BANDOLEROS A LA VISTA

Era cerca del fin de semana de un verano de 1993, cuando llamé a Luis Rojas para decirle que había que regresar a Coatlancillo para "de una vez por todas, buscar el camino a Las Tierras Huecas".

YUNUEN ROJAS EXPLORANDOLlamar a alguien a última hora normalmente nunca da buenos resultados pero esta vez fue una excepción. Luis tenía ya planes pero podía cambiarlos, mas no en favor de Coatlancillo sino para mostrarnos una cueva a las orillas del río Ferrería en la que él y su hija Yunuen habían estado recientemente.

Recordé, sin embargo, que por esos lugares hay una cueva en la que un grupo del CEO se había infectado con el hongo indeseable. Pero, obviamente, si había Luis osado llevar consigo a Yunuen, no se trataba de la misma cueva.

CASCADAS Y PILAS DE AGUA CALIENTE

(Un Paraíso para Cualquier Bandolero)

Esa área es cercana a La Salitrera. Viajando en esa angosta carretera que sube, baja y curvea como un gusano gigantesco, se ven los cerros altísimos de vegetación escasa en época de secas. Cualquiera diría que en la falda de los mismos sólo habrá más vegetación seca. La verdad, sin embargo, es bien distinta. Fijando la vista, se divisan apenas las copas de árboles tan verdes que no te cabe duda: por ahí hay agua. Y no sólo eso. La vegetación que crece a las orillas del río te transporta a nuestras hermosísima selvas del sur. Las aves te las harán recordar también. Y aunque estas maravillas se encuentran a lo largo del río río xxxx , el río Ferrería corre bastante cerca de esos lugares entre ese mismo tipo de vegetación.

Hay que cruzar este río varias veces, saltando de piedra en piedra, para llegar al área en donde, en lo alto de una pared, se encuentra la primera cueva... la plagada de histoplasmosis.

Las higueras altísimas, adornadas de orquídeas silvestres, gallitos y varias especies de líquenes, te invitan a sentarte de vez en cuando para contemplar el paisaje o para escuchar por un momento el canto de las aves o el del agua en su eterno correr entre las piedras.

Una nacimiento de aguas termales brota en un recodo, y los habitantes del lugar lo aprovecharon para construir una pileta a la que ellos recurren, muy afortunadamente, no en gran número. Mas adelante, el río se detiene para dar lugar a tranquilos remansos en los que se puede incluso nadar. Como mágicos hilos plateados, una fina cascada de agua tibia que proviene de un manantial en lo alto de las paredes, cae en uno de esos remansos.

A sólo unos metros de donde brota el manantial, está la cueva en cuestión. La bautizamos La Cueva de los Bandoleros porque, según le informaron los lugareños a Luis, en ella se escondían "unos ciertos bandoleros en la época de los cristeros". Adentro, deberían entonces encontrarse rifles y, por supuesto, los cuantiosos tesoros que los bandoleros habían abandonado.

UNA CUEVA LLENA DE PINCELADAS ESPECIALES

La entrada de la cueva - de orígen puramente kárstico, como toda esa área - es una oquedad de 5 mts. de ancho por 3 de alto que da la impresión de ser un refugio natural. A un lado, sin embargo, se encuentra la entrada a un túnel angosto que va un poco hacia arriba. Este termina en un gran cuarto en el que se encuentra el conducto principal de la cueva así como unos ramales, uno de los cuales va hacia arriba y lleva a una salida en una parte alta de la cueva. Este conducto se hace estrecho debido a derrumbes en distintos puntos y no permite el acceso a ninguna persona. Otro de los conductos es un pequeño ramal en la pared en una parte alta que detiene su curso debido también a derrumbes. En algunos lugares se verán algunas formaciones blanquísimas. Muy por desgracia, debido a su accesibilidad al exterior, la mayoría de las estalactitas se encuentran ya rotas (¿por los frustrados bandoleros... o por los buscadores de los tesoros?).

Algo que nos ha fascinado siempre de esta cueva son los conductos que suben como túneles redondeados, perfectamente labrados en la fría roca. Vicente Loreto, escaló la mayoría de esos túneles, aunque ninguno conducía a un segundo piso.

Otras "escaleras naturales" (que hacen pensar en inmensos quesos gruyere) ofrecen la oportunidad de asomarse a explorar un segundo piso. Estos son, sin embargo, bastante verticales con pocos medios de protección. Otros son como canales pegados a las paredes por los que se puede uno deslizar en chimenea. Yo misma subí - unos 15 metros - hasta una parte en uno de estos conductos aunque no llegué al final pues requería de una cuerda de seguridad.

LA VENTANITA

Casi al final de la cueva se encuentra un agujero en la pared - lo llamamos La Ventanita - que lleva a otros cuartos. Uno de ellos, el más hermoso de la cueva, está decorado con formaciones blancas y rosadas. En el techo, unos 30 metros arriba, hay un orificio que da al exterior. La luz que penetra le da un matiz azulado. Esto inspiró a Ceci Gómez quien lo bautizó El Cuarto Azul. Curiosamente, la primera vez que Ceci visitó la cueva, después de escalarla, simplemente rehusó pasar al otro lado de La Ventanita. Y la verdad es que no es muy fácil para un neófito en la materia deslizarse por ese pequeño túnel, que tendrá las dimensiones de un cuerpo humano normal, sabiendo que los pies tocarán un espacio desonocido (y ¡pregúntenselo a Andy Edris!). Por supuesto, alguien ya en el otro lado dirige los movimientos de los pies que, finalmente tocan un tronco - obviamente puesto allí por los gambusinos cavernícolas - ... pero Ceci decidió regresar. En otro viaje a la cueva Ceci se armó de valor y pasó (....entre alarmantes llamadas de auxilio... ¡pssst!).

HISTOPLASMOSIS EN EL CUARTO AZUL

En uno de los últimos viajes, Luis Rojas subió una sección que se encuentra al fondo de El Cuarto Azul. Yo lo observaba desde abajo. Aunque Luis es un magnífico escalador, en un cierto punto provocó un derrumbe que produjo una nube de polvo que hacía pensar en un remolino. Entre ese polvo había mezclada una buena cantidad de esporas de histoplasma capsulatum pues días después él y yo reincidíamos en la indeseable enfermedad. John y don Andrés Robles (un lugareño que nos acompañó en esa ocasión) tuvieron suerte al librarse de que el hongo penetrase en sus pulmones!

124 GRADOS EN LINEA RECTA Y... ¡EUREKA!

Tiempo atrás, algunos subieron al cerro con la intención de buscar el agujero por el que penentra la luz en El Cuarto Azul. Aparte de una avalancha que - muy irresponsablemente - causaron unos de ellos, no se logró encontrarlo. Hasta ese momento no se había terminado de hacer el levantamiento topográfico. Finalmente, y en el último viaje, por cierto, cuando por fin John había terminado de trazar y determinar el punto donde se encontraría el pozo, en una tarea verdaderamente impresionante - con John y José Luis Zavala dirigiendo la operación - siguiendo una línea recta humana en la parte exterior de la cueva, Anick Tenchon, justamente a los 68 metros marcados en el mapa de John, nos anunció que sí, sí, sí... ¡allí estaba el pozo!

NADA DE TESOROS DE BANDOLEROS Y FLAUTAS MAGICAS

De esta caverna nos queda por medir el segundo piso. Aunque, como dicen los expertos, "eso será pan comido". Un año y fracción de ser constantes. De volver y volver; de medir y medir (no todos los del grupo Zotz, por cierto - ¡y pregúntenselo a Juan Blake -)... Tiempo, en fin, que hemos disfrutado tanto en cada ocasión, será siempre algo muy especial. Para quienes deseaban encontrar el tesoro de Los Bandoleros, tal vez no. Para quienes disfrutamos de subir y bajar la caverna, de convivir con la naturaleza y disfrutar de los conciertos gratuitos que nos ofrecieron las aves del lugar y José Luis Zavala con su flauta mágica que matizaba con sus ecos las paredes de la caverna, será algo que nos animará siempre a regresar.

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