Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!
LITERATURA MODERNA HISPANÓFONA EN GUINEA ECUATORIAL
D. Donato Ndongo-Bidyogo
Africanista

A partir de los años 50, empiezan a aparecer en la prensa colonial los primeros nombres de escritores guineanos, rompiendo así la tradición oral, a pesar de que el periodismo tenía una larga tradición en los entonces llamados Territorios Españoles del Golfo de Guinea, que se remonta a la aparición en 1901 del primer periódico publicado en Santa Isabel (Malabo), “El Eco de Fernando Poo”. Esta irrupción de los guineanos a la literatura escrita fue debida a una conjunción de factores: la elevación del nivel cultural operada en los nativos a partir de mediados de los años 40, propiciada por los nuevos planes de enseñanza en la colonia ideados por Heriberto Ramón Álvarez, inspector de enseñanza en el efímero mandato del gobernador Juan María Bonelli; y de otro lado, al importante aumento de supuestas vocaciones sacerdotales que se produjo en aquel período, que llenó de estudiantes de Humanidades los seminarios  de Banapá y Concepción.

 Estos estudiantes y auxiliares de la colonización surgidos de la Escuela Superior Indígena formarán la primera elite intelectual del país, quienes, ante las insuficiencias y deficiencias del aporte de los investigadores y tratadistas españoles sobre su propia cultura, tomarán conciencia de la necesidad de asumir su propia identidad y fijar por escrito, en un castellano muy correcto y preciso, los aspectos fundamentales de la tradición de sus etnias respectivas. Pero se limitan a traducir a la lengua de los europeos los cuentos y leyendas, a explicar el significado de los mitos y cantos históricos, a precisar determinados datos en los campos de la antropología, de la lingüística, del derecho consuetudinario, de las religiones clásicas o de la medicina tradicional. Por poner unos pocos ejemplos: Bienvenido Ecuere Dibomo divulga los ritos de iniciación de los balengues; Andrés Ikuga Ebombebombe realiza la “interpretación del éxodo ndowé” y Esteban Bualo Bocamba transcribe las leyendas de su etnia, también ndowé; José Buaki propaga algunos aspectos del arbe bubi, así como Donato Lola y Felipe Riela Sam, que se centran en las leyendas de esa etnia; y, entre los fang, Rafael María Nze Abuy pondrá el acento en los aspectos lingüísticos e históricos; Constantino Ocha´a traslada al español cuentos como los de Beme (o Biom) y Ovulá; Miguel Ondo incide en temas relacionados con las creencias antiguas, y Marcelo Asistencia Ndong Mba, a veces con el seudónimo de “Mandong”, serializa en la prensa local un relato sobre la función del llamado “tam-tam”, titulado “La tumba”, o la vida de un hechicero en el relato denominado “mientras la tumba brama su selvática canción”. Paralelamente, jóvenes poetas como el P. Alberto María Ndong, Ciriaco Bokesa, Matogo, Simplicio Nsue Avoro o Secundino Oyono, ya en vísperas de la independencia, dejarán oír su voz lírica – todavía muy dependiente de sus modelos españoles – en los “juegos florales” de Bata o Santa Isabel, o en las páginas de los periódicos.

 Pero, como dijimos, solo transcriben. Sentían, ciertamente, esa “necesidad de escribir la historia desde dentro”, según la expresión del antropólogo mejicano Miguel León Portilla, pero las condiciones políticas y culturales de la Guinea de entonces, en plena doble opresión colonialista y franquista, no permitieron el surgimiento de movimientos culturales y literarios del estilo de la Negritud, que, aunque fuera anticolonialista en sus orígenes – otra cosa es en qué se ha convertido en la posterioridad -, podía expresarse con libertad y claridad en una 
 Francia democrática, gozando de la estima y del padrinazgo de intelectuales del prestigio de un Jean-Paul Sartre. Podríamos decir que la labor desarrollada en aquel tiempo por los guineanos es semejante a la de escritores como Birago Diop, cuya recopilación de cuentos tradicionales senegaleses, recogida en obras ya clásicas como Les Contes d’Amadou Koumba y Les nouveaux contes d’Amadou Koumba, o su intensa labor de divulgación del folclore de su cultura original permiten situar a la literatura del África occidental entre la transcripción y la recreación. Pero, al contrario de lo ocurrido con estos escritores africanos francófonos, el trabajo de sus homólogos y coetáneos guineanos no tuvo la continuidad necesaria, y quedó varado en el dique seco del recelo y la indiferencia de los medios políticos y culturales de la España metropolitana.

 En este contexto aparece el primer libro de autor guineano, de la primera obra de nuestra literatura escrita. Publicado en 1953 por el Instituto de Estudios africanos, se trata de un relato largo, o de una novela corta, basado en una leyenda tradicional de la etnia ndowé de su autor, Leoncio Evita. Cuando los combes luchaban salió a la luz por recomendación de Carlos González Echegaray, quien expurgó el manuscrito para corregirlo “algunas construcciones excesivamente extrañas a nuestra sintaxis y algunos errores de propiedad en la aplicación de vocablos castellanos”, según confiesa en el prólogo, aunque asegura que dejó la obra “en su estilo propio”. Pero no nos interesa aquí ni la cuestión estilística ni el valor estético de la obra de Evita, sino subrayar que se trata de la primera novela escrita por un guineano, por lo cual constituye, a mi modo de ver, el inicio de la literatura guineana expresada en español; pues, aún partiendo argumentalmente del relato de tipo tradicional, enraizado en la cultura africana, bantú, rompe la mera transcripción que caracteriza a sus coetáneos para despegar hacia formas autónomas de creación. Existe una especie de polémica entre los intelectuales guineanos sobre esta cuestión, que se puso de manifiesto en el libro-encuesta Diálogos con Guinea (Panorama de la literatura guineoecuatoriana de expresión castellana a través de sus protagonistas), de Mbaré Ngom Fayé, profesor de Literatura en una Universidad de Maryland, en Estados Unidos. Algunos colegas, en efecto, niegan a Evita el patriarcado de nuestras letras y prefieren condenar al ostracismo a su obra, relegándola a esa indefinible categoría que hemos denominado “literatura colonial”, sobre la base de argumentos extraliterarios, cuando desde el análisis formal, tanto de su contenido como de su estructura, se desprende con claridad que Evita es un autor guineano, nuestro primer autor. No creo necesario reproducir aquí las razones que avalan mi postura, pues creo haberlas expuesto suficientemente tanto en el estudio introductorio que prologa mi Antología de la literatura guineana como en el prefacio que escribí para la segunda edición de Cuando los combes luchaban.

 Cuestión diferente es que la publicación de la obra de Evita respondiera a los intereses de la superestructura colonial. Si gustó en esos círculos, es porque era el fiel reflejo de lo que se esperaba de los negros guineanos: que asumieran íntegramente los postulados del colonizador hasta negar la esencia misma de su ser. Para decirlo con las palabras de su mentor y prologuista, Carlos González Echegaray, “no deja de ser curioso el hecho de que la novela esté pensada y sentida “en blanco”, y solo cuando la acción se desarrolla entre indígenas, solamente en parte, y como un espectador, el escritor se siente de raza”. Pero no debería verse todo desde un ángulo exclusivamente negativo. Porque esta postura que enunciamos – la ausencia de compromiso – ha tenido su consecuencia, que puede llegar a ser una singularidad de nuestra producción literaria, como ya indiqué en el prólogo de mi Antología: al contrario que en el resto de las literaturas africanas escritas, no existe por el momento en la literatura guineana ninguna obra verdaderamente anticolonialista, puesto que pasó el tiempo en que 
 podían haber florecido escritos como los de Mongo Beti, Ferdinand Oyono o Sembene Ousmane, y nuestras preocupaciones gravitan ahora en temas inmediatos como la opresión del negro por el negro tras nuestra independencia, que no supuso nuestra liberación; la miseria, que impide un desarrollo armonioso de nuestras vidas; el reencuentro con nuestro mundo ancestral o la dicotomía impuesta entre tradición o modernidad.

 Pasarán nueve años hasta la aparición de un nuevo libro de autor guineano. La nueva comparecencia se debe a Daniel Jones Mathama, cuya novela Una lanza por el boabi fue impresa en edición de autor de 1962.
 

BLOQUEAR LAS MENTES

 Guinea Ecuatorial obtuvo su independencia el 12 de octubre de 1968. Cuatro meses y medio después, se iniciaba una profunda y larga crisis que trastocaría de modo drástico y dramático todos los esquemas políticos, culturales y sociales del joven país, de la que apenas tuvieron noticia los españoles – ni el resto del mundo – al declarar el gobierno de Franco “materia reservada” toda información relativa a su ex colonia, y porque Macías cerró el país a cal y canto al instaurar su régimen de terror.

 Varios fueron los resultados de esta nueva situación. En un primer lugar, la represión generalizada e indiscriminada, que abarcó desde un principio, y sobre todo, a los cuadros profesionales, a los maestros, a los estudiantes; a todos los que de alguna forma podía representar una opción de modernidad, a los elementos que podían pensar por sí mismos, a la inteligencia, en suma. Pero es necesario subrayar que, con la vuelta a los planteamientos tribales como contraposición a los valores adquiridos de la cultura española, Macías – como Idi Amín en Uganda, Sékou Touré en Guinea-Conakry, Mobutu en Zaire, y tantos y tantos dictadores en nuestro Continente – no promovió las culturas autóctonas, sino la rusticidad inherente a la desculturización, cualquiera que sea el modelo elegido. De modo que, privados de todo soporte o referente cultural, se acentuó la despersonificación y la inseguridad como rasgos dominantes en la personalidad del guineano, como individuo y como colectividad, sobre todo de los que sobrevivieron a duras penas en el interior del país, obligados a abandonar la cultura heredada de los europeos y lo que representa como universalidad y vía de progreso, y privados de la noción profunda del significado de los ritos y creencias ancestrales, reducidos a la simple caricatura estática e inhumana de manifestaciones y prácticas como el canibalismo, la brujería y el tribalismo. Como Macías prohibió la enseñanza y en gran medida el habla del español, considerado “lengua imperialista”, en los once años que duró su mandato la tasa de analfabetismo ascendió del 10 por 100 al 70 por 100.

 En segundo lugar, la especial animadversión de aquel régimen por todo lo que podía significar una mínima posibilidad de progreso llevó al aniquilamiento a la endeble capa culta del país, lo que produjo la pronta desaparición de las formas de expresión literaria. Tengo escrito que, de no mediar la traumática y demencial tiranía de Macías, la literatura guineana hubiera evolucionado paulatinamente hasta producirse una especie de síntesis intercultural entre los elementos bantú de los saberes de nuestra tradición africana y aquellos heredados de la colonización española, puesto que la tendencia apuntaba hacia ese lógico desarrollo.
  En tercer lugar, los guineanos que escapaban de la represión huyendo a los países vecinos, en general jóvenes estudiantes con ganas de superarse, tuvieron que aclimatarse en un medio hostil y extraño, aprendiendo francés para salir adelante. Independientemente del hecho de que nuestros países fueron dibujados a escuadra y cartabón por los europeos, que dividieron así a las poblaciones e incluso a las familias, de tal modo que las mismas etnias pueblan Camerún, Gabón y Guinea Ecuatorial, lo cierto es que la colonización imprimió una impronta, un nuevo carácter, a nuestras culturas primigenias y, por consiguiente, a nosotros mismos, cuyo resultado es que han perdido la unidad inicial. Si para la supervivencia inmediata resulta muy provechoso traspasar las fronteras y encontrar la solidaridad de individuos de la misma tribu y de la misma lengua vernácula, el francés en que se expresan esos familiares cameruneses y gaboneses produce ya un efecto distorsionador en las relaciones, al conferirles otra mentalidad distinta de la nuestra, digamos conformada con los esquemas españoles; por lo que a pesar de todo, uno tiene siempre la sensación de estar en un país extranjero. Ni que decir tiene – y no es una consecuencia menor – que esos miles de guineanos que se vieron obligados a aprender francés son hoy la punta de lanza de la penetración de la influencia francesa en Guinea Ecuatorial, tema sumamente importante que merecería una mayor consideración.

 Por último, los centenares de estudiantes guineanos a los que la independencia y sus secuelas sorprendieron en España se encontraron de pronto abandonados por ambos Gobiernos. Cada uno hubo de arreglárselas como pudo, pues hasta tuvieron dificultades aquellos que disfrutaban de una beca y la miopía e incomprensión españolas indujo a retirar la subvención al Colegio Mayor en que venían residiendo. Precisamente de este núcleo saldrían algunos de los escritores más caracterizados, que iniciaron su andadura en el desamparo más absoluto.

 Las únicas obras de este largo período estéril, que he llamado “los años del silencio” porque mantuvo inactiva toda la potencia creativa de nuestro pueblo, son “El sueño”, mi primera experiencia literaria, relato publicado en 1973 en “Papeles de Son Armadans” – la preciosa revista que fundara Camilo José Cela – y los opúsculos Poetas guineanos en el exilio y Nueva narrativa guineana, apenas unas pocas páginas impresas en 1977 con el fin de recaudar fondos para uno de los movimientos políticos de la resistencia antimaciísta. Pero aquella experiencia – intrascendente desde todo punto de vista, si exceptuamos el sentimental – significaría la ruptura definitiva de nuestra literatura con el pasado, iniciándose el período de ascenso hacia la madurez en que nos hallamos actualmente, en el que la creación prima sobre los contenidos de la tradición. Y, también, a través de ella se darían a conocer, si bien en círculos muy minoritarios, los versos y relatos de dos jóvenes periodistas en paro, Francisco Zamora Segorbe y yo mismo, exclusivos autores de todo aquello, aunque, para mitigar la impresión de pobreza y orfandad, Paco Zamora firmara alguno de sus poemas con el seudónimo de Reginaldo Abeso Roku y yo me escondiera a veces tras el imaginario Francisco Abeso Nguema.

 
 
HACIA LA MADUREZ

Como nada es imperecedero, en agosto de 1979 le tocó el fin a la primera dictadura, y pudieron reencontrarse los pocos guineanos que desde el interior habían hibernado su capacidad y sus ganas de escribir, y los pocos que desde el exterior habíamos conservado avivada la antorcha cultural, y nos dispusimos a iniciar la reconstrucción del país, que estaba 
 literalmente devastado y poblado de espectros. Al menos con ese propósito realicé, en la primavera de 1981, la investigación que conduciría hasta mi Antología, que dio a conocer a los por entonces anónimos hacedores de nuestra literatura escrita, y cuya palestra ayudaría a varios de ellos a retomar el camino. Desde entonces han surgido pocas pero significativas obras de la pluma de nuestros escritores, como la novela Ekomo, de María Nsue, publicada en 1985, que nos retrotrae de forma bella y contundente a la tradición fang, y cuyo mayor mérito es, según el profesor Vicente Granados, “haber vertido al español guineano la historia de una mujer que refleja admirablemente el pasado y el presente de su pueblo: un viaje por la selva, el amor, la muerte y la memoria”.

Dos años después sale Las tinieblas de tu memoria negra, mi primera novela, finalista del premio “Sésamo” en 1984; en ella traté de reflejar los conflictos que subyacen en nuestro espíritu entre tradición y/o modernidad, las señas de identidad de nuestro pueblo, la recuperación de nuestra memoria colectiva, el retrato del colonizado como sustrato de nuestra personalidad actual. Diez años después han aparecido Los poderes de la tempestad, segunda entrega de la trilogía que se inició con Las Tinieblas...  en la que propongo una reflexión sobre los fines de nuestra independencia.

 En 1987 apareció el poemario Voces de espumas, de Ciriaco Bokesa, la voz más sólida de la lírica guineana. Plena de fuerza, de viveza, de imaginación, la poesía de Bokesa entronca con la mejor poesía española, sobre todo con algún poeta de la generación del 27 como Jorge Guillén, del que se reclama discípulo. Bokesa viene a demostrarnos cosas fundamentales, como anoté en el prólogo de su libro: que la observación cotidiana de nuestra miserable existencia puede producir una obra bella; que el conocimiento exhaustivo de una lengua en principio europea no limita –sino al revés, potencia- las posibilidades expresivas de un africano; y que, en definitiva, y al contrario de los que sostiene la machacona propaganda oficial guineana, no se es menos africano por haber adquirido un bagaje intelectual en las universidades europeas, sino que ese bagaje debe ser tan sólido como profundo si quiere estar al servicio de los intereses colectivos de nuestros pueblos, y sugiera esas transformaciones sin las cuales las colectividades estarían llamadas a desaparecer y la obra literaria estaría vacía.

 Junto a estas obras, hay que destacar el libro de Francisco Zamora Cómo ser negro y no morir en Aravaca (1994), un sólido y apasionado alegato contra el racismo del que, en mayor o menor medida, es siempre víctima del negro inmerso en la sociedad blanca. Como ya nos había demostrado con el relato titulado “Bea” y en los portentosos poemas “Nuestros eróticos y viciosos círculos”, “Salvad a Copito” o “El prisionero de la Gran Vía”, Zamora es el cronista urbano de las frustraciones de miles de africanos que ven estrellarse sus ilusiones, e incluso sus vidas, en el asfalto de las calles españolas. De una irreverencia casi religiosa, polifacético e hiperactivo, ha demostrado poseer la pluma más incisiva de cuantas ha producido Guinea Ecuatorial, que se sustenta en una lucidez extraordinaria y en un manejo de la lengua española poco común.

 Constantino Ocha´a, que falleció en 1991, nos legó un importante estudio sobre la cultura fang, titulado precisamente Tradiciones del pueblo fang (1981), así como dos intensos ensayos, ambos editados en 1985: Guinea Ecuatorial, polémica y realidad, reflexiones sobre la profundísima crisis que anega el país desde su independencia hasta el presente, y Semblanzas de la hispanidad, en el que propone la inserción de nuestro país en una Comunidad Hispánica de naciones articulada sobre las bases ideológicas de un Ramiro de Maeztu. Independientemente de la lectura que se haga de ellos, o que ella nos produzca, no 
 cabe duda de que esos textos son el esfuerzo intelectual más serio que se ha hecho para enmarcar ambos temas, y servirán en un futuro como punto de partida, o como aporte nada circunstancial, para la construcción de un pensamiento genuinamente guineano.

 Hablando de pensamiento, merece la pena detenerse en la extensa obra del filósofo Eugenio Nkogo Ondó, en buena parte autoeditada. Aunque sus preocupaciones intelectuales se centran en las dos obsesiones de su vida, el pensamiento de Kwame Nkrumah y la filosofía de Sartre, no cabe duda que en sus venas cimbrea la sangre negra, como en Juan Latino, del que se considera heredero. Recomendaría la lectura de sus dos libros más literarios: Sobre las ruinas de la República de Ghana (1988), en el que encontramos las interesantes y desoladoras experiencias de un profesor universitario negroafricano que retorna a nuestro Continente tras estudiar y vivir largamente en Europa, y La encerrona (1993), donde narra las vicisitudes de un docente negro en la Universidad española.

Raquel Ilonbé es el seudónimo de Raquel del Pozo Epita, la eterna niña mulata de madre corisqueña y padre español que siempre vivió en la añoranza de los húmedos calores de su infancia, de los que fue arrancada para ser trasplantada a la gélida sequedad de la meseta castellana. A su muerte, en 1992, nos dejó, además de Leyendas guineanas (1981), única recopilación de cuentos tradicionales adaptadas para el público infantil, un libro de poemas, Ceiba (1978): un continuo susurro, que se pierde suave y espumoso como las olas en la arena de las playas de Bata, y que se posa para siempre en nuestro oído como un mensaje integrador no solo en la síntesis negro/blanco, africano/español, sino de las culturas de nuestro propio país.

Juan Balboa Boneke cultiva una poesía sencilla, tópica y sensiblera sobre nuestra experiencia colectiva y el amor. La mayoría autoeditados, ha publicado los siguientes poemarios: O boriba (El exiliado, 1982); Desde mi vidriera (Susurros y pensamientos comentados, 1983); Sueños en mi selva (1987) y Requiebros (1994), además del ensayo ¿Dónde estás, Guinea? (1978), en el que traza, desde la óptica de un bubi, el proceso de la independencia de nuestro país y sus perspectivas de futuro; y, en prosa, El reencuentro (1985), relato emotivo y visceral de su regreso a Guinea Ecuatorial tras décadas de exilio.

Hay otros escritores con potencialidades, aunque no hayan publicado sino fragmentos de su obra en órganos especializados, principalmente en “África 2000” y “El Patio”, las dos revistas que, como las Ediciones, fundamos durante mi etapa al frente del Centro Cultural Hispano-Guineano de Malabo. Me refiero principalmente a Marcelo Ensema, Julián Bibang, Anacleto Oló, Carlos Nsue Otong y Antimo Esono. Marcelo Ensema, sacerdote y periodista, es autor de un relato notable, “La última palabra es el silencio”, que, junto a sus poemas “Kilómetro 0”, “Minitopografía de Santa Isabel” o “Elegía en piedra”, son la expresión nítida de un simbolismo que, en el África ecuatorial y en español, recupera toda su fuerza vital, el ritmo en el concepto y en la palabra. Bibang, filólogo, tiene inédito por propia modestia un libro de juventud pero valioso, “Tiempo perdido”, del que entresaqué los poemas que figuran en mi Antología,  donde fue plasmando unos versos intimistas, cálidos y húmedos, cuyo mérito está, además de en una correcta factura, en la capacidad de transmitir fortaleza desde un alma atormentada. A Anacleto Oló, hombre polifacético formado durante el exilio, se le podría considerar un poeta social, si pudieran extrapolarse determinados conceptos a nuestras latitudes. Tiene inéditos varios poemarios, entre los que destacaré Libertad y nostalgia, Siempre es Navidad y Gritos de libertad y esperanza. El también filólogo Carlos Nsue Otong, 
 que se gana la vida en Libreville como profesor de español, es un poeta conciso, lleno de luz y de calor.

Al contrario que los anteriores, el filólogo Antimo Esono no era poeta, sino un fino narrador que no pudo completar su obra al morir prematuramente, como Leoncio Evita, en 1996. Sus relatos “Afen, la cabrita reina”, “La última lección del venerable Emaga Ela” y “No encontré rosas para mi madre” prueban la profunda sensibilidad y la elegancia de su pluma, que supo describir los sentimientos encontrados de una serie de personajes, perfectamente retratados, ante las consecuencias de la independencia del país.

El teatro no es un género que haya prendido entre los guineanos. Se hacen algunas representaciones tanto en el Centro Cultural Hispano-Guineano de Malabo como en el Centro Asociado de la UNED en Bata, y también en los Institutos Culturales de Expresión Francesa en ambas ciudades, sobre textos de autores guineanos por lo general muy flojos. Por eso, junto a tanta broza, destacan dos obras de calidad: Antígona, de Trinidad  Morgades Besari, y El hombre y la costumbre, de Pancracio Esono Mitogo. La primera es una transposición actual, en clave guineana, y con una estructura más simple, de la tragedia homónima de Sófocles. Pancracio Esono, en una comedia bien articulada pero llena de trampas ideológicas, fustiga determinados comportamientos sociales de la Guinea de hoy, como ciertos hábitos de las mujeres o la corrupción. Al lector o espectador no familiarizado con el día de las relaciones sociales en el país le pueden sorprender positivamente una serie de formulaciones contenidas en el texto, pero las personas avisadas –o un análisis más profundo- descubrirán sin lugar a dudas la falacia que pretende inocular, al proponer arteramente el conflicto entre tradición o modernidad en tales términos que la elección resulta obvia.

Aunque no sea de contenido ni intencionalidad estrictamente literarios, merece la pena incluir en esta panorámica de la cultura escrita de Guinea Ecuatorial algunos ensayos como Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial  (1977), mi primer libro, y que es la primera aproximación de un guineano a los avatares históricos de nuestro país; Breves datos históricos del pueblo fán 1(s/f), Nsoa o dote africana (1984) y Familia y matrimonio fán (1985), la trilogía consagrada por el malogrado Dr. Rafael María Nze Abuy, nuestro primer obispo, al estudio de la sociedad tradicional fang; Los fán (1985), tesina de licenciatura del sacerdote Jesús Ndong Mba-Nnegue, un estudio antropológico valioso sobre este grupo étnico, mayoritario en Guinea Ecuatorial; o las investigaciones lingüísticas de lenguas nativas como La lengua fán o Nkobo fán (1975), también de monseñor Nze Abuy; el Curso de lengua fang (1990), de Julián Bibang Oyee, y el Curso de lengua bubi (1991), de Justo Bolekia Boleká. Citaré también libros de reflexión política como Guinea, los últimos años (1983), del abogado Francisco Ela Abeme; Guinea Ecuatorial: la urdimbre (¿1992?), Del también abogado, ya fallecido, José Luis Jones; Guinea Ecuatorial: las aspiraciones bubis al autogobierno (1988) y El laberinto guineano (1989), ambos del ingeniero Emiliano Buale Borikó; y, por último, La transición de Guinea Ecuatorial (1996), ensayo conjunto del abogado Fermín Nguema Esono y el exministro de Obiang Juan Balboa Boneke.

Los autores examinados o mencionados hasta aquí son todos mayores de 45 años. Pero detrás apunta una nueva generación, cuyos exponentes más prometedores son, en la poesía, Juan Tomás Avila Laurel, cuyo libro Ramblas (1994) obtuvo el primer premio en 1990 en el certamen “12 de Octubre” que convoca anualmente el Centro Cultural Hispano-Guineano. A Jerónimo Rope Bomabá el mismo Centro le publicó su Album poético (1996), y Juan Manuel Jones Costa, Mercedes Jora y Gerardo Behori Sipi también han publicado versos dignos de encomio tanto en “África 2000” como en “El Patio”.

En cuanto a la prosa, Joaquín Mbomío –que ya había publicado algunos poemas en “África 2000”- se ha abierto un camino esperanzador con su novela El párroco de Niefang (1996), cruda, tierna y convincente historia enraizada en la Guinea más actual. Y, por último, Maximiliano Nkogo, con sus relatos, entre los que destaca Adjá-Adjá (1994), nos sumerge en el mundo de la picaresca urbana que ha generado la Guinea de Obiang, descrita con un humor que apenas disfraza la tragedia profunda, y en un lenguaje popular lleno de vigor, que hace las delicias de los que persiguen nuestras formas dialectales específicas.

 

                Volver a Principal