, y a comienzos de este año saldrá a Bolsa en Alemania. Espera conseguir 72 millones de euros para invertir en desarrollo tecnológico. Produce decenas de películas al año, distribuye material en 35 países y tiene contratos con los principales operadores de cable, satélite, Internet y pago por visión en hoteles. Sólo a través de sus canales Blue y Gold de televisión, Private tiene la capacidad de llegar a 28 millones de hogares. Un millón de sus DVD se venden cada año en todo el mundo.

(FIN PAG1)

Milton es frío, muy frío. Detrás de esa imagen de donjuán nórdico vestido de negro Hugo Boss se esconde un tiburón de las finanzas. Hielo Milton. Su padre le puso a trabajar en un sex shop a los 11 años. A los 14 años asistió a un rodaje X. Primero y último. Hoy, los Milton no se dirigen la palabra. A comienzos de los noventa, el hijo desalojó del negocio al padre. Le ha dado la vuelta. Milton no habla de porno, prefiere definirlo “entretenimiento para adultos”. Lleva una vida familiar feliz y discreta, y odia los alardes sexuales de los magnates del sector como Hugh Hefner (editor de Playboy) o Larry Flynt (creador del grupo Hustler). Él se considera otra cosa. Un protagonista de la nueva economía. En su impersonal (y frío) despacho, nada le traiciona.

–¿Cómo definiría su trabajo?
–Trata de personas que hacen el amor.

–Y usted lo vende.
–Por supuesto. Vivimos en una sociedad capitalista, y todo consiste en hacer algo y crear con ello un negocio.

–¿Por qué rechaza el estilo de vida de sus colegas de la industria?
–Ellos no muestran el respeto que se debe tener con la mujer. Ellos están en el centro y las chicas sólo revolotean alrededor. Es como si las consideraran un producto. Y no lo son.

–¿Esas ideas están plasmadas en algún tipo de libro de estilo a la hora de rodar sus películas?
–Desde luego. Las drogas están prohibidas. Y todo el mundo debe venir con un certificado médico firmado dos días antes con las pruebas de VIH y las demás enfermedades. Y si una actriz cambia de opinión y dice que ya no quiere formar parte de la película, el productor debe dejarla libre. Tenemos que asegurarnos de que todo el mundo trabaja por voluntad propia.

–¿Por qué no ruedan con preservativo?
–Al público no le gusta. Probablemente porque da la impresión de que la pareja tiene miedo, que la relación no es muy limpia… Eso sí, en nuestros vídeos advertimos que si los espectadores mantienen relaciones con un desconocido, sin duda alguna deben utilizarlo.

–Hablaba antes de que sus actores y actrices eran libres de abandonar el rodaje. ¿No es ésa la norma en toda la industria?
–No puedo dar datos concretos, pero tengo mis sospechas.

Este periodista no ha tenido evidencia de prácticas irregulares en la industria del porno español. La situación en Europa del Este no es tan transparente. Hungría y la República Checa se han convertido en punto de encuentro de la industria. Budapest es la capital del porno europeo con al menos 200 películas rodadas en 2000. Agencias como Touch Me, dirigida por la pornstar Anita Rinaldi, proporcionan a productoras italianas, francesas o españolas plató, equipo, personal técnico y un catálogo interminable de actrices muy jóvenes. Rápido y barato. El problema es que con menos de 18 años una mujer de esa nacionalidad puede rodar porno sin trabas legales. Y ahí entra en juego la responsabilidad de las productoras que acuden a rodar a Budapest.

“No estoy conforme con las sospechas de Milton. Esto es legal. Pagamos nuestros impuestos. Trabajamos con los bancos. Tenemos nuestro festival de cine erótico. Para nosotros es como un negocio de patatas o melones. Aquí te pueden meter una inspección en cualquier momento. Y tienes que estar muy limpio. No cogemos a menores ni gente sin análisis del sida. Aquí no se obliga a nadie. Vendemos ilusiones, por eso rodamos sin preservativo”.

El productor y distribuidor Salvador Diago, propietario de International Film Grup (IFG), es la antítesis de Berth Milton. Grueso, llano, su despacho, en un barrio industrial de Barcelona, está empapelado de fotos de estrellas del porno mezcladas con las de sus dos hijos y opaco por las volutas de sus Montecristo. En una sala contigua, su cofre del tesoro: los master de las 2.000 películas X de cuyos derechos es propietario. Diago se asemeja mucho más a una caricatura de libertino magnate californiano del porno que Milton. Es un espejismo. En el despacho contiguo, Jacky, su mujer, no deja sin cubrir ni un resquicio del negocio. Dicen que es dura, muy dura. El alma de una empresa familiar que lanza 250 títulos porno al año, más 50 en DVD, y que ha producido 60 películas desde 1990. “Yo nunca voy a los rodajes, es mi mujer la que se dedica a eso”, explica Diago.

El que ha visto un rodaje porno, ha visto todos. Es un aburrimiento. Su presupuesto rara vez supera los 42.000 euros, el mismo precio que un capítulo de Al salir de clase. La infraestructura es similar: el director y su ayudante; técnicos de sonido y fotografía; producción; iluminación; vestuario; un guión en el que se especifican claramente posturas y diálogos, y en el centro de la escena, actores practicando sexo. Horas y horas. Para los intérpretes no hay descanso: cuando el director grita “¡corten!”, ellos continúan en acción. No pueden enfriarse: comienza el turno de los fotógrafos. Es otra parte del negocio.

¿Hay trucos? Por supuesto. Hasta la mayor estrella ha pegado un gatillazo. Y ahí están tras las cámaras novias, amigas o incluso un alma caritativa de la productora dispuestas a que el actor recupere su erección. “La cuestión no es estar empalmado seis horas, sino empalmarte cuando es necesario”, explica un profesional. “Cada uno de nosotros tiene sus recursos psicológicos para motivarse. Piensa que estás rodeado de 30 personas, de mecánicos, electricistas; con un cámara entre las piernas. El coco aquí es todo”. ¿Y si falla el coco? En voz baja, los actores hablan de otros actores (siempre otros) que lo solucionan con píldoras de Viagra, inyecciones de Caverject (un vasodilatador que se inyecta en las paredes del pene), prótesis inflables y, en último caso, un doble en los planos cortos.

¿Y ellas? “Lo primero, estar en forma”, explica María Bianco, la primera estrella del porno español, dedicada hoy a la producción. “Yo no lo estaba, y tras unos polvos estuve sin poder moverme una semana”. Al margen, hay recetas caseras como no comer antes de una película, beber mucha agua, y usar enemas y cremas lubricantes…, y el calentamiento previo.

No abundan las clases teóricas. Se aprende sobre la marcha. El porno español es un recién llegado. A comienzos de los ochenta, con la irrupción del vídeo, el sector vivió un momento de esplendor. Llegaron a contabilizarse 12.000 videoclubes que alquilaban películas como churros. Buenos tiempos para los pequeños distribuidores como Salvador Diago, que no sólo se dedicaban al porno, sino también al documental y las series infantiles. Llegaron los noventa. Y las televisiones privadas. Y las grandes multinacionales de la distribución. El alquiler cae en picado. La mitad de los videoclubes desaparecen. Imposible competir. “Los pequeños distribuidores se quedaron sin negocio”, explica José María Ponce, el director de cine X más importante (e instruido) de nuestro país. “Hasta entonces, esos pequeños distribuidores iban por las ferias, compraban derechos por kilos y los vendían muy bien.

De pronto llegan las multinacionales, y éstos se atrincheran en el porno. No les dejan otra cosa. Para las multinacionales, el porno era un terreno muy resbaladizo”. Aquellos distribuidores de los ochenta –IFG (Barcelona), Azul y Negro (Castellón), Interselección (Barcelona), Papillón Films (La Coruña)– se hicieron poco a poco con el mercado del porno en compañía de alguna empresa con más calado, como SAV, participada al 50% por el grupo Planeta, o Elephant Channel, propiedad del grupo Filmax. A mediados de los noventa, las primeras se lanzan también a la aventura de la producción. Hoy colocan cada año en el mercado un centenar de títulos propios. Y tienen directores en nómina como Dani Rodríguez, Narcís Bosch o Álex Romero.

Ganar dinero no es complicado. Es cuestión de mover el producto. Según Carlos Aured, “el negocio es tener un catálogo con muchas películas y vender sus derechos una y otra vez”.

Un ejemplo. Una empresa produce una película porno. Le cuesta 30.000 euros. Comienza el recorrido. Tres mil en las salas X. A continuación, el circuito del vídeo: 12.000 entre venta y alquiler en sex shop y videoclub. Seguidamente, las televisiones de pago: cada una puede pagar 6.000 cada una por media docena de pases. Y para terminar, la venta de los derechos en el extranjero por otros 12.000. Resultado: un beneficio en torno al 40% por película.

Pero en 1994, la producción nacional era nula. Ese año se rueda la primera película (en formato vídeo) de la nueva era: Club privado. Cuesta 24.000 euros. José María Ponce es el director; su novia, María Bianco, la estrella, y su amiga Adeline Arénaga, la productora.

Puestos a entrevistas en lugares exóticos, esta vez le toca a un sex shop. Adeline Arénaga recibe a El País Semanal en su establecimiento de la calle Muntaner de Barcelona. La conversación transcurre con la única interrupción de las consultas de los clientes a la propietaria sobre los artículos que se comercializan en el establecimiento.

Adeline Arénaga, de 45 años, fue la pionera del sexo en nuestro país. Montó en 1977 el primer sex shop de España: ¡frente al Liceo! Fue perseguida por peligrosidad social, batalló contra la Administración hasta 1982. A comienzos de los noventa crea, con un grupo de amigos, Kitsch Star, la primera productora X de este país. “Fue divertido, pero no ganamos un duro. No conseguíamos actores, y cuando venían no se empalmaban. Y no encontrábamos chicas porque les daba miedo que se enteraran en su casa. Kitsch fue el embrión del porno nacional. Allí descubrimos, por ejemplo, a Toni Ribas, que siempre dice que soy su mamá. Pero no ganábamos dinero. Sin distribución no tienes nada que hacer”.

–Beate Uhse, la primera magnate del porno europeo, era mujer. Y Juani, propietaria del Bagdad. Y Jacky, productora de IFG. Y Natalia Kim, organizadora del Festival de Cine Erótico. Y usted. ¿Por qué entonces el porno es tan machista?
–Yo no creo que el porno esté hecho para hombres, sino que las mujeres no necesitamos imágenes tan explícitas. No nos gusta el aquí te pillo y aquí te mato. Tenemos otro ritmo. Pero bueno, también es que los productores no quieren o no saben hacer otra cosa. O las dos cosas.

¿Qué opinan las feministas españo- las de la pornografía? Llamada a la Federación de Organizaciones Feministas del Estado Español. Madrid. Primera (sorprendente) respuesta de boca de su secretaria, Yolanda Iglesias: “No tenemos un criterio definido como federación”. Segunda respuesta, de Justa Montero, ex presidenta de la citada organización: “Es un motivo de controversia dentro de nuestro movimiento. Un motivo de debate. Yo estoy a favor de la pornografía como libertad de desarrollar tus fantasías sexuales, siempre que no vulnere los derechos más elementales de la mujer”. Tercera respuesta, de nuevo Yolanda Iglesias: “Hay dos corrientes del feminismo enfrentadas desde 1993: unas mujeres dicen que la pornografía siempre es mala porque genera violencia, otras pensamos que no es mala como forma de obtener una excitación. Lo peligroso es que siempre reproduzca los roles sexistas y falocráticos. Estamos contra esos roles, no contra la pornografía. Porno sí, pero en igualdad de condiciones”.

Celia Blanco afirma que es feminista. No lo parece. Es alta, de un rubio oxigenado, cuerpo de modelo e implantes de 100 centímetros. Nació hace 23 años en Madrid y es actriz porno. Quiere dirigir. Es muy ambiciosa. Dice que está dispuesta a todo. El visionado de las escenas de porno duro en las que ha participado lo demuestra. Ha trabajado en tres producciones, dos de ellas dirigidas por su novio, el también actor Ramiro Lapiedra: Celia la ninfa y La mujer pantera. “Quiero cambiar el papel de la mujer en el porno, que sea más activo. Yo hago los guiones con Ramiro y meto cizaña para que sea más feminista. Por ejemplo, en mi última película violo a una pareja y terminamos con un trío. No se trata de que hagamos películas cursis. A mí me gusta que se vea follar a tope, lo que no me gusta es la violencia. La mujer debe tener más papel y ser más activa”.

La otra cara de la moneda es la superestrella Sophie Evans. “A mí sí me excitan las películas. ¿No serán las mujeres las que no se atreven a confesar que les gustan?”. Sophie no reivindica nada. No lo necesita. Dicen los entendidos que es la número uno porque disfruta en el escenario. “La mejor escena es la natural, y eso se nota en la cámara. Yo, desde luego, no sé fingir”. Sophie tiene 25 años, ojos de gata y ha hecho 100 películas. En persona es muy tímida. Antes fue stripper en Grecia y Canadá, y formó pareja con Toni en el Bagdad durante tres años. Después se marcharon a Los Ángeles y triunfaron. Tras casarse en 1998, optaron por rodar sólo en pareja. Hicieron 50 películas juntos. Hasta que la chispa se fue apagando. “Es muy difícil excitarte todos los días con la persona que te ha puesto el cola cao para desayunar”, describe el responsable de casting de una productora. Les recomendaron que volvieran a rodar con otras parejas. Hoy están en la cima. Sophie está contenta con su trabajo y con su marido. “Tengo mi página web y creo que podré seguir en esto unos poquitos años. Luego tendré dos o tres hijos y me dedicaré a algo en esta industria que no sea actuar”.

Sophie Evans y Toni Ribas. La pareja de moda en el porno. Podrían rodar un anuncio. Son guapos y atléticos; viajan en una ranchera; tienen perro, y aman el campo y el deporte. ¿Son felices? Lo parecen. Aunque la última reflexión de Sophie da que pensar: “A veces entro en un supermercado y me da vergüenza que me reconozcan y piensen que soy una puta. No se dan cuenta de que esto es un trabajo y que cuando acabas eres igual que ellos. No es un trabajo normal. Nosotros lo somos”.

VALORES NACIONALES.
De izquierda a derecha, Toni Ribas, Sophie Evans, Claudia Clair, Robby Blake, Renata Wife, Ramiro Lapiedra y Celia Blanco.
EL MAESTRO.
Dos escenas de ‘Fausto’, de José María Ponce. Una mezcla de cine porno y fantástico en la que colaboran dos número uno del X nacional: Nacho Vidal y Toni Ribas.
CUATRO REINAS DEL PORNO
De izquierda a derecha, Sophie Evans, de 25 años. Una de las estrellas del porno mundial. Ha rodado 100 películas, además de un buen número de sesiones fotográficas y actuaciones en directo. Casada. Quiere tener dos o tres hijos. Claudia Clair, de 24 años. Ha trabajado en ocho películas y actúa a diario en la sala Bagdad, que emite sus actuaciones con su novio, Robby Blake, por Internet. Renata Wife, de 21 años. Estudiaba para fontanera. Ha rodado 15 películas de porno duro. Compagina el cine con sus actuaciones en Bagdad. Celia Blanco, de 23 años. Ha trabajado en tres películas dirigidas por su novio y también actor, Ramiro Lapiedra. Se confiesa feminista y quiere dirigir..

Y SU PRÍNCIPE
Max Cortés. Badalona, 1971. Tiene fama de duro, de especialista en escenas de porno fuerte. Ha intervenido en 500 películas. Rodó la primera a los 22 años. Antes había sido administrativo, informático y empleado en un gimnasio. De ahí saltó al ‘strip-tease’, y de ahí, al cine. Hoy es una estrella mundial. Una ocupación que compagina con su reciente trabajo como director. Viaja continuamente. Rueda todas las semanas. Es un apasionado de su trabajo. “Pero esto no lo hago por placer. Soy actor. Un profesional. Lo que no puedo es compararme con Tom Cruise o Banderas. No tenemos tiempo ni presupuesto para preparar los personajes. Te tienes que estudiar el papel en un día y todo está enfocado al sexo”.