Donde esta mi magnifico acervo iconolatrico? Quien lo pregunta es un padre enojado. Su hija es rebeldona. Una ni?a que no sabe lo que cuesta lo viejo. Que aprendio a platicar sobre el nuevo Adam y a desconocer que la autoridad en la casa es el quien la tiene. Un padre que valora el paganismo, la continuidad con lo arcaico y el pasado de los sabios con una vision establecida.
Uno no se acuerda de Santa Barbara hasta que truena. Con la luz del relampago, se entera. A largas marchas, se acordo que ella vive, siempre pendiente a novedades redentoras y herejias que moriran por persecucion y pobreza. Y, de veras, sucedio que el padre de Barbara de Heliopolis tenia su casa llena de elilim e imagenes de Baal-Ammon. A esta ni?a, de alcurnia, su hija, cayeron en poca gracia los cuernos de los baales y lo dijo, a rajatabla, a su padre, coleccionista de mojones arcaicos.
El empresario, a la sazon prospero tireano del norte de Egipto, miro a su alrededor y vio la sala de su palacete muy cambiada. Ella habia mudado cada artefacto cornudo a una terraza, o patio sin techo, y habia colgado en su lugar, sus propios afiches con rostros tiernos de madres sonrientes, o rudos pescadores que daban de su pan a las palomas.
?Como es posible que su hija echara babas, con chorizos y papas, contra las riquezas que el trajo de Rabbath Amnon, a orillas del wadi de Amman, y que los tendiera a la intemperie, como si no costara adquirirlos? En vano fue explicar que Susa, capital de Persia, dictara lo que el adquiera para dar a ella la buena vida a la que ha estado acostumbrada.
Supuso que su hija era ignorante. En vano, estudiaba en colegios y hallo que ella, con el pa?o con que restregaba una olla de guisar (!que blasfemia!), echa a perder el resto arqueologico de una calzonceta mojada de hemorragia. Dijo que pertenecio a la hija menor de Lot y con ese trozo de lino se seco la gruta de sus placeres, tras entregar a su padre el fruto de sus entra?as.
Ahora lo veredes, dijo Agrajes. ?Como hizo esta ni?aja lo que hizo?
No iba a perdonarla. Habia colmado la copa de su paciencia con sus caprichitos. Quito los afiches con los que Barbara decoraba sus habitaciones. Nada sagrado habia dejado en la casa. Trajo los idolos de palo con el pensamiento: Non nova, sed nove. Quito los afiches de judias bobas y felices, las salvas de la conspiracion de Aman, ministro del Rey Asuero. Su hija habia cometido el error de su difunta madre, valorar a Hadasa (la Nueva, que fue el nombre hebreo de Ester) y quien, por tanto, habia dicho al esposo: No traigas mas cochinadas a la casa; que en Ester ya han sido perdonadas las blasfemias de Persia y Babilonia; pero el, que fue a Jordania por restos clitorales de la hija de Lot, habia pagado enormes cifras de oro por las piezas de memorabilia menospreciadas por ellas. La gota colmo el vaso.
El camino hacia su enorme biblioteca, o museo personal. Veria si estaba una pileta donde Tamar, violada por uno de los hijos de David, se lavaba la cara durante los dias que vivio. Estuvo en tal faena, cuando encontro que el gato piojoso que Barbara refugio en la casa (!que barbaridad!) bebia leche alli, de la pileta, y dormia sobre un camison que uso Magdalena cuando vendia placeres en tiempos de Cristo. Se enojo. Todo lo que es valioso lo conviertes en renovado desecho. No sabes la historia que hay en mis objetos, hija mia.
Su mente se remonto al pasado. A su ni?ez.
En los dias del abuelo, a poco de pasar por Egipto la Virgen inmaculada, con su esposo carpintero, temblo la tierra. Las estatuas e imagenes monumentales de la Heliopolis se sacudieron. Y los herejes, entonces llamados galileos, tomaron como milagro el temblor que derribo los ornatos de los templos y los mas paganos se arrepintieron y dijeron: De veras, son santos ese par de caminantes. El fue uno de los que tuvo miedo; pero hallo que del miedo se forja lucro y, en vez de buscar la salvacion, buscaba entre cascajos lo que llamaba la basura que se convierte en oro.
Y hubo una ola de adoraciones al Mesias que habria de venir, el ni?o galileo que se formaba en el vientre de aquella jineta, con cara de boba y, por si acaso, maldicion y no salvacion llegara a Egipto por el paso de los galileos, el pueblo tiro ramos de flores a la pareja errante. Y buscaban su corazon entre los pobres y les compraban peces para ungirlos en catacumbas, con el peligro de que fueran lapidados, por hacer tratos con los extranjeros judios o griegos. !Mas no el, padre de Barbara, siempre respetado por su sentido de la historia y su pagana arqueologia!
Fue asi que, en los a?os finales del gobierno de Alejandro Severo y tras su muerte en un motin, hombres de corazon empedernido como el abuelo y su hijo quisieron recordar como fue la Heliopolis antes del gran estremecimiento. Idolatras, se dijo de ellos.
El padre de Barbara siguio la tradicion del abuelo, mas el si enriquecio con los contratos de reconstruccion de los templos que temblaron como paja y, como tenia el oficio de curator en los museos del reino, reunio cada vieja y lujuriante cosa que se hizo pedazos, durante el temblor. Colecciono hasta mierda cagada por las divinidades de anta?o y traficaba, a la sorda, con el bagaje de elilim y terafines. Por algo fue el personaje de moda. Llamado por reyes y sacerdotes, por escribanos, por doctos.
Aun mas, los idolatras de Ached-Aton, en Tebas y Menfis, revaloraron las imagenes y procuraron que, en cada templo, se contara con los utensilios que, desde aquella vez, al paso de la Virgen, cayeron de sus nichos y pedestales, y el padre de Barbara fue llamado el Curador del Paganismo y el Exorcista de Futuros Temblores. Y el se envanecia, diciendole a su hija: Busca tu, si eso quieres, los perdones del Altisimo que yo buscare la plata para que comas en manteles finos y no padezcas en tu vejez.
Mas, para fastidio de el, su propia hija, rebeldona y maniatica, se contaba entre aquellos creyentes del Altisimo que se lamentaban ante la nueva idolatria: No sea que otra vez el dios de Moises nos mande plagas, porfio ella. No traigas el estercolero de los fatuos, al menos, no a la casa, para que no se derrumbe mi aposento si volviera a temblar al paso de otros santos.
Este pobre viejo se admiraba. Quedo, de pronto, hechizado por la belleza de una imagen de la Esfinge, rodeada de cuatro vergudos demonios, asociados a Marte y a su acometividad sexual.
Y seguia la ni?aja renegando de los seirim y otros adefesios cornudos que el llevaba a la casa y que vendia a los poderosos del Museo de Londres... y dijo ella que tambien a los agentes invisibles de los institutos Getty y Smithsonian, ya que el presente trajo a ella una profecia mayor, vision de la prevaricacion con los figurines del acabose y que seran la costumbre de los dias sin futuro de salvacion.
Por su parte, el padre no valoraba los afiches y carteles que ella colecciono, pero estos, con rostros de Miguel Bose, los Menudos y otros chicuelos que cantaban a la paz y al amor, en vez de darle consuelo como a ella, lo enojaban, por lo que encendio una hoguera y quemo todo op-art y sicodelia.
Ella hizo una huelga de hambre. Se encerro en la Torre del palacio del Gran Censor. De alli no salia, pero aun, entristecido con estos arrebatos misticos de su hija, el padre autorizo que se abrieran tres ventanas; al menos, para que viera el dia y la noche.
?Que sera de mi si se dijera que mi hija ha muerto de hambre? !Yo que todo por ti procuro para que se diga que eres mas bella y deseada que Ester, que fue judia, pero la envidia de los reyes! Un poco de luz permitiria que se viera su escoria si muriera y la apertura vendria de perillas para que escaparan las moscas. Nadie morira de hambre en su casa y sera dicho por su boca.
!Mejor que te lleve tu Dios y te maldiga! porque no sere yo quien lo haga, siendo mi unica hija y el celo de mis ojos...
Una noche, cuando lloraba, seca como una mariposa, Barbara sintio que una zarza de fuego volaba en el aire y se metio por el primer hueco de ventana y, nada bueno creyo de esta visita del fuego, ya que se quemo la colcha con que arropaba sus huesos. !Me matara el frio, diantre!, gimio... En consecuencia, en las noches, el frio se reincidia en forma de cuchillo gangrenante. Sintio que, a pura daga, se deshacian sus coyunturas. Devino una artritis impia.
Para mayor tormento, al siguiente dia, llovio a chuzos. !Nunca llovia, pero como una plaga, las nubes se metieron en su torre! El agua atormentaba la ventana, porque los rios se pasaron a los cielos para joder como orines del Altisimo y un relampago se revento en los largueros del camastrote, donde ella se tendia, viendolo todo con impotencia. En adicion, un rayo encabronado entro por otra ventana cuando ella aferro sus manos al hierro, sin pensar lo que sucederia.
!Por mil centallas!, grito ella. Ni un cable de chorrecientos voltios habria sido comparable. Se le salieron las bolas de los ojos, porque, asi electrocutada, su sangre se hizo polvo y... aunque sus pupilas escaparon como balines, por espanto, vio al espiritu hecho paloma que entro por la tercera ventana. El rayo se esparcio por el hierro como rollo de energia que circula en trompicones de quemazon y corrientazo.
Te bautizamos en fuego, relampago y espiritu, Santa Barbara, oyo que le dijo el eco, ejercito de electrones alados, que corrian, tres de otras tres fuerzas naturales en su campo magnetico de heces. Y ella murio, al fin.
Hecha una torta malhecha, en hediente atmosfera. Chamuscada. Un escarabajo, enredado en sus vedija, lamia de sus ultimos orines, y como un pedito quedo su voz, queriendo decir: Que se ha completado el orgasmo del amen, que me vengo o me voy hacia el reino de cierta violenta comezon con luminosidad. Que adios mundo cruel. Que el tierno sandalo se vacio. Que lenguas de luz me puyan. Que bajo un pez del cielo y mordio. Que apenas pudo verlo pues estaba en agonia. Que quedara de otros comunicarlo en sus leyendas cuando truene.
Si es que los incredulos han de recordar a Santa Barbara que, por la luz del relampago y el trueno, sea que se enteren. Y sientan que se da se?al de que se cree en salvacion y no en el oro de los trasiegos fatuos...
Escrito esta. La voz de Barbara se fue por la ventana. !Con el Hijo del Omnipotente!
Santa Ana, California: 6-9-1989