De 1959 a 1963 la televisión en blanco y negro transmitió 120 capítulos de una serie policial que mantuvo en vilo a espectadores de varios países: Los Intocables. Ambientada en Chicago durante los años 30, en plena Ley Seca, la serie alcanzó una cifra récord -para la época- de disparos de ametralladoras y cadáveres. En cada capítulo, un inexpresivo Eliot Ness -protagonizado por Robert Stack- y un reducido grupo de agentes del Federal Bureau of Investigations (FBI) enfrentaban a los mafiosos Al Capone y Frank Nitti. Y siempre ganaban.
Los Intocables, que ganó un Premio Emmy, contó entre sus directores a Sam Peckinpah. El escritor colombiano Álvaro Mutis -ex locutor de noticias en la Radiodifusora Nacional de Colombia, durante 1942 y 1943- dobló al español en México la voz de Walter Winchell, el narrador en inglés. Winchell, un cronista de sociales desde los años 30 hasta los 50, trabajó en prensa escrita, radio y televisión, donde le gustaba ventilar públicamente la vida de los ricos y famosos. Fue más temido que respetado.
Eliot Ness existió realmente. Hijo de inmigrantes noruegos -su padre era panadero mayorista- medía un metro 83, jugaba al tenis y era lector fanático de las aventuras de Sherlock Holmes. Estudió administración de empresas en la Universidad de Chicago, donde se graduó en 1925, e ingresó al FBI cuatro años después. Falleció el 16 de mayo de 1957, el mismo día que aprobó las pruebas de galera de su autobiografía, escrita con la colaboración del periodista Oscar Fraley. Con el título de Los Intocables fue editada en México por Editorial Diana, en 1963.
En 1987, Brian de Palma llevó ese libro al cine. Kevin Kostner protagonizó al incorruptible Eliot Ness.
El 26 de julio pasado, el FBI cumplió 95 años. Creado en 1908 como Oficina de Investigación del recién establecido Departamento de Justicia, fue reorganizado en 1924 y John Edgar Hoover se convirtió en su primer director. Fue él quien lo rebautizó como FBI en 1935. Hoover conservó el puesto durante 48 años, desde el gobierno de Calvin Coolidge (1924) hasta el de Richard Nixon, en 1972.
La verdadera historia de este hombre con rostro de bulldog, nacido en Washington el primero de enero de 1895, se conoció recién después de su muerte, el primero de mayo de 1972. Entonces se supo que su trayectoria tenía mucho más en común con Walter Winchell, Al Capone y Frank Nitti que con Eliot Ness.
Hoover estudió Derecho en la Universidad George Washington y a los 22 años de edad comenzó a trabajar para el Departamento de Justicia. A los 29, llegó a la dirección de la Policía Federal y desde entonces se mantuvo bajo ocho presidencias sucesivas de republicanos y demócratas.
El jefe de policía fue riguroso en el reclutamiento de agentes. Además de exigir estudios y altas calificaciones, tenía preferencias por los aspirantes de tipo blanco, anglosajón y protestante. Prohibió la ropa sport, no permitió que sus hombres llevaran bigote e implantó el uso de traje y corbata. Al mismo tiempo, incorporó los más modernos sistemas tecnológicos de investigación. Pero su racismo impidió que durante muchos años ingresaran investigadores negros al FBI. Tampoco fue partidario de incorporar mujeres.
En la década de 1930, Hoover adquirió notoriedad por la captura del ladrón de bancos John Dillinger, conocido como "el enemigo público Nº 1" y el mafioso Al Capone. También persiguió comunistas y reprimió a huelguistas. Sus éxitos, agrandados por la prensa y sus propios especialistas en relaciones públicas y propaganda, le inflaron el ego y aumentaron su autoritarismo.
Obsesionado por el orden, la disciplina y el mantenimiento de rutinas, Hoover tenía predilección por hacer investigar hasta los más mínimos detalles de la vida sexual de sospechosos, delincuentes, ciudadanos comunes, presuntos subversivos, políticos, artistas de cine, actores de teatro, escritores y músicos.
Durante la mayor parte de su vida, el jefe del FBI logró ocultar su homosexualidad. Sólo después de su muerte se publicaron dos biografías con datos y testimonios irrefutables. Se supo entonces que algunos capos de la mafia lo habían fotografiado secretamente en fiestas privadas, vestido como "señora", con ropa muy elegante y zapatos de tacones altos.
Joseph Bonnano, el último de los "padrinos" ítaloamericanos de Nueva York, llegó a mostrarle algunas fotos. A cambio, el mafioso gratificaba al jefe policial avisándole con anticipación cuáles caballos ganarían las carreras en el hipódromo. Existía un amable arreglo: cuando Hoover y su amante, Clyde Toison, asistente personal al que designó subdirector del FBI, apostaban a los caballos de la mafia, iban sobre seguro: si perdían, no pagaban; sólo cobraban cuando ganaban.
Uno de los contactos de Hoover para asistir a esas fiestas privadas era el abogado Roy Cohn, otro homosexual, quien fue asistente del senador republicano por Wisconsin, Joseph McCarthy, durante la "cacería de brujas" que asoló a todo el país en la década del 50. Cohn murió de SIDA en 1986.
Quizá fue a través de esa doble vida que Hoover comprendió tempranamente que la información confidencial era un poderoso factor de presión y, al mismo tiempo, un recurso para subir los peldaños hacia el poder. A lo largo de más de cuatro décadas, no titubeó en violar todos las garantías constitucionales y los derechos a la privacidad de sus conciudadanos. Poseía archivos repletos de expedientes -que nadie le había ordenado iniciar- sobre políticos, militares, científicos e intelectuales.
En junio de 1939, cuando la inminencia de una segunda guerra ensombrecía Europa, el presidente Franklin Delano Roosevelt se reunió con Hoover y los secretarios de Guerra y Marina para coordinar futuras actividades de inteligencia. El jefe del FBI, funcionario ambicioso y retorcido, había acumulado un gran poder de coerción en 15 años. No le costó mucho convencer al mandatario y a los mandos militares acerca de la conveniencia de que fuese un servicio civil, como el FBI, el encargado del espionaje y contraespionaje interior.
En septiembre, una orden reservada de Roosevelt autorizó a Hoover para recoger "información sobre actividades subversivas". El director de la agencia federal se lanzó a su deporte favorito: la caza de sospechosos. En los primeros meses de 1940, sus agentes -conocidos como G-men, "hombres del gobierno"- ya estaban en acción. El jefe del FBI, por su lado, se dedicaba a otra de sus grandes pasiones: la autopromoción. No pasaba una semana sin que anunciara a la prensa la captura de conspiradores nazis. Y mientras le llegaban felicitaciones desde la Casa Blanca y el Congreso, en los juzgados se acumulaban los recursos de los abogados defensores de los presuntos espías.
Su éxito quedó en entredicho cuando se descubrió que muchos de los detenidos eran desempleados a quienes los agentes del FBI les habían pagado para que fingieran efectuar actividades de sabotaje. George W. Norris, senador por Nebraska, previno a la opinión pública que la agencia federal encabezada por Hoover podía derivar en una "Gestapo americana". Su advertencia fue sepultada por una ola de reacciones "patrióticas".
Una de las cruzadas más paranoicas que encabezó Hoover fue el Comité de Actividades Antinorteamericanas, en 1947. De 400 agentes iniciales, el FBI pasó a contar con 14 mil. La comisión parlamentaria se estableció en 1938; dos años después la Ley Smith decretó la persecución de partidarios del comunismo. Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial y se inició la Guerra Fría, la histeria anticomunista llegó a su punto más alto, con consecuencias desastrosas para la actividad política y la creación cultural de Estados Unidos. Hollywood fue uno de los sectores más afectados.
El FBI, organismo que se suponía respetuoso de las libertades individuales, fue empleado en sentido inverso. En ese oscuro clima de "caza de brujas", Hoover se caracterizó por su falta de escrúpulos. A partir de 1948, alrededor de 600 docentes de educación primaria, secundaria y universitaria, comunistas o sospechosos de serlo, fueron expulsados de sus puestos. En 1949 el Partido Comunista era una organización insignificante; además, las encuestas demostraban que el 61 por ciento de los ciudadanos norteamericanos se oponían a su programa. Pero el FBI continuó su persecución implacable.
Para 1956 sólo había 5 mil comunistas en Estados Unidos. En algún momento llegó a decirse que la cantidad de agentes federales infiltrados era tan grande que si Hoover hubiera querido se habría transformado en secretario general del partido.
Mientras este hombre obsesivo y sinuoso se mantuvo al frente del FBI, por la Casa Blanca pasaron Calvin Coolidge (republicano), Herbert Hoover (demócrata), Franklin Roosevelt (demócrata), Harry Truman (demócrata), Dwight Eisenhower (republicano), John Kennedy (demócrata), Lyndon Johnson (demócrata) y Richard Nixon (republicano). La mayoría de los ocho presidentes estuvo, en mayor o menor medida, bajo la presión de secretos que él conocía. Posiblemente Kennedy y Nixon fueron los más afectados por algún tipo de extorsión en suspenso.
El racismo exacerbado de Hoover le llevó a perseguir sistemáticamente a los afroamericanos, especialmente al reverendo pacifista Martin Luther King. Pero contrariamente a lo que se creía hasta su muerte, el jefe del FBI no estuvo tan preocupado por la mafia, los nazis o los comunistas. Lo que más le interesaba era la vida privada de personas famosas.
Ahora se sabe que la famosa matanza del día de San Valentín, el 14 de febrero de 1929, en la que Al Capone asesinó a siete integrantes de una banda rival en Chicago, mereció 110 folios de investigación. En cambio, una improbable sospecha acerca del físico Albert Einstein acumuló más mil 400 fojas.
Hoover aseguraba que Einstein había sido "espía ruso en Berlín". Por otro lado, le molestaba que el científico defendiera derechos civiles, causas pacifistas e ideas socialistas. Investigadores del FBI llegaron a manejar la delirante hipótesis de que el físico estaba trabajando en "un rayo mortal". Las indagaciones no dieron ningún resultado. Pero los sabuesos siguieron los pasos del autor de la teoría de la relatividad hasta su muerte, el 18 de abril de 1955, a los 76 años.
Entre los personajes más vigilados por John Edgar Hoover estuvieron el actor Charles Chaplin, el pintor Pablo Picasso, la actriz Marilyn Monroe y el escritor George Orwell. Más adelante, no se salvaron ni el prodigioso ajedrecista Bobby Fisher ni los músicos de rock John Lennon y Jimi Hendrix.
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