OPERACION TOPO

(O... En Las Que Nos Mete John)

Un buen día, un vecino nos comentó entusiasmado que, en un rancho que él quería comprar, había un agujero del que salía un chiflón tan fuerte y tan frío que los trabajadores del rancho acudían ahí a olvidarse del calor durante sus recesos en las duras épocas del verano. "De hecho," nos dijo, "ellos llaman a ese lugar el aire acondicionado".

A pesar de que el mapa geológico del área muestra terreno puramente volcánico, la boca se le hizo agua a John, pues los lugares con tales características muchas veces esconden verdaderas sorpresas. Obviamente, el siguiente viaje que Zotz puso en su agenda fue allí.

Y, así, un sábado por la mañana, Juan Blake, Mano, Pablo, John y yo nos encontrábamos en la fabulosa autopista Guadalajara-Colima. Nuestro destino: la salida a Sayula Jalisco y, a unos kilómetros, una brecha que conduce al rancho El Zapotillo. Un área de 300 hectáreas de colinas ondulantes embellecidas aún más por los distintos tonos de verde que trae consigo la época de lluvias.

Minutos más tarde nos estacionábamos frente a la entrada de un arroyo -seco- cubierto de maleza y árboles semitropicales. En una pared, pegado al suelo, efectivamente, se encontraba un hueco que daba la impresión de haber sido hecho por el hombre debido a la manera como estaban colocadas las piedras. De entre algunos de los pequeños huecos salía un airecillo que mecía las telarañas que en algunos lugares se habían formado.

Un poco más adelante había otra "construcción" parecida a la anterior y en ésta, en medio, también pegado al suelo, había un hueco que iba hacia adentro en forma de túnel. A simple vista éste iba una buena distancia y, arrastrándose, una persona fácilmente podía caber en él. Una fresca corriente de aire salía de allí con tal fuerza que podía escucharse un ruido parecido al que produce el viento al chocar con las hojas de los árboles.

La urgencia de John por descubrir lo más rápidamente posible el origen de esa corriente era tan grande que, en un momento, las dos palas con las que contábamos, linternas, guantes y cascos se aprestaron a darnos ayuda.

Topos en acción: No cabe duda que una de las cosas que engrandece al ser humano es el hecho de que -valiéndoselas como puede- le es posible librar prácticamente cualquier barrera que le presenten los distintos elementos naturales... incluso los que podríamos considerar por demás absurdos. (¿O será, tal vez, que, simplemente, es que llevamos impresos en nosotros ciertas características que corresponden a las demás especies animales?) Si al lector le queda alguna duda, la historia siguiente le hará reflexionar (¡y bastante en serio!)

En este caso John era el líder, el hombre de la experiencia en cuya visión los demás confían. Juan Blake, el fuerte, muy seguro de sí mismo y quien se complace en que se le reconozcan su fuerza y su valentía. En cuanto a los demás... bueno, a mí como la única mujer del grupo, a decir verdad, el que se me considere la criatura débil me tiene sin cuidado (y, por otra parte, es bastante cómodo y también debo reconocerlo). Ahora que Mano y Pablo, tal vez porque ellos tienen pocas oportunidades de acompañarnos en nuestras expediciones, como yo, se mantuvieron un tanto al margen de los que J y J decidían. En otras palabras, Mano, Pablo y yo estábamos dispuestos a apoyar las decisiones de J y J.

"¡A cavar!" ordenaron, y así se hizo. Juan comenzó la excavación y lo hacía con tal fuerza que el viento rápidamente esparció el polvo que levantaba con cada uno de sus golpes con la pala hasta los huecos más escondidos del arroyo. Poco a poco, miembros de Zotz y asistentes al show (Celi de Porter y Carmelita de Van Droogenbroek) comenzamos a alejarnos del lugar en acción hacia la salida del arroyo con nuestras pertenencias.

Polvo: Mientras la excavación se extendía hacia el interior, los miembros de Zotz ciertamente teníamos que olvidarnos de las inconveniencias del polvo para enfocar nuestra atención en organizarnos para los pasos siguientes: Quien iba adelante pasaba el montón de tierra al que estaba detrás, quien lo pasaba al siguiente ayudándose con

las manos o, en su defecto, con los pies. El polvo que cubría el túnel era tan espeso que la visibilidad a veces se dificultaba. Afortunadamente, el aire estaba de nuestra parte pues éste lo encaminaba hacia el exterior. Ahora, quien en general la pasaba peor era la persona que estaba afuera pues era esta persona a quien le llegaba el polvo del interior de la cueva y, en medio de tal catástrofe, era esta persona quien se encargaba de esparcir por el suelo del arroyo las enormes cantidades de tierra que le enviaba la persona adelante.

Nuestra decisión por continuar, sin embargo, se había convertido en una tarea tan seria que de pronto el tiempo simplemente pareció detenerse. Esta operación se continuó durante casi siete horas consecutivas al final de las cuales el sudor y el polvo nos habían transformado en una especie de figuras de chocolate. El pelo -y eso sí el de todos- estaba tan impregnado de tierra que una peluca fabricada con hilos de alambre, junto a nuestras cabelleras habría parecido de seda. Por otra parte, el polvo había penetrado hasta los lugares más recónditos de nuestra persona y de nuestro sistema respiratorio.

Cuando la hora de cenar por fin llegó, a la luz de la fogata, con un precioso cielo estrellado sobre nosotros, parecíamos un verdadero grupo de cavernícolas que, habiendo realizado un viaje en el futuro, disfrutaban de una suculenta cena a base de comida enlatada.

¡Terminemos!: John había preguntado a Nacho y Coco -los dueños del rancho- si ellos conocían algún hueco que absorbiese aire. Ante la respuesta negativa, esa noche John mismo hizo un descubrimiento bastante interesante: así como durante el día el aire salía de las cavidades, durante la noche entraba y con la misma fuerza.

Ya con esta información, a la mañana siguiente no sabíamos si realmente queríamos excavar hasta el final del túnel -hasta donde se veía una pared- o dejar ya las cosas por la paz. "Pues, si nos falta tan poco para terminar, ¡terminemos!" Opinó la mayoría.

Finalmente, la verdad: Lo curioso, sin embargo, es que las dimensiones iniciales de nuestro túnel eran aproximadamente 1 metro de alto por 80 cms. de ancho. Los cuatro primeros metros se continuaron así pero, luego, poco a poco encontramos buenas excusas para que no tuviera que ser "así de grande". Faltando sólo cosa de un metro para llegar a la pared, por opinión de la mayoría se decidió bajar sólo la tierra que fuera necesaria para que John pudiera arrastrarse hasta el final.

"¿¡Qué hay!?" Le gritamos a John cuando sentimos que se encontraba ya en el punto donde podía saber qué había donde estaba la pared. (Tal vez, muy dentro de nosotros aún se escondía alguna esperanza vana). No nos contestó, pero a su regreso nos puso al tanto de la situación. "La verdad... nada. Más tierra y, por entre algunos huecos se cuelan las corrientes de aire que llegan al túnel. De seguro, debajo de toda esa tierra se encuentran cavidades enormes. ¿Qué tal si...?" -"¡¡¡Nooooo!!!" le contestamos todos en coro.

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