La Guerra de Troya tuvo lugar hacia el siglo XIII a.C. y entre los siglos IX y VIII se compondrían y transmitirían oralmente los relatos poéticos sobre el suceso (Homero Cantor); posteriormente, hacia el siglo VII a.C. se produciría la primera redacción o compilación escrita de dichas narraciones (Ilíada; Homero Compilador o Escritor) y poco más o menos en esa misma época serían escritas las principales obras de Hesíodo (s.VIII-VII). Entre los siglos VII al V a.C. no sólo surgen los pensadores que conocemos como Presocráticos, primero, y Sofistas, después, sino que tiene lugar la primera obra histórica o semi-histórica, de la mano de Heródoto (~526-427 a.C.), y una segunda obra, ya plenamente histórica, de la mano de Tucídides de Atenas (~460-395 a.C.). Con lo cual, vemos en el surgimiento de la Historia un movimiento paralelo y correlativo al que se produce en el ámbito de la Filosofía, sin los cuales no son explicables las apariciones de un Sócrates, primero, y de un Platón y un Aristóteles, después.
El comienzo de la Ilíada de Homero, nos muestra una obra cantada por un anónimo poeta inspirado, a través del cual se pronuncia la Musa: “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes” (Canto-I). Hesíodo, comienza su Teogonía y sus Trabajos y Días, hablando de las Musas, aunque ya nos ofrezca datos personales de su personalidad y autoría: “Ellas precisamente enseñaron una vez a Hesíodo un bello canto mientras apacentaba sus ovejas al pie del divino Helicón. Este mensaje a mí en primer lugar me dirigieron las diosas, las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la égida: <<¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan sólo! Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad>>” (Teogonía, vv.22-29).
“Mucho mienten los poetas” decía ya Solón de Atenas
(E.Diehl fr.21). Pero será Heródoto 1
, quien represente el nacimiento de la Historia frente a la Mitología.
Aunque denomine a su obra: Los nueve libros de la Historia, con
el nombre de las nueve Musas 2 , inspiradoras mitológicas
de las tareas intelectuales, ya no trata tanto de los héroes y los
dioses, ni de deleitar con historias asombrosas y fantásticas, como
de llevar a cabo una labor de cronista, acerca de las causas de las Guerras
Médicas, que enfrentaron a griegos y persas (medos). Todavía
Heródoto no se distancia totalmente de los relatos tradicionales
y encuentra una cierta verosimilitud en las leyendas sobre el origen de
la Guerra de Troya, mezclando muchos otros relatos míticos
con su labor historiográfica. Su Proemio reincide en la novedad
abierta por Hesíodo al reivindicar su autoría del relato:
“Ésta es la exposición del resultado de las investigaciones
de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos
humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas,
respectivamente, por griegos y bárbaros -y, en especial, el motivo
de su mútuo enfrentamiento- queden sin realce”. Tenemos en la Historia
de Heródoto la primera obra extensa que se escribió en prosa
griega, comparable en magnitud a los poemas épicos homéricos.
Heródoto era consciente se ser un continuador de la épica
al tiempo que se daba perfecta cuenta de que sus objetivos se desplazaban
desde la magnificación poética de los relatos tradicionales
sobre dioses y héroes hacia la cronica histórica de los hechos
humanos.
La Ilíada narraba el enfrentamiento mítico entre
griegos y asiáticos que nuestro historiador toma como precedente
a su labor, más cercana. Su obra comienza dando crédito al
rapto de Helena por los troyanos como origen de las disputas entre
griegos y bárbaros, precedido por el aún más mítico
rapto de Ío (L.I, 1-5). Concede, pues, verosimilitud a las
leyendas acerca del rapto de mujeres como causas de las contiendas
antiguas, ya considerando lo que de ello contaban los persas (L.I, 1-5)
como lo que le narraron los sacerdotes egipcios (LII,113-120). Y si bien
puede apreciarse en la tradición del rapto de mujeres un motivo
de contiendas en una remota época prehistórica, la Guerra
de Troya se situaría ya en un estadio superior, no pudiéndose
aceptar, como hace Heródoto, tal causa, como motivo del primer enfrentamiento
multitudinario entre los dos pueblos.
Tucídides 3 , es realmente quien
representa el nacimiento de la Historiografía Científica.
Más allá de los residuos míticos de Heródoto,
se enfrentará críticamente con la tradición de los
poetas y nos ofecerá una fiel crónica del enfrentamiento
entre atenienses y espartanos. Así, comienza su Historia de las
Guerras del Peloponeso desconfíando de las narraciones tradicionales
sobre la Guerra de Troya, señalando que Homero vivió
mucho después de dicha contienda (I,3), que los griegos aún
no estaban unidos ni firmemente establecidos, dedicándose a la piratería
y al nomadismo, que el arte de la navegación debió de estar
muy pobremente desarrollado y que, por consiguiente, la trifulca de Troya
se debía a otros motivos distintos de los cantados por los aedos:
“Agamenón organizó la expedición porque era más
poderoso que sus contemporáneos y no porque los pretendientes de
Helena, a cuyo frente fue, estuvieran obligados por el juramento prestado
a Tindareo 4 ” (I,9). Dicha expedición, se
nos dice, fue la primera cosa en común que hicieron los griegos
y la más grande empresa militar hasta su tiempo, pero no más
que una escaramuza (I,10), comparándola con las fuerzas que se pondrían
en juego en la muy posterior Guerra del Peloponeso, que el historiador
Tucídides nos narra como cronista contemporáneo a la misma.
De la contienda antigua “se demuestra por los hechos que fueron inferiores
a la fama y a la tradición que, debido a los poetas, se ha impuesto
acerca de ellos” (I,11).
Cuando Tucídides intenta narrar los hechos históricos
se encuentra como principal impedimento, las muchas mistificaciones forjadas
por los poetas y creidas por el pueblo: “Esto es lo que he averiguado sobre
los acontecimientos del tiempo antiguo, para cuya aceptación son
difíciles de hallar pruebas terminantes, pues los hombres aceptan
unos de otros sin pruebas e indistintamente las tradiciones de los sucesos
antiguos, aunque sean de su propio país... Otras muchas cosas de
hoy en día y no olvidadas por el tiempo las creen también
erróneamente los demás griegos... Tan carente de molestias
es para los más la búsqueda de la verdad y con tanta preferencia
se vuelven hacia lo primero que se presenta” (I,20).
Tras la constatación de que resulta más fácil
creer los relatos fabulosos que la investigación racional de las
verdaderas causas de los acontecimientos humanos, se nos insta a preferir
lo verdadero a lo agradable, los relatos que aportan pruebas o dan razón
de sus contenidos a los que carecen de dichas garantías: “Sin embargo
no se equivocaría el que creyese que las cosas que conté,
a juzgar por las pruebas citadas, eran así poco más o menos,
y no diese fe más bien a lo que han cantado acerca de ellas los
poetas, adornándolas para engrandecerlas, ni a lo que los logógrafos
escribieron, tendiendo más a lo agradable de oir que a la verdad;
cosas sin pruebas y las más llevadas al terreno de la fábula
de una forma increible por el mucho tiempo que hace que sucedieron” (I,21).
Y ya refiriéndose a la guerra entre Atenas y Esparta de la que
él, como contemporáneo, se va a ocupar de registrar fielmente
para la posteridad, señala sus dificultades de indagación
y la carencia de adornos de su prosa peculiar: “La verdad fué hallada
con trabajo, porque los testigos de cada suceso no decían lo mismo
acerca de las mismas cosas, sino de acuerdo con las simpatías o
la memoria de cada uno. Para una lectura pública, la falta de color
mítico de esta historia parecerá un tanto desagradable; pero
me conformaría con que cuantos quieran enterarse de la verdad de
lo sucedido y de las cosas que alguna otra vez hayan de ser iguales o semejantes
según la ley de los sucesos humanos, la juzguen útil. Pues
es una adquisición para siempre y no una obra de concurso que se
destina a un instante” (I,22).
Después de que la periferia del mundo helénico produjese
a los presocráticos, a Heródoto y a los sofistas, tres atenienses,
un filósofo, un estadista y un historiador (Sócrates, Pericles
y Tucídides), darían gloria a Atenas con sus acciones y obras.
No es casual que todo el movimiento intelectual del mundo griego culminase
en el invento y desarrollo de una fórmula inédita de gobierno,
que nos recuerda el propio Tucídides al transcribir un famoso discurso
de Pericles, en el que el gran gobernante de Atenas se expresaba de la
siguiente manera: “Tenemos un régimen de gobierno que no envidia
las leyes de otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros
que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por
no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor” (II,37).
NOTAS
1 Heródoto Historia. Editorial Gredos. Traducción y notas de Carlos Schrader. Libro I-II. Madrid 1977.
2 1.Clío (Musa de la Historia); 2.Euterpe (Flauta); 3.Talía (Comedia); 4.Melpómene (Tragedia); 5.Terpsícore (Danza); 6.Erato (Lírica coral); 7.Polimnia (Pantomima); 8.Urania (Astronomía); 9.Calíope (Épica).
3 Tucídides Historia de la guerra del Peloponeso. Biblioteca clásica Hernándo. Introducción traducción y notas de Francisco Rodriguez Adrados. Tomo I, Libros I y II. 2ª edición, Madrid 1967.
4 Padre de Helena del que se dice que hizo
jurar a los pretendientes de ésta (caudillos luego en la guerra
contra Troya) que defenderían siempre al elegido, que sería
Menelao, hermano de Agamenón y rey de Lacedemonia (Esparta).