ROSARIO DE ACUÑA:.
Por el Q:.H:. Víctor Guerra
Dice el refrán: “Que agua pasada no mueve molín” y
así ha sido, ha pasado casi sin pena ni gloria, casi inadvertido, tal vez como
ella quería, que quiso ser enterrada en silencio y no en el vivo clamor de una
ciudad que se desbordó en su último viaje, el 73 aniversario de la muerte de la
librepensadora y masona Rosario de Acuña, que hoy reposa en la soledad
del Cementerio del Sucu en Ceares, bajo el calor y el cariño que algunos le han
expresado dejando sobre su blanca lápida unas rosas.
Apenas esas rosas, o el Premio de Investigación instituido por el
Instituto Rosario de Acuña de Gijón que se falla estos días, y siempre puntual
y cálido homenaje que las Viudas de la
República le brindan todos los años a esta insigne mujer amiga de los Merediz,
Lera, Loredo, Teodomiro Menéndez..., ese será con casi toda la seguridad, salvo alguna rara excepción, todo el
homenaje que reciba una de las mujeres que sentó cátedra desde su promontorio del Cervigón, una librepensadora y empedernida laicista,
que junto con otros librepensadores apoyó decididamente proyectos como la
Escuela Neutra.
Proyecto que impulsaban sus hermanos masones de
la Logia Jovellanos 337 -a los que observada desde la distancia y la
experiencia de alguien que hacía unos cuantos años había dado el paso a ser
iniciada allá en las cálidas tierras de Rafael Altamira, en Alicante-, un
proyecto educacional de primera línea y que marcaría modelo y en cual colaboraba otro conocido masón:
Melquíades Alvarez, al cual ahora se nos quiere escamotear de tal vinculación por la puerta de los
actos pueriles y superficiales como se
quiere hacer ver en la
introducción del libro reeditado de
Oliveros, y que con Rosario de Acuña y con el filántropo
“americano” y masón Marcelino González García, y como no, con Eleuterio Quintanilla al frente, ponían
en marcha un 29 de Septiembre de 1911
una escuela alejada de los sectarismos religiosos y políticos y que fue
la Escuela Neutra.
Y es pena, que alguien
que sin ser gijonesa ha ido formando parte de la ciudad año tras año, que sin
ser obrera forme parte de la historia del movimiento obrero, que sin filiación política y desde la más íntima
convicción del antisectarismo hoy sea símbolo de republicanos y
librepensadores, que hizo del
hosco promontorio del Cervigón su casa
y permanente vigía de la ciudad en su pasar por la historia, es pena pues, que solo alguien le haya dedicado una
discreta triple batería de duelo o
que solo tenga unas flores sobre su lápida, a modo de un recuerdo
imperecedero para algunos librepensadores,
de los que cada hay vez menos,
en esta sociedad neoliberal y hasta en cierto punto políticamente correcta y
por ende conservadora.
Confío pues que un símbolo
de tamaña naturaleza sea recogido desde ese lánguido olvido histórico en que los años la van sepultando, y se
le devuelva a su justo papel como símbolo de una época que lucho denodadamente
por el librepensamiento y emancipación de la mujer.