Irineo, Obispo de Lyón, que vivió entre los años 130 a 202 de nuestra Era, escribió un
famoso documento titulado “Adversus Haereses” (Contra los
Herejes) que enfrentaba entonces la posición de los gnósticos y las enseñanzas
en particular de uno de sus principales voceros llamado Valentino.
Admito que el presente artículo, aunque su título está inspirado en ese documento Episcopal, dista mucho en magnitud e importancia de aquel histórico, tanto como los siglos que median desde entonces a la actualidad.
Pero tengo por costumbre poner las cosas en
claro. Y cuando éstas faltan a la
objetividad, es necesario señalar el error conceptual.
Perniciosa, en mi concepto, ha sido dentro de la
Ovnilogía, la actitud crédula, que está dispuesta de inmediato a aceptar lo
fantástico como normal. Que confía de buenas a primera en aquello que los
testigos declaran, sin poner en práctica la duda lógica como método de
análisis. Duda que no es sobre la
personalidad de los testigos, o sobre su honestidad, sino acerca de que la
interpretación de aquello que han observado, se ajuste estrictamente a la
realidad.
Precisamente, en ese espacio que se plantea entre lo
declarado por los testigos, y lo constatado por el Ovnílogo, halla su
fundamento y se desarrolla la tarea de investigación, estudio y conclusión de
las “denuncias de OVNI”. Cuando ese
espacio se acorta al punto de superponerse, significa que no se ha hecho
realmente investigación, ni estudio, ni análisis, y por tanto la “conclusión”,
no es válida.
El razonamiento lógico, la duda sistemática, el
planteo de la necesidad permanente de verificar, de contraponer información, de
aplicar el rasero de Occam, son pasos esenciales que conducen a la razón misma
del quehacer ovnilógico: llegar a establecer la verdad de lo ocurrido.
Identificar, en cuanto sea posible.
Es una tarea que reclama honestidad intelectual. No
hacerse trampas al solitario. No usar las denuncias de OVNI como trampolines
para saltar a la palestra pública, y para afirmar un pre-juicio, una convicción
personal pre-existente. Una creencia, la cual siendo tal, no necesita ni de
investigación, ni de verificación.
Muchos sedicentes Ovnílogos e investigadores,
inclusive personas con formación científica, han caído en esa dulce trampa. Se han
dejado llevar por sus intuiciones o sentimientos, y no por planteos
necesariamente racionales.
De ahí es que la Hipótesis Extra Terrestre (HET) para
muchos se haya convertido casi en un credo. En “condición sine-qua-non” para
ser Ovnílogo o tildarse de tal. La carta de presentación necesaria para
–aparentemente—tener andamiento en la comunidad de sus pares.
Lamentable error conceptual que le ha hecho un gran
daño a la consideración sensata del tema, y fundamentalmente, que lo aisló
–salvo excepciones— de la aceptación
seria y respetable de la comunidad científica internacional.
Pero igualmente afrentoso al honesto espíritu
inquisitivo, a la verdadera postura científica, que se plantea permanentemente
interrogantes, que no se cierra a lo asombroso, y que hurga y busca comprender,
entender, y por sobre todo conocer, ha sido históricamente la actitud de
quienes –so pretexto de una tesitua científica o en defensa de la
ciencia-- han arremetido contra toda
posibilidad de que existan fenómenos y realidades físicas anómalas, que no
encajan en la normal cotidianidad, que desafían una explicación banal, pueril y
fácil.
A este grupo de personas se les ha calificado de
“escépticos”. Sin embargo, más bien considero que hay que calificarles como
dogmáticos de una ortodoxia anticientífica.
Su forma de proceder principia por desconfiar
extremadamente de todo. Desconfiar de la honestidad misma de los testigos,
primero que nada. Luego, el esquema de
funcionamiento de estos dogmáticos es muy simple: buscar un fenómeno conocido, cuyas características se asemejen
hasta cierto punto a lo denunciado, y aplicarlo a rajatabla.
Más aún, también utilizan la técnica de la
transposición y la generalización. Y ahí es cuando caen en el más abyecto
absurdo.
A vía de ejemplo: algunas denuncias de OVNI se pueden
explicar como producto de inversión de la temperatura y sus efectos ópticos y
hasta radáricos.
Suficiente para generalizar el hallazgo. Entonces,
toda denuncia de OVNI está generada en inversiones de temperatura, según el
criterio de estas personas.
Sabido es que, bajo ciertas condiciones atmosféricas,
ocurren formaciones de plasma iónico en torno a cables de alta tensión. Por un
tiempo, este concepto funcionó como un comodín para explicar cualquier denuncia
de OVNI.
Otro de los métodos es la extrapolación. Por ejemplo, ocurre un caso aparentemente
“radar-visual” el cual, luego de una labor de investigación y estudio bien
realizados, admite una explicación convencional. Cuando se denuncia otro caso “radar-visual”, simplemente se
aplica el criterio del caso anterior, para darlo por resuelto ¡sin siquiera
investigarlo!
Todo esto, también le ha hecho un enorme daño a la
consideración científica y sensata del tema OVNI.
Ha hecho que eventuales testigos prefirieran callar
sus experiencias por temor al ridículo, y a una silenciosa discriminación
social.
Ha hecho que los científicos no quisieran tener que
ver con el tema, pues “ya está explicado”, o lo ha sumido en controversias
públicas, y a veces muy ardientes, a las cuales el estamento científico es
reacio, y no está acostumbrado.
En el colmo del paroxismo dogmático, y actuando bajo
el pre-juicio de que no existen cosas extraordinarias, anómalas o hasta
momentáneamente inexplicables, se ha
encontrado por algunos una hermosa veta a explotar, capaz de explicar cualquier
cosa.
Ya no se trata de realizar investigación de campo,
“in situ”, con reconstrucción de lo acontecido, mediciones lineales y
angulares, tomas de muestras, etc.
Se trata simplemente de un regodeo intelectual,
efectuado desde una cómoda poltrona detrás de un escritorio, por el cual –como
el testigo es el “instrumento de captación” por así decir, de lo acontecido,
todo pasa a centrarse en su persona. Entonces se acude a las explicaciones
psicológicas.
Así, bajo la presunción de que múltiples y
calificados testigos cayeron todos en una curiosa crisis simultánea de nervios,
fueron afectados por el estrés, y no quisieron desdecirse unos a otros, se ha
explicado algún caso ¡después que los testigos estaban muertos!
Y así también, alguien descubrió que existía un
fenómeno muy poco usual que es el de
“soñar despierto”. Pues al parecer
cuanta denuncia de OVNI hubiere por ahí, podría tener origen en gente que sueña
despierta.
Claro que los radares no sueñan, las cámaras
fotográficas o de video tampoco, y el sueño colectivo de varios testigos
independientes es harto difícil de poder explicar.
Pero es un absurdo juego, el de estos dogmáticos
del no, el negar a priori toda posibilidad, sin exponerse a ser desafiados
por algo que puede llegar a ser distinto, diferente. Y con ello no quiero decir
que sea de otro mundo, ni de otra
dimensión. Pero la naturaleza es riquísima en fenómenos. Y la historia del
descubrimiento de los mismos nos sigue sorprendiendo cada día.
Por otra parte, la creatividad humana es frondosa. Y
pueden haber en el cielo inexplicables instrumentos y artefactos absolutamente
no convencionales en sus formas o comportamientos, para los cuales en su
momento, es posible que tampoco tengamos explicación.
Exponernos pues a lo diferente, a lo distinto, y
tratar de resolverlo racionalmente, con inteligencia, con parsimonia, y con
honestidad intelectual, también nos debe llevar a una actitud de humildad.
No conocemos todo. No sabemos todo, y por tanto,
tampoco podemos explicar todo.
Bástenos con usar la racionalidad, para no caer en
inocentadas tontas, y aceptar
acríticamente cualquier cosa.
Pero tampoco caigamos en el otro extremo, por el cual
nos damos por satisfechos de antemano, y sacamos de la galera cualquier
explicación, con tal de alimentar un conformismo con el cual nos sintamos
seguros.
Porque esa, esencialmente, es la certidumbre de la
ignorancia y del no querer saber.
Lic. Milton W. Hourcade
Virginia, Enero 5 de 2005.