Orisha mayor y santo muy venerado. Deidad de la viruela y la lepra, de las enfermedades venéreas y de las afecciones de la piel. Se le considera hijo de Naná Burukú, aunque algunos estiman que nació directamente de Obbatalá. Babalú Ayé es un título que significa Padre del Mundo. A este santo le gusta trabajar con muertos. El Orisha nos se asienta, se recibe. Su color es el morado obispo y su día el viernes, para otros es el miércoles. Su número es el 17 y habla en 4, 11 y 13. También se conoce por Agróniga Omobitasa, Aguojonú, Asoyí (el obispo), Atimaya, Asojano, Abeolomi, Chopono, Ayanise, Nikeu Babalú Borilá, Babalú Aguaditasa, y Afimayé. Su receptáculo es una cazuela plana (muy similar a la freidera de Elegguá), pero más grande, tapada con otra a la inversa sin sellar. La parte superior tiene un orificio al que se le insertan plumas de gallina de guinea. También puede ser una güira alargada y cortada a lo largo. Sus atributos son un Ajá, es decir, un manojo de varetas de palma de corojo o de coco que en su extremo inferior están atadas con tela de saco (yute). Se le añaden cauries y cuentas para adornarlo. Sus collares son de cuentas blancas rayadas en azul. Se le viste con tela de yute o de cuadritos abigarrados (tela escocesa), y se adorna con muchos cauris. Se sube y aparece siempre como enfermo, torcido y con las manos agarrotadas. Cojea y se muestra tan débil que se cae. Su hablar es gangoso. En ocasiones hace gestos como para espantar insectos. También agita el Ajá en el aire, un rito de limpieza, barriendo todo lo malo. Sincretiza con San Lázaro (Acompañado de sus fieles perros, nombrados Maravilla y Siempre Viva, llagado y encorvado, camina penosamente sonando unas tablillas que anuncian su presencia, para que la gente huya y pueda librarse de su contagio) y se celebra los días 17 de diciembre.
Babalú-Ayé castiga mediante la gangrena, la lepra y la viruela. Le
pertenecen todos los granos, y las mujeres a quienes aconseja en asuntos
amorosos.
Babalú-Ayé es portador de magia y dominio espiritual, de fuerzas ocultas a las
que obedecen ciegamente. Es además muertero, sabio como Orula y justo como
Obbatalá. No es solamente el dueño del carretón que conduce los cadáveres al
cementerio, sino que ya en sus recintos, es quien realmente recibe a todos los
muertos.
Él significa mucho dentro de los orishas, es uno de los mayores, es un santo de
fundamento y dentro del orden ritual, ocupa uno de los primeros lugares. En
cuanto a la cultura cubana, San Lázaro simboliza el pan de los pobres, la
esperanza de los humildes y la sanación de los enfermos.
Patakí de Babalú Ayé
Era Babalú Ayé un hombre justo, sencillo, bondadoso y humilde, aunque poderoso,
conocido no sólo por su fortuna, sino por su capacidad para enfrentar la
adversidad sin lamentaciones inútiles, por su buena disposición para no dejarse
abatir por los contratiempos. Aunque joven aún, era respetado y escuchado en su
tierra. Incluso Olofi confiaba en su sensatez y ecuanimidad.
A tal punto, que cuando el envidioso Echu le argumentó que no había ni siquiera
un hombre justo en la tierra, Olofi, de inmediato, mencionó a Babalú Ayé como
ejemplo, y, para dar mayor peso a sus palabras, retó a Echu a que lo tentara y
le hiciera perder su fortuna, para ver si culpaba a alguien por ello. Ni corto
ni perezoso, Echu así lo hizo y Babalú Ayé perdió hasta la camisa, pero no
maldijo ni renegó.
Echu, indignado, se quejó ante Olofi de que Babalú Ayé conservaba su compostura,
porque, a pesar de que no tenía fortuna, tenía salud, y todo hombre sano se
siente en condiciones de rehacer su vida. Olofi, confiando siempre en Babalú Ayé,
instó a Echu a quitarle también la salud. Y allá fue Echu, a cubrir a su víctima
de la más asquerosa lepra, la cual lo convirtió en un apestado entre sus propias
gentes. Pero ni así logró oir los ayes o las maldiciones de Babalú Ayé.
Volvio Echu, pues, ante Olofi, quien, molesto por tanta insistente saña, lo
increpó diciéndole que no sólo no le daría ni una oportunidad más de perjudicar
a un hombre cuya integridad estaba más que probada y a quien lo único que
restaba por hacer era privarlo de la vida, sino que su decisión irrevocable era
devolverle a Babalú Ayé fortuna y salud como bienes merecidos.
Y he aqui que Babalú Ayé, más poderoso y fuerte que antes, echó a andar por los
caminos de su tierra en busca de una mujer con quien establecer una familia y
asegurarse descendencia. Pero quiso su mala suerte que se prendara de la hermana
del rey de una tierra vecina, a la cual contagió con sus llagas, por no haber
esperado el tiempo necesario para su total curación.
Enterado el soberano, desterró a Babalú Ayé, quien se vio de nuevo en el camino,
rotos sus sueños de descendencia y triste porque se le condenaba a vagar sin
destino fijo.
Cruzó la frontera y fue a parar muy lejos de su tierra, a un hermoso lugar por
donde cruzaba un río y crecían enormes y frondosos árboles. Allí se radicó y fue
feliz durante algunos años, sin abandonar la esperanza de tener familia.
Y la ocasión llegó con una hermosa mujer de sedosa y brillante piel morena
quien, procedente de otras tierras, había arribado allí por azares del destino.
Con amor y tenacidad, ella ayudó a Babalú Ayé a formar su familia, a recuperar
su prosperidad y a colaborar con la mayor prosperidad de su pueblo adoptivo: su
familia mayor.
PATAKÍ DE SAN LÁZARO
En tiempos remotos una terrible epidemia de lepra azotó la tierra dahomeyana.
Como hasta ellos había llegado la noticia de un milagroso rey lucumí le enviaron
emisarios pidiéndole ayuda urgente, pero éstos nunca regresaron.
Una mañana, ya próximos a sucumbir, los pocos sobrevivientes se encontraban
cerca de un pantano cuando apareció un jinete envuelto en una túnica de
múltiples colores, cabalgando sobre un magnífico corcel blanco. Al descender de
la cabalgadura fue a abrazar a todos los enfermos, hasta que él mismo quedó
contagiado. Pero, de inmediato, abrió su bolso y extrajo una escobilla hecha de
ramas de coco y un mazo de hierbas. Se las frotó por todo el cuerpo y quedó
curado. Luego hizo lo mismo con todos los presentes. Concluido el saneamiento
les dijo:
-“Yo soy Babalú-Ayé, señor de la tierra y las enfermedades, el que crea en Dios,
por su fe será curado”.
Recibió tantas muestras de gratitud de parte de los dahomeyanos que optó por
quedar reinando en esa tierra donde es altamente venerado.