Alicia en el país de las maravillas
El
grupo que se reunió en la orilla tenía un aspecto realmente extraño: los pájaros
con las plumas sucias, los otros animales con el pelo pegado al cuerpo, y todos
calados hasta los huesos, malhumorados e incómodos.
Lo
primero era, naturalmente, discurrir el modo de secarse: lo discutieron entre
ellos, y a los pocos minutos a Alicia le parecía de lo más natural encontrarse
en aquella reunión y hablar familiarmente con los animales, como si los
conociera de toda la vida. Sostuvo incluso una larga discusión con el Loro, que
terminó poniéndose muy tozudo y sin querer decir otra cosa que «soy más
viejo que tú, y tengo que saberlo mejor». Y como Alicia se negó a darse por
vencida sin saber antes la edad del Loro, y el Loro se negó rotundamente a
confesar su edad, ahí acabó la conversación.
Por
fin el Ratón, que parecía gozar de cierta autoridad dentro del grupo, les gritó:
--¡Sentaos
todos y escuchadme! ¡Os aseguro que voy a dejaros secos en un santiamén!
Todos
se sentaron pues, formando un amplio círculo, con el Ratón en medio. Alicia
mantenía los ojos ansiosamente fijos en él, porque estaba segura de que iba a
pescar un resfriado de aúpa si no se secaba en seguida.
--¡Ejem!
--carraspeó el Ratón con aires de importancia--, ¿Estáis preparados? Esta es
la historia más árida y por tanto más seca que conozco. ¡Silencio todos, por
favor! «Guillermo el Conquistador, cuya causa era apoyada por el Papa, fue
aceptado muy pronto por los ingleses, que necesitaban un jefe y estaban ha
tiempo acostumbrados a usurpaciones y conquistas. Edwindo Y Morcaro, duques de
Mercia y Northumbría...»
--¡Uf!
--graznó el Loro, con un escalofrío.
--Con
perdón --dijo el Ratón, frunciendo el ceño, pero con mucha cortesía--. ¿Decía
usted algo?
--¡Yo
no! --se apresuró a responder el Loro.
--Pues
me lo había parecido -dijo el Ratón--. Continúo. «Edwindo y Morcaro, duques
de Mercia y Northumbría, se pusieron a su favor, e incluso Stigandio, el patriótico
arzobispo de Canterbury, lo encontró conveniente...»
--¿Encontró
qué? -preguntó el Pato.
--Encontrolo
-repuso el Ratón un poco enfadado--. Desde luego, usted sabe lo que lo quiere
decir.
--¡Claro
que sé lo que quiere decir! --refunfuñó el Pato--. Cuando yo encuentro algo
es casi siempre una rana o un gusano. Lo que quiero saber es qué fue lo que
encontró el arzobispo.
El
Ratón hizo como si no hubiera oído esta pregunta y se apresuró a continuar
con su historia:
--«Lo
encontró conveniente y decidió ir con Edgardo Athelingo al encuentro de
Guillermo y ofrecerle la corona. Guillermo actuó al principio con moderación.
Pero
la insolencia de sus normandos...» ¿Cómo te sientes ahora, querida? continuó,
dirigiéndose a Alicia.
--Tan
mojada como al principio --dijo Alicia en tono melancólico--. Esta historia es
muy seca, pero parece que a mi no me seca nada.
--En
este caso --dijo solemnemente el Dodo, mientras se ponía en pie--, propongo que
se abra un receso en la sesión y que pasemos a la adopción inmediata de
remedios más radicales...
--¡Habla
en cristiano! --protestó el Aguilucho--. No sé lo que quieren decir ni la
mitad de estas palabras altisonantes, y es más, ¡creo que tampoco tú sabes lo
que significan!
Y
el Aguilucho bajó la cabeza para ocultar una sonrisa; algunos de los otros pájaros
rieron sin disimulo.
--Lo
que yo iba a decir --siguió el Dodo en tono ofendido-- es que el mejor modo
para secarnos sería una Carrera Loca.
--¿Qué
es una Carrera Loca? --preguntó Alicia, y no porque tuviera muchas ganas de
averiguarlo, sino porque el Dodo había hecho una pausa, como esperando que
alguien dijera algo, y nadie parecía dispuesto a decir nada.
--Bueno,
la mejor manera de explicarlo es hacerlo.
(Y
por si alguno de vosotros quiere hacer también una Carrera Loca cualquier día
de invierno, voy a contaros cómo la organizó el Dodo.)
Primero
trazó una pista para la Carrera, más o menos en círculo («la forma exacta no
tiene importancia», dijo) y después todo el grupo se fue colocando aquí y allá
a lo largo de la pista. No hubo el «A la una, a las dos, a las tres, ya», sino
que todos empezaron a correr cuando quisieron, y cada uno paró cuando quiso, de
modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera. Sin embargo, cuando
llevaban corriendo más o menos media hora, y volvían a estar ya secos, el Dodo
gritó súbitamente:
--¡La
carrera ha terminado!
Y
todos se agruparon jadeantes a su alrededor, preguntando:
--¿Pero
quién ha ganado?
El
Dodo no podía contestar a esta pregunta sin entregarse antes a largas
cavilaciones, y estuvo largo rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente
(la postura en que aparecen casi siempre retratados los pensadores), mientras
los demás esperaban en silencio. Por fin el Dodo dijo:
--Todos
hemos ganado, y todos tenemos que recibir un premio.
--¿Pero
quién dará los premios? --preguntó un coro de voces.
--Pues
ella, naturalmente --dijo el Dodo, señalando a Alicia con el dedo.
Y
todo el grupo se agolpó alrededor de Alicia, gritando como locos:
--¡Premios!
¡Premios!
Alicia
no sabía qué hacer, y se metió desesperada una mano en el bolsillo, y encontró
una caja de confites (por suerte el agua salada no había entrado dentro), y los
repartió como premios. Había exactamente un confite para cada uno de ellos.
--Pero
ella también debe tener un premio --dijo el Ratón.
--Claro
que sí -aprobó el Dodo con gravedad, y, dirigiéndose a Alicia, preguntó--:
¿Qué más tienes en el bolsillo?
--Sólo
un dedal -dijo Alicia.
--Venga
el dedal -dijo el Dodo.
Y
entonces todos la rodearon una vez más, mientras el Dodo le ofrecía
solemnemente el dedal con las palabras:
--Os
rogamos que aceptéis este elegante dedal
Y
después de este cortísimo discurso, todos aplaudieron con entusiasmo.
Alicia
pensó que todo esto era muy absurdo, pero los demás parecían tomarlo tan en
serio que no se atrevió a reír, y, como tampoco se le ocurría nada que decir,
se limitó a hacer una reverencia, y a coger el dedal, con el aire más solemne
que pudo.
Había llegado el momento de comerse los confites, lo que provocó bastante ruido y confusión, pues los pájaros grandes se quejaban de que sabían a poco, y los pájaros pequeños se atragantaban y había que darles palmaditas en la espalda. Sin embargo, por fin terminaron con los confites, y de nuevo se sentaron en círculo, y pidieron al Ratón que les contara otra historia.
--Me
prometiste contarme tu vida, ¿te acuerdas? --dijo Alicia--. Y por qué odias a
los... G. y a los P. --añadió en un susurro, sin atreverse a nombrar a los
gatos y a los perros por su nombre completo para no ofender al Ratón de nuevo.
--¡Arrastro
tras de mí una realidad muy larga y muy triste! --exclamó el Ratón, dirigiéndose
a Alicia y dejando escapar un suspiro.
--Desde
luego, arrastras una cola larguísima --dijo Alicia, mientras echaba una mirada
admirativa a la cola del Ratón--, pero ¿por qué dices que es triste?
Y
tan convencida estaba Alicia de que el Ratón se refería a su cola, que, cuando
él empezó a hablar, la historia que contó tomó en la imaginación de Alicia
una forma así:
“Cierta Furia dijo a un
Ratón al que se encontró en
su casa:
“Vamos a ir juntos ante la
ley: yo te acusaré y tu
te defenderás Vamos! No
admitiré más discusiones
Hemos de tener un proceso, porque esta Mañana
no
he tenido ninguna otra cosa que hacer”
El Ratón respondió a la Furia: “Ese pleito, señora, no servirá si no
tenemos juez ni jurado, y no servirá más que para
que nos gritemos el uno al otro como una pareja de tontos”
Y
replicó la Furia: ”Yo seré al
mismo tiempo
el
juez y el jurado” Lo dijo
taimadamente
la vieja
Furia.
“Yo seré la
que
diga todo
Lo
que hay
que decir, y
también
quien a
muerte
condene”
--¡No
me estás escuchando! --protestó el Ratón, dirigiéndose a Alicia--. ¿Dónde
tienes la cabeza?
--Por
favor, no te enfades -dijo Alicia con suavidad--. Si no me equivoco, ibas ya por
la quinta vuelta.
--¡Nada
de eso! --chilló el Ratón--. ¿De qué vueltas hablas? ¡Te estás burlando de
mí y sólo dices tonterías!
Y el Ratón se levantó y se fue muy enfadado.
--¡Ha
sido sin querer! exclamó la pobre Alicia--. ¡Pero tú te enfadas con tanta
facilidad!
El
Ratón sólo respondió con un gruñido, mientras seguía alejándose.
--¡Vuelve,
por favor, y termina tu historia! --gritó Alicia tras él.
Y
los otros animales se unieron a ella y gritaron a coro:
--¡Sí,
vuelve, por favor!
Pero
el Ratón movió impaciente la cabeza y apresuró el paso.
--¡Qué
lástima que no se haya querido quedar! -suspiró el Loro, cuando el Ratón se
hubo perdido de vista.
Y
una vieja Cangreja aprovechó la ocasión para decirle a su hija:
--¡Ah,
cariño! ¡Que te sirva de lección para no dejarte arrastrar nunca por tu mal
genio!
--¡Calla
esa boca, mamá! -protestó con aspereza la Cangrejita-. ¡Eres capaz de acabar
con la paciencia de una ostra!
--¡Ojalá
estuviera aquí Dina con nosotros! --dijo Alicia en voz alta, pero sin dirigirse
a nadie en particular--.
¡Ella
sí que nos traería al Ratón en un santiamén!
--¡Y
quién es Dina, si se me permite la pregunta? --quiso saber el Loro.
Alicia
contestó con entusiasmo, porque siempre estaba dispuesta a hablar de su amiga
favorita:
--Dina
es nuestra gata. ¡Y no podéis imaginar lo lista que es para cazar ratones! ¡Una
maravilla! ¡Y me gustaría que la vierais correr tras los pájaros!
¡Se
zampa un pajarito en un abrir y cerrar de ojos!
Estas
palabras causaron una impresión terrible entre los animales que la rodeaban.
Algunos pájaros se apresuraron a levantar el vuelo. Una vieja urraca se acurrucó
bien entre sus plumas, mientras murmuraba: «No tengo más remedio que irme a
casa; el frío de la noche no le sienta bien a mi garganta». Y un canario reunió
a todos sus pequeños, mientras les decía con una vocecilla temblorosa: «¡Vamos,
queridos! ¡Es hora de que estéis todos en la cama!» Y así, con distintos
pretextos, todos se fueron de allí, y en unos segundos Alicia se encontró
completamente sola.
--¡Ojalá
no hubiera hablado de Dina! --se dijo en tono melancólico--. ¡Aquí abajo, mi
gata no parece gustarle a nadie, y sin embargo estoy bien segura de que es la
mejor gata del mundo! ¡Ay, mi Dina, mi querida Dina! ¡Me pregunto si volveré
a verte alguna vez!
Y
la pobre Alicia se echó a llorar de nuevo, porque se sentía muy sola y muy
deprimida. Al poco rato, sin embargo, volvió a oír un ruidito de pisadas a lo
lejos y levantó la vista esperanzada, pensando que a lo mejor el Ratón había
cambiado de idea y volvía atrás para terminar su historia.