LA GUERRA EN EL PACIFICO
La consecuencia más importante de la invasión de la Unión Soviética por parte de Alemania fue que el Japón quedó totalmente libre para su ansiada expansión por Asia sudoriental.
Cuando Japón atacó Pearl Harbor, en diciembre de 1941, poseía la tercera Marina del mundo. Bajo ciertos puntos de vista, su marina era semejante a la alemana: joven, segura de sí misma e inspirada en una tradición de agresividad que se remontaba a la destrucción de la Flota rusa en Tsushima en 1905. En el Pacífico, la Marina japonesa contaba con una ligera superioridad cuantitativa sobre la marina norteamericana, si bien su flota de combate estaba al límite de edad: todos los acorazados japoneses en servicio en diciembre de 1941 habían sido fletados o proyectados durante la Gran Guerra. Los portaaviones estaban bien adiestrados y equipados, y su importancia bélica estaba muy clara en la doctrina de guerra japonesa. En el ataque a Pearl Harbor se emplearon los seis portaaviones de escuadra existentes; al Zuiho, que apoyaba la ofensiva por el sector meridional, se unieron dos de los portaaviones más pequeños, el Ryujo y el Hosho. El almirante Yamamoto, comandante en jefe, había predicho que con tal fuerza naval, Japón podría conseguir muchos éxitos iniciales, pero que, a largo plazo, el potencial industrial japonés no podría competir con el aliado. Japón no tenía, además, suficientes cruceros para controlar un tan vasto campo de operaciones.
El ataque a Pearl Harbor sorprendió a la Marina norteamericana en una fase de transición: aunque fuese la segunda del mundo, se resentía de la necesidad de mantener armadas dos Flotas independientes, una en el Pacífico y otra en el Atlántico. En mayo de 1940 se había tomado la decisión de constituir una “ Marina de los dos Océanos “, superior a cualquier enemigo potencial existente en un lado o en otro del continente americano: consecuentemente, se había ordenado la construcción de 1.325.000 toneladas de buques de guerra. Pero, en diciembre de 1941, aún no había ninguno a punto, y la Flota americana del Pacífico era no solamente algo inferior a la japonesa, sino que, como aquélla, estaba próxima al límite de edad, habiendo sido los acorazados que se hallaban en Pearl Harbor proyectados o construidos antes de la primera Guerra Mundial. Así, la idea japonesa de arriesgarse a dar un golpe de mano para eliminar a las mayores unidades navales norteamericanas del Pacífico era racional, aunque no podía esperarse que su efecto fuera permanente. Los americanos, como los japoneses, habían comprendido la importancia de los portaaviones, y estaban construyendo algunos nuevos. De hecho, a los portaaviones norteamericanos correspondió, en 1941-1942, el honor de frenar la serie de victorias japonesas.
Lo que se va a explicar en los siguientes párrafos es la versión japonesa sobre cuáles fueron las razones de la superioridad aérea nipona al principio de la guerra, y al mismo tiempo desmentir la creencia de que los mandos superiores prohibían a los pilotos japoneses llevar a bordo el paracaídas.
En 1942, ningún avión japonés tenía coraza protectora para el piloto, y tampoco los famosos cazas Zero estaban provistos de depósitos para el carburante con protección contra las explosiones, como, en cambio, lo estaban los aviones norteamericanos. Los pilotos americanos aprendieron muy pronto que, si una de sus balas de calibre 12,7 penetraba en un depósito, lo hacía estallar y se incendiaba. Y no obstante, ningún piloto japonés llevaba en sus vuelos paracaídas. Este hecho se ha interpretado siempre, bajo el punto de vista occidental, como una muestra de desprecio hacia los pilotos japoneses por parte de sus superiores. En realidad el motivo es bien distinto. Cada uno de los pilotos nipones había recibido un paracaídas, y la necesidad de volar sin este medio de salvación era decisión exclusivamente suya sin que nada tuvieran que ver los mandos.
Existían dos razones para no querérselo poner:
Limitaba sus movimientos durante los combates a causa de la tensión de las correas.
La mayoría de combates contra los cazas americanos tenían lugar sobre territorio enemigo, y nadie hubiera querido lanzarse en paracaídas, en caso de ser derribado, ya que este hecho significaba voluntad de ser hecho prisionero, y en el Bushido (código del samurai) no había lugar para las palabras “prisionero de guerra“. Si uno no volvía se le podía considerar muerto.