"¿Marlene Dietrich? ¿Quién es Marlene Dietrich?", dicen que fue la desdeñosa respuesta de la diva del cine de los años 20 Greta Garbo al ser comparada con la actriz alemana, cuya estrella comenzaba a brillar alto en el firmamento de Hollywood y quien el 27 de diciembre cumpliría 100 años.
Pero, ¿quién fue Marlene Dietrich? Durante toda su carrera artística se esmeró por crear una imagen de inalcanzable e indomable, sensual y al mismo tiempo fría, siempre rodeada de un halo de misterio que la convirtió en un mito viviente.
Marlene Dietrich aborrecía hablar con la prensa, sus respuestas solían ser monosilábicas o deliberadamente capciosas. Escribió dos autobiografías en las que dijo poco o nada de importancia para lo que se espera de una estrella de su talla.
En sus últimos años, cuando el paso del tiempo había dejado marca indeleble en su esbelto cuerpo, decidió recluirse hasta su muerte en su departamento de París, a salvo de las cámaras de la prensa, y sólo permitió ser visitada por sus familiares más cercanos.
Maria Magdalene Dietrich (posteriormente von Losch, por el segundo marido de su madre) nació el 27 de diciembre de 1901 en Berlín. Era la segunda hija del matrimonio formado por el teniente de policía prusiano Louis Erich Otto Dietrich y su mujer Josefine, una joven proveniente de una familia pudiente de relojeros de Berlín.
"Lena", como la llamaban de chica, fue educada en la estricta tradición prusiana. Al concluir la escuela se dedicó de lleno al estudio del violín -para el cual parecía tener un gran talento-, pero su carrera se vio frustrada por un problema en la muñeca.
En lugar de la música se decidió por el teatro y estudió en la entonces renombrada escuela de Max Reinhardt tras lo cual consiguió pequeños papeles en obras de teatro y películas de cine mudo en los que llamaba más la atención por las bondades de su físico que por su talento actoral.
El salto a la fama lo consiguió en 1930 con "El Angel Azul", la película de Josef von Sternberg en la que encarnó al prototipo de mujer fatal en el papel de "Lola Lola", la cabaretera de sombrero de copa y ligas que hace perder la razón a un profesor universitario e inmortaliza la canción "Estoy hecha para el amor de la cabeza a los pies".
A partir de ese año pasa a Hollywood junto con von Sternberg, su pigmalión y eterno enamorado, con quien rodó siete películas en las que consiguió forjar la imagen de la seductora en persona, pero de una vampiresa ambigua, que combina el frac o el traje de hombre con vestidos muy femeninos y sensuales.
También en su vida privada conservó ese carácter andrógino que en ocasiones escandalizó a la opinión pública, como cuando apareció vestida de frac para el estreno en Hollywood de "El signo de la cruz" en 1932. "Tiene sexo pero no tiene género", supo resumir su esencia el crítico de cine Kenneth Tynan.
Rompió los esquemas de la "vamp" femenina con su bisexualidad, que vivió plenamente pese a su temprano matrimonio con el asistente de dirección alemán Rudolf Sieber, de quien nunca se divorció y a quien la unió una profunda amistad y la su única hija, Maria.
En la larga lista de amantes de la Dietrich figuran además de su "creador" von Sternberg la guionista española Mercedes de Acosta, la cantante francesa Edith Piaf así como compañeros de cartelera como James Stewart, John Wayne y Gary Cooper. Su gran amor fue el francés Jean Gabin, con quien vivió un tormentoso romance durante cinco años.
Marlene Dietrich rodó en Hollywood con grandes directores como Ernst Lubitsch, Orson Welles, Fritz Lang, Billy Wilder y Alfred Hitchcock, pero los críticos coinciden en que fue el austríaco von Sternberg quien le imprimió su sello característico y la elevó a la categoría de ícono. "Marlene soy yo", sostuvo sin modestia el cineasta en una entrevista.
En la década de los 40 comenzaron a mermar las ofertas y en los 50 encontró refugió en el canto, que siempre la había acompañado en sus filmes. "Aún cuando no tuviera más que la voz, podría romperle a uno el corazón", fue la alabanza de Ernest Hemingway a esta voz grave y sensual.
Hasta entrados los sesenta años viajó incansable con sus conciertos por el mundo, ataviada con vestidos fastuosos y mostrando las preciosas piernas que llegaron a ser aseguradas por un millón de dólares.
Con los alemanes tuvo una relación de amor-odio. La amaron porque fue la única estrella mundial que dio Alemania, el símbolo del "glamour". Sus películas eran éxitos de taquilla en su país. Pero también la consideraron una traidora por haberse nacionalizado estadounidense (1937) y haber cantado a las tropas norteamericanas que combatían a sus propios compatriotas en Europa y Africa.
Tras el fin de la guerra en 1945, la población del Berlín liberado le brindó una bienvenida apoteósica, pero en 1960 la esperaron con pancartas de "Marlene vuelve a casa" y le escupieron en actos que fueron interpretados como una mezcla de rechazo por su aparente traición y su imagen liberal, que contrastaba con la moralina de la sociedad alemana de posguerra.
Ella también supo decir que "odiaba a los alemanes" e incluso llegó a negarse a hablar su lengua materna con un conocido productor cinematográfico germano, al que despachó en inglés con un "I don't speak German" ("No hablo alemán").
La reconciliación con Alemania recién llegó con su muerte en 1992, cuando su hija Maria la enterró por propio deseo en un cementerio de Berlín. Su ciudad natal la ha acogido con los brazos abiertos. Una plaza en el modernísimo complejo de la Plaza de Potsdam lleva su nombre y el Museo de Cine de Berlín expone todo el legado de la actriz, que comprende más de 16.000 fotografías, 3.000 vestidos y trajes y 400 sombreros.