BIENVENIDO A LA PAGINA DEL GRUPO ESPELEOLOGICO ZOTZ

APUNTES DE UNA EXPEDICION

A LAS CAVERNAS DE TAMPUMACHAY

Impresiones de dos personas que por primera vez recorrieron el interior de una caverna

UNA EXTRAÑA EMOCION

La primera impresión que se tiene al iniciar una aventura como esta es de que las cosas no son como las platican, o que la conversación de los más versados en el tema no contiene sino una pequeña parte de lo que puede hallarse en la realidad. Tal vez en algunas ocasiones esta sea supera-da, solo por la imaginación de una mente inquieta.

Los comentarios con que respondía a las preguntas de mis amigos hablaban de mi admiración al encontrar tanta magnificencia y belleza en lugares como estos. Yo les decía de broma: "Es como estar en el infierno, pero sin la lumbre," y es que las grutas son lugares imponentes, de extraña belleza. También con esto quería dar a entender que mirando con buen ánimo es posible encontrar esplendor en algo que a la mayoría solo le infunde pavor o repugnancia. La impresión global que tuve y recuerdo de bajar y permanecer cierto tiempo dentro de una caverna es la de una extraña emoción o estupor al contemplar de cerca y palpar a la naturaleza en una rara y poco conocida ──o imaginada── expresión.

Da una gran confianza el estar acompañado de gente con experiencia en este tipo de cosas. De hecho mis amigos y yo, ya habíamos intentado una entrada a la cueva por nuestros propios medios, pero en el punto mismo en que ingresamos a la cámara principal, después de haber recorrido los dos túneles y el breve descenso, el silencio solo roto por los agudos y constantes chillidos de esos mamíferos voladores que alteraban sus evoluciones frente a nosotros sorprendidos por nuestras luces y voces; la profunda oscuridad que nuestras lámparas no alcanzaban a penetrar, el olorcillo a gallinero, la humedad y el calor nos obligaron a hacer una retirada unánimemente aceptada y casi apresurada. Temíamos provocar una "estampida" de murciélagos y que nos bañaran a su paso con sus defecciones y parásitos...

La segunda incursión con los espeleólogos profesionales resultó como un día de campo y yo me asombraba de la forma tan despreocupada en que se iba desarrollando. Mi mayor temor era referente a como mantener la orientación y me preguntaba como harían para señalar su ruta de regreso. Nada. Avanzaron sin más, y yo atrás de ellos. Después me enteraría de que solo echaban una mirada a la brújula de vez en cuando y que tenían ya la compresión o conocimiento de estar en una galería principal - a partir de la primera sala - de dimensiones más o menos constantes. Sin aventurarse aún a las múltiples ramificaciones ó cambios de nivel, se encontrarían en ruta simplemente con dar la vuelta. Sin embargo no era tan sencillo de comprender para mi. Numerosos salientes y rocas sueltas de diferente tamaño y la implacable oscuridad dificultaban la marcha, la identificación de los lugares seguros y la ruta de regreso.

El punto verdaderamente serio par mí fue cuando avanzamos por un túnel bastante bajo, sobre un metro más o menos en el que me sentí preso de una angustia y sensación de que algo iba mal y no sabía que. Había más polvo en el aire, más sequedad y el túnel era de una pendiente suave descendente. John sacó su Bic, trató de encenderlo y nos anunció que escaseaba el oxígeno. Miguel y yo no necesitamos más explicaciones y nos despedimos amable y rápidamente. No lo creíamos cuando los escuchamos decir que avanzarían un poco más. No tardaron mucho y nos informaron que no encontraron el final de ese túnel. Suponemos que se trataría de una porción terminal, ya que en estas se acumula el gas carbónico más pesado que el aire y casi no hay murciélagos. La duda es de que tan largo puede ser y que volumen de gas debe contener. Ni siquiera reparamos Miguel y yo en que la respiración acelerada y el jadeo eran un condición ya experimentada y conocida, propia de lugares altos. Aquí no supimos relacionarlo con esa sensación de pánico. Algo me decía que había que dar marcha atrás, pero yo no quería ser el primero en mencionarlo.

La mayor parte del tiempo la pasa uno allá abajo buscando y admirando las hermosas formaciones que crea y recrea el lento proceso de filtración y sedimentación de las aguas provenientes de la superficie cargadas de sales de disoluciones previas: estalactitas de variadas formas y tamaños, cascadas, formas repolladas como brócolis o de una tersura diamantina, cortinajes y olanes de cristalino sonido; formas de vida fósil al alcance de la mano...

Las curiosas expresiones de la fauna subterránea que incluyen las diferentes especies de murciélagos y vampiro, uno que otro reptil, escarabajos, ácaros y un extraño arácnido que parece una combinación de cangrejo, tarántula y mantis religiosa cuyo primer par de patas erizado de púas y terminado en una gruesa garra se repliega sobre si mismo listo para dispararse contra sus desprevenidas y desdichadas presas. El segundo par se ha transformado en antenas o bastones de ciego. Se prolonga hasta más de tres veces la longitud del cuerpo y termina, en su tercer segmento, en un delicado órgano táctil. Los colmillos de su mandíbula recuerdan a los de la tarántula. Por suerte son criaturas recelosas y ágiles y no tuvimos que comprobar la potencia de su ponzoña.

No sin cierta nostalgia y asombro, después de más de dos horas de estancia y con una buena carga de emociones, regresamos por fin a la superficie conscientes de que experiencias como estas son de las que no se olvidan fácilmente.

Era una tarde fresca, el sol dió aviso de ocultarse en breve mientras avanzábamos por el sinuoso camino, la camioneta daba reparos como potro sin control; como si tratara de darle forma al entusiasmo de sus tripulantes.

El destino era objeto de múltiples sensaciones: para nuestros guías, significaba nuevamente la emoción de recorrer aquellos obscuros y húmedos rincones; para nosostros, la incógnita de sumergirse en un mundo nuevo, introducirse en la obscuridad total y experimentar una atmósfera extraña plagada de misterio y sombríos habitantes.

Finalmente, en el costado de un cerro arbolado terminaba el camino. Descender, organizar el campamento fue solo movimiento; en minutos nos encontramos sentados recibiendo el ABC de esta inquietante afición. La luz de la lámpara de carburo se mezcló con la de los ya tangenciales rayos solares y atentos escuchamos la explicación; así desfilaron frenta a nosotros las sombras ondulantes de cuerdas, escaleras metálicas, encendedores Bic, medicamentos homeopáticos, etc.

Al fin, llegó el momento de la aproximación, la noche era total, acompañados de trémolos de grillos y hojarasca bajo nuestros pies, caminamos en fila hacia el monstruo natural, nos deglutiría por completo y nos dejaría viajar a través de sus entrañas.

Las linternas, apenas suficientes para alumbrar la vereda nos permitieron descrubrir la boca, y observamos como de ella salían sus habitantes en interminable procesión volando por nuestras cabezas ejecutando un ritual que fue imposible no recordar a Polanski.

Casi involuntarios, los músculos de la deglución en nuestros cuellos descendían en formas espasmódica y el corazón aceleró su ritmos. Fue como si los cinco sentidos se encontraran a flor de piel y por todo el cuerpo, eramos todo oídos, todo olfato, todo manos; y cuando nuestros ojos sorprendieron a una boa constrictor pendiente del vértice del orificio enrrollando con su cuerpo a un desafortunado volador, el horror y la emoción de apoderó de nosotros y sorprendió a los expertos.

Por un reducido espacio, apenas centímetros de la desarticulada quijada de este centinela goloso, nos introdujimos a la cueva.

Después de cinco minutos de arrastrarse, caminar encorbados, escalar y descender por estrechos pasadizos, llegamos a la gran bóveda, es una nave de dimensiones considerables, capaz de albergar olgadamente a una sinfónica con las que soño Berlioz. La humedad y el calor se hicieron sentir, el sudor corrió por nuestros cuerpos y el

vapor exhalado era iluminado por las linternas que como rayos atravezaban la gran cavidad. Hubo risas, reflexiones, preguntas, ansia, sudor, temblor, cansancio y admiración.

Después de casi tres horas iniciamos la salida, un deseo casi magnético nos invitaba a permanecer más tiempo, la obscuridad total, la fortaleza de las murallas naturales, la ausencia de cualquier referencia con lo cotidiano significaba una protección infranqueable.

La luz de la luna nos dio la bienvenida y marcó el final de nuestro viaje, la fatiga era evidente, pero la experiencia fue única, la fobia fue vencida y el espíritu exaltado.

Dormimos el resto de la noche...