LA CUEVA CUATA

Vanamente habíamos buscado Mano, John y yo alguna cueva que valiese la pena uno de esos domingos en que nos lo habíamos propuesto. “Ah, sí! Por allá hay una cuevota bien grande...”. Y después de horas: un hueco aquí y otro allá. Nada más.

Cuando nos detuvimos a comer pasó una camioneta con unos señores y, casi adormilada y un poco dándoles la espalda, escuché a uno de ellos que hablaba sobre una cierta Cueva Cuata en la que él y unos amigos habían pasado seis horas. ¡¡Seis horas!!... y, como por encanto, mi modorra se esfumó y de un salto estaba con el grupo toda oídos.

CUEVAS EN UN PARAISO TROPICAL

Un domingo más tarde John y yo nos encontrábamos en dirección a Ameca tomando luego el camino a Santa Rosa.

En Achío, Arnulfo, un lugareño, nos acompañó en busca de la cueva. Siguiendo una brecha pintada en las orillas por el azul verde de las parcelas de agave tequilero, continuamos por entre huertos de ciruelos, chirimoyos, papayos, y bajo unos hermosos y gigantescos mangos estacionamos el jeep y emprendimos la marcha hacia una mesa donde, de la distancia, se divisaban unos huecos más o menos a la mitad del precipicio cuyas paredes -de unos l50 Mts. de altura- bajaban hasta el contaminado río Santiago.

En el camino nos encontramos con Don Guadalupe Hidalgo quien resultó no solamente conocer la ubicación exacta de la cueva sinos algo más que eso:

CUSTODIO DE UNO DE LOS SIETE LUGARES DE SALVACION

«Un día, Jesucristo se me apareció y me ordenó quedarme aquí el resto de mis días custodiando La Cueva y dándola a conocer a quienes quieran salvarse cuando sobrevenga el fin del mundo en 1998,» nos platicaba visiblemente complacido de tener -después de tal vez mucho tiempo- un público que lo escuchaba. Y continuó, «Luego los llevo arriba. Allí vivo yo en un rancho. De allí se ven unas entradas a otras cuevas en el cerro de enfrente.»

-»¿Un ranchito?» le preguntamos sorprendidos. «¿Y cuántas personas viven allí?»

-»Bueno», nos dijo en tono lastimero, «hace algunos años, todos, incluso mi esposa y mis hijos, se fueron siguiendo a un charlatán que llegó a predicar cosas contrarias a nuestras creencias. ¡Y pobres de ellos, porque éste es uno de los siete lugares en el mundo que se salvarán! Aquí es como una Arca de Noé, y todos los que quieran, si se arrepienten de sus pecados, se salvarán de la catástrofe...»

Y mientras entusiasmado continuaba, llegamos a los huecos en el precipicio. Un olor a guano de murciélago se dejó sentir al llegar frente al primero, que era un hueco de unos 5 Mts. de ancho por 2 Mts. de alto. «¿Es aquí?» le preguntamos al mismo tiempo que buscábamos alguna conexión al resto de la cueva.

«No. aquí no hay más que este hueco. ‘La Cueva’ está allá arriba.»

Al principio me dió la impresión de que tendríamos que escalar de roca en roca y la idea, a decir verdad, no me gustó en lo más mínimo.

«¿Es pp-or allí?» le pregunté señalando hacia arriba.

«No, no. El camino está por allí,» me contestó indicando una especie de escalera hecha con palos y troncos que parecía estar simplemente recargada sobre la pared. «Luego se sigue por allí,» dijo mostrando las paredes del barranco.

Alguna fuerza mágica me empujó a emprender el camino. Lo que era, era, y si no había un camino mejor, simplemente no lo había.

Subiendo la escalera, a la derecha, efectivamente había una veredita de unos 20 cms. de ancho, y por allí empecé a caminar buscando los mejores puntos de apoyo a los cuales me asía tan fuertemente como podía, tratando de olvidar que a mi costado había una caída muy poco grata hacia el río.

Las imágenes que en esos momentos danzaban por mi mente (unas en las que me veía rodando sin piedad por el barranco entre multitud de cactos; otras en las que insistía en poner en evidencia a mis acompañantes que también las mujeres podíamos hacer «esas cosas») continuaban distrayéndome, haciéndome tambalear más de una vez. Pero, se los aseguro: no estoy escribiendo esto en una cama de hospital.
Son ya tres los viajes que hacemos a la Cueva Cuata a cuya entrada se encuentra un altar con 7 escalinatas que representan los 7 lugares de salvación en donde posan coloridas veladoras.

En el segundo viaje comenzamos la tarea de medirla con otros miembros de Zotz.

El tercero nos presentó algunos detalles curiosos. Esta vez fuimos John, Jesús, un nuevo miembro, Juan Blake, Mónica y yo. Uno de los fines principales era entrar de nuevo al Pasaje de la Trampa, que es un pasaje lateral donde, según el señor Hidalgo, hay una piedra justamente sobre la boca de un tiro que baja hasta el río. Dicha piedra tiene un eje que, de moverse en lo más mínimo, hace que la piedra dé vuelta empujando con toda su fuerza al río al que la movió.

La verdad sobre esto, sin embargo, es bastante diferente. En el segundo viaje Jesús ofreció arriesgarse y aunque iba bien asegurado y nos tuvo a todos a la expectativa, lo desilusionó el charco que inunda el cuarto al que llega el pasaje y, no encontrando ninguna piedra que sugiriera la famosa trampa, regresó.

En el tercer viaje John decidió llegar al fondo del asunto y, ya sin ningún seguro, exploró el lugar. Lo que descubrió fue que, aparentemente, no existe tal trampa, a menos que ésta se encuentre al otro lado de donde proviene el agua: una abertura de sólo unos centímetros.

Un poco desilusionados regresamos al pasaje principal el cual termina en una pequeña fosa inundada. El agua corre hacia otro lugar desconocido por nosotros hasta ahora.

Nuestra última esperanza era otro pasaje lateral al que dimos el nombre de Pasaje Chicloso pues el suelo está completamente tapizado por una masa espesísima de un lodo pegajoso. Yo entré solamente unos cuantos metros y regresé, aunque poco me valió porque cuando los otros tres regresaron, enlodados hasta las orejas, se aseguraron de que yo quedara igual o peor que ellos.

Este último pasaje, al igual que los otros, termina en un charco cuyas aguas van al otro de la cueva y el conducto, en este caso, es más accesible, aunque debido a que está inundado, queremos esperar un par de meses hasta que el agua haya bajado.

Aunque es evidente que no es ésta una cueva en la que sea necesario pasar seis horas explorándola (a menos que -como me imagino tal vez sucedería con nuestro informante- se lleve la intención de brindar allí con los cuates para olvidar la frustración que les producirá a los lugareños al no encontrar el tesoro que todos ellos se empeñan por encontrar en las cuevas), es ésta la cueva volcánica más interesante que hemos encontrado después del Chapuzón.

Susy Ibarra de Pint

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