HELME
El guitarrista ayacuchano, Dr. Raul García Zárate, ha llevado a las cuerdas de su guitarra sentimental esta tragedia amorosa ocurrida a fines del siglo XVIII y la ha dotado del entorno meláncolico y religioso de esta histórica ciudad. Finaliza con un canto triste y lastimero, el "ayataki" o canción fúnebre.
Reproducción textual extraída de la revista del Centro Cultural "Ayacucho", publicada el 31 de diciembre de 1934.
"El año 1831, vivía en 'Hawancalle' y en la casa conocida por la de los Alcázar, una familia compuesta de doña Leonora Calle y de su hija Rosa Abregú. Esta era una mestiza de 18 abriles, de hermosos ojos, de mirar altivo. Niña mimada del barrio, traviesa y reidora, enamoraba a los jóvenes de su época. Entre los muchos galanes que asedian a Rosa, se destacaba por su audacia un estudiante llamado Hermenegildo Santa Cruz, a quién cariñosamente llamaban sus amigos 'Helme'.
Rosa, bien pronto fue impresionada por la asiduidad de Santa Cruz y le amó con la violencia con que se ama a los 18 años. Alma romántica y apasionada, entregó a Helme su corazón. No se imaginaban que en aquellos tiempos las hijas de familia no tenían derecho de disponer de sus sentimientos, sin el previo asentimiento paterno. Impuesta, la madre, de los amores de su hija, le impuso otro novio.
Poco después, Rosa, obediente a la voluntad materna contraía matrimonio con Jesús Santos, hombre de 40 años, hábil platero y por quién la suegra solia decir "este Santos es un santo".
El feliz marido procuró por todos los medios que estaban a su alcance, halagar a su joven esposa, obsequiándola valiosas joyas, satisfaciendo sus caprichos. Mas ella, sentía vacío el corazón porque Helme era el afortunado poseedor de el.
Jesús Santos, que a más de platero era negociante, dejó a su bella esposa, para dirigirse a las minas de Santa Inés, conduciendo acémilas cargadas de cereales y artefactos de plata, labrados por sus hábiles manos, que eran cambiados en Santa Inés por piñones de plata.
Durante la ausencia del marido, Hermenegildo Santa Cruz, se dió maña para asediar el palomar del platero y, la incauta paloma, fue aprisionada en la red que le tendió su seductor.
Así, como hubo en Trujillo un 'Bachiller Paja Larga', poeta socarrón y pasquinista de oficio, que se divertía en hacer rabiar al prójimo y de cuyo humor no se escapó ni el mismo corregidor Venel, como podrán ustedes juzgar por estos pareados:
El corregidor Venel
es un solapado bellaco.
Desde los tiempos de Caco
no hay uñas como las de él.
Hubo también en Ayacucho otro pícaro surcidor de versos maliciosos que hizo saber al ofendido marido su desgracia, mediante esta adivinanza:
Si Santos es un buen santo
en el reino de los santos
dínos Santos; el madero
en que murió Jesús
¿es Cruz Santa o Santa Cruz?
Jesús Santos, aún cuando no era un literato no dejó de comprender la malvada intención con que habían sido escritos los anteriores versos. Prudente como el que más, no quiso armar escándalos en su hogar, sin antes convencerse de la desgracia que le hacia presentir la funesta adivinanza, y seguía como siempre prodigando atenciones a su esposa, hasta que otro negro día, recibió esta otra adivinanza:
Este Santo no adivina
y parece que tiene muermo,
Que diga entonces:
¿cuál misterio le rezan a San Cornelio?
El desgraciado fingió un ardid: preparó otro viaje a Santa Inés. Volvió a altas horas de la noche a convencerse de lo que tanto había oído decir. Tocó la puerta de la casa. Los perros que anuncian tristes tragedias lanzaban lúgubres aullidos. Es en este momento, cuando la culpable presintiendo el peligro que la amenazaba improvisa los primeros versos del huayno cuya letra desesperante descubre el ánimo de la infeliz Rosa:
Qawancallipim allqo aullachkan
icha mamayta, icha taytata
mamay captinqa, taytay captimpas
conmo remedio
Qosay captinqa ya no hay remedio,
¡Ricchari Helme!
Y sacudía al dormido amante, quien poseído de un sueño pesado y profundo no despertaba a las angustiosas llamadas de Rosa. En tanto el marido llama cada vez con mayor violencia. Ella, la mujer culpable, improvisando, canta:
Zapatullayta maskaykuchkani
aschallata suyay kullaway
¡Atarei Helme!
Atun onecoymi watiqamuchkan
wañuy puñuychum atipasunki
¡Ricchari Helme!
Allillamanta, mana samaspan
manchana onqoy anchuykamuchkan
¡Ricchari Helme!
La puerta salta en pedazos a la violencia de Santos, que pugna abrirla de fuera. Penetra él, enfurecido, y hunde un afilado puñal en el corazón del dormido Helme, para luego atravesar el cuerpo de la infiel esposa.
Algunos años después de la realización de esta tragedia, ambulaba por la ciudad, un infeliz a quien los niños llamaban 'loco Santos', quién andaba limpiándose las manos con su saliva, porque creía tenerlas manchadas de sangre. Era Jesús Santos."