LO
MEJOR DE MIGUEL BOSE
Por:
Lucia Extxerarria, Rolling Stone de España
Miguel
Bosé ha sido objeto de deseo de gays y adolescentes, ha triunfado
como actor, músico, presentador y es icono de toda una generación.
El capricho genético de una diva italiana y un torero se confiesa
ante Lucia
Extxerarria.
Yo
tengo muy mala memoria y nunca recuerdo hechos puntuales de mi carrera,
ni fechas, ni cifras. Tampoco puedo hablar mucho del ambiente musical
que me rodeaba porque yo siempre he sido una rara avis, he ido por libre.
Empecé en esto con dieciséis años, por curiosidad,
por aprender porque me gustaba el estudio. Pero soy muy serio en todo
lo que hago y si decido hacer una cosa me meto a fondo, si no, no la hago.
Era
la época en la que se puso de moda el cantante solista joven y
guapo destinado a un público adolescente: Pedro Marín, Iván,
Leif Garrett... A Leif, por cierto, me lo encontré hace unos años
en los Angeles en un restaurante, tras un concierto de Genesis: estaba
calvo, gordo... ¡Irreconocible! A Pedro Marín le escribí
tres o cuatro canciones. Si encuentras alguno de sus discos, busca los
temas firmados por C. Iwain. ¡Ese era yo! El seudónimo lo
saqué de uno de los personajes de Los Caballeros de la Tabla Redonda.
De aquella cantera el único que ha sobrevivido he sido yo, pero
lo cierto es que desde el principio mi carrera se planteó de manera
distinta. Yo vivía para mis discos, sabía lo que hacía.
Mis
dos primeros singles-Soy y Whatever For Yau- los produjo Camilo Sesto.
Yo tenía 17 años. Después, más consciente
de en lo que me metía, formé equipo con Javier Vallhonrat
y Juan Gatti, en fotografía e imagen, y Manolito de la Fuente en
el estilismo. Nos encargábamos de todo, éramos muy creativos
y modernos, pero sobre todo lo pasábamos muy bien juntos. El caso
es que yo quería grabar en ltalia por dos razones. La primera,
claro, por mi ascendencia italiana. La segunda porque entonces aquí
no había apenas productores, estudios o técnicos. Como yo
hablaba varios idiomas, opté por plantearme una carrera internacional
y fuimos a Milán a grabar. El primer bombazo llego con Linda, pero
el tema que rompió mercados fúe Ana un éxito millonario
no sólo en España sino en Italia, Holanda y Alemania.
Mas
allá de la bandera generacional que yo enarbolara, existía
una inquiétud por ofrecer otras cosas. Yo provenia de un entorno
muy sofisticado aunque la profundidad -mis lecturas, mis referencias,
mi educación...- procuraba reservármela. Pretendía,
por encima de todo, divertirme y aprender. Pero en cualquier caso esto
me diferenciaba de otros cantantes. Tampoco en mi compañía
me veían como un ídolo de niñas. Las condiciones
de la época eran tremendas: contratos para siempre, royalties ínfimos,
manejo a priori del repertorio, derecho a exigirte lo que fuera... Propiedad
hasta del alma, en suma. Mi caso fue otro: tuve la suerte de estar con
gente que contaba con que mi educación y mi cultura eran diferentes.
Para bien o para mal el personaje Bosé estaba -y ha estado siempre
de alguna manera- por encima de sus canciones.
Desde
el principio fui un ídolo no sólo para las niñas
sino para el público gay. Siempre ha sido así. En cuanto
el público decide quiénes son sus objetos de deseo se crea
una proyección y deciden que debes ser como ellos desean que seas.
Los dos grandes mercados de los objetos de deseo son el adolescente y
el homogay que están conectados, puesto que en la pubertad la sexualidad
no está definida y es mucho más abierta. En general lo ambiguo
es muy comercial. No tienes más que fijarte en la publicidad para
comprobar que la ambiguedad es un filón. Pero la verdad es que
en aquel momento yo no era nada consciente de mi poder de seducción
o de la doble lectura de mi imagen. Es inevitable, cuando eres efébico,
que te conviertas en carne de cañón para cierto público.
Uno de mis éxitos de entonces se llamaba Shoot Me In The Back.
Yo cantaba aquello y hacía la coreografía con alegría,
ajeno a la polémica que se estaba montando con si el tema era o
no una incitación a la sodomía, polémica que mi productor
de entonces se esforzó en ocultarme.
El
punto de inflexión llegó cuando ya había conseguido
ventas hipermillonarias en el mercado latino e italiano. Entonces empezó
a apetecerme enseñar otros recovecos de mi. Y, paralelamente a
la grabación de un disco que mi compañía quería
sacar y que nunca se editó, yo grabé un master casi clandestino
en el que hacía una ruptura drástica: cantaba por primera
vez en mi octava natural, mucho más baja, con letras herméticas
y cripticas sobre melodías contemporáneas. Era Bandido,
una nueva manera de concebir el pop que coincidió con un cambio
de estilo en la indumentaria: la famosa falda diseñada por Montesinos.
Y cuando fui a París a enseñarlo, la compañía
lo consideró un capricho suicida y me quisieron hacer firmar la
carta de libertad. Consegui,que se editara al fin en Sudamérica,
con un resultado increíble: 8o.ooo copias vendidas el primer fin
de semana. Había llegado a otro público. Y a la crítica:
"¡Este es el Bosé que habíamos intuido!",
decían.
Salamandra
fue otra etapa, la de un disco electrónico que supuso un bajón
de ventas pero la aclamación de la crítica y que hoy suena
increíblemente moderno. Bajo el signo de Cain fue una segunda vuelta
de tuerca.
Allí
empecé a mezclar culturas musicales, el famoso mestizaje que tan
de moda está ahora. Descubrí que el pop es generoso: es
un caballo que admite cualquier montura. El siguiente disco, Once maneras
de ponerse un sombrero, fue un trabajo de transición, de pausa.
Fue un álbum en el que yo pretendía contar una historia
con cada canción, que los sonidos se concibieran igual que las
emulsiones o la textura en cine: como una indicación de lo que
iba a pasar.
Mi
próximo álbum sale en octubre con temas inéditos
y remezclas dance de canciones mías. Pero no es un disco de grandes
éxitos al uso... Y pretendo hacer un disco de coplas, que me encantan.
De hecho Sevilla era una copla que compuse en un ataque de nostalgia.
También he pensado en dirigir cine... pero todo a su tiempo. En
cada momento de mi vida creo que he actuado con coherencia y tengo la
íntima sensación de haber subido bien las escaleras, a veces
de dos en dos, tal vez, pero sin haber bailado la danza del cangrejo.
Sin haber dado un paso atrás.
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