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Mayor de todos los orishas. Creador de la Tierra y escultor del ser humano. Es la deidad pura por excelencia, dueño de todo lo blanco, de la cabeza, los pensamientos y los sueños. Hijo de Olofi y Oloddumare. Es misericordioso y amante de la paz y la armonía. No admite que nadie se desnude en su presencia o se profieran palabras duras o injuriosas. Sus devotos deben ser muy respetuosos. Tiene 24 caminos o avatares. En el diloggún habla por Unle (8) y le pertenecen todos los múltiplos y submúltiplos de 8 que es su numero. Sus hijos son personas de férrea voluntad, tranquilas y dignas de confianza. Son reservados y no acostumbran lamentarse de los resultados de sus propias decisiones. Son dados a las letras. Dueño de la plata y los metales blancos. Lleva bandera blanca. Dueño de iroko (la ceiba), su vellón es el algodón y una rama de este árbol debe estar en la estera para el kari osha de su Iyabó. Tiene campana de plata. Su collar es todo blanco y se insertarán cuentas de color típico de acuerdo al camino.

OBBATALÁ en Cuba es andrógino, pues se personifica en su sincretismo con la Virgen de las Mercedes (24 de septiembre), o con el Santísimo.
Dueño de la paz y Mayor de los Orishas.  Se viste todo de blanco, que es su color, y se le conserva en un sitio alto.
Es un santo extremadamente riguroso, sus devotos no pueden proferir blasfemias, ni beber alcohol, ni siquiera desnudarse ante otros.
Creador de la Tierra, escultor del ser humano, dueño de las cabezas, de los pensamientos y los sueños, Obbatalá es respetado por todos los Orishas, a quien buscan como su abogado.
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Pataki de Obatalá


En el principio de las cosas, cuando Oloddumare bajó al mundo, se hizo acompañar de su hijo Obatalá. Debajo del cielo sólo había agua. Entonces Oloddumare le entregó a Obatalá un puñado de tierra metido en el carapacho de una babosa y una gallina. Obatalá echó la tierra formando un montículo en medio del mar. La gallina se puso a escarbar la tierra esparciéndola y formando el mundo que conocemos. Olofi también encargó a Obatalá que formara el cuerpo del hombre. Así lo hizo y culminó su faena afincándole la cabeza sobre los hombros. Es por eso que Obatalá es el dueño de las cabezas.
En cierta ocasión los hombres estaban preparando grandes fiestas en honor de los Orishas, pero por un descuido inexplicable se olvidaron de Yemayá. Furiosa, conjuró al mar que empezó a tragarse la tierra. Daba miedo verla cabalgar, lívida, sobre la más alta de las olas, con su abanico de plata en la mano. Los hombres, espantados, no sabían qué hacer y le imploraron a Obatalá. Cuando la rugiente inmensidad de Yemayá se precipitaba sobre lo que quedaba del mundo, Obatalá se interpuso, levantó su opaoyé y le ordenó a Yemayá que se detuviera. Por respeto, la dueña del mar atajó las aguas y prometió desistir de su cólera. Y es que ¿si Obatalá hizo a los hombres, cómo va a permitir que nadie acabe con ellos?


 

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