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Max Weber

 

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Desencanto del mundo  
Weber conserva como concepto fundamental de la religión de los primitivos la idea de carisma, que se acerca bastante al concepto de lo sacro (o del maná) de Durkheim. El carisma es la calidad de lo que está, como dice Max Weber, fuera de lo cotidiano (ausseralltáglich). Se adhiere a los seres, los animales, las plantas, las cosas. El mundo de lo primitivo implica la distinción entre lo banal y lo excepcional, para expresar­me en los términos de Weber, entre lo profano y lo sacro, para re­petir los conceptos de Durkheim.

Por consiguiente, el punto de partida de la historia religiosa de la humanidad es un mundo poblado por lo sacro. El punto de llegada, en nuestra época, es lo que Max Weber denomina el desencanto del mundo (Entzauberung der Welt). Lo sacro o lo excepcional, que en el comienzo de la aventura humana se adhe­ría a las cosas y a los seres que nos rodean, ha sido expulsado de ellos. El mundo en que vive el capitalista, en que vivimos todos, soviéticos y occidentales, está formado de materia o de seres a dis­posición de los hombres, destinados a ser utilizados, transforma­dos, consumidos, y que ya no exhiben los encantos del carisma. Es un mundo material y desencantado, la religión sólo puede re­tirarse a la intimidad de la conciencia, o evadirse hacia el más allá de un Dios trascendente o de un destino individual después de la existencia terrestre.

La fuerza, al mismo tiempo religiosa e histórica, que destruye el conservadurismo ritualista y los vínculos estrechos entre el carisma y las cosas, es el profetismo. Este es religiosamente re­volucionario, porque se dirige a todos los hombres y no a los miembros de determinado grupo nacional o étnico, porque esta­blece una oposición fundamental entre este mundo y el otro, entre las cosas y el carisma. Pero, precisamente por eso, el profetismo propone problemas difíciles a la razón humana. Si se acepta la existencia de un dios único y creador, ¿cómo justificar el mal? La teodicea se convierte en centra de la religión. Exige una inves­tigación de la razón para resolver las contradicciones, o por lo menos para atribuirles un sentido. ¿Por qué Dios creó el mundo si la humanidad está entregada a la desgracia en él? ¿Dios con­cederá una compensación a los que han sido lesionados injusta­mente? Tales son los problemas a los que el profetismo procura responder, y que rigen la actividad racionalizante de la teología y de la ética. "El problema de la experiencia de la irracionalidad del mundo ha sido la fuerza motriz del desarrollo de todas las religiones" (Le Savant et le politique, pág. 190).

La ruptura del conservadurismo ritualista por el profetismo abre el camino a la creciente autonomía de cada orden de actividad, y al mismo tiempo propone los problemas de la incompatibilidad o de la contradicción entre los valores religiosos y los valores políticos, económicos o científicos. Ya hemos visto que no hay una tabla científica de valores. La ciencia no puede dictar, en nombre de la verdad, la acción que habrá de realizarse; los dioses del Olimpo están en conflicto permanente. Por lo tanto, la filosofía de Weber acerca de los valores es le descripción del uni­verso de valores en que culmina la evolución histórica. El conflicto de los dioses es el final de la diferenciación social, del mismo modo que el desencanto del mundo es la culminación de la evolución religiosa. En cada época, cada religión ha debido hallar compromisos entre las exigencias derivadas de los principios religiosos y las exigencias internas de cierto ámbito de actividades. Por ejemplo, las prohibiciones que pesan sobre los préstamos a interés se opusieron muchas veces a la lógica intrínseca de la actividad económica. Asimismo, la política implica el uso de la fuerza Para conducirse dignamente, no debe ofrecerse la otra mejilla cuando uno ya fue golpeado, y por el contrario debe responderse a la fuerza con la fuerza. Por consiguiente, es posible un conflicto entre la moral cristiana y el Sermón de la Montaña y la moral de la dignidad o el honor del combatiente. Se perfilan contradicciones a medida que los diferentes órdenes de actividad tienden a afirmarse en su esencia propia, y que la moral, metafísica o religiosa, antes total, se ve rechazada fuera de la existencia terrestre.

La sociología política de Max Weber desemboca en una inter­pretación de las civilizaciones contemporáneas. Lo que singulariza el universo en que vivimos, es el desencanto del mundo. La ciencia nos acostumbra a no ver en la realidad exterior más que un conjunto de fuerzas ciegas que podemos poner a nuestra dis­posición; pero nada queda de los mitos y los dioses que con sus armas ásperas poblaban el universo. En este mundo despojado de mis encantos y ciego, las sociedades humanas se desarrollan para alcanzar una organización cada vez más racional y más burocrática.

Sabemos que una obra es realmente científica sólo si puede y debe ser superada. De ahí el carácter patético de una existencia consagrada a la investigación que, aun en casos de éxito, no pue­de dejar de ser una frustración. Jamás conoceremos el término